III
Había probado sólo un pedazo de pan del primero que hizo en su aprendizaje en la panadería, todo por no bajarle voltaje a la emoción que demostraron don Pedro y doña Gloria por su primera creación. Pero francamente, no era capaz de comer un pan entero, o una arepa, por miedo a algunos recuerdos que todavía no se atrevía a enfrentar. Más o menos para julio había dejado de llorar sobre su almohada cada noche, con esa suprema religiosidad; para ser exactos el 17 de ese mes se reprimió, cansado, reprendiendo su debilidad por esa mujer... Aunque todavía le quedaban litros lágrimas y sin ninguna clase orgullo tenía pensado derramarlas por la tierra. Lo que hizo fue retirar la almohada de su cabeza y abrazarla, así como deseaba abrazar a Santinna al caer el sol. Entonces se esforzó por pensar en algo diferente, un nuevo proyecto cada noche.
—La cuestión no era olvidarla, era dejar de anhelarla —razonó. Estaba sentado en el suelo de la sala, planeando que quería comer y hacer ese día.
No la había olvidado, mucho menos traicionado su amor, simplemente había empezado a guardar sus emociones, sin olvidar que hay días que simplemente hay de dejarlas salir, como un volcán necesita erupcionar. Y sí, había noches que lloraba sin control, como cualquier ser humano herido en el corazón. Quizás amar era sólo para valientes, como decían, porque amar era atreverse a sufrir sin tirar la toalla. Se había expuesto a llorar un poco.
—De todas maneras, he vivido el antes y después de ella. Puedo vivir sin pan o ¿Me equivoco, Gia?
La gatita solo estaba interesada en las caricias que recibía mientras estaba en su regazo, sin embargo maulló para que su humano supiera que ella no era una tonta y que lo estaba escuchando.
Era momento de hacer algo diferente, cada día era propicio para eso, no había restricción, cuanto más innovadora la cosa mejor era la existencia.
—Gia, cuando vi esa película, al inicio dije: ¡Qué bonito vivir un amor así! —confesó a la gatita negra. Era un secreto bien guardado, nadie sabía que había pensado esa noche en la sala de cine—. Él es un colombiano emprendedor y ella una extranjera que bien podía impulsar su corazón a trabajar para mejorar la humanidad, ambos serían la mejor compañía. De seguro ella también tiene ideas geniales.
Se levantó del suelo y desconectó el computador portátil, lo tenía cargando sobre la encimera.
—Ya vas a ver de qué película te hablo, esta noche irás a cine por primera vez. Sé que los teatros están cerrados por la pandemia, pero tu papá hará que los sueños se hagan realidad.
Subió a buscar una caja que hace unos días le llegó por correo. Había comprado un proyector, en promoción, era el momento de estrenarlo. Luego bajó, corriendo, por las escaleras, con la caja en las manos, la dejó en la encimera y se dirigió a la cocina, lavó sus manos y puso en marcha su delicioso plan. Allí busco una olla, un sartén, mantequilla, panela y maíz. Puso a hacer palomitas de maíz en la olla y melado de panela rallada en la sartén. Mientras tanto, alistó dos recipientes plásticos. Uno lo llevó de palomitas de maíz, a esas les puso sal, el segundo lo llenó igual, la diferencia fue que le agrego el melado de panela reposado; la receta de la abuela para consentirlo en las tardes cuando sus padres no estaban.
El siguiente paso era del tipo técnico. Unos niños que jugaban en casa, vieron como el sujeto extraño, el vecino más nuevo. Colgaba del balcón un telón blanco, y después sobre el auto puso un proyector, lo cubrió con una caja pintada con pintura roja, y la adhirió con cinta al techo del automóvil rojo. Luego metió la laptop al auto, también a Gia la sentó en el asiento de copiloto, encendió el aire acondicionado, cerró las puertas, encendió el proyector, dirigió y enfocó la imagen, sonrió y corrió a la casa.
—Bienvenidos al auto Cinema del Quijote —avisó, con gran emoción. Traía en sus manos los dos recipientes con palomitas de maíz, de sal y de dulce. No podía sentirse más satisfecho.
Encendió la radio del auto y la conectó por Bluetooth, para escuchar la película. Pulso play y por primera vez la tecnología le había funcionado más que correctamente.
—Esa historia, a medida que avanza mi vida, me doy cuenta que es muy similar a mi historia de amor —comentó mientras comía sus palomitas. Hablaba con Gia, su única compañía—. Asumo que, como marcha todo, el final será el mismo que el de la película. Un final triste, no tan triste. Pero algo es algo y peor es nada.
Tras quince minutos, las palomitas de maíz dulces ya no existían. En esos quince minutos, ya había cuatro niños enganchados a la producción, estaban sentados, en el césped, a los lados del auto, dónde podían oír el sonido de película. Sumándose al extraño sujeto y a los cuatro niños, enganchados a la producción y sentados en el césped, estaban dos pares de adultos que empezaban a disfrutar del cine mudo desde la comodidad del balcón de sus respectivas casas. Y dentro de esos quince, en alguno de esos minutos, cuya exactitud todos ignoramos, un adulto más estaba inquieto por curiosidad. Ese adulto, tomó guantes y tapabocas y se atrevió a salir de su villa, dónde se había confinado para trabajar sus negocios por internet.
—Disculpe —alguien tocó la ventana del conductor del Renault rojo. El sujeto lo analizó y bajó la ventana.
El sonido de la película se hizo más audible para los espectadores externos (los colados), quienes con alegría y agradecimiento aplaudieron. Por aquella acción, el sujeto extraño no tuvo que escuchar lo que el hombre de guantes y tapabocas tenía por decirle, sino que abrió todas las ventanas del auto y la puerta del maletero.
—Justo era lo que venía a decirle —aclaró el señor—. Está muy interesante la película. No veía una película colombiana buena en años, todo era narcotráfico y prostitución. ¡Mire! Mi hijo está quieto mirando, es difícil entretenerlo estos días.
El sujeto sonrió, y el señor se retiró para seguir disfrutando de la proyección.
Como era de esperarse, al final de la película, los entusiasmados vecinos aplaudieron con júbilo (Se habían unido más espectadores, algunos sentados en el andén del frente. Los niños estaban muy felices por haber experimentado algo completamente nuevo, mientras algunos de los más añejos sintieron nostalgia al recordar cómo era el cine en su juventud. Además, la historia de amor les llegó al corazón, a todos, y de una manera especial al sujeto extraño, el vecino más nuevo.
Después de desarmar su propio autocinema, el sujeto cerró la puerta, las ventanas, acomodó la gatita en su camita (estaba dentro de la caja de cartón que tenía, pintada en au exterior, La noche estrellada de Vincent Van Gogh), mientras hacía todos estos preparativos, rutinarios, antes de dormir, cantaba el tema principal del largometraje.
—Yo no sé vivir sin tí, porque tú eres el fin de mi estrella fugaz —cantó, lleno de sentimiento. Silbó una parte de la canción y volvió a cantar—, y me llevarás un tí; como el aire sutil que habrás de respirar.
Se aseguró de que las ventanas estaban cerradas, para evitar que Gia saliera y se perdiera; apagó las luces y salió rumbo a su habitación.
—Y si pasan los años, y si pasa la vida. Quiero que nunca olvides... Quiero que nunca olvides que tu sombra es la mía —cantó, dulcemente, como un susurro.
Un largo suspiro se escuchó en la oscuridad. Llegó a su habitación, encendió una pequeña lámpara, tomó una libreta y un lápiz, y se acostó sobre su cama (una colcha del B.S.C), para escribir.
«Negrita consentida.
Quizás ya no recuerdes cuando te canté esa canción, la de la película colombiana que vi en cine (La última película que vi en cine, cuando todavía podíamos ir a cine, y el Coronavirus no era noticia mundial) Dije un día que esa canción solo la cantaría a la persona que iba a ser mi esposa, mi compañera para siempre. Lo recuerdo como horas, como si sólo unas pocas horas fueron suficientes para que la vida me hiciera entender que tú eres esa persona especial. Ni siquiera pude esperar a verte y, mientras tú estabas ocupada embargando, te grabé dos notas de voz cantandote la canción. Cuando se trata de sentimientos, no siempre digo lo que hay en mi corazón (me enseñaron a ocultar a toda costa mi sensibilidad, como si no fuera humano), pero sé que no hay momento más sincero que cuando canto. No te hablé del final de la película porque éramos muy felices, no quería entristecer tu corazón con una trágica historia. Esa noche, en el cine, desee ver una película contigo, en el futuro. Ya nos conocíamos, pero todavía no te amaba, sin embargo, ya empezaba a añorar tu compañía y por eso ya no me pareció tan ridículo el amor. Allí escogí esa canción para el amor de mi vida, con la ligera sospecha que eras tú. Lo confirmo, pasa el tiempo y sé que eres tú. Estes conmigo o decidas seguir alejándote de mí, siempre serás el amor de mi vida.»
Tenía los ojos cristalizados, pero sin ánimo de llorar. Solo necesitaba expresar lo que ella no quería oír. Nada mejor que una carta que nunca sería entregada. Porque aunque no le gustaban las cosas que nunca se decían, a ella le gustaba huir e ignorar. Él debía aceptar lo que ella deseaba, ella era la correcta y él, el equivocado. Además era su 'aniversario', tenía el solo deseo de disfrutar. Desbloqueó su teléfono, el reloj marcó las once y once, abrió el reproductor y buscó una grabación, la reprodujo y se acomodó para dormir. Por tanto, en la habitación se reproducían, con todo el volumen, los ronquidos de Santinna (grabados por él, como prueba de que ella roncaba, para sus graciosas discusiones fingidas), el sujeto cerró los ojos y, en la falsa compañía de su amada, pudo dormir en paz.
Gia seguía durmiendo en la mañana, el sujeto extraño, que era su dueño, también dormía. Se veía su expresión relajada, el cabello despeinado, este ya había crecido, bajaba por su frente y tocaba levemente sus párpados. Los ronquidos, que le hacían falta a su alma, se paseaban por la casa. Había logrado engañarse una vez más, abrazaba su almohada con cariño y nada le hacía sospechar que le mujer que más amaba no estaba a su lado, ya no compartían los mismos sueños. Pero mientras uno duerme profundamente nunca hay dolor. Y entonces, el sonido del timbre, alguien llamado en la puerta interrumpió todo.
Un, dos, tres...
El sujeto sabía que si alguien insistía tenía algo importante que dar, un mensaje, un paquete, una disculpa, un te amo, un abrazo; algo que valía la persistencia de una persona promedio. En una época donde el internet descarga miles de datos en poco tiempo, donde se puede ver una serie de televisión completa en un solo día, y el "amor" se compra a un click, la paciencia viene a ser algo obsoleto ¿Por qué esperar a que alguien abra la puerta si no es nada importante? Incluso se puede enviar un mensaje instantáneo y recibir respuesta sin alcanzar a bloquear la pantalla. Si se veía que alguien mostraba paciencia y persistencia era un momento único en la vida, y si se vivía, de seguro se trataba de algo que marcaría de por vida. Así que, no tuvo más opción que levantarse, agarrar una mascarilla desechable y bajar a abrir. Así, con los párpados pegados y la suprema sensibilidad a la luz.
—Buen día —saludó con voz ronca, sin reconocer a su vecino— ¿Qué se le ofrece?
El hombre tenía el cabello cano, a pesar de la mascarilla en su cara, se notabala barba gris y por un instante le recordó a un amigo libanés que conoció en las playas de Barranquilla.
—Buen día, soy su vecino, me llamo Johnny. Ayer le hablé, vi la película ¿Me recuerda? —se presentó, demasiado eufórico.
El más joven previó que tenía razón, se trataba de algo muy importante y emocionante.
—Lo recuerdo —admitió, dejando sentir su amabilidad en el tono de voz empleado y su mirada—. Me parece que algo extraordinario está a punto de suceder
—Es muy acertada su apreciación, y me gustaría hacerle solo una pregunta.
—Le permito una, y las siguientes son cortesía de la casa porque sospecho que después de mi respuesta más preguntas llegarán a su cabeza con el paso del reloj.
El señor rió. La forma de hablar del sujeto le reiteró que trataba con un joven muy inteligente.
—De nuevo tiene toda la razón. Aquí va la pregunta: ¿Qué piensa de un autocinema en Guayaquil?
—Pienso que sería una solución que, como traída en máquina de tiempo desde el pasado, terminará siendo innovadora en el presente y una luz para el futuro.
—¡Entonces hagamos juntos un autocinema!
El sujeto no se esperaba tal propuesta; con vergüenza a rechazarla y todo, sabía que tenía que ser modesto y admitir las cosas que no podía hacer.
—Valoro su invitación, de verdad lo haría pero, de momento, tengo mi inversión en una empresa que fabrica tapabocas y otra de domicilios, en Colombia; aunque ya vinieron ideas a mi cabeza con lo que usted me propone, no tengo aporte económico para empezar.
—No, no. Yo solo necesito que me de un sí y otro sí. El dinero, los permisos y el lugar están en mis manos. Se nota que usted no sabe quién soy, de igual manera no se quién es usted, pero su ingenio me ha dejado con ganas de que trabajemos y nos muestre hasta dónde puede llevarnos.
—Se ve tan bueno que parece mentira —bromeó, con un porcentaje de verdad, muy escondido en su interior—. Pero las oportunidades en la vida llegan como los autobuses llenos, se que la puedo dejar pasar para esperar una más, pero mientras tanto el tiempo sigue avanzando... ¡Me parece! Quiero saber de qué se trata y conocer quién es usted.
—Le daría un apretón de manos, y con esa idea super bacana que me dió, hasta un abrazo, pero no se puede. Sin embargo, sepa que me entusiasma saber qué va a pasar. Dejaré que despierte bien y me pongo en contacto con usted en la tarde.
El sujeto despachó al animado vecino, cerró la puerta y se quitó la mascarilla, dejando ver una sonrisa alegre. Por ese momento, la gatita negra se mezcló entre sus piernas.
—¿Qué te parece Gia?, terminaré involucrado con el regreso de los autocinema, nada más y nada menos que en la bonita Guayaquil.
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