Los aviones parecen tormentas en el cielo.
El sol se alza como un juez del infierno,
su luz viaja en pequeños rayos como dulces manos
apuntando hacia el suelo.
El aire te abraza con ternura
y el sol te mira una vez más.
El suelo se cubre de flores.
El pasto crece abriéndose paso entre las calles.
Los edificios se tuercen en espiral
y un hoyo profundo surge en el fango.
Tus pies apuntan hacia abajo.
Tu cabeza apunta hacia arriba.
Si dios existiera enviaría una tormenta
y todos nadaríamos,
pero dios no existe,
y el mañana no existe,
y los aviones no son tormentas.
Y todo lo que conoces:
el viento, los edificios y los árboles,
quedan suspendidos sobre tu cabeza.
En unos años los autos harán desaparecer del pavimento tu sombra
y nadie recordará aquella tarde,
pero el sol seguirá en su sitio,
y cada mañana la luz viajará suavemente hasta la avenida,
y por unos minutos,
hasta que el amanecer se acabe,
millones de sombras brillarán en el pavimento.