Capítulo 1: El Inicio
El sonido de una canción cubrió la habitación logrando que cada esquina se inyectase de las vibraciones que la música producía, embebiendo todo lo que había en el sitio. El retumbar era estrepitoso, pero necesario, debía cubrir todo cuanto pudiera, incluso los rincones de su mente.
Una ventana al lado de la repisa con el reproductor, daba paso a un día no tan cálido. Por el contrario, la lluvia cubría el cielo y dejaba varias gotas sobre la ventana encuadrada en maderas. No podía escuchar el piqueteo del agua, aunque eso no quitaba la sensación que le producía. Sentía que llamaba para entrar a la habitación y, cuando se rendía, recorría los vidrios del ventanal. Aquello era tan normal que la realidad era, que no le daba importancia. Escuchó el rugir de un trueno en la lejanía de la ciudad y se arropó en las cobijas de nylon. Ojalá fueran solo los truenos la razón de su miedo.
Oculta tras varias cobijas y sábanas, apretaba los ojos con fuerza. Deseaba que se fueran de una vez, aclamaba por dejar de escuchar esos susurros que habían provocado la reproducción de la música. No lo hacían. Eran melodiosamente perturbadoras. No podía comprender ninguna de sus palabras, solo susurros de tantas voces en tantos matices, que la dejaban cansada al punto de querer ahogarlas como le fuera posible. Lo intentaba. Nada daba resultado, se hacían intensas, escalofriantes al punto de hacer temblar su cuerpo lleno de angustia. Yacía más de dos años en que, como leves sonidos, se habían introducido en su mente. Marcaban sus días y sus noches, los podía oír aun cuando tratase de restarles importancia, y por cada día, sentía estaban más cerca de ella.
Aunque se volvían más poderosas, no dejaba que la consumiera, por el contrario, el bullicio de la música, las gotas de agua caer, e incluso escuchar a su mamá taladrar su cráneo, eran una manera de escapar de ellas.
Se alivió al escuchar el sonoro bramido de la voz de su madre. No tanto lo que destilaba, pero si saber que las voces se irían, como todos los días y regresarían alcanzada la noche. El rugido expectante de su madre la incitaba a levantarse, pues el día, aunque oculto, apenas empezaba.
Revuelta en su cama trató de conquistar el sueño una vez más. No tendría por qué hacer caso de las suplicas de su progenitora, con ello en mente, intentó consolar el sueño cerrando los ojos.
—¡Kad! —gritó la mujer desde el cuarto de cocina. Llevaba un delantal amarillo que protegía su vestimenta: una falda entallada que llegaba hasta sus rodillas, blusa holgada en tono beige y un lindo collar de perlas adornando su cuello— ¡Por favor, Kad, baja de una buena vez! —exclamaba la mujer. Procedió a desligar el delantal de su cuerpo, dejando varias ollas con comida preparada.
Caminó hasta el vestíbulo donde frente al espejo, retocaba su maquillaje. Su piel marmórea era simplemente pintada por el colorete, su cabello castaño se recogía en un fino moño. Se observó por un segundo escudriñando cualquier error que pudiera haber en su perfecta vestimenta. No lo había. Soltó un suspiro cansino, desde hacía un tiempo, tratar con su hija la estaba volviendo un poco loca. La chica hacía siempre lo que quería, algo que a ella empezaba a molestarle, se preguntaba cuando comenzaría a ver sus errores y tomar sus consejos. Era su hija y la adoraba, pero odiaba la etapa por la que estaba pasando. También, aunque lo detestase, empezaba a comprender a su madre.
Se acercó al barandal que daba inicio a las escaleras, mirando al cielo, parecía esperar que su hija saliera de su habitación.
— ¡Kad, no desperdicies el desayuno! —gruñó y bufó. La joven estaba envuelta en capas de sabanas, no se daría el lujo de salir.
Hizo varias respiraciones tratando de calmar sus ansias. Debía estar presentable para su trabajo, por lo que seguir gritando a todo pulmón sin nada que recibir, más que el silencio avasallador de su hija, no era un buen plan. Se giró tomando un pequeño maletín de una mesa de patas largas con un único cajón, del cual sacó unas llaves. Se encaminó a la puerta de salida abriéndola. La lluvia había cesado, sin embargo trajo consigo algo que no esperaba.
Torció el gesto al ver a tal dama frente a su casa. Vestida de blanco, con una cabellera corta, con movimiento y del mismo tono pálido, la mujer, unas décadas mayor que ella, otorgó una sonrisa materna que despreció. A pesar de que la actitud de Kad le enervaba, no era tanto comparada con lo furia que provocaba esa mujer.
— ¿Qué haces aquí? —bramó. La señora hizo omisión de su pregunta, dándose el placer de entrar en la casa, como si fuera tan suya como de la propietaria— Te he hecho…
— ¿Esa es la forma de tratar a tus invitados? —preguntó. Su voz era profunda y grácil— ¿Has perdido tus modales? —la mujer selló sus labios con apremio. La odiaba con toda su alma, no entendía como ella había sido parte de su vida, pero lo era y no conforme con ello, estaba ligada para siempre a su presencia.
—Es la forma en que tú, querida madre, me has enseñado —rugió por debajo, esbozaba en tales palabras su profundo desprecio. La mujer de blanco resopló. Se quitó los guantes y los guardó en un bonito bolso de color negro que portaba en su brazo.
—Te he enseñado tanto, Anelisse —susurró ella acercándose a su hija.
—Basta —siseó— ¿A qué has venido?
—A verlas, a mi hija y a mi nieta, supongo que aun gozo de ese derecho, ¿no?
—Puedes quedarte con Kad, pero no intentes acercarte a mí. No hay nada que debamos conversar.
—Si lo hay, Aneli, si lo deseas puedes venir conmigo —rogó—, esta no es la vida que deseo para mi hija, mucho menos para mi nieta.
—Es la vida que yo escogí, Mariam —la mujer bufó.
— ¿Es en serio? ¿Mariam? —preguntó perturbada— ¿Es así como deseas que sean las cosas? —Anelisse se incorporó viendo a su progenitora. No tenía deseos de continuar discutiendo con ella.
Tal conversación había sido finalizada hacía mucho tiempo, por lo que a ella respecta, no había nada más que decir. Sin embargo, Mariam era una mujer de pocas batallas perdidas, no se daría vencida hasta ver a sus familiares en bien y ese, según ella, no lo era.
—Quedas en tu casa, el lugar que Joen y yo, decidimos sería el hogar de Kad. —expuso sin recovecos.
Tomó el pomo de la puerta y salió dejando a Mariam en el pequeño vestíbulo de aquella casa. La mujer repuso su vista en todo cuanto la rodeaba, derrotada. Era acogedora, se sonrió con pensar en ello. Sabía que su hija era una mujer de simplezas, nada de grandes muebles o estructuras que la hicieran sentir como una reina, pero anhelaba sentirla en su casa. En lo que fue alguna vez, el hogar que la acogió. Todo ello cambió un día, cuando un hombre se interpuso en la vista de Anelisse y las separó. No tenía nada en contra de Joen, pero a su modo de ver, definitivamente era muy poca cosa para su hija, a pesar de ello, adoraba a Kad.
Se dispuso a subir las escaleras en su búsqueda. En pequeños recuadros, se ubicaban fotos de la feliz pareja que habitaba tal sitio. Pudo notar la alegría esbozada en los labios de su hija, el cariño con el que aquel hombre veía a su hija. Le hubiera gustado que nada hubiera pasado, tener a su familia cerca para protegerla, pero ya nada podía hacer.
Su vista inmutada se quedó guindada en el marco de un cuadro. Un Joen altivo y feliz, abrasaba a su esposa con afecto y amor.
—Intercede por mí, Joen.
Una vez en el pasillo de la segunda planta, detalló cada rincón de ella. Tres puertas se veían a simple vista en tono marrón, igual que el barandal y los peldaños de las escaleras, cada una adornada según gusto de quien habitase tras ellas. Pudo intuir cual era la habitación de su nieta. Estaba cubierta por un papel blanco con inscripciones y papeles cortados de todo tipo. Sus gustos, probablemente. Tocó la puerta dos veces sin obtener respuestas.
Dentro, una dormilona Kad se revolvía de forma tal en que, todo su cuerpo yacía cubierto por las telas.
—¿Kad? —susurró Mariam, abriendo la puerta con sigilo. Notó el montículo que se hacía en la cama.
Hacía media hora que los susurros habían cesado, entendía que a cierta hora del día los dejaría de escuchar, pero eso no le quitaba la sensación de sentirse preocupada cuando desaparecían.
—Kad —llamó Mariam nuevamente vociferando aquella única vocal de su nombre. La chica removió la cobija, viendo entre las rendijas de sus ojos a la mujer frente a ella. Mariam le dedicó una sonrisa afable, llena del cariño que sentía por su única nieta.
Avanzó hasta verse al lado de la joven, quien después de unas cuantas sacudidas y arreglo de peinados alborotados, se sentaba en la cama esperando a su abuela. La mujer se sentó al lado, cautivada, rodeó el rostro de la chica con sus manos.
—Mírate, eres hermosa, querida —exclamó. Kad levantó la comisura derecha de su labio con timidez.
—Tonterías, tu eres hermosa, abuela —contradijo. Se dedicaron una mirada llena de complicidad que nadie que estuviera en la habitación podría entender. Era un juego que se habían propuesto desde hacía mucho tiempo, por lo que las bases ya estaban asentadas. Mariam llevó sus manos a su regazo, asentó su mirada en la joven de forma pícara. ¿Qué sucedía? Era difícil de explicar.
— ¡Te gané! —exclamó victoriosa. La chica aplaudía a la alegría y peripecia de su abuela, quien sonreída observó en detalle el rostro de su descendiente.
Kad tenía unos bonitos ojos zafiros, enmarcados en largas pestañas, un perfil suave y una nariz pequeña, sus labios sonrosados junto con sus ojos daban vida a su piel, tan blanca como la de su abuela. Su cabello castaño se componía de varios bucles —ahora dispersos—, que podían llegar a su espalda baja. Mariam no dejaba de detallarla. Frunció el ceño al notar hilos plateados salir de su cabellera, podía ver como un mechón de cabello sobresalía haciéndolo parecer natural.
—¿Qué es esto? —inquirió tomando su cabello.
—Basta, abuela —esbozó la chica, retornando el mechón a su lugar—. Es solo, mi cabello —exclamó encogiéndose de hombros.
—Es horroroso ¿Alguna nueva moda? —curioseó.
—No —susurro ladeando la cabeza—, pero me gusta —Mariam escudriñaba en el rostro de su nieta la razón por la que aquello le agradaba, y siendo franca, no acababa por comprenderlo. La chica soltó un soplido batido ante tal mirada incrédula—. Apareció cuando tenía catorce ¿Sí? Al principio, me pareció feo y lo iba a teñir, pero con el tiempo empezó a gustarme y decidí quedarme con él —la mujer agudizó el oído. Frunció el ceño como quien sopesa las palabras buscando algo más en ellas.
—No deja de ser horrible —la joven carcajeó. Antes opinaba igual, ahora le había agarrado cariño a ese pedazo de ella que no le importaba si el resto del mundo lo veía feo, extravagante u osado. Era suyo, y le gustaba.
Mariam se encaminó hacia la ventana viendo las gotas de lluvia aun desparramarse por el cristal. Sus ojos fueron de ello a la mesa con el reproductor aun encendido.
—¿Puedo callar esta cosa?
—Sí, abuela —lanzó, rodando los ojos. Suspiró aliviada luego de apagar el reproductor.
—Recibí una carta de tu madre, una vez. Decía que tenías aptitudes para el diseño —esbozó. Observaba las hojas puestas a la intemperie sobre la mesa. Dibujos de toda clase, colores vivos, llamativos, aunque siempre repetía uno en particular. Mariam no pudo evitar darse cuenta de ello.
Quizás se estaba volviendo neurótica, probablemente el trabajo le estaba ocasionando más problemas de los que se imaginaba, fuera lo que fuera, se sentía terriblemente angustiada. Hasta que pudo verlo. El soplido del viento en un remolino, líneas emergiendo de él, como quien busca la luz del Sol y en el centro, un rayo blanco.
—Me gusta, pueda que aplique para ello, aunque el Sr. Colt dice que eso no trae ganancias y es una pérdida de tiempo —susurró con nostalgia.
—¿El señor Colt? —inquirió girando sobre sus talones, contemplándola. Ella asintió.
—Sí, el…
—Sé bien quien es el “Señor Colt” —exclamó despectivamente—, no debes hacerle caso. Personas pequeñas, mentes pequeñas —clamó sonreída.
— ¿Qué no es: “Personas pequeñas, sueños grandes”?
—Quizás, aunque en él no aplica. Es un ogro, querida. Los ogros no piensan —dijo burlonamente con la satisfacción restregada en su voz. Kad negó por la ocurrencia de su abuela. Si bien estaba a gusto con ella, caía en cuenta que debía preguntarle muchas cosas, pues hacía dos años que no la había visto.
—Ahora, querida —murmuró. Fijó nuevamente la vista en aquel dibujo que le enviaba sensaciones de escalofríos—, puedes decirme ¿Has visto al cielo? —aguardó. Tragó esperando escuchar todo menos lo correcto. Debía mantener la calma, pero se trataba de su nieta, no podía sentirse más temerosa que nunca, aun cuando no quisiera dar pasos adelantados. Algo en ella decía, gritaban por un si aterrador.
—Desde que él llegó —Mariam cerró los parpados con fuerza. Escuchaba sus temores. Odiaba hacerlo, pues significaba demasiado para soportar—. Abuela —llamó— Abuela ¿Dónde estás? —no imaginaba que algo así pudiera suceder, después de todo, su nieta no era como ella, no del todo.
—Aquí, cariño —caminó hacia la puerta. Tomó el pomo con la vista fijada en el suelo. Kad encontraba cierta extrañeza en ella, sin embargo no sabía cuál era la razón para ello. Salió de la cama levantándose de una vez—. Deberías comer, no puedes empezar el día sin desayunar —sonrió sin humor. La joven asintió sin más. Notó la vacilación en los movimientos de su abuela, erráticos, ansiaban salir de la habitación.
Kad se tomó de los brazos pensando en lo que había visto. No era natural, esa no era la persona que conocía, por el contrario, estaba ensimismada en sus pensamientos que, cuales fueran, parecían provocarle miedo. Buscó en su armario una franela, jeans y fue directo al baño. Luego de una ducha, creía que lo que había visto solo eran tonterías. Más importante a destacar era qué había estado haciendo su abuela durante todo ese tiempo.
Bajó por las escaleras una vez lista. Recogió su cabello en una coleta alta mientras entraba en la sala de cocina. Mariam había dispuesto un plato servido con comida, un vaso de jugo y otros implementos. Acomodada en la silla del comedor, fijaba su vista en su móvil.
—Abuela —llamó Kad desde la entrada. Mariam alzó la vista con rapidez, lanzándole una sonrisa que, como pocas, no tocaba sus ojos. No eran sueños, ni mucho menos ilusiones, realmente ella estaba distinta y no sabía por qué. Quería saberlo, pero más allá de eso, tenía otras preguntas que hacer— ¿Dónde has estado en estos dos años? —la mujer, ladeó la cabeza, pensando en ello.
—Nací ocupada —se lamentó.
—Eso es lo que dice mamá cuando hablo con ella —clamó. Fue directo a al plato, quitándolo de la mesa, lo regresa al lugar de donde salió. La sorpresa se aviva en la mirada de Mariam—. Hace mucho que no como esto, no me gusta —dijo girando la cabeza para ver a su abuela. Ella asiente generando una mueca en sus labios a modo de sonrisa.
—Nacimos ocupadas —contestó—. No ha sido fácil, Kad. Después de que tu papá muriera, muchas cosas se han hecho…
—Sé que mamá y tú no se soportan —lanzó al tiempo en que disponía de un nuevo plato—. No hace falta que digas más, pero hubiera sido…agradable, si quiera recibir una carta tuya —musitó.
Sabía que se enfrentaría a algo así, aunque se sentía preparada, nada hubiera dicho que fuera fácil. El amor que sentía por su nieta era grande, sin embargo la tensión que había sido calmada durante tanto tiempo estalló con aquel incidente.
—Tenemos nuestras diferencias, es normal en las personas —comenzó a decir. Se acercó a ella, sus manos posaban en sus hombros a modo de consolación—, pero estos no son temas para…
—Tengo 16, abuela. Puedo manejarlo —Mariam sonrió.
—Es verdad.
Comió con gusto saboreando los bocados de su cuenco de cereal, mientras, escuchaba las aventuras y desventuras de su abuela. A pesar de su edad era una de las mejores en su trabajo, la cual básicamente la mantenía en el campo. Esta era una ocasión, su trabajo la llevó hasta Saint Mirange, como era conocida la ciudad. Su conversación se extendió al punto de los estudios de Kad, sus pasatiempos y hobbies. En un momento se sintió tentada a comentarle de las voces, pero temía que la tomara por loca, nadie escuchaba voces a menos que tuviera problemas. Desterró la idea de su mente, sea lo que sea, debía buscar por sus propios medios deshacerse de ellas.
—Ven más seguido —pidió la joven como un comentario fuera de lugar—, quizás mamá se vuelva paranoica, pero será divertido —espetó sonreída.
—¡Oh, querida! No sabes lo que daría yo por poder hacerlo, pero, no quiero causar más problemas.
—Mamá ya tiene.
—Kad —vociferó con el tono del regaño implicado en ello—, tu madre solo quiere lo mejor para ti. Algún día la entenderás —la chica torció el gesto clavando su vista en la barra de la cocina.
—Puedes intentarlo —pidió—. No te estoy pidiendo que hagas las paces, solo que pueda verte más seguido —la mujer soltó un soplido. Deseaba hacerlo, quería estar tan cerca de Kad como de Anelisse, pero sus rencillas con ella estaban provocando un agujero en medio de su relación.
—No prometo nada —lanzó. La señalaba con el índice y el rostro contraído—. Será divertido —dijo sonriendo de oreja a oreja. La joven se rio del comentario y la abrazó. Esa, quizás, era una de las razones por las que adoraba a su abuela, con su complicidad había hecho cosas, que de otra manera no se las hubieran permitido. Sin embargo, Mariam estaba para ella, mucho más que su progenitora.
Cuando Mariam observó su reloj, las manecillas le decían que era hora de terminar su visita. Había pasado la mitad del día comiendo galletas y jugando videojuegos con su nieta, aunque era patética en eso último. Visto esto, comprendía perfectamente a su hija; ella en su momento había olvidado lo divertido que era colocarse al nivel de un adolescente, eso sucedía con Anelisse.
Tomó su bolso y se dispuso a salir de la acogedora casa con una Kad más que satisfecha, agradecida. Dos años parecían haberse olvidado precozmente, pero no le importaba, en ese corto tiempo se sintió más que feliz y, por un pequeño instante, había olvidado aquello que desde algún tiempo la aquejaba.
—¿Cuándo regresa tu madre?
—Pasada las siete, como siempre —respondió sin ton ni son. La mujer le dedicó una mirada maternal acariciando su pómulo.
—El tiempo…
—…se va volando. Lo sé —La frase, aunque simple, significaba más para la familia, llevaba impreso acciones y circunstancias que por mucho tiempo habían estado rondando alrededor de Kad. Aunado al hecho de que su madre la decía con frecuencia, estaba tallada en su mente con tinta china, del que usa su progenitora.
Los ladridos de un animal envolvieron a las dos. Un perro de color blanco y ojos negros comenzó a ladrar luego de ver a ambas personas en la entrada de la casa. Mariam torció el gesto al verlo, tal perro no era de la clase de animales que gustase. Agradecía que Anelisse en su momento, nunca le hubiera pedido algo como eso.
—¡Rosh! Silencio —clamó Kad, posando su índice sobre sus labios. El animal calló por un segundo, se sentó sobre sus dos patas, contemplando la escena.
—Creí que se había desasido del pulgoso —comentó despectivamente.
—No, es mío y me gusta —lanzó.
—Lo sé, querida, pero no deja de echar pelos por todos lados, ¿cómo hace tu madre? —preguntó irónica.
—Lo deja afuera.
—Por supuesto, este es su lugar —dijo sin más—. No lo hagas entrar —amenazó. La joven sonrió asintiendo, aunque ese no era precisamente su plan—. Bien, es hora de volver al trabajo —tomo el rostro de su nieta por última vez observándola con cariño. Aun sentía punzadas cuando veía ese mechón de cabello platinado, esperaba poder encontrar una solución a ello, tan pronto como volviera—, pórtate bien, querida.
—Trataré. —Mariam le guiñó el ojo y se enfiló al vehículo que desde siempre estuvo aparcado frente a la casa. Era de color negro, de líneas curvas, largas que caían sobre una cajuela apenas visible.
La joven despidió a Mariam acompañada de su mascota, perdiendo de vista el automóvil entre las miles de casas y edificios.
.
Mariam se acomodaba en el asiento, contemplando el horizonte con la mente quedada en la casa de su hija. Más que preocupada, su rostro se llenaba del terror que le generaba haber visto lo visto. No tenía dudas de que el llamado estaba iniciando, solo se preguntaba desde cuándo. En ningún momento su nieta había revelado ello, aunque con tan sola pregunta ya se advertía, le hubiera gustado que tuviera la suficiente confianza como para hablarle. Zarandeó los pensamientos en su cabeza, tan simples, la estaban llenando de intrigas y expectaciones. Sí, sentía pánico, pues no esperaba algo así de su nieta, no era igual a su hija y aun así estaba sucediendo. Por otro lado, un pequeño cosquilleo se removía en su fuero interno, una sensación liberadora, armoniosa y afable que en otro instante hubiera acogido gustosa. Los sentimientos se revolcaban dentro de ella con furor.
—Creí que la visita te reconfortaría —esbozó un hombre sentado diagonal a ella. Tenía ojos turquesa, cabellera azabache que llegaba a tocar su frente.
A diferencia suya, el hombre vestía completamente de negro, su camisa sellaba su cuello, así como las mangas sus muñecas. Brazaletes de cuero se fijaban a ellas y retorcían por sus brazos hasta llegar a un collar. Los pantalones de igual manera se sellaban en botas de estrepitoso tamaño. Era un espectáculo verlo, pero era necesaria tal vestimenta arcaica.
—Yo también lo pensé, hasta que la vi —murmuró sin verlo—. La están llamando, Syras.
— ¿Por qué te preocupa? —inquirió— Si las cosas resultan como han informado, tal acto parece accidentalmente aceptable.
—¿Y si no? —sondeó— Anelisse me buscará y asesinará en ese caso —resopló con desagrado.
— ¿Asesinarte? —carcajeó— Es tu hija, pero no tiene las formas de hacer eso —contestó—. Preocúpate por lo importante.
Un leve movimiento de manos indicó al viento manejar con rapidez a su destino. Nadie estaba detrás del asiento del piloto, al contrario, una ráfaga de aire hacía los movimientos necesarios para lograr tal hazaña.
Descontenta, Mariam fijó su mirada en la ventanilla. Esperaba que sus preocupaciones estuvieran fuera de lugar. Por como veía las cosas, su hija ha debido darse cuenta de tan simples detalles. Tendría que visitarla nuevamente, pero esta vez para aclarar todas su dudas.
El vehículo se detuvo en un lugar donde pequeños negocios se disponían. Hombres caminaban de un lado a otro, atareados en sus respectivos trabajos. El aroma a sal se escurría por el lugar impregnando el aroma. En la lejanía se escuchaba el sonoro choque de las olas contra la orilla. El mar, negro como la noche había dejado de ser factible para los navegantes. De un momento a otro, miles de barcos se hundieron como si los monstruos marítimos los hubieran desgarrados sumando destrozos por todo cuando rodeada a la ciudad. Era inexplicable tal situación, algunos habían decidido navegar a pesar de los recientes hechos, se encontraron con la muerte. Después de ello, los peces cercanos a la orilla flotaron, muertos, algo los estaba consumiendo y pronto, el mar tornó a un color más oscuro del acostumbrado. Todos temieron, evitando entrar al mar, los barcos ya no navegaban.
La situación marítima hizo que las autoridades se abocaran en la búsqueda de una solución, y del problema en sí. Sin embargo, tal búsqueda no los llevó más que aun callejón sin salidas ni vueltas atrás.
Mariam bajó del auto caminando sin prisa hacia la orilla. A su alrededor, los ojos extrañados de los saukeiss la veían. Sabía que era así, en otro momento, disfrutaría de aquello ¿Cuándo ves a alguien como ella caminar por tales calles? Nunca. No obstante, esa no era la ocasión. La situación era preocupante, tanto que había sido enviada expresamente para averiguar qué sucedía. Syras a su lado, refunfuñaba con cada mirada curiosa, con ambas manos en sus bolsillos, estaba a unos centímetros de distancia de Mariam. Llegados a la orilla, se notaba como en el vaivén de las aguas salinas un líquido negro y denso quedaba impregnado en la tierra.
La mujer se aproximó, tocándolo, lo que en sus dedos quedaba era nefasto. Aquel líquido denso quedó impregnado en sus dedos, mientras el agua, atrapada como rocíos, quedaba sumergida en él. Syras yacía inmóvil al lado de la mujer, torció el gesto al ver aquello. No le gustaba, sentía repugnancia e ira con solo verlo, aun así no podía hacer más que mirar.
—No está bien —musitó Syras. Tenía la mirada clavada en el mar, más que todo, en aquello que había ahogado y ultrajado el hogar de cientos de criaturas.
—Iraldí está bien, ella es fuerte —soltó Mariam—. Solo debemos ayudarles, cuanto antes.
—Naím no podrá con esto, Mariam, si Iraldí no pudo hacerlo, menos lo… —ofendida, se irguió frente a él. La comisura de sus labios se iba hacia abajo. No esperaba escuchar, mucho menos ver a su acompañante tan negativo.
—Todos lo haremos —espetó—, después de todo, formamos parte de la misma tierra. —apretó su brazo a modo de consolación. Sabía que su historia no era de las mejores, pero no tenía caso ahondar en ella.
Syras asintió acabado, su pesimismo no era bienvenido, no cuando ellos estaban tratando de regresar a quien llamaba Iraldí. Se acercó al mar, agachándose a esta, colocó su mano sobre ella, esperando. Nada sucedía, apretó la mandíbula, odiaba aquello que se había apoderado del agua. Aborrecía a tal cosa infernal que consumía al agua como si nada.
—Ni siquiera puedo tocarla —bramó. Se dejó caer sobre la tierra admirando lo que quedaba del mar. Nada.
La oscuridad se había apoderado de todo en ella, una neblina gris emergía como si estuviera siendo hervida por aquello que la aprisionaba. Apretó los puños con ira. Sus deseos eran claros, pero con eso causando estragos, él solo no podría. La mujer se acercó, apretó sus hombros y fijó la vista en el horizonte.
—Volverás a hacerlo —murmuró Mariam. No sabía que tan ciertas eran sus palabras, mucho menos si habría forma de hacer retornar a Iraldí, solo podía convencerse de que lo harían y lo lograrían.
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