14.
Faltaban diez minutos para la hora pactada y Mia era un manojo de nervios. Ya estaba sentada en una de las tantas mesas del McDonalds que serviría como punto de encuentro y desde donde estaba podía ver a sus compañeros. Los chicos, que siempre llevaban remeras normales debajo de la camisa del colegio, habían disimulado sus uniformes para pasar desapercibidos entre la multitud.
A simple vista parecían estar cada uno en lo suyo; Paloma y Abril charlaban con tranquilidad, Amadeo intentaba con todas sus fuerzas leer el libro de historia y Sebastián chequeaba su celular. El único que no disimulaba en lo más mínimo era Nico. Sus ojos marrones oscuros se encontraban fijos en ella y la ponían más nerviosa si es que eso era siquiera posible.
Algo había cambiado desde la tarde anterior, o eso al menos creía ella. Su cabeza giraba en tantas direcciones a la vez que no podía sentirse confiada de nada. A pesar de saberse sin norte ni sur, su intuición le decía que algo en su amigo había cambiado. ¿Sería por causa del abrazo? Apreciar la calidez de Nico le había hecho sentir muchísimo mejor, comprendida, protegida; nunca en su vida se había sentido tan cercana a alguien que no fuera de su familia como en ese momento. Sin embargo, las sombras en sus pupilas le susurraban confusión, enojo, desilusión. ¿Por qué se había enojado Nico? ¿Estaría enojado con ella?
-Hola, Mia. -La voz de un adulto la sacó a la fuerza de sus cavilaciones y no tuvo otra opción más que enfocar tu atención en el recién llegado; sus pensamientos sobre Nicolás deberían esperar.
Unos ojos celestes como los suyos la recibieron al alzar la mirada. El tipo que le hablaba estaba en los cincuenta y la chica notó que los ojos no eran el único rasgo en común que compartían. El cabello de aquel desconocido era como el de ella y la nariz parecía bastante similar. Él era Aníbal Gutiérrez, su padre biológico; no cabía dudas pues su mamá le había mostrado una foto de él cuando joven. Sí, era verdad que su piel se había arrugado y su contextura ya no era la de un hombre de veinticinco años, pero era él. El paso del tiempo no había sido tan avasallador con él como lo fue con su mamá durante los primeros años del abandono. Melisa volvió a recuperar dosis de vida gracias a Federico y el amor incondicional que les tuvo a las dos.
-Hola, Aníbal.
-Es un gusto poder conocerte, ¿puedo sentarme?
-Claro.
-Qué bueno que nos podemos conocer. ¿Ya ordenaste algo? ¿Tenés hambre? -El tipo le hablaba como si en verdad reunirse con ella en el McDonalds fuese un hábito.
-No, todavía no. Y no, tampoco almorcé.
-Yo tampoco, me mataban los nervios. ¿Querés que pidamos algo? A esta hora no hay tanta cola.
-Bueno, vamos. -Mia se encogió de hombros y le acompañó pensando que por un rato le seguiría el juego.
Mientras esperaban ser atendidos, la chica pudo notar que Amadeo y Nico se habían puesto detrás de ellos; hablaban de lo que iban a ordenar mientras buscaban con desesperación pasar desapercibidos.
Pobre Mia, no tenía idea de qué decir o qué hacer. Estaba en frente de un completo extraño que había puesto el espermatozoide correcto para crearla. ¿Tendrían cosas más cosas en común que la apariencia física? ¿Se convertiría de grande en una adicta como él? ¿Seguiría siendo ella misma o cambiaría?
Aníbal Gutiérrez llevaba meses queriendo contactar a su hija biológica mas la cobardía que lo inundaba al pensar en ella y su ex pareja lo rebajaba hasta convertirlo en un granito de arena. Su pasado era bastante oscuro y el camino andado después de abandonarlas fue incluso peor. Pasó unos seis años más en descontrol, obsesionado con el juego, hasta que la muerte de su padre lo trajo a la realidad otra vez.
Luego de eso, fueron diez largos años de jugadores anónimos y tratamiento. Había conseguido estabilidad y ahora continuaba con el negocio familiar de carpintero. Tenía la misma tienda que su abuelo y su padre habían tenido y le gustaba trabajar con las manos, se le hacía terapéutico. Ahora, además, llevaba tres años en pareja y de esa relación había nacido Anahí, su hija de año y medio.
Aníbal había intentado dejar su pasado en el olvido y empezar desde cero, pero desde el nacimiento de su pequeña no había podido dejar de pensar en la hija que había abandonado. Sabía a la perfección que Melisa lo odiaría hasta el final de sus días y que tal vez con suerte Mia ya tenía padre, pero aun así quería ser parte de su vida. No como padre, ese derecho lo había perdido hacía tiempo, pero al menos como una persona que se preocupaba por ella.
-Te debés preguntar por qué te contacté después de tantos años, ¿no? ¿Tu mamá está de acuerdo con esto de encontrarnos?
-Mamá dijo que me apoya, que sabe a la perfección que no cambiaste en lo más mínimo pero que me apoya en mis decisiones.
-Claro, tiene sentido; si te soy honesto, yo también me odiaría de ser tu mamá. Fui un reverendo hijo de puta con ella. Perdón, no tengo que usar malas palabras en frente tuyo pero me acuerdo de cómo era y empiezo a putear.
-¿Podés contarme por qué estamos acá?
-Sí, claro. Perdón, es que yo también estoy nervioso. -Aníbal descubrió que tenía el "perdón" como muletilla; como si la palabra estuviese bajo su piel, alimentándose de su sangre y lista para salir a cada instante que se propusiese abrir la boca.
-Son trescientos pesos, señor.
-Sí, tome, gracias.
-Yo tengo mi plata, Aníbal, me puedo pagar.
-Lo sé, pero por favor, si no me dejas pagar me voy a sentir como un inservible.
Caminaron a la par hasta volver a sus asientos y dejaron las fuentes con la comida sobre la mesa. Mia podía darse cuenta con facilidad que el hombre en frente de sus ojos denotaba nerviosismo pero no podía discernir si era genuino o fingido.
-Hace tres años que estoy en pareja, diez años que soy miembro de jugadores anónimos y no he recaído ni una vez desde que me lo propuse. Tenés una media hermana de año y medio también, su nombre es Anahí.
-¿En serio? -Aníbal sabía que Mia precisaba tiempo para masticar toda la información que había dejado a luz, pero él era consiente que si no lo decía de una vez, no podría hacerlo jamás.
-Sí, algún día quiero que la conozcas; si te parece bien, claro.
-Tengo una media hermana...-repitió la adolescente y su padre biológico tuvo miedo de haberse pasado de la raya con la dosis de realidad que le había inyectado.
-Desde que mi mujer quedó embarazada, lo único en lo que podía pensar era en tu mamá y en vos; en cómo las abandone y fui tan egoísta. Para ustedes fue muy injusto.
-Sí, pero ya no hay nada que se pueda hacer sobre eso.
-No, eso es verdad. -Una sombra oscureció los ojos celestes de su progenitor y Mia se arrepintió de aquel comentario tan poco característico de ella-. Nada de lo que haga ahora va a cambiar lo que pasó, eso lo tengo muy en claro.
-¿Y por qué ahora? ¿Por qué querés conocerme?
-Quiero, si se puede y me dejás, formar parte de tu vida. Llevé muchos años pensando que me había perdido todas tus primeras veces; tu primera palabra, tu primer andar, tu primer día de escuela. Pero un día me desperté diciéndome: te perdiste todo eso porque quisiste, ¿vas a seguir perdiendo acontecimientos importantes o vas a luchar para ganártelo?
-Es un pensamiento raro, sobre todo si ahora tenés una hija a la que cuidar.
-Anahí no es un reemplazo de lo que me perdí con vos. Ni siquiera todo el amor que esa hermosa nena me pueda dar va a llenar los huecos que hice yo mismo al abandonarte.
-Yo ya tengo un papá, ¿sabías, Aníbal? Se llama Federico y me adoptó. Lo conozco desde los tres años y siempre me trató como su hija. No sos necesario ahora.
-Qué bueno. -Si bien Mia había tirado esas palabras buscando herirlo Aníbal se mostraba, para sorpresa de ella, aliviado por la noticia-. Yo no vengo a robar su lugar, el rol de padre lo perdí el día que me alejé, Mia. Yo busco simplemente estar en tu vida, al menos una vez al año. Reunirme con vos cuando te sientas con ganas, escuchar tu voz, que me cuentes de tu vida. No vengo con exigencias, vengo con esperanza de que algún día me permitas ganarme un lugarcito, nada más.
-Va a costar mucho que te lo ganes, me abandonaste una vez y nada va a poder hacer que me sienta segura de que no lo vas a volver a hacer.
-Es verdad, pero dejá que de eso me encargue yo. Es hora de que por una vez en mi vida tenga méritos, ¿no te parece? Me alegra mucho saber que tenés a alguien a quien podés llamar "papá". Eso es algo que me quitó el sueño por mucho tiempo pero en esa época yo no estaba listo para ser padre de nadie.
-No puedo entenderte bien, ¿no querés volver a mi vida para ser mi papá?
-No, eso se lo ganó Federico, como vos bien me lo dijiste. Yo no tengo derecho alguno a que vos me llames así, ni siquiera si tenemos un lazo biológico; padre es el que cría, no el que simplemente procrea. Yo quiero ser alguien más en tu vida, que me cuentes las cosas que vivís, que podamos charlar, que le des una oportunidad a tu hermana. Ya sé lo que pido es demasiado pero ella no debería pagar los platos rotos por mis pecados.
-Bien, si te lo querés ganar hay una pregunta para la que necesito respuesta.
-Querés saber por qué te abandoné, ¿no? Querés saber si había algo malo con vos, ¿qué tenés de malo para que yo no quisiera ser tu papá?
-¿Cómo...?
-Llevo años pensando en todo esto, Mia, lo que vos pensaste yo lo consideré veinte mil veces más.
-No había, ni hay, absolutamente nada malo con vos. El problema es que yo era un adicto. Tal vez no lo sepas, pero una adicción es capaz de tomar todo lo bueno que hay en vos y borrarlo de tu existencia, hacer como que nunca estuvo ahí. Te saca perspectiva. En mi caso, el juego me acabó. Me robó mi esencia por muchos años y me alimentó con egoísmo y despreocupación. En mis peores momentos, me sacó las ganas de vivir. Entonces, si no podía vivir por mí, te podés imaginar que menos podía intentar vivir por mi pareja y mi futura hija. Por más cliché que esto suene, es la verdad, nunca fuiste vos, fui yo.
-¿Cómo podés hablar tan tranquilo de algo tan turbio?
-¿Hablás de mi adicción? No es que hable tranquilo del tema, pero llevo diez años de terapia que me ayudan a no ahogarme en el recuerdo de lo que viví. Es más, si bien hace años que estoy en recuperación; hay todavía cosas inconclusas que no me permiten empezar desde cero por completo.
-¿Mamá y yo?
-Y mi papá, murió antes de que yo entrara en rehabilitación y nunca pude disculparme. Por supuesto, una mera disculpa no alcanza...
-Pero es uno de los pasos para la recuperación, ¿verdad? Lo he visto mil veces en las películas.
-Exacto, uno puede recaer en cualquier momento pero compensar a los que dañamos y tener un registro de nuestras actitudes para intentar no descarrilarse es esencial para que la recuperación sea posible.
-¿Sos de los que meditan?
-Sí, también hago Reiki.
-¿Reiki? ¿En serio? ¿Eso de mover energía positiva para sanar? -Aníbal se mostró más sorprendido que Mia al saber que ella comprendía de lo que hablaba.
-Transmitimos energía, pero sí. Eso y la meditación me ayudan muchísimo. No sabía que entendías lo que era Reiki.
-Vi el anuncio de un curso hace unos años caminando por la calle, pero solo sé lo general que decía ahí. -Mia le hizo entender que en verdad sabía poco y nada, pero a su padre biológico se le notaba contento de igual forma.
-Puedo contarte sobre Reiki el día que quieras. Uh, ya son las cuatro de la tarde, tengo que volver a la carpintería.
-Sí, yo también ya tengo que volverme a casa.
-Fue en verdad un gusto poder verte, Mia. Este es mi teléfono. -Inició su despedida Aníbal entregándole su tarjeta de presentación-. Te quería preguntar, ¿podría volver a mandarte un mensaje más adelante?
-Eh, claro.
-Fantástico, también me gustaría pedirte un favor. ¿Podés darle este número a tu mamá también y que me diga cuándo puedo llamarla? Preciso charlar con ella sobre lo que hicimos hoy. Debe estar caminando por las paredes y no la culpo. Si yo estuviese en sus zapatos creo que una llamada es lo mínimo que debería recibir. Vos contale, ¿sí? Nunca le ocultes nada de lo que charlamos nosotros. Quiero que las cosas sean tan claras como sea posible, por tu tranquilidad y la de ella.
-Por supuesto, yo siempre le cuento todo a mi mamá.
-Es bueno saber que Melisa hizo tan buen trabajo con vos, era de esperarse. Tu mamá es muy buena gente.
-Lo sé, es mi mamá. -Mia sonrió afirmando algo que los dos sabían y se despidieron para cada uno seguir con sus vidas.
-Ah, me olvidaba, agradeceles a tus amigos por acompañarte hoy. Es lindo saber que tenés gente que se preocupa por tu seguridad. ¡Nos vemos pronto!
Una mano se posó sobre el hombro derecho de Mia y cuando ella se giró pudo notar cómo los ojos casi negros de Nico la observaban con detenimiento. Sintiéndose un manojo de nervios por todo lo que había pasado durante esos cuarenta y cinco minutos de reunión, la pobre chica no pudo hacer nada más que tirarse a los brazos de su amigo buscando refugio y contención.
Nicolás no dudó siquiera un segundo en devolverle el gesto. Llevaba fácil media hora sintiendo la necesidad de rodearla con sus brazos y no dejarla ir, el chico sabía muy bien lo difícil que había sido aquel encuentro para su amiga y hubiese preferido haber estado a su lado pero sabía que era algo que ella debía vivir sola.
-Bueno, Mia, al fin tenés tu respuesta. -La voz de Paloma los trajo de vuelta a la realidad, aunque Nicolás no estaba dispuesto a soltarla; el candado que sus manos habían formado alrededor de su cintura se lo dejó saber.
-Sí, Paloma, ahora tengo una respuesta. -Mia recostó la cabeza en el hombro de su amigo y no pudo evitar dibujar una media sonrisa.
-Qué hacer después de esto, ya es algo que vas a tener que pesar tranquila cuando estés en tu casa. Él tiene razón en que es algo que tenés que hablar con tus papás, no te decidas sola. -Abril sonrió con bondad-. Bueno, chicos, es mejor que nos vayamos. Nico, vos la llevas a su casa, ¿no?
-Sí, yo me encargo, nos vemos mañana.
-Hasta mañana y gracias chicos. -Gratificada Mia les regaló una sonrisa llena de agradecimiento y se despidieron.
Todos en el grupo menos Mia sabían que Nico precisaba estar a solas con su amiga, por eso habían propuesto irse antes. Ya era hora de dejarlos solos por un rato.
Nicolás sentía como si alguien le hubiese dado marcha a una aplanadora con el único objetivo de destrozarle el estómago y la existencia. Decir que la mano le temblaba de los nervios era poco. ¿Cómo podían sus compañeros estar tan tranquilos?
Paloma y Abril hablaban de todo y nada a la vez mientras que Amadeo luchaba con el tomo de historia. ¡Hasta Sebastián que era el más correcto de todos estaba mandando mensajes! ¿Es que no comprendían la magnitud del asunto? Mia estaba por conocer al fin a su padre biológico. Esas situaciones siempre tenían un costo emocional. Además, estaba latente la posibilidad de que el tipo fuera un psicópata, secuestrador o violador. Sobre todo en los últimos años cuando la inseguridad había aumentado con dramatismo.
El pobre chico de ojos café oscuro se sintió impotente y a regañadientes se hizo una nota mental de darle la razón a Sebastián, nada estaba bajo control aunque odiaran aceptarlo. Clavó la mirada en ella por décima vez y bebió un poco de su gaseosa para ver si el nudo en su garganta desaparecía, por supuesto que eso no sucedió.
Un tipo de unos cuarenta años se presentó ante Mia y él no perdió tiempo en analizarlo. Su ropa era pulcra y limpia, se notaba que se había esforzado en verse bien para el encuentro. Los zapatos de trabajo se notaban lustrados y el pantalón de gabardina que vestía presentaba una leve mancha en la parte de atrás que tal vez no había sido percibida por su dueño. Los ojos del tipo tanto como el cabello eran iguales a los de su compañera así que supo con certeza que el padre biológico había aparecido. Ahora tan solo le quedaba escuchar toda la conversación desde donde estaba y esperar para luego poder ir hasta Mia. Nunca en su vida se había sentido tan distante de ella como en ese momento.
Esos habían sido los cuarenta y cinco minutos más largos de su vida, pero para cuando Aníbal Gutiérrez se despidió, Nico ya estaba dando zancadas para acortar distancias entre Mia y él. Ya no lo podía soportarlo más, cada segundo que pasaba separado de ella era como un cuchillo clavándose en su piel. ¿Cómo podía estar sintiendo eso justo en ese instante? ¿Justo por ella?
Le tocó el hombro para hacerle saber que al fin había llegado hasta ella y Mia le respondió el gesto con un abrazo. Eso solo bastó para sumergirlo en una burbuja de oscuridad completa, sus ojos solo se enfocaban en ella, sus oídos solo se enfocaban en los sonidos que ella emitía, su mente había bloqueado todo lo que los rodeaba. Nicolás comprendió que lo que no era ella le importaba tres cominos y medio.
-Nico, creo que es hora de que nos vayamos a casa.
-Ah, sí, perdón. -Volvió a la tierra sintiendo que le habían tirado un baldazo de agua fría encima.
La tomó de la mano en un agarre firme pero desconocido. Nunca había tomado la mano de Mia de esa forma y sintió que la calidez de su cuerpo lo inundaba en olas despiadadas que lo confundían. Quería estar cerca de ella, quería escuchar todo lo que le estaba pasando por dentro pero tenía miedo, ella podría rechazarlo y decirle una vez más que era personal. La primera vez se había sentido un imbécil, un metido; pero si esta vez se lo repetía, sentiría como si una bala se estallara contra su corazón sin piedad.
Ese mismo temor que había bloqueado su boca con un candado invisible le impidió también mirarla a los ojos. Todo el camino que recorrieron hasta su casa fue incómodo él, confuso para ella. No podía comprender qué le pasaba a Nico en ese momento pero todo lo que había sucedido con Aníbal le impedía ahora enfocarse en él. Incluso si lo hubiese querido, no podría haber concentrado su atención en él.
Giraron a la izquierda aún en silencio y frenaron el andar cuando se supieron en el portal de la casa Ponce. Nicolás no quería soltarle la mano, no quería que se acabara ese contacto que en tan solo minutos se le había convertido en algo necesario para sentirse mejor.
-Gracias por traerme a casa, Nico. -Mia susurró de manera casi inaudible y Nico casi preguntó qué le había dicho.
-No fue nada, ¿te sirvió este tiempo en silencio para pensar en lo que pasó con tu papá? Porque tu mamá debe estar esperándote.
-Aníbal, -corrigió la chica regalándole una hermosa sonrisa-, lo que me pasó con Aníbal. Mi papá se llama Federico Ponce, ¿te acordás?
-Cierto, perdón.
-Nunca te disculpes, creo que nunca tuve un amigo tan leal y bueno como vos. Gracias por estar a mi lado hoy.
-Todas las veces que me necesites, ¿me escuchaste? -La agarró de los hombros para remarcar más sus palabras, era esencial que el mensaje le llegase-. Solo tenés que llamarme.
-Gracias, Nico, y perdón. Perdón por no contarte antes, estaba demasiado confundida y las chicas me presionaron para que les contara, te quería decir pero...
-Ya no importa. -Se encogió de hombros fingiendo indiferencia-. Te había dicho que lo hablaras con alguien y lo hiciste, ya está.
-No, no me vengas con un "ya está". Sé que lo más seguro es que te haya lastimado contándole a Paloma y Abril y no a vos. No soy del tipo de personas que se manda cagadas y no pide perdón. Yo confío en vos, quiero contarte las cosas a vos. Lo que pasa es que a veces pierdo el hilo de las cosas, estaba confundida y se me venía encima la hora de conocer a Aníbal. Es más, el mensaje lo recibí después de que te fuiste de acá.
-Está bien, ya no importa. Lo único que quiero que sepas es que me importás y que quiero saber todo lo que te pasa. -La abrazó una vez más sintiendo que se acercaba la hora de dejarla con su familia para hablar de todo lo que le había sucedido esa tarde.
-Gracias por ser mi amigo. -Mia le devolvió el gesto para después separarse un poco. El abrazo firme de Nico no le permitió alejarse mucho de él.
-Creo que no quiero ser tu amigo, Mia. No es el momento, ni estoy seguro de lo que me está pasando con vos, soy consciente de eso. Tengo un torbellino de sentimientos que me marean más de lo que me ayudan a aclarar las ideas, pero siempre que descubro que alguien me gusta me mandan a la caja de "mejor amigo" de la que nunca puedo salir. Te tengo mucho cariño y por eso creo que lo justo es avisarte, si vos también me metés en la caja no voy a dejarme, voy a luchar todo lo que sea necesario para que no me veas solo como un amigo. Ahora, es mejor que entres a tu casa, tu mamá nos está espiando desde la ventana del segundo piso. -Nico le dejó a Mia un beso en la frente y le sonrió para después retomar el camino para su casa. Las cosas se habían dado vuelta por primera vez en su vida. Nunca le había sacudido tanto el piso una chica como para hacerlo luchar por no quedar como solo amigos. Para Nicolás todo eso era nuevo, para Mia incluso más.
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