08.
—Abril, ¿te puedo acompañar a tu casa hoy?
Las palabras de Sebastián la dejaron perpleja y por un segundo quedó estancada mirando los ojos celestes de su interlocutor. ¿A qué se debía ese impulso del chico a hablarle al final de las clases sin preámbulos? Lo que era común en él era hablarle solo cuando estaban en grupos y por cuestiones de estudio. Era demasiado tímido como para charlar con ella porque sí; era más, Abril estaba segura que en una vida pasada Sebastián había sido ninja porque era increíble su capacidad de pasar desapercibido. ¿Podría ser que el chico se hubiese enamorado y ella tuviera que rechazarlo con amabilidad? No era nada personal, pero en la mente de Abril su príncipe azul venía varias tonalidades menos de desteñido que Sebastián.
—Em, bueno. —La duda se filtró por sus palabras y se maldijo por no haberla ocultado mejor.
—No es nada raro, no te preocupes. Tu papá me está esperando.
—¿Mi papá? ¿Estás seguro? Mirá que vive de guardia en guardia.
—Lo contacté ayer desde la escuela, me está esperando. Pero gracias por preocuparte.
—¿Quedo demasiado entrometida si te pregunto a qué vas a hablarle a mi papá?
—Es por su carrera, estoy muy interesado en estudiar medicina el año que viene y preciso hablar con un profesional antes de mandarme a una carrera tan larga y difícil, viste que medicina no es para cualquiera.
—Mmm ya veo. O sea que querés que mi viejo te haga de mentor.
—Sí, algo así. Que me cuente lo que en verdad es la carrera, muchos me dijeron que cuando entrás en la universidad te dicen lo que debería ser y no lo que es. Entonces te recibís, vas a la vida real y te querés pegar un tiro.
—Sí, entiendo. Bueno, vamos, pero no te decepciones si ves que no está o algo así. Mi viejo casi no vive en la casa.
—Ok, no hay problema.
Abril quedó pensando todo el trayecto del instituto hasta el edificio en el que vivía. Cavilaba sobre todas las veces que su papá la había decepcionado y las razones. Tenía en cuenta, además, las posibilidades de que decepcionar a los demás ya se le hubiese hecho adictivo.
A pesar de sus dudas, analizándolo con objetividad su padre era una eminencia en su hospital. Cien por ciento dedicado a la profesión desde que su mujer falleciera tres años atrás. Poder hacer de mentor de una mente joven como la de Sebastián le llenaría el orgullo de una sensación vacía de "deber cumplido", pero le llenaría el orgullo nada más. El alma estaba demasiado hueca como para compensarla.
No importaba cuántas vidas salvase o a cuánta gente ayudase, no había podido curar a la única persona que definía su existencia. En su corazón, él había fallado en la prueba de vida más grande. Pero Abril sabía que no era así, su mamá había sufrido Leucemia y su fallecimiento era natural. No era que su padre no había hecho las cosas bien, no había nada que hacer que era diferente.
Y no era que por no culparlo por la muerte de su mamá, ella no le culpaba de nada y creía que su padre era el mejor ser humano del mundo. Abril simplemente no lo culpaba de eso. De los pasos y decisiones que tomó después de la muerte de su esposa, oh, de eso sí que lo acusaba.
La chica cerró su mano en un puño intentando que Sebastián no se diese cuenta del odio inmenso que le había nacido en el corazón justo allí, en esos instantes. Lo último que deseaba era que el chico se diese cuenta que desde hacía tres años la hija del doctor no hacía nada más que odiar a su progenitor. Lo hacía a su forma, en secreto, a oscuras y a escondidas. Su padre podría presentirlo aunque nunca lo diría, ella tampoco lo confesaría.
Una punzada de dolor le hizo saber que sin planearlo había clavado las uñas en la carne con demasiado ahínco. Intentó que su rostro no reflejara lo que estaba pasando pero Sebastián era demasiado perceptivo, en cuestión de segundos tenía la mano de ella entre las suyas y la analizaba para comprender qué había pasado.
—Estamos a dos cuadras, ¿podés aguantar? Ahí te limpiamos y te ponemos una gasa, te va a doler un poco pero creo que te la vas a poder aguantar. Tenés pinta de ser de esas personas que aguantan y aguantan y aguantan hasta estallar, ¿me equivoco? No sé por qué de repente te enojaste tanto como para lastimarte así, pero decime que fue sin querer y no me voy a preocupar tanto.
—Fue sin querer, creéme que no me gusta el dolor.
—Mejor así, y si necesitás hablar con alguien: encontralo y hacelo rápido. Que te guardes todo adentro te va a terminar envenenando.
Las palabras de Sebastián la dejaron helada, él sabía perfectamente de lo que estaba hablando. El color de su voz se había oscurecido al pronunciar aquellas últimas palabras y por un microsegundo sus ojos cambiaron por completo. ¿Qué secretos guardaba Sebastián? Y ¿cómo era posible que ella no hubiese percatado con más rapidez la inocencia perdida de ese chico? Se ve que, a pesar de todos los pronósticos, ellos en verdad tenían algo en común. Ahora solo quedaba descubrir qué era.
—Buenas tardes, Doctor Herrera. Abril se lastimó la mano sin querer. ¿Puede atenderla a ella antes que a mí?
—Me encantaría que hagas los honores, en esta casa el botiquín siempre está a mano, esperá que te lo traigo. —La sonrisa en el rostro de su padre logró que a Abril se le revolviese el estómago.
Llevaba tres años sin que ese tipo de sonrisa se dirigiese hacia ella. Siempre a los demás, hacia el trabajo, hacia sus pacientes, nunca para ella. Abril de cierto modo entendía el por qué, pero había tomado una decisión respecto a ese asunto y no volvería atrás: por nada del mundo.
Cerca de dar de lleno en su adolescencia, ella encontró en el sótano de la casa fotos de la infancia de sus papás. Fotografías de su madre sonriendo, llena de vida y salud, no enferma y débil como ella la recordaba. Se la veía fuerte, hermosa, angelical.
En una de las tantas imágenes que encontró, pudo apreciar que en el reverso se leía una leyenda con letra de hombre: Ignacio y Candelaria, primer año de noviazgo. Al principio solo lo registró como un bello recuerdo, pero luego de estar varios minutos concentrada en el rostro de su madre, Abril fue poco a poco notando similitudes.
La forma de la nariz, las cejas, los pómulos pronunciados. Su mamá fue una adolescente hermosa y la genética le brindaría el mismo destino, pero había algunas cosas que no encajaban. Como el cabello largo y lacio de su madre, parecía una cascada color miel, casi dorada que le caía sobre el hombro hasta tocar la cintura. Abril no lo tenía tan largo y su tono era un poco más oscuro, pero era solucionable. Ese mismo día, se prometió a si misma olvidar por completo los últimos meses con su madre; dejar de tener tan presente y a carne viva el dolor, el sufrimiento y la desolación de sus últimos días, de sus últimos respiros. Desde allí en adelante, trataría de lucir como ella, de ser el ángel que una vez Candelaria fue. La honraría y la recordaría a diario viéndose en el espejo, ilustrando sobre ella misma los mejores años de su madre.
Fue en esa época en particular que el doctor Herrera dejó de pasar tanto tiempo con ella y de verle a la cara. Abril tenía en mente que solo había una razón evidente: le recordaba demasiado a su difunta mujer y el corazón estaba demasiado herido aún. Lo que la chica nunca se imaginó fue que tres años después ese mismo corazón le hubiese desterrado de su vida casi en su totalidad por el rechazo a su apariencia. Eso dolía tanto que la soledad se había convertido en su mejor amiga y la arropaba a la noche para dormir cubierta de lágrimas.
—Lo estás haciendo muy bien, Sebastián. —La voz de su padre la trajo de vuelta a la actualidad—. ¿No te parece, Abril? Me viste haciéndolo diez mil veces de chica, sabés de lo que hablo.
—Sí, lo estás haciendo muy bien, Sebastián. Se nota que tenés un toque especial para estas cosas.
—Ahora, ¿se puede saber cómo te lastimaste, hija? Es rarísimo que seas así de descuidada.
—Tengo las uñas demasiado largas, Paloma me estaba enseñando como cierra el puño ella en su clase de Wing Chun y me lastimé sin querer. Estaba demasiado interesante lo que me estaba contando. —La chica engañó a su padre con dominio absoluto de la mentira que estaba queriendo vender.
—¿Wing Chun?
—Sí, es un arte marcial. El que aprendió Bruce Lee antes de que creara su Jeet Kune Do. Paloma vio Ip Man uno, dos y tres y se volvió fan; no paró hasta encontrar algún shifu que le enseñase.
—Mirá que interesante y no es raro de Paloma, a ella le fascinan esas cosas raras, ¿no?
—Ah, es la reina de las cosas raras. —Abril dibujó una sonrisa en sus labios con maestría; el resultado era tan bueno que solo un experto podría llegar a entender lo hueca e insulsa que en verdad era.
—Bueno, Sebastián, ahora que Abril está bien vení, vamos a mi estudio así charlamos de medicina. ¿No te molesta, hija, verdad?
—Para nada, tengo unas cosas que hacer en la compu así que me voy a mi cuarto. Te veo mañana, Sebas.
—¿Soy la única que piensa que ver a Sebastián acompañando a Abril a su casa es raro? —indagó Paloma mirando con seriedad a Amadeo, en su cabeza la chica pensaba que él tenía una respuesta para ese enigma.
—Si querés saber qué pasa, mandale whatapp a Abril y preguntale. ¿No es más fácil?
—¿Para qué voy a gastar energía en eso si vos sabes? Mirá que tenemos todo el camino hasta mi casa para obligarte a decirme. —Cuando Paloma se decidía, nada ni nadie podría pararla, eso bien lo sabía Amadeo.
—Hablando de eso, ¿es necesario que empecemos ya las clases de apoyo?
—Sí, es necesario. Tenemos que estudiar dos cosas importantes: a) el contenido de las materias, b) tu forma de leer y escribir. De nada va a servir que te sepas de pies a cabeza los contenidos de las materias si no podés expresarte en un escrito.
—Lo haces sonar lógico, pero me sigo sintiendo incómodo. ¿No podemos ir a una biblioteca o algo? ¿Tenemos que ir sí o sí a tu casa?
—Que mis viejos te vean ahí es la idea. Que crean que vamos en serio así se les ponen los pelos de punta. —Paloma estaba tan feliz con lo que se venía que no podía ocultar cómo de los poros emanaba alegría. Estaba de tan buen humor que Amadeo quería pegarle a algo para sacarse un poco la frustración de encima.
—Podrías al menos borrarte de la cara la sonrisa de oreja a oreja que tenés. Yo me muero antes que preocupar a mi tío.
—Son relaciones completamente distintas.
—No tenés idea de cómo me llevo con mi tío.
—No, pero siempre que hablás de él se me viene a la cabeza alguien genial. Lo tenés muy alto, es tu modelo a seguir. Si es así, creéme que no se parece en NADA a mis viejos. ¿Podemos ir ahora?
—Bueno pero no me pienso quedar a comer, ahí pongo el límite.
—No hay problema, respeto ese límite... por ahora.
—Ojo, Paloma. —Le advirtió aunque supo que su compañera de clases le había hecho oídos sordos.
—Tadeo, Paloma se encerró con Amadeo en su cuarto. Dijeron que iban a estudiar.
—¡A no! Eso sí que no, ¿"estudiar" le dicen ahora?
—Acordate que el chico tiene dislexia, pobre. Debe querer ayudarlo en serio, Paloma es defensora de débiles, pobres y menores. Tal vez es por eso justo que Amado accedió a ser el noviecito de mentira.
—De mentirita o no, encerrados en la pieza solos no los quiero.
—Tranquilo, gordo, les voy a llevar la merienda dentro de poco. Ahí los chequeo.
El dormitorio de Paloma era inmenso. Lo primero que le llamó la atención fue la cama de la chica, no desde lo hormonal sino desde la simpleza que él manejaba. El lecho en el que Paloma descansaba durante las noches parecía estar incrustado a la parte superior de un mueble de como metro y medio de altura. Tenía unas puertas por debajo que delataban su función y una mini escalera a la derecha, hecha del mismo mueble que servía como ayuda para poder acostarse. Era tan raro que no podía prestarle atención a nada más, ni al inmenso escritorio que se encontraba en el lado opuesto de la recámara, ni a las estrellas doradas que decoraban el techo. La chica tenía baño propio y hasta un vestidor, pero eso no le interesó en lo más mínimo.
—Todo el mundo se queda mirando la cama cuando vienen por primera vez. ¿Sabés cuando la mandé a hacer? Cuando me quedé sin espacio en la biblioteca para los libros que iba leyendo. No quería llenar todas las paredes de estantes y estantes; iba a quedar feo así que diseñé el mueble y lo mandé los bosquejos a un carpintero. —La chica abrió sin vergüenza alguna las tres puertas y dejó ver su contenido. No mentía, estaba lleno de libros.
—¿Te leíste todo eso?
—Sí, me gusta leer. —Se encogió de hombros como si con su despreocupación le restara importancia al asunto.
—Por algo sos el mejor promedio, si yo intentara leer uno solo de estos libros me volvería loco.
—Pero no sos vos el problema, ya te lo dije. Vos debes ser tan inteligente como yo, simplemente la tenés más jodida. De estar en tu lugar, yo tampoco querría agarrar ni un libro.
—¿Vos decís?
—Estoy segura, ahora dejá la mochila en la cama y empecemos.
Esas palabras alcanzaron y sobraron para que él se pusiese por demás nervioso. Analizándolo durante unos segundos, comprendió que la única vez que se había sentido así fue la noche que siguió al beso de Paloma.
Si bien el cuarto de ella era gigante en comparación al suyo, él se sentía acorralado. Las manos le sudaban, los dedos parecían haber perdido control sobre sí mismos y hasta se habían convertido en víctimas de unos horribles temblores.
—Amadeo, ¿estás bien? Te tiemblan las manos. —Consultó ella clavando sus increíbles ojos verdes en él. Ahora estaban frente a frente, uno sentado de cada lado del escritorio inmaculado.
Era el único mueble de tamaño normal allí y al sentarse cómodos sus rodillas se rozaron. De seguir el corazón al ritmo que iba tomando, sufriría de taquicardias en cualquier momento.
—E-estoy bien, no pasa nada.
—No sos muy creíble, sea lo que sea es mejor que me lo digas. Si no estás concentrado no sirve de nada que estudiemos.
—Bueno, sí, estoy nervioso. —Admitió el chico fastidiado cruzándose de brazos—. No puedo entender cómo vos no lo estás.
—¿Y por qué tendría que estar nerviosa? Los libros no muerden. —Paloma enarcó una ceja y el corazón de Amadeo volvió a dar un vuelco. ¿Qué le estaba pasando?
—No te estoy hablando de eso.
Enojado, sin saber a ciencia cierta si con él mismo o con ella, la tomó de la muñeca y la acercó a él. La distancia que separaba sus rostros era mínima y no pudo evitar respirar su perfume. El mismo de la vez anterior. ¿Cómo podía ser que un simple olor se le plantara en el pecho y le oprimiera el corazón de esa forma? No tenía sentido, no lo tenía.
—De eso estás hablando —concluyó la chica comprendiendo de una vez por todas por lo que él estaba pasando—. Hablame, ¿qué te está pasando?
—No puedo dejar de pensar en lo de la otra noche, mirá que lo intenté. No entiendo nada de lo que siento así que no te puedo decir bien.
—No te preocupes, es entendible, fue tu primer beso. Para colmo no te lo veías venir.
—¿Me estás diciendo que es normal? ¿A vos te pasa lo mismo?
—No fue mi primer beso, y no, en ese momento no lo viví como vos. Mi primer beso fue raro. Pasó porque pasó y el chico después se fue a hacerse el campeón con los amigos. —Paloma acomodó un mechón detrás de su oreja y bajó la mirada, sintiendo que la intensidad de los ojos café de él la estaban poniendo incómoda segundo a segundo que se quedaban en esa posición.
—Un pelotudo total, pero quitando eso y si no te pasa lo mismo, ¿por qué no me mirás a los ojos? —La acercó un poco más a él por la muñeca y ella pudo sentir que el gesto fue muchísimo más suave que la vez anterior, lo que quería decir que ya no había tanta frustración en sus movimientos. La voz de Amadeo era baja e hipnótica, causándole escalofríos. ¿Desde cuándo él podía hacerla sentir así?
—Mirá, Amadeo...
Quiso contestarle mas su mamá entró sin golpear con una bandeja entre las manos, les había preparado la merienda. Las mejillas de Paloma se incendiaron y los de él no quedaron atrás, en cuestión de segundos estaban compitiendo por quién se sentía más avergonzado.
—¡Mamá! ¡Golpeá la puerta antes de entrar!
—No, muchas gracias, señora Aragón, me tengo que ir. Nos vemos en el colegio, Paloma. —Amadeo parecía alma perseguida por el diablo, saltando de la silla y casi corriendo para buscar su mochila. Debido a los nervios del momento, ninguna de las tres personas dentro del dormitorio se dio cuenta que el chico se había olvidado el celular sobre el escritorio.
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