Capítulo 8: La espada de Velurem
Bellua había tomado Vakanil de una vez por todas. Mujeres y niños por igual, se habían unido a la larga lucha contra las sombras, consiguiendo varias pérdidas lamentables. Rankley sentía el odio corroerlo, se llenaba de las más pura ira, pero sabía que ello no era suficiente. Entonces, sin querer hacerlo, envió a los suyos a túneles creados hacía mucho tiempo atrás. Estaban bajo la tierra, esperando no ser usados nunca. Rankley caminaba por el lugar con heridas y laceraciones que no pretendía curar, eran la prueba de su batalla, las llevaría consigo. Además, también era una manera de rendir honor a los hombres caídos.
El camino los llevó a un espacio amplio donde un pequeño pozo de agua se concentraba. Volteó la vista observando a varios de sus hombres, detrás de ellos, las mujeres más imponentes que él podía admirar y más allá: los niños del futuro Vakanil.
—Rogran —llamó. El hombre tenía la cabeza rapada con dos tatuajes impresos en su cráneo y una barba de pocos días. Fuerte como el propio Rankley, era su segundo al mando—, llévalos a las profundidades. Mantenlos lejos de las superficies, la tierra ya no nos pertenece. —El hombre endureció el rostro sopesando la petición de su líder. Sabía que nada quedaba en la superficie y que, después de aquella larga lucha, nada quedaría en ella. No obstante, no comprendía a Rankley, tenía la sensación de que desertaría de aquella milenaria batalla y, si fuera así, no lo permitiría.
—Rank —murmuró en tono conciliador. Colocó su mando sobre el hombro del sujeto apretándolo suavemente. Rankley lo contempló, comprendía las dudas de su amigo, aunque estaban demás para él.
—No te preocupes. —Rogran sintió el alivio correr por su cuerpo.
— ¿Qué pretendes hacer?
—Esta agua es salada, Iraldí ha debido crear una pequeña cueva donde refugiarse. Iré por ella —Rogran ladeó la cabeza confundido—. Debo reunirme con ellos, Rogran —suspiró—. Si no lo hago, Bellua se hará de nuestro mundo y solo nos quedará perecer. Además —observó el hombro con un particular brillo en sus ojos—, mi hijo está en Caelum.
—Lleva algunos hombres contigo, no pretendas ir a Caelum solo —se sonrió—, esos “airecitos” necesitan un poco de fuerza. —Rankley rio ante las palabras del hombre. Le hizo señas para que se retirase. Luego de un abrazo fraterno y un saludo amistoso, Rogran caminó lejos de lo que Rankley creía, era la cueva donde Iraldí se encontraba.
Con un combinado de quince hombres, Rankley dio pasos para adentrarse en el agua. La evaporación creada luego de ver sus tobillos cubiertos por el agua hizo retroceder a varios de sus hombres. Rankley fijó la vista en los fores intentando calmarlos.
—Nuestra temperatura está muy elevada, procuren reducirla, de esa forma no evaporaremos el agua por completo. Recuerden que Iraldí necesita de ella.
Prosiguió su camino dando varios pasos más, una vez que su cadera estuvo dentro del cristalino pozo, la evaporación cesó. Los fores se sintieron más confiados luego de ello, así que los pasos se hicieron más rápidos aunque manteniendo cuidado.
Rankley, siguiendo su instinto, se adentró en aquel lugar. Era justo lo que pensaba, una cueva formada por la mujer. Varias columnas de piedra mantenían un techo bajo, aunque no tanto como para tener que flexionarse. El camino se abría paso a una segunda habitación más amplia que la anterior. Las mismas columnas se mantenían dispuestas en sitios estratégicos, mientras, el agua empezaba a ascender cada vez más. Pronto había llegado a su pecho.
El camino se volvía a abrir a otra habitación, sin embargo tenía una leve diferencia. Animales marítimos flotaban sobre el agua con los ojos cerrados y rastros de sangre que teñía el agua. Bellua había sido capaz de llegar a tales profundidades. Rankley empezaba a dudar del estado de Iraldí, aún más de la decisión que había tomado. Sabía que Rogran no dejaría su pueblo morir, pero ello no le daba seguridad alguna. Decidió seguir el camino a pesar de ello.
Una vez pasada las tres habitaciones, se encontró con una donde el agua empezaba a descender. Varios peldaños se disponían en el centro donde cuatro columnas se alzaban y, en el centro de aquello, Iraldí yacía con las manos atadas a plantas marítimas y el rostro con vista al suelo. Rankley acortó la distancia hasta verse cerca de ella. Tomó a la mujer en brazos cortando las plantas entre que sus hombres se disponían alrededor de él y otros revisaban el lugar sin encontrar rastros de adnaratiums o de la misma Bellua.
La mujer tenía un símbolo considerable que emergía de su brazo derecho y avanzaba hasta su rostro terminando cerca de su ojo. Yacía inconsciente en los brazos de Rankley quien buscaba con desespero los signos vitales de la mujer. Cuando atisbó un latido leve se relajó.
—Iraldí —la llamó. Sin embargo ella estaba en un sueño profundo que le impedía tener recuperarse. Había pasado largos días de esa forma.
El fores la recostó y giró observando a sus hombres. Quizás luego de notar la presencia de aquellos animales muertos, debiera pensar que no hay rastros de aneres en ese lugar. Sin embargo sentía el deber de buscar en las entradas que se divisaban a partir de esa habitación. Dividió a sus hombres y les asigno una entrada, en total, eran tres. Luego de ello, fijó la mirada en la mujer a la que le pareció ver un leve movimiento de sus manos. Rankley caminó hacia ella observándola. Iraldí tenía unos bonitos bucles con las puntas rosadas y el resto de su cabellera rubia opaca. Siempre vestía con largos y vaporosos vestidos, pero esa vez la veía con un traje ceñido al cuerpo similar al que todos sus guerreros usan.
—Rank… —susurró.
—¿Puedes moverte? —preguntó el hombre, pero ella no respondió. Al contrario repitió su nombre varias veces cabeceando sin parar.
Cuando el grupo de hombres regresó con los rostros serios y sin nada más que ellos mismos, tomó una decisión. Debía ir a Caelum a como diera lugar sin dejar a la mujer encerrada en esa cueva que parecía empezar a hundirse. Quizás para la dama de las aguas ello no presentara un problema, pero sin saber el alcance de Bellua, Rankley prefería no confiarse.
—Señor —El fores observó al hombre detrás de él. Sabía de la capacidad de sus hombres y no dudaba de ellos, todo lo contrario. Empezaba a esbozar una idea que quizás fuese una completa locura, pues estaba seguro de que sus hombres no lo dejarían.
—Bien, escúchenme, ahora —lanzó—. Debo llegar a Caelum a como dé lugar. Bellua debe estar por sobre nuestras cabezas regodeándose de su hazaña así que será un poco difícil hacerle frente.
—Señor, ¿cómo nos enfrentaremos a ella? —Rankley sonrió.
—Haré un agujero —esbozó señalando el techo—, en este viaje debo ir solo. —notó como los hombres desaprobaban aquello. Suspiró y fijó la mirada en ellos—. No hay manera de que ustedes vengan conmigo, regresen con el resto. Protejan a nuestras mujeres. Si Bellua fue capaz de asesinar a los animales de Iraldí, no dudo que esté cerca. Si es así, busquen las maneras de ir a un lugar seguro. Rogran los llevará a ese lugar.
— ¡Rankley, no te dejaremos ir solo!
—No aceptaré una insubordinación. Háganlo. —exclamó tajante.
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El sonido estridente del metal desquebrajado y ciento de pedazos de concreto chocar, hacían que Kad se cubriera los oídos. Los guerreros de Oris habían tomado Las ruinas y ayudado a los soldados de Velurem a impedir el paso de Bellua. No dudaban de que aquella niebla estuviera rodeándolos en ese instante y que, sin querer decirlo, Naím y el resto de los guerreros estuvieran teniendo una gran pelea con miles de muertos. Kad no quería pensar en ello, pero no podía evitarlo. Estaba en medio de una lucha milenaria en el que aparentemente, y con algo de suerte, empezaban a tener ventaja. No podía luchar como Jas o Dreon, pero se mantenía cerca. Montada en uno de los danures que tanto Jas admiraba, rodeaba el lugar con el ágil vuelo del animal. Sentía la inmensa necesidad de ayudar a como diera lugar, por lo que, de vez en cuando, hacía de conejillo de indias ante los adnaratiums, mientras el guerrero de piedra aplastaba a la bestia.
Gritaba de emoción, pero el temor no la abandonaba.
Dreon notaba el vuelo de la joven, no olvidaba que debía proteger aquella chica así como al pequeño fores, quien había salido de detrás de las puertas de naira en su ayuda. Al principio Dreon fue tajante lanzándolo lejos de la zona de peligro, no obstante el chico resultó ser bastante terco como para hacer caso de las órdenes del vaennsy. Así pues, haciendo uso de sus habilidades como fores, ayudaba a los soldados y a Dreon.
El fugaz vuelo del danure se vio impedido cuando las neblinas lo alcanzaron. Kad caía de bruces al suelo creándose moretones que empezaban a doler, trató de levantarse luego de la feroz caída buscando al animal por todos lados sin dar muestra de ello. El sonido desorbitante de un alma en conflicto resonó en el lugar, sacando a Kad de su búsqueda incesante. Se irguió sobre sus pies notando como aquel animal que hasta hace poco le brindaba su compañía era engullido por Bellua en tan corto tiempo.
Lágrimas tanto de dolor como de ira emergían de las cuencas de Kad, ¿acaso nunca terminarían con ellos?, ¿es posible que jamás ganen la partida en aquella batalla? No deseaba rendirse sin antes hacer algo, no quería dejar de lado el mundo que, tan sutil como lo veía, podía perecer.
Los guerreros de Oris, absolutos en su fuerza y capacidad, hicieron retroceder el paso de los adnaratiums y, detrás de ellos, los soldados de Velurem, hacían emerger ráfagas de aire que mantenían las sombras lejos. Dreon había dado todo de sí al igual que los soldados, pero creía que aun debía dar más para liberar a las ruinas de la ostentosa Bellua. Se acercó a Kad, quien veía con la respiración acelerada y las lágrimas secas, a los guerreros frente a ella.
—Has que hagan un circulo a nuestro alrededor —clamó Dreon tomando el brazo de Kad. La chica lo observaba con la extrañeza que aquellas palabras le otorgaban.
— ¿Qué?
—Hazlo —murmuró conciliador—. Tengo una idea —fijó la mirada en los guerreros intentando averiguar por si misma lo que Dreon planeaba, aun así, sin chistar hizo lo que le pidió y pronto los guerreros se encontraron rodeándolos. Kad pasó de ver cómo tomaban sus posiciones a notar que a su lado cada soldado se disponía, con las manos al viento.
Jas, quien había estado disputando peleas al lado de uno de los soldados tornó su camino hacia Kad y viendo a Dreon.
—Nada cuesta intentar —lanzó Vanet encogiéndose de hombros. Kad miró al hombre delante de ella. No había pensado en ello, una gran burbuja capaz de retroceder el paso de Bellua y los adnaratiums.
De forma paralela el aire se atrinchero emergiendo desde los pies de los hombres y las figuras, comenzó a subir poco a poco mientras que, tanto soldados como guerreros, hacían brotar toda su fuerza con tal de conseguirlo.
—Mantente cerca —exclamó Dreon al pequeño fores quien yacía vestido de una cubierta negra de partículas.
—No me des órdenes —lanzó el chiquillo.
La cúpula creada por los vaennsys había recibidos tantos ataques como la fuerza necesaria para que no pudiera romperse. Kad sentía el alivio sobrevenir cuando, finalmente, se había sellado hasta por encima de sus cabezas e impedido el avance de Bellua. Desde allí, la gran cúpula, impenetrable, se había extendido haciendo que las sombras lo rodeasen sin siquiera poder tocar a quienes yacían en su interior. Un grito de júbilo alcanzó los oídos de Kad cuando notó a varios vaennsys salir de sus escondites. El sentimiento de verse a salvo —mientras la cúpula aguantara— la envolvía al mismo tiempo en que lo hacía la alegría en las personas.
Vanet veía aquel pequeño paso con una sonrisa en sus labios que pronto se esfumó. Por los momentos las ruinas estaban protegidas, pero sabía que la situación en la ciudad no era igual. Aquel lugar debía estar siendo bombardeado por cuanto adnaratium apareciera en el lugar, Naím aunque un buen líder no debía estar muy bien. Con ello en mente tomó la decisión de ir a la ciudad. Giró a ver a la chica de ojos azules y cabellos ya no tan castaños, pues empezaban a tornarse tan blanquecinos como los de una vaennsy. Kad, inconsciente, volteó encontrándose con la mirada de aquel gasin que había estado a su lado, más de lo que pudiera imaginar. Se encontró de lleno con una mirada decidida y un leve movimiento de cabeza que la hizo saber de los planes del hombre.
—Quiero ir contigo —exclamó acercándose a él. Decidida, con las manos hechas puño y el ceño fruncido, se plantó frente a él. Dreon solo la contempló, frente a él ya no estaba una chica dispuesta dejar todo atrás, no había miedos, mucho menos cobardía. Sentía que aquella joven empezaba a crecer en tan poco tiempo.
—No es tan fácil, Kad —murmuró afligido—. Allá hay una verdadera batalla.
— ¿Acaso lo que pasó aquí no fue eso? —preguntó el fores. Vanet negó sonreído.
—Sí, pero tuvimos un poco de ayuda —aclaró. No era necesario voltear para saber a qué se refería, pues entendían que, con la ayuda de los guerreros, lograron hacer que el enfrentamiento fuera más fácil. — Les enviaré un mensaje una vez llegue a Caelum, no se preocupen.
Sin más que decir, Dreon atravesó la cúpula entrando en la neblina que era Bellua. Kad dejó de verlo al poco tiempo. Sintió su corazón latir rápidamente y el miedo hacerla flanquear, había pasado de estar decidida a morir de miedo nuevamente. Jas, lo había notado, la codeó haciendo que lo mirase.
—Seguro están bien —murmuró. La chica sonrió y asintió. Quería pensar en que fuera así, sin embargo ver morir tantas personas a su alrededor no le otorgaba seguridad.
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El vuelo de un gran animal surcaba el cielo oscuro y sombrío del que Bellua se había apoderado. De grandes alas cartilaginosas, piel dura como la roca y varios cuernos sobresalientes, así como ojos pequeños y filosas garras, portaba en su lomo a Iraldí quien apenas era sostenida por unas cuerdas. El aire, tan impuro como venenoso empezaba a hacerla toser hasta verse con los ojos abiertos a la oscuridad que aquel enemigo ofrecía. Sintió la áspera corteza sobre la cual yacía inconsciente, irguió la cabeza tratando de mirar dónde se encontraba, el amplio rugido salido de las fauces del animal la hicieron caer en cuenta, no tenía necesidad de averiguar más, pues con aquel bramido había quedado claro.
—¿Hace cuánto que no mostrabas esta naturaleza? —preguntó en un murmuro.
Las alas del animal empezaban a arremolinar la neblina hasta verse cerca de Caelum, cuando finalmente estuvo cerca. Ambos encontraron que aquella mítica ciudad, estaba cayendo bajo los influjos de Bellua. Iraldí contempló con el horror en su rostro a varios soldados caídos, convertidos en piedra, muertos e incluso, la sangre sobre sus torsos. Notó a otros empezar a convertirse en partículas: la esencia de la vida para Bellua.
— ¡Apresúrate, Rank, debemos evitar que continúe!
Rank corrió la ciudad hasta encontrar un lugar donde aterrizar. Una vez en el suelo, Iraldí bajó de su torso corriendo lejos del animal que pronto adquirió las formas humanas. Corrió tras la mujer observando el lugar a su paso, edificios caídos, telas rasgadas, figuras y fuentes destrozadas, incluso el camino se volvía un obstáculo para avanzar. Aun así ninguno de los dos dejó de correr, les era preciso llegar hasta Naím.
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Dreon habían sufrido los embates de una larga pelea frente a varios adnaratiums y, así como él, también el silván en el que andaba. Al acercarse a la cúpula donde Naim se resguardaba, el animal golpeó con fuerza el suelo. Respiraba precariamente, el agotamiento y las laceraciones empezaban a hacer estragos en él. Vanet palmeó su rostro seguido de suaves caricias y murmurando lo bien que lo había hecho. Dejó al animal descansar y se dispuso a recorrer el largo pasillo encontrándose con el cruce de caminos que llevaba a la espada de Velurem, el arma seguía en su sitio. Confundido, se entornó al lugar, puesto que no era aquello lo que había llamado su atención. En cambio el cuerpo mancillado de una mujer se encontraba a los pies de la espada. Recorrió el camino acortando la distancia entre ambos, cerca, la tomó en brazos contemplando el rostro de Anelisse, la fémina tenía una grave herida en su hombro cerca de su cuello, varias laceraciones así como moretones. Vanet buscó su pulso notando que era muy débil, con algo de alivio la recostó cerca de un muro.
—Anelisse —la llamó. Resopló fijando su mirada en la espada. Lo correcto era, que aquella espada estuviera en las manos de Naim, él debía estar blandiéndola de la misma manera en que alguna vez Oris lo hizo. No podía evitar sentir curiosidad al verla allí como si nada, más aún encontrarse con Anelisse tan mal herida.
Se acercó al centro del lugar tomando la espada por su mango, esta accedió y dejó que Dreon la tomase entre sus manos.
—Naím… no la pudo sostener —susurró la suave voz de la mujer.
— ¿Por qué no? —inquirió en voz alta.
— ¿Dónde está ella? —La pregunta lo dejó fuera de sus pensamientos, la ayudó a recargarse de su hombro para salir de allí.
—Kad está bien, todos en las ruinas están bien… —aclaró.
A pasos cortos y lentos, Dreon recorría lo que quedaba del pasillo saliendo de una vez del lugar. El camino hacia la ciudad se encontraba por completo devastado mientras la soledad imperaba en el lugar, tenía sensaciones que no le brindaba ayuda alguna, pues su mente divagaba sobre la situación de Naím y la cantidad de hombres que apostaron a quedarse para luchar. Ya, fuera de la torre de la Soberana, Vanet se encontró con la plazoleta principal de la ciudad y varios cuerpos a su alrededor. Sacaba cada pensamiento negativo de su mente, pero le era innegable que a tales alturas, lo peor era una opción.
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Aneres: hombres y mujeres del pueblo de Iraldí
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