10.
Nunca había visto a Abril de esa forma y lo podía asegurar porque al ser el invisible de la clase tenía más que tiempo para andar prestándole atención a los demás, en eso se parecía a Mia Cid. Si bien hablaba con el Doctor Herrera, lo único en lo que podía concentrarse era en su hija. Algo andaba mal y la sensación de preocupación no se la podía sacar de encima no importaba cuánto lo intentara. En eso era muy parecido a Amadeo, sonrió sin percibirlo lo que le llamó la atención al doctor.
—¿Sebastián, estás bien?
—Sí, lo que pasa es que me acordé de la nada que se acerca el cumpleaños de mi hermana y no tengo idea de qué regalarle. Vi una foto de Abril de chiquita y se me ocurrió que ella podría darme ideas. Perdón por desconcentrarme.
—No, no te preocupes. Ya te conté lo que te puede servir por ahora para que te vayas decidiendo, aunque te veo bastante firme en ser médico y tenés un conocimiento general bueno. ¿Estudiaste por tu cuenta? —indagó Ignacio Herrera interesado y sorprendido.
—Sí, me gusta mucho leer y uso mi tiempo libre en eso.
—Bueno, si ese es el caso te voy a dar dos o tres libros que te van a ayudar con el examen de ingreso, viste que tenés que estar hiper preparado para esas cosas.
—Sí, yo ya llevo un año estudiando. Estos libros todavía no los leí, muchas gracias.
—De nada. Ahora, el cuarto de Abril está en el segundo piso, segunda puerta a la izquierda. Espero te pueda ayudar con el regalo de tu hermana.
—¡Gracias! —Se despidió sonriendo pero por dentro se sentía un idiota, los dos sabían que la razón por la que él quería ver a Abril nada tenía que ver con su hermana menor.
Para cuando Sebastián golpeó su puerta, Abril ya se había duchado y puesto un poco más cómoda. Ese día tenía pensado leer un poco para pasar la tarde que tenía libre pero no se había decidido por un libro en particular cuando la interrumpieron.
Abrir la puerta y encontrarse con los ojos verdes de Sebastián la dejaron petrificada y nuevamente se vio a sí misma pensando en el celeste desteñido con que percibía a su compañero de curso. Si intentaba algo con ella tendría que, con amabilidad, decirle que no. Ella seguía esperando al chico indicado, al que la alzara en los brazos y llenara sus momentos de magia como le había contado su mamá. Ella quería vivir tantas cosas similares a las experiencias de su progenitora como le fuera posible.
—Hola, perdón que venga a verte. No soy de meterme en los asuntos de los demás, en serio, pero no puedo dejar de pensar en cómo le mentiste a tu papá hoy cuando llegamos.
—¿Venís por eso? —un leve tono de alivio se le escapó entre las palabras y ya no se pudo retractar.
La mirada indagatoria y confundida de su compañero le hizo reír nerviosa, la habían atrapado y no le quedaba más que ser honesta. Para cuando acabó de admitir lo que se le había cruzado por la cabeza los dos terminaron riéndose.
—Sos hermosa, no me malinterpretes, Abril; pero no creo que esté ahora para enamorarme de nadie, ni siquiera de manera platónica. Estoy con los estudios, mis hermanos a los que vivo cuidando, ahora me estoy haciendo poco a poco amigo de Nico y Ama. No me da el tiempo para enamorarme.
—Es un alivio, tampoco me tomes a mal.
—No, ya sé que no soy el tipo de chico que esperás. Debo estar como cuatro escalas por debajo de cómo te imaginás a tu primer novio.
—¿Cómo supiste que yo pensaba algo así?
—En clases a veces me aburro y empiezo a prestarle atención a lo que hacen los otros, nada más. —El chico se encogió de hombros como si lo que decía no era la gran cosa. Abril quedó pasmada por aquella revelación—. Bueno, ¿podés por favor decirme por qué le mentiste a tu papá así?
—¿Para qué querés saber?
—Tengo una pequeña gran obsesión con las cosas que no puedo entender. Jamás le mentiría a mis viejos y tengo que entender por qué vos sí, si no ya veo que no voy a poder dormir.
—Sos un poquito obsesivo entonces.
—Sí, pero todos somos un poco obsesivos con las cosas. Solo que son cosas diferentes. ¿Esta es tu mamá? —La pregunta del chico la sacó de eje pero Abril sonrió dejando entrever en sus facciones el amor que todavía la inundaba al recordarla—. Ahora entiendo a quién saliste tan hermosa, son casi dos gotas de agua.
—¿Casi?
—Sí, tenés algo muy tuyo que tu mamá no tiene.
—¿Y se puede saber qué es?
—Solo si me contás después lo que te estoy pidiendo. —Al ver la respuesta afirmativa de Abril, Sebastián le contestó—. Es la mirada. Tu mamá tiene la mirada fresca, joven, como de alguien a la que nunca le pasó nada malo. Vos, en cambio, tenés la mirada de un adulto. Sufriste mucho y no importa cuánto sonrías, eso se sigue reflejando en tus ojos. No sé, es como que sos más sabia, se me dan mal las palabras.
—No, creo que te entiendo. Mamá no sufrió la muerte de un ser querido hasta tres años después de esa foto, así que entiendo lo que me decís. Bien, querías saber por qué le mentí a mi papá. En pocas palabras: porque puedo.
—¿Cómo?
—Puedo, así como te lo digo. Mi viejo, desde que mamá se murió, es cualquier cosa menos un padre. Vive trabajando, habla conmigo por celular nada más e intenta evitarme tanto como pueda cuando estamos los dos en la casa. Entonces, si él no piensa ser padre yo no tengo por qué ser buena hija.
—Ya veo, te le estás rebelando. No que te aplauda, pero te entiendo. Igual le mentís en cosas sin importancia, ¿no? Las importantes las decís como son...
—¿Las importantes?
—No sé, si un día te roban volviendo del colegio y en la movida el ladrón te pega. ¿Le dirías?
—Supongo que sí, ahora entiendo a qué te referís con "lo importante".
—Genial, entonces me puedo quedar tranquilo. Si no le contaras las cosas importantes me habría preocupado y me habría terminado metiendo en cosas que ya sé no son de mi incumbencia. —Se disculpó sorprendiéndola. Luego procedió a explicarse—. Tengo experiencia con palabras no dichas y consecuencias negativas, creéme. Bueno, ahora me voy.
—Ahora no te vas nada. —Abril cerró la puerta, la que estaba intranquila ahora era ella.
—No tenés que hacer esto, no es que seamos amigos o algo así para que te alarmes por lo que dije.
—Nada nada, somos compañeros desde el jardín; no tendría alma si me decís algo así y no me quedara pensando en qué te pasó. Dale, largá lo que tenés adentro. Pero esperá, acompañame a hacer mates primero.
—Pero me tengo que ir.
—Que no te vas a ningún lado, dale, no seas amargado.
—Bueno, pero no me puedo quedar mucho tiempo.
—Bla bla bla.
El corazón del doctor Ignacio Herrera se contrajo por el dolor que le causaron las palabras de su hija. Sabía que escuchar a escondidas detrás de una puerta entreabierta no estaba bien, pero no pudo evitarlo. Él había notado la cara de Sebastián al escuchar la explicación que Abril había dado por su herida y comprendió que algo andaba mal. Eso lo sorprendió porque a él ninguna alarma de preocupación se le había prendido al escuchar a su hija.
—Mi viejo, desde que mamá se murió, es cualquier cosa menos un padre.
Él tenía bien en claro cómo era la relación con su hija desde que su mujer había fallecido, pero pensó que esconderlo, negarlo y posponerlo lograría sacarle esa dosis de realidad que por las noches lo ahogaba.
No sólo había perdido a su mujer sino que una versión idéntica de la chica de la que se había enamorado había reencarnado en su hija para torturarlo todos los días con el recuerdo de alguien a la que tanto había amado y había perdido. Desde la lógica él comprendía que no había nada en absoluto que él pudiese haber hecho que cambiase el destino de Candelaria, pero en su corazón él estaba lleno de reproches porque podría haberse esforzado más en buscar una cura. Para algo era médico, ¿no?
Quiso golpearse la cabeza contra la pared en la que estaba apoyado, mas supo que eso lo delataría. Las palabras de su nena le estaban hiriendo como no hubiese sido capaz de predecir. Sabía que se merecía cada una de ellas, cada reproche, cada gota de rencor que envenenaba el corazón de Abril, sin embargo era demasiado débil. No podía soportarlo. Sentía que lo que le quedaba adentro, y si es que se le podía llamar corazón aún, se terminaría desintegrando si seguía sufriendo como lo venía haciendo. Llevaba años ahogándose en su propio odio destructivo; el odio que Abril le tenía tendría el poder de terminar de matarlo si las cosas seguían así.
Tenía que hablar con su hija pronto o las cosas terminarían mal en serio. La pregunta estratégica que le había formulado Sebastián sobre las cosas importantes le habían dado un poco de perspectiva. Se había comportado como un crío por demasiado tiempo, era hora de volver a ser el adulto de la casa y que su hija aún no llegara a odiarlo hasta el punto sin retorno le dio esperanzas. Algo que hacía mucho se le había esfumado del alma.
Al escuchar sobre el secreto del chico y la curiosidad de su hija decidió que marcharse era lo mejor. Luego charlaría con Abril a corazón abierto, sin tapujos ni mentiras. Hablaría con honestidad por primera vez con su hija. Ella había demostrado ser madura como su madre, una cualidad que él parecía haber perdido en sus años de juventud.
No comprendía cómo pero todos habían terminado saliendo escapados esa tarde. Paloma y Amadeo a estudiar a la casa de ella, Sebastián se fue junto a Abril y para cuando quiso darse cuenta estaba parada a la salida al lado de Nicolás que tampoco entendía qué estaba pasando.
—¿Soy yo o se están formando las parejas más bizarras que vi en mi vida?
—Ni que lo digas, justo en eso estaba pensando.
—¿Hoy te vas caminando, Mia? A veces te viene a buscar tu hermano, ¿no?
—Sí, pero está a full con la universidad, así que me voy sola. No que sea necesario un guardaespaldas de dos metros como Luciano, ya estoy grandecita.
—Sí, estás grandecita, pero te acompaño hasta tu casa igual. Nada de caras, ya te dije que te acompaño. Vamos, tengo ganas de caminar un rato hoy.
—Pero vivo como diez cuadras más lejos que vos.
—¿Y? ¿No te acabo de decir que tengo ganas de caminar? Dale, además, hoy estábamos hablando de esa cámara que te compró tu papá. Estabas re contenta, seguí contándome.
—Es una Nikon profesional. Nunca en mi vida había tenido algo tan caro en las manos, te juro. Pero mamá y Federico me dijeron que me habían anotado en un curso de fotografía y que necesitaba sí o sí ese tipo de cámara para poder empezar. No tenés idea la alegría que me dio, llevaba meses hablándoles del curso pero nunca se me ocurrió que en verdad me iban a dejar hacerlo.
—¿Por qué no? Si es lo que te gusta.
—Porque no es un taller, es un curso profesional en serio. El tipo que viene a enseñarnos es famoso en toda Europa, imaginate el precio de sus clases. Para mí era un sueño nada más, ahora es realidad.
—Me encanta verte con esa alegría en la cara, es raro que hables de vos misma. Te queda lindo, tendrías que hacerlo más seguido.
—¿En serio?
—Sí, en serio. Bueno, llegamos, te dejo que ya me tengo que ir para casa. ¿Te veo mañana?
—Dale, muchas gracias por acompañarme.
—No es nada, ¡nos vemos!
Mia se quedó un ratito en la puerta de su casa esperando a ver cómo Nicolás daba vuelta a la esquina. Cuando su espalda desapareció y se supo sola, borró la sonrisa de su rostro y observó con tristeza la casa en la que ya llevaba diez años viviendo. Ella sabía a la perfección el porqué de semejantes regalos por parte de su padrastro y se sentía culpable.
Su padre biológico la había contactado unas semanas atrás queriéndola ver y ella se había hundido en un pozo de tristeza desde esa llamada sorpresiva que le movió todo lo que ella por tantos años se había negado a considerar de manera consiente.
Lo poco que Mia sabía de su padre eran tres cosas: uno, que se llamaba Aníbal Gutiérrez; dos, que las había abandonado a su mamá y a ella apenas se enteró del embarazo y tres, que era un adicto a las apuestas que todo el tiempo caía en deudas importantes.
El día que contó en la mesa familiar que Aníbal la había contactado, su hermanastro se enfureció, su padrastro la quedó mirando con sus inmensos ojos cafés sin poder evitar demostrar lo triste que eso le había puesto y su madre rompió en llanto.
—¡Llegué! —gritó mientras abría la puerta de su hogar. No comprendía bien la razón, pero llevaba días sintiéndose incómoda en un lugar que ella siempre había podido llamar hogar.
—¡Estamos en la cocina! —La voz de Federico le indicó hacia dónde tenía que ir.
Sin siquiera molestarse en dejar la mochila en el perchero del recibidor, Mia ingresó curiosa. Era raro que todos estuviesen en el mismo lugar de la casa un día de semana y a esa hora. Al ingresar al recinto todo se volvió incluso más confuso ya que Luciano, en vez de estar estudiando para la universidad como le había prometido, estaba filmándola con su nueva cámara fotográfica.
—¿De qué me perdí? —Cuestionó enfocando su atención en su mamá y Federico.
—La verdad es que lo de hace unas semanas nos amargó un poco toda la sorpresa, peque, pero te tengo un regalo —respondió su padrastro con esa sonrisa característica de él.
Se conocían desde que ella tenía tres años y desde ese entonces Mia siempre supo que las sonrisas que le dedicaba a ella eran ten genuinas como las que le dedicaba a Luciano. Él nunca había hecho distinción entre ellos, la había tratado como su propia hija y por eso le estaba eternamente agradecida.
—¿Qué sorpresa?
—Nos llevó unos cuantos meses de trámites, pero acá está. —Le brindó una caja algo extraña y cuando Mia la abrió no pudo esconder su sorpresa.
—¿Esto es lo que yo creo que es?
—Sí, Mia, ahora somos papá e hija de manera oficial, ya no es más solo de corazón. Me estaba desesperando porque se estaban tardando demasiado e ibas a llegar a la mayoría de edad, pero al final se nos dio. ¿Estás contenta?
La pobre chica, que ya casi no podía respirar por las olas de llanto que le invadían, se tiró a los brazos de su padrastro sin poder expresar de otra forma su gratitud. Melisa, su mamá, siempre supo que por más de que la chica no lo dijera en público, que su papá la rechazara de la manera fría y cruel en que lo hizo le dolía. Hasta en el último ápice de su alma, le dolía. Su mamá, la persona que más la entendía en el mundo, sabía a la perfección el sufrimiento con el que lidiaba Mia cada día al pensar que nadie quería ser su papá. Federico también lo sabía e intentaba amarla a su forma, acompañarla y contenerla como un padre verdadero lo haría, mas ese papel era lo que se necesitaba para hacer feliz, en verdad feliz a su hija.
Lo sorprendente de todo era que el de la idea había sido Fede y no de Melisa. Él quiso demostrarle a Mia lo mucho que la quería y cuán en serio iba cada vez que la llamaba hija.
—Ahora te puedo decir hija y que no sea algo solo entre nosotros. —Las lágrimas también comenzaron a rodar por sus mejillas.
Melisa y Luciano se sonrieron cómplices para luego unirse a la vez al abrazo familiar que pedía a gritos se dieran. El momento fue perfecto como ellos esperaban y Mia no pudo evitar demostrar su sorpresa al saber que todos en la casa sabían sobre el trámite de adopción menos ella.
—¿En serio todos sabían?
—Sí, fue difícil guardarte un secreto, pero valió la pena, ¿no, papá? —Luciano tenía una sonrisa de oreja a oreja que parecía permanente.
—Nunca mejor dicho, Lu. Igual, Mia, esto no quiere decir que si tu papá te vuelve a contactar no lo puedas ver. Hablamos con tu mamá y sabemos que Aníbal es problemático, pero es tu papá también. Así que esa es tu decisión y como familia que somos te vamos a apoyar.
—¡Muchas gracias! —Volvió a abrazarlos a todos sintiendo que era el día más feliz de su vida—. Soy feliz y es gracias a todos ustedes, gracias.
—Increíble que nos conozcamos desde hace tanto y sea la primera vez que nos sentamos a tomar mates. Me siento el peor ser humano del mundo —confesó Abril con una mezcla fuerte de honestidad y culpabilidad.
—Sí, es verdad. Bueno, yo siempre estuve muy al pendiente de mi familia y vos sos popular. Digamos que nuestros círculos no se cruzaban mucho que digamos.
—Bueno, no, pero ¿quién decide quién es popular y quién no? ¿No te parece algo estúpido? No sé cómo decirlo pero que nos podamos sentar ahora tranquilos a charlar me hace ver lo tarada que fui todo este tiempo. Debería haberte tratado más.
—Yo tampoco me esforcé mucho, ser el invisible era fácil.
—Supongo que los dos tenemos algo de culpa entonces. —Una tímida sonrisa se dibujó en los labios de la chica y su mirada transparente se entrecruzó con la de él, ambos se sentían abochornados.
—Y sí.
—Aclarado ya que los dos somos unos imbéciles, ¿me vas a contar? Ahora sabes cosas que casi nadie sabe de mí, es justo que me pagues con la misma moneda, ¿no?
—Sería lo justo, tenés razón. —Sebas se acomodó sobre la cama de Abril en donde se habían asentado, por supuesto que la puerta había quedado arrimada a pedido del doctor—. Ok, empiezo. Hace unos cuantos años, cuando mis viejos estaban recién en sus primeros años de casados, se decidieron por cuidar de mi tío. Yo tenía unos tres o cuatro años. El tema es que mi tío era adicto a las drogas, adicto en serio. Lo habían llevado a rehabilitación y estaba comenzando a volver en sí mismo. Mi papá, como buen hermano mayor, quería cuidarlo y contenerlo; se dice que para mucha gente no volver es sumamente jodido.
»El tema es que estuvieron así por dos años. Cuando yo tenía cinco, mi tío no pudo más por la depresión y la ansiedad que le causaba no consumir drogas. Se suicidó en la casa. Mamá estaba embarazada de Lautaro en esa época y los afectó muchísimo. Papá se culpa hasta el día de hoy por no haber visto las señales.
—Pero eso no fue culpa de ninguno de ustedes.
—Por supuesto que no, pero la razón y el corazón no van de la mano en casos como estos. Es como tu papá, me la juego a que hasta el día de hoy piensa que podría haber hecho más por tu mamá, incluso si no quedaba nada por hacer.
—¿Vos decís que él se siente así?
—Si le tenía tanto amor a tu mamá como mi viejo a su hermano, estoy seguro. Mi tío se despidió de cada uno de nosotros a su manera. A mi mamá le agradeció que siempre le cocinara papas fritas como él le pedía, a papá lo abrazó y conmigo jugó esa tarde antes de matarse.
—Una vez leí por ahí que se despiden. —La chica recordó en voz alta más para ella que para su compañero de clases ese dato que se había escondido en los confines de su mente.
—Sí, yo también, es algo de lo que leí mucho. Sobre todo porque quiero estar atento a todo lo que pasa a mi alrededor. Antes no pude preverlo porque era demasiado chico, esta vez eso no me va a pasar.
—Claro. Entonces, de la manera en que vos lo pensás, si te haces médico vas a poder salvar gente como antes no pudiste porque eras chico. ¿No?
—Sí, así lo veo yo. Pero no te noté muy convencida. —Sebastián esperó curioso a que Abril dijera lo que en verdad estaba pensando.
—Puede que tu próxima respuesta me ayude a convencerme: ¿te gusta la medicina? Porque mirá que yo veo a mi viejo volver todos los días a casa. En sus días buenos, en sus días malos. Creéme que un día malo puede bastar para borrar los buenos de tres años de trabajo arduo.
—Yo sé que la medicina es jodida, Abril.
—Sí, pero todavía no me contestaste si te gustaba. No te pregunto si crees ser capaz, el estómago uno es capaz de forjarlo, lo que te pregunto es si te gusta. Podés ser el mejor médico del mundo pero morir por dentro cada día por no haber estudiado lo que en verdad te apasionaba.
—Pero yo quiero ayudar a la gente. —La respuesta de Sebastián dejaba ver que su cerebro había dado inicio a un análisis serio de lo que su compañera de curso le estaba diciendo.
—Si no amás la medicina, los días malos te pueden hacer incluso peor. Por eso te digo. Además hay muchas más formas de ayudar a la gente. El médico cura el cuerpo, salva lo físico en general. Podrías ayudar al alma, podrías ayudar a sanar lo emocional para evitar lo físico, ¿no?
—La verdad es que me confundiste, nunca lo había visto así.
—Confundirse es bueno, quiere decir que lo que te decidas a hacer va a ser una decisión tomada a conciencia. Los ideales son buenos, pero cuando están empapados de realidad. —La chica le sonrió haciéndole saber que las dudas eran positivas, no algo que lo tenían que hacer flanquear.
—¿Y vos qué querés hacer cuando terminemos la secundaria?
—No sé, todavía no quiero pensar en eso. ¿Sabías?
—¿Por qué no?
—Porque la vida se te puede escapar de las manos en un segundo, da igual lo que planeaste. Mi papá planeó hacerle un trasplante de médula a mamá y salvarla. Para cuando conseguimos un dador ya era demasiado tarde, la enfermedad estaba demasiado avanzada como para que fuese un éxito. ¿Entendés lo que digo?
—Puedo pasarme de la raya con lo que voy a decir ahora, desde ya me disculpo si te ofendo, pero ¿no será que tenés miedo de tener planes a futuro porque no poder cumplirlos te rompería el corazón?
—No sé si te entiendo, Sebastián.
—A ver: tu papá tenía grandes planes, de los más grandes que viste. Sin embargo, algo falló y no los pudo lograr. ¿No será que en tu cabeza sacaste la regla de una excepción? Puede ser que sin querer, te hicieras más grande pensando que los planes llevan a un corazón roto, cuando en verdad hay tantas posibilidades de que eso pase como no. Tal vez, solo tal vez, no querés arriesgarte para ver si tu suposición es cierta.
El silencio que cayó sobre esos dos adolescentes tan peculiares en aquella casa vacía de amor dejó a Sebastián con el corazón en la boca. Abril había fijado la vista en la nada misma sin pronunciar palabra alguna y su mirada estaba vacía. Tenía miedo de haberla lastimado y que ella no reaccionara en lo más mínimo le hacía sentir incluso peor.
—¿Abril?
—Perdón, se me puso la mente en blanco. Puede ser que tengas razón, Sebastián, como puede que no. Arriesgarme y ver cuál de las dos opciones es correcta suena doloroso. ¿No te parece? No quiero andar sufriendo de forma gratuita si puedo evitarlo.
—Pero vas a sufrir igual, cuando llegues a grande sin objetivos ni sueños y veas que los mejores años se te perdieron en temores.
—No es tan fácil.
—Vivir no es fácil, lo de mi tío me lo dejó claro hace mucho tiempo. El tema es que sufrir es una seña de que estás vivo y muchas veces es necesario que suframos para poder ser en verdad felices. Yo dudo que tu mamá hubiese querido verte así.
—No conociste a mi mamá, no podés saber qué quería para mí.
—Pero era mamá y en eso muchas comparten cosas en común. A menudo quieren que no suframos como ellas y que logremos cosas que no pudieron hacer en su momento. Y si eso no te convence, entonces pensá en esto: ¿a tu mamá le gustaría verte como estás ahora?
La incomodidad y el silencio parecían luchar por entrar primero en la habitación. Abril había optado por el voto de silencio otra vez, aunque en esta ocasión bajó la vista hacia sus manos y quedó observándolas por bastante rato.
Sebastián dudaba entre quedarse y dejarle espacio a la chica para que pudiera analizar sus palabras. Estaba pecando de entrometido mas esperaba que su compañera comprendiera que era porque en verdad estaba preocupado por la situación en que la veía.
Se enderezó dubitativo y viendo como el cabello color miel le tapaba el rostro, se arriesgó a favor de sus instintos. Parándose en frente de ella, se agachó hasta quedar a su altura y tocó con suavidad la rodilla izquierda de su compañera para que ésta le mirase a los ojos.
Para cuando los ojos marrones de ella se chocaron con los verdes de él, lagrimas empapaban las delicadas mejillas de Abril. Una leve sonrisa de lado en los labios de Sebastián asomó con timidez pero honestidad. La chica, sin siquiera darse cuenta de sus acciones, se tiró a los brazos de quien había abierto tantas heridas sin proponérselo.
La sorpresa le pegó fuerte a Sebastián, tanto como el cuerpo de Abril al lanzarse en su dirección. Sin tener al menos un segundo para reaccionar, terminó en el piso con Abril encima. El cuerpo de la chica era liviano en comparación del peso que tenían sus lágrimas sobre la conciencia sucia del pobre chico. Él comprendía a la perfección que había tocado nervios sensibles en ella sin siquiera tener el derecho para hacerlo.
La abrazó con tanta fuerza como ella lo abrazaba a él y se enderezó un poco, logrando apoyar su espalda contra la pared de atrás. De esa forma podía acomodarla entre sus piernas y contenerla como Dios mandaba. Sí, era verdad que la había hecho llorar al hacerle pensar en cosas que no quería, pero también era verdad que no pensaba dejarla sola.
—¿Sabes lo que me decía mi tío de chico cuando lloraba con tanta fuerza como vos? Me decía que llorar era de valientes. Ser capaz de comprender que los que nos pasa por dentro nos duele y sacarlo a fuerza de lágrimas, para él, conllevaba mucha fuerza de espíritu, mucha valentía.
—Pues yo me siento como una cobarde.
—Creo que llorar es fantástico, solo hay que tener cuidado de no ahogarnos en nuestro propio llanto.
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