15.


—Estuviste con tu celular toda la tarde mientras cuidábamos a Mia, ¿está todo bien, Sebas? —indagó Abril mirando a su compañero con preocupación.

—Perdón, tengo unos problemas en casa con mi hermano menor. No está acostumbrado a que tenga amigos y le molesta que ya no tenga tanto tiempo para ellos. —Sebas alzó la mirada del celular con expresión de "perdón" pintada por toda la cara.

—Claro, antes te ibas corriendo de la escuela a tu casa para cuidarlos, ¿no? ¿Cuántos años tiene tu hermano?

—Lautaro tiene doce y está bastante mal aprendido. Es mi culpa, igual, yo vivo haciéndoles las cosas para que él pueda estar tranquilo con sus amigos y cosas así. Creo que está celoso de que ahora yo también los tengo y no puedo darle toda mi atención. El tema es que se tiene que acostumbrar, ¿y si el año que viene me voy a otra ciudad a estudiar? ¿Qué va a hacer? Morirse de infeliz no es una opción.

—Bueno, pero es chico todavía. Hablá con él. Espero todo se solucione. —Abril le respondió con una sonrisa teñida de inocencia, ser hija única le hacía creer que todo se podía solucionar charlando.

—Yo también, nos vemos mañana.

Al abrir la puerta de su casa después de un día largo, a Sebastián le dieron el peor tipo de bienvenida que se le puede dar a un hermano mayor que es dedicado para con sus seres queridos. Clara y Lorena se encontraban sentadas en los pies de las escaleras que llevaban a los dormitorios, llorando en silencio y desconsoladas. Seba odiaba esa manera en particular de llorar porque cuando no buscaban hacerlo en un volumen alto para llamar la atención, él sabía muy bien que lo hacían porque no podían refrenarse. ¿Qué les había pasado a sus dos ángeles para que lloraran sin poder hacer nada para evitarlo?

El adolescente que estaba rayando la mayoría de edad tiró la mochila en el piso y salió corriendo hacia sus hermanas. Sus ojos verdes estaban teñidos por la preocupación y el susto, ¿habría pasado algo malo?

—Clarita, Lore, ¿qué les pasó? ¿Por qué están acá solitas y llorando? ¿Y Lauti?

—E-está en su cuarto. —Lorena la más grande de las dos contestó intentando vencer el llanto—. Lautaro nos dijo que vos no nos querés y que no vas a ser más nuestro hermano cuando te vayas a estudiar a la universidad. Que teníamos que ser nenas grandes y dejar de pedirte cosas porque tus nuevos amigos son más importantes para vos.

—¡Pero no, chicas! Yo siempre voy a ser su hermano mayor. Ni siquiera sé dónde voy a estudiar todavía, puedo hasta quedarme en casa y no viajar. Ahora sí, tengo amigos y es algo nuevo para mí, entonces intento pasar tiempo con ellos, pero a ustedes las amo y siempre van a ser las más importantes. Lo que pasa es que ustedes no están acostumbrados a que yo tenga amigos, nada más.

—¿Entonces vas a seguir jugando con nosotras? —Un brillo de esperanza se plantó en los ojos de Lorena, parecía que la alegría le había vuelto al cuerpo.

—Siempre que pueda, ustedes saben que sí. —Sebas las abrazó reafirmando con acciones lo que decía con palabras.

—¡Qué malo Lautaro cómo nos mintió! —Se quejó Clara y luego las dos niñas le devolvieron el abrazo. Si bien Sebas sonreía, por dentro un enojo increíble le hervía en el estómago; Lautaro se había pasado de la raya esa vez.

Después de varios minutos intentando que las chicas se tranquilizaran, Sebastián subió las escaleras casi corriendo y paró en la puerta del cuarto de su hermano. Estaba furioso y no sabía si iba a poder mantener una discusión madura esa vez; si Lautaro lo buscaba, ese día lo iba a encontrar.

Prestó un poco de atención a los ruidos de la casa buscando un poco más de tiempo para calmarse, por eso descubrió que había visitas y que los amigos de su hermano estaban con él en el cuarto; eso terminó de enfurecerlo porque mientras el pendejo la pasaba bien ahí, sus hermanitas lloraban desconsoladas en la escalera por su culpa.

Abrió la puerta con fuerza y sin golpear antes, lo que sorprendió a los preadolescentes que se encontraban en medio de una partida en la playstation. Con voz baja y atemorizante les ordenó a los chicos que se fueran y lo dejaran solo con su hermano, ellos acataron la orden sin chistar porque jamás, ninguno de ellos, lo había visto así y eso que llevaban años visitando a Lautaro.

Sebastián cerró la puerta para estar a solas y cuando se giró a enfrentarlo, Lautaro ya estaba parado con los puños cerrados por la impotencia y con lágrimas en los ojos.

—¡¿Quién mierda te crees que sos para echar a mis amigos así?! —El chico tenía tanto enojo contenido que hasta parecía odiar como solo un grande podía hacerlo.

Sebastián no se pudo contener, lo intentó con todas sus fuerzas pero no fue capaz. Sin siquiera ser capaz de refrenar su cuerpo, su mano derecha tomó vida propia y le dejó marcado los dedos a Lautaro en la mejilla izquierda. Ninguno de ellos había tenido antes una pelea física; el promedio de hermanos la tenía al menos una vez en la vida pero a ellos no les había sucedido jamás y Sebastián se entristeció al comprender que ese día había llegado.

—Primero que nada me hablás bien, ¿me escuchaste, Lautaro? Vas a tener que empezar a bajar esos aires prepotentes que tenés o te los voy a terminar bajando yo. ¿Qué carajo se te cruzó por la cabeza cuando hiciste llorar a tus hermanas y después te viniste para acá como si nada? ¿Qué tenés en la cabeza?

—¿Te preocupas porque las hice llorar cuando les dije la verdad? ¡No podés ser tan hipócrita! —Lautaro estaba enceguecido, creyendo tan bien la mentira que se había inventado que poco podía discernir sus ideas de los hechos.

—¡Ja! Qué cara que tenés al decir que yo soy el hipócrita, pendejo. Vos sos el que las dejás llorando para irte con tus amigos y ¿yo soy el mal hermano? ¿No se te ocurrió fijarte cómo haces las cosas vos antes de andar criticando a los demás? El día que vos puedas ser ejemplo de algo, volvé a hablarme de ser mal hermano. —Sebastián había mordido la banquina y ya no tenía control alguno de lo que su boca decía o de lo que su corazón sentía. Jamás en su vida había sentido tanta furia, veía rojo y poco podía hacer para controlarse ya.

—¡No me digas pendejo!

—Te voy a dejar de llamar pendejo el día que madurés, pendejo. Me cansé de andarte atrás, sos un desagradecido. ¿Vos querías un mal hermano? Desde hoy vas a tener uno y te vas a arrepentir, te aviso. Y no quiero volver a ver que hacés llorar a Clarita y Lore, ¿fui claro?

—¡¿Qué estás haciendo, Sebastián?! —Gritó Lautaro al ver que Sebastián desconectaba la playstation de su lugar.

—Me llevo lo que es mío. Vos querías que yo fuera un forro, ahora aguantatela.

El golpe seco con que Sebastián cerró la puerta le dejó saber a Lautaro que había quedado solo. El chico de doce años no podía entrar en su menudo cuerpo debido al aborrecimiento y la nulidad que lo inundaban. ¡Estúpido Sebastián! Se creía la gran cosa porque era el mayor. ¡Qué fuera un maldito si él quería! A Lautaro no le importaba en lo más mínimo. Él no iba a extrañarlo y esperaba que ese año se terminara rápido así se iba de la casa de una maldita vez y lo dejaba en paz. Lo odiaba, lo odiaba con todas las fuerzas de su corazón y se iba a encargar de demostrárselo todos los días desde ese momento en adelante. Sebastián había declarado la guerra y él se la iba a dar. Lautaro le iba a hacer la vida imposible hasta que se arrepintiera por haberse metido con él.

—Yo no te puedo creer, Seba, que Lautaro te contestó así. No te voy a decir que vos estuviste bien al llamarlo pendejo, pero se pasó de la raya al hacer llorar a sus hermanas. Si ustedes tienen un problema no hay que meterlas en el medio como hizo él. —Mar Lamas acababa de escuchar de parte de su hijo mayor todo lo que había pasado esa tarde entre sus hijos—. ¿Qué opinás, Renzo?

—Creo que Lautaro está muy malcriado; ojo, Sebas, no es culpa tuya. Los cuidaste siempre que te lo pedimos porque estábamos trabajando. De ahora en más eso se acabó. Vos tenés derecho a tener tus amigos y bastante tiempo invertiste siendo niñero. Te merecés un rato para vos ahora, ya estás más que en edad para disfrutar. Mar, vamos a tener que volver más temprano a casa. Traete los casos del juzgado para acá, yo me voy a traer los proyectos de construcción también. —Renzo, de quien Sebastián había sacado sus ojos verdes, abrió la boca por primera vez desde que habían comenzado a charlar sobre el asunto.

—¿Crees que esa es la solución? —Mar, sorprendida de que su marido tomara el toro por las astas sin un gramo de duda en su razonar, indagó. No era que no coincidiera pero esa seguridad se le hacía atípica en el amor de su vida.

—Lautaro le hizo frente a Sebas porque es el hermano, a mí me llega a contestar así se queda castigado un mes sin amigos ni salidas. Es hora de que seamos más firmes, si se pone así ahora que es pre adolescente, imaginate cuando llegue a la edad del pavo.

—Sí, tenés razón. No nos podían salir tan tranquilos como Sebas, con vos tuvimos suerte, hijo. —Mar le dedicó un leve apretón al hombro de su primogénito. Todos los poros de su piel emanaban culpabilidad porque habían puesto al pobre chico en rol de padre cuando ellos deberían haberse hecho cargo del asunto desde un principio.

—¿Entonces no estoy castigado?

—¿Por pelearte con Lauti y sacarle la playstation que en verdad es tuya? No, pero no le vuelvas a pegar; sino sí te vamos a tener que castigar. —Renzo, con sus palabras, logró que un gran alivio se liberara en la mente de Sebastián y la conciencia enmugrecida por culpabilidad le dio un respiro al pobre chico por un rato.

—¡Tremendo lío se armó en tu casa! Menos mal que te dije que no te pelees con tu hermano. —Abril le pegó a Sebastián en el hombro en forma de correctivo.

Era el primer recreo del día y el chico había sentido la necesidad imperante de contarle; sí, después también les iba a decir a Amadeo y a Nicolás, pero por alguna extraña razón precisaba hablar con ella antes. Para él, la chica tenía una calma y una paz al escuchar los problemas de los demás, que se sentía atraído a ella como un metal al imán.

Estaban sentados debajo de la escalera del ala oeste, escondidos de los demás. Ese pequeño espacio del colegio era el lugar preferido del chico. Siempre que notaba que no congeniaba con nadie y se cansaba de observar, tomaba un buen libro y se dejaba llevar por las historias que las páginas contenían.

—¿Qué tenés en la mano? ¿A sangre fría? Me suena, es de un asesinato si no me equivoco. —Abril cambió de tema con desesperación antes de que el ambiente se pusiera tenso de manera innecesaria. Lo que estaba hecho ya no se podía cambiar y ella odiaba llorar sobre leche derramada.

—Exacto, está interesante, recién lo empiezo. Ahora, ¿cómo están las cosas en tu casa? —Sebas recordó el asunto familiar de su amiga y demandó una actualización.

—Mi casa se convirtió en la dimensión desconocida. Mi viejo ahora trabaja más tiempo en casa, se queda en su estudio haciendo casos pero deja la puerta abierta y siempre que paso por enfrente me pide que me quede un rato con él. Hasta me hizo leer unos artículos que está escribiendo para una revista y me pregunta qué pienso. Nunca me había tomado en cuenta a ese punto.

—¿Pero te gusta?

—Siento que es raro, porque no hablamos del tema principal que es mi mamá. Sin embargo, es bueno sentir que está en la casa y que busca acercarse a mí, aunque sea a su manera. —Abril se encogió de hombros y su compañero pudo comprender, no sin antes sentir gracia, que la chica no sabía cómo sentirse sobre el asunto.

—Ese es el tema, no esperés que él lo haga como vos querés; lo va a hacer como él pueda y tenés que apoyarlo. ¿Te puedo dar un consejo aunque no me lo hayas pedido?

—Decime.

—Acercate vos también. Eliminen distancias juntos, que él note que no lo vas a rechazar por aproximarse.

—Es un muy buen consejo, Sebas. —Abril le regaló una de sus tantas sonrisas y el chico se sintió inquieto. ¿Cómo podía ser que la chica más popular de la escuela le estuviese sonriendo a él y solo a él? Ninguna le había brindado un gesto tan cálido como ese—. ¿Sabés en qué estaba pensando? Viernes a la noche, el grupo de la monografía, un poco de estudios y después noche de películas. ¿Te prenderías?

—Yo no tengo problema, es triste, pero nunca tengo planes.

—¡Entonces vamos a hablar con los chicos!

—¿Películas el viernes? ¡Yo me prendo! —contestó Paloma entusiasmada mientras miraba a sus demás compañeros.

—Pero también nos juntamos a estudiar. —Nicolás le recordó a su amiga antes de que se super entusiasmara con la idea.

—¿No podemos hacer eso un día de semana? —Paloma refutó haciendo un puchero cómico mientras lo miraba al morocho con cara de perro degollado.

—El viernes sigue siendo un día de semana, dale, Lomy, no te me echés para atrás ahora. —Abril secundó a su amigo para terminar de convencer a Paloma.

—A mí sentarme a estudiar no me vendría mal. Yo voy. —Amadeo interrumpió el cuchicheo que ya le estaba poniendo los pelos de punta.

—Yo también voy, ¿y vos, Mia? —Nicolás confirmó a la vez que le preguntaba a su —por ahora— amiga y todos centraban su atención en ella.

—Pregunto en casa si está bien y mañana les confirmo. —Mia les sonrió deseando poder confirmar de primeras, odiaba tener que pedir permiso primero.

—Tus viejos no te van a decir que no si nos quedamos a estudiar. Si se hace muy tarde, vos y Lomy se quedan a dormir en casa. ¿Les parece? Desde los diez años que no tengo una pijamada, ¡lo vamos a pasar re bien! —Abril zanjó el asunto con una sonrisa antes de que alguien se pudiera retractar.

—¿Seguros que están bien con que me vaya a lo de Abril el viernes? —cuestionó Mia una vez más mirando con fijeza a sus papás —. Desde lo de Aníbal andan raros y no me dijeron qué pasó cuando él llamó, no quiero preocuparlos de más.

—Tenés que ir, Mia, es la primera vez en tu vida que me pedís para quedarte en la casa de una amiga tuya. —Su mamá la abrazó sacudiéndola un poco en el proceso. Era lo que hacía cuando se sentía tensa pero quería hacerle entender a su hija que ya había tomado una decisión.

—No es mi amiga todavía, pero hace un mes nos empezamos a llevar un poco y bueno... no sé si es bueno rechazarla la primera vez que me invita, el tema es que ustedes me tienen preocupada.

—Andá, Mia, en serio. —Esa vez fue el turno de Federico de hablar.

—Lo que hablamos con Aníbal es lo mismo que te dijo a vos. Que está hace diez años en jugadores anónimos y que no recayó. También nos dijo que estaba en pareja y había formado una familia, incluso nos dijo que no quiere tomar el rol de papá porque ese era de Federico. Lo que sí quería hacer era estar en tu vida, formar parte, digamos. —Melisa se notaba nerviosa mientras le contaba sobre la charla a su hija—. No sé si creerle todavía, supongo que hasta él es consciente de que las palabras se las lleva el viento y que va a tener que ganarse ese lugar que tanto quiere. Fede propuso que lo invitemos a cenar, a él y a su familia. Puede ser por demás incómodo pero capaz ayuda a limar viejas asperezas, no sé.

—Creo que eso estaría bueno, que lo invitemos. Si él en verdad quiere formar parte de mi vida, tiene que conocer a mi familia. Sobre todo quiero presentarle las personas que me cuidaron durante todo el tiempo que él no estuvo, quiero mostrarle la hermosa familia que tengo.

—Bueno, dejame que junte coraje, ¿sí? —Melisa le volvió a sonreír y Mia la abrazó con todas sus fuerzas.

—Podemos hacer esta reunión cuando vos quieras, mami. Tomate todo el tiempo que quieras para estar lista, sos la mujer más fuerte que conozco y no va a ser fácil, pero sé que vos podés.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top