03.
Abril ya se esperaba un mensaje así, conocía a Paloma desde que tenía memoria. Después del resultado flojo de Historia su amiga iba a esperar una respuesta de sus padres. Seguro y no les había importado, por eso se venía como una fiera a su casa a hacer catarsis.
La chica de ojos miel y cabellos del mismo color se hizo un rodete alto y apagó el agua que ya estaba a punto de hervir. Aprontó la yerba y el azúcar y buscó en la alacena alta unas galletitas con las que acompañar aquel trago amargo que se le venía. Por un lado, comprendía la frustración de su mejor amiga: sus papás no le daban siquiera la hora del día. Nadie como ella para entenderlo porque ese último tiempo su progenitor trabajaba como adicto para no verle la cara.
Por el otro, Paloma al menos tenía a sus papás. Desde que su mamá se había muerto, a Abril le había picado ese bicho de disconformidad que hace nido en el corazón para no marcharse rápido. Ella sabía a la perfección cómo se sentía la ausencia de uno de sus papás y odiaba que Paloma soltara frases como "a veces quisiera ser huérfana" con tanta facilidad. Su amiga no comprendía en lo más mínimo de lo que estaba hablando.
El teléfono de Abril sonó una vez más para dejarle saber que ahora tenía una llamada entrante. La pantalla que ahora brillaba decía papá. Dudó unos segundos en contestar pero al final lo hizo, no sin antes suspirar de por medio.
-Papá.
-Hola, Abby. Escuchame, hubo un problema con el otro hospital de la ciudad, la zona de allá se quedó sin luz. Están trayendo a todos los pacientes de urgencia para acá. Esta noche me toca el turno nocturno porque falta staff. ¿Vas a estar bien sola? ¿Tenés comida y plata?
-No te preocupes, está todo bien. Paloma está por llegar porque se peleó con los papás así que seguro y se queda a dormir para hacerme compañía. Voy a estar bien.
-Pobre chica, se lleva tan mal con los padres. Me da lástima, ¿sabés?
-Sí, a mí también-contestó sin dejarle saber que estaba siendo irónica-. Debe ser horrible que tus papás nunca te presten atención o pasen tiempo con vos. ¿Podés creer que acaba de decirme que preferiría ser huérfana? Pobre, ella no tiene ni idea de lo que significa esa palabra.
-Entendela, Abril, ella habla desde lo que conoce; está equivocada eso es seguro, pero no debe saberlo.
-Sí, debe ser eso. No creo que lo diga con maldad, pero soy la peor persona a la que se lo puede decir. Bueno, sonó el timbre, nos vemos. Cuidate esta noche.
-Vos también.
Miércoles a la tarde, al fin había llegado. Amadeo llevaba años sin entusiasmarte de esa forma y no podía comprender por qué no podía bajar los decibeles. Su tío se reía en silencio mientras el adolescente caminaba de un lado a otro buscando qué ponerse. La alegría se respiraba en el aire de aquella siesta tan veraniega aún y hasta el café que los acompañaba parecía feliz.
Lucas estaba contento de poder ver a Amadeo así. Él era más que consciente de las apariencias y de cómo engañaban. Con su pelo castaño oscuro algo corto pero despeinado y sus ojos marrones serios, Lucas sabía que Ama intimidaba sin siquiera saberlo. Tenía el rostro serio de manera constante, pocas veces sonreía y nunca a carcajadas. Era más un gesto leve, como si su boca se revelara en contra de su cerebro y quisiese sonreír igual.
Con tan solo dieciocho años tenía un alma vieja aprisionada en el cuerpo de un joven. Nadie podía juzgarlo por eso. ¿Cómo diez años se habían pasado tan rápido? Lucas recordaba como grabado a fuego en la memoria la primera noche en que tuvo a Amadeo en su casa.
Por ese entonces, era un viernes oscuro y tormentoso. Once de la noche él acababa de terminar de cenar y se disponía a aprontarse para salir a bailar cuando su teléfono sonó. Era raro que su hermano mayor lo llamara, eran tan distintos que vivían discutiendo y que lo llamase de la nada le hizo ruido. La punzada de dolor que le dio al escuchar una voz desconocida del otro lado fue premonición de que algo malo había pasado.
En menos de lo que duraba un suspiro, él ya estaba en su auto manejando al hospital más cercano; parecía alma perseguida por el diablo y no era para menos. Cuando llegó Amadeo se le prendió al cuello con sus manos chiquitas y sus ojos llenos de lágrimas. Tenía tan solo ocho años y temblaba como una hoja por el miedo.
-Hubo un accidente de tráfico, un conductor despistado frenó a último momento pero derrapó perdiendo el control. No sabemos cómo pero él está intacto, ya lo revisamos. Sus papás sin embargo... están en terapia intensiva, apunto de ser operados. Lamentamos darle las malas noticias pero debe estar preparado para lo peor.
El medico era nuevo, se notaba a la legua. La falta de experiencia se dejaba ver por su mirada triste y el cansancio traducido en ojeras le dejó saber a Lucas que además llevaba demasiadas horas trabajando. Asintió en silencio y abrazando a su sobrino con fuerza se sentó en la sala de espera para poder estar atento a la evolución de su hermano y su cuñada.
A las cinco de la madrugada del siguiente día, volvió el médico y con la mirada le dijo todo lo que necesitaba saber. Quería llorar, gritar, golpear cosas debido a la impotencia y el dolor que lo atacaban sin piedad, pero no podía. Amadeo dormido en sus brazos se lo impedía. Lloró en silencio por media hora abrazado al niño en aquella fría sala de espera y cuando terminaron el papeleo del hospital se marchó a su vacío departamento.
Ahora era el guardián de Amadeo. Él, que no sabía absolutamente nada de chicos y que había visto a su sobrino contadas veces. ¿Qué más se hacía además de alimentarlo y vestirlo? ¿Cómo iba a educarlo él? ¿Cómo iba a cuidarlo cuando ni siquiera se sabía cuidar a sí mismo?
Casi entrando en pánico, manejó por la madrugada de aquella desolada ciudad tratando de postergar tanto como se pudiese la llegada al departamento. Estaba jodido, los dos lo estaban. Pobre chico, le tocaría ser cuidado por un completo inexperto.
Clara, Lorena y Lautaro estaban insoportables ese día. ¿Por qué tenían que esperar hasta el único día que él tenía visitas para empezar a comportarse así? Sebastián corría por todos los rincones de la casa persiguiendo a los tres demonios disfrazados de hermanos que tenía. Una de cinco años, la otra de nueve y el mayorcito de doce. Solos eran chicos muy tranquilos y dóciles mas al juntarse potenciaban lo peor de ellos.
-Lautaro te juro que si rompés el jarrón de mamá te voy a dar tantas patadas en el culo como pedazos queden en el piso.
-Daaaaale, ¿qué te haces el malo? Si no lastimás a una mosca. -El preadolescente jugó la carta rebelde pero ese día Sebas no estaba para jueguitos.
Tomándolo por el pelo que se encontraba pegado a la nuca lo amenazó sin tironear aún, eso alcanzó y sobró para que Lautaro se calmara aunque su mirada furiosa prometía venganza. El chico no podía entender cómo su hermano mayor, el que siempre le permitía hacer lo que se le daba la gana, le acababa de dar un parate.
-Hoy tengo visitas, nunca nadie me viene a saludar. Vos tenés a tus amigos acá a cada rato, un poco más y viven con nosotros. No seas maldito y comportate por una sola vez. Si no lo haces, se cortó lo bueno. Ya no te cubro más, no te llevo las cosas cuando te las olvidás y soñá con que te vaya a comprar los materiales de la escuela a última hora.
-BUENO, SEBASTIÁN-gritó molesto su hermano menor.
Sebastián en ese estado era molesto, pensó Lautaro incomodado porque le estuviesen diciendo qué hacer. Seba NUNCA le decía qué tenía que hacer. ¿Quién mierda eran esos Amadeo y Nicolás y por qué eran tan importantes? Molesto, todo se tornaba molesto gracias a esos estúpidos.
-Clari, Lore, ¿ustedes prometen portarse bien?
-¿Nos comprás helado mañana?
-Sí.
-Entonces prometemos portarnos bien.
-Esas son mis hermanitas.
-¿Podés creer lo que me dijeron? Que tenía que mejorar para la próxima por mi propio bien. Con cara de nada, ¿me entendés?. No estaban enojados, ni decepcionados, NADA. Jugar al póker con ellos debe ser jodido, ¿me entendés?, si hasta en la vida real tienen esa cara.
-A ver, Palo, calmate. Respirá hondo porque enojarte así no te sirve de nada, te hace mal y ahí queda. Vos le dijiste que te habías sacado un aplazado y ellos te dijeron que estudiaras más. ¿Eso es tan malo? Podrían no haberte dicho nada.
-¡Pero es que yo no puedo seguir viviendo así, Abril! ¡Nadie me da bola en esa casa, nadie!
-Calmate, que así no puedo hablar con vos, amiga. Sabes que te quiero pero yo no tengo la culpa y me empezaste a gritar a mí.
-Perdón, Abby, perdón.
Abril le pasó otro mate mientras borraba de su cara la molestia que le causaban las palabras de su amiga. Paloma siempre era así de exagerada. Cuando algo no salía como ella quería, sus berrinches llegaban. Era muy buena persona, súper leal, pero con varios defectos como todo el mundo.
-Ahora, ¿vos alguna vez les dijiste a tus viejos cómo te sentís? Detesto ser la que te tiene que decir cosas que no te gustan, pero por algo soy tu mejor amiga. Ellos no van a cambiar si no creen que lo que están haciendo está mal.
-No puedo decirles, Abby, van a creer que soy débil. -Paloma escupió la última palabra con asco y rencor-. Una vez le dije a mi papá que las tormentas hasta el día de hoy me aterraban, ¿sabés qué me contestó? Que el miedo lo siente la gente débil y que su hija no podía ser así, que más me valía madurar pronto. Y mamá me dijo que no parecía hija de ellos, tan miedosa. Hasta me preguntó de dónde lo había sacado. ¿Querés decirme qué tarado te pregunta de dónde sacaste el miedo? Casi le contesto, te juro: de todas las noches de tormenta que me dejaron sola encerrada en mi cuarto para que ellos pudieran "dormir bien porque lo precisaban".
-Y... tus viejos son particulares.
-Che, a todo esto, ¿otra vez sola? Tu viejo se la pasa trabajando últimamente.
-Sí, ya es normal. Este último año empezó a trabajar como un condenado.
-¿Querés que me quede con vos así no te sentís sola? Tampoco tengo ganas de irme a casa.
-Obvio, ya le avisé a papá que te quedabas. -Se rio Abril contenta aunque con un nudo en la garganta, pues no sabía si hablar del asunto o no, al dudar prefirió callarse. Al menos por esa vez.
-Permiso -dijeron al unísono Nico y Amadeo entrando a la casa de Sebas, éste les esperaba con una sonrisa inmensa dibujada de lado a lado.
-Pasen, pasen, tengo mates y galletitas en mi cuarto, vengan por acá.
-¡A la mierda que lees libros! -exclamó Nicolás al entrar al dormitorio de Sebastián-. ¿Te leíste todo esto?
-Algunos me faltan, pero deben ser unos siete más o menos. Los otro sí, me los leí.
-A mí nunca me llamaron mucho la atención los libros. -Confesó Amadeo tomando uno al azar para husmear de qué trataba.
-Todo va en gustos y géneros, es cuestión de encontrar algo que te guste. Si querés te ayudo a elegir y si no, te llevas el que más quieras.
-Eh, gracias, pero no sé...
-Dale, no hay nada más lindo que leer por gusto.
-Es que no puedo. -Al escuchar esa frase, tanto Nicolás como Sebastián le comenzaron a prestar atención al cien por ciento, incluso habían dejado las galletitas en paz para ver qué estaba pasando. La expresión de Amadeo se había entristecido y eso no era bueno.
-¿Cómo que no podés?
-No soy inteligente, no soy capaz de leer un libro entero.
-Pará, Amadeo, que lo de inteligente es relativo. ¿Vos sabes que hay siete inteligencias distintas? Vos sos bueno en dos, mínimo. Está comprobado, en serio. Yo creo que tu inteligencia más fuerte es la corporal, sos excelente en el deporte. Pero eso no quiere decir que no puedas leer un libro.
-Tengo dislexia.
-¿A tu edad? -indagó Sebastián interesado, Amadeo estaba aterrado por lo que les estaba contando pero ni Nicolás ni Sebastián parecían estar riéndose de él.
-Sí, la tengo desde chico pero por mucho tiempo pensé que era idiota nada más, que no me daba. El año pasado me animé a contarle a mi tío y resulta que tengo dislexia. Me están ayudando. Me enseñan a estudiar y durante los exámenes tengo permitido preguntar qué dicen las preguntas para que no me robe tanto tiempo eso.
-Ahora entiendo por qué no querés leer un libro, te debe costar horrores. ¿Y si alguien te lee? ¿O cómo hacés para estudiar?
-Estudio mucho solo, lo intento; cuando noto que me estoy quedando sin tiempo mi tío me lee y me ayuda tomándome.
-¿Y si grabamos audios leyendo en voz alta los capítulos? Así leemos algo los tres y vamos al mismo tiempo. -Aventuró Nicolás entusiasmado-. Soy malísimo leyendo en voz alta pero me viene re bien esto así practico, ¿qué decís, Amadeo?
-No sé, chicos, no los quiero joder.
-¡A mí la idea me encantó! -Sebastián se sumó en dos segundos, se lo notaba tan entusiasmado como Nicolás-. Nunca había leído en grupo y la verdad es que está muy bueno, podemos ir diciendo qué nos parece y qué pensamos que va a pasar. ¿Y si empezamos con un policial primero? Tengo un libro de Agatha Christie que todavía no empecé.
-Bueno, si ustedes dos quieren entonces yo también. -El duro y serio rostro de Amadeo se ablandó un poco gracias a la sonrisa que se había dibujado en su boca.
-¡Buenísimo! Traelo, Seba, mientras yo voy creando el grupo de whatsapp para que dejemos ahí los audios y podamos charlar de la historia.
-A todo esto, Amadeo, ¿cómo te fue en el examen? - Sebastián quedó curioso mirándolo mientras le pasaba el libro a Nicolás.
-Zafé con un seis, empecé bien el año.
-¡Esa!
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