4-a


Como se lo suponía Vergil, Esteban llegó al mencionado oasis con suma facilidad. Un estanque de puras aguas cristalinas, que se arremolinaban en una tromba, se extendía frente a él, rodeado de palmeras de diversos tamaños e hierba que era suave al tacto. Podía ver diversas especies de lagartos y hasta pájaros volando alrededor. Aquello de verdad se veía como los humanos imaginarían que luciría una entrada al paraíso. Un jardín lleno de vida rodeado por un mar de arena.

Caminando directo al centro del estanque, donde la tromba de agua se alzaba sobre la superficie, el demonio arrugó la frente ante el aumento en la energía celestial que le era lanzada. ¡Malditos portales! No recordaba que entrar y salir de los distintos reinos inmortales fuera tan molesto en su dimensión. Sin embargo, en ésta, todo el oasis parecía luchar contra su naturaleza demoníaca, tratando de impedirle la entrada.

—¡María Sophia de Nazaret Richard Kate! —gritó enojado aún sabiendo que los arcángeles se darían cuenta de su presencia, y que ella se enojaba con bastante facilidad—. Reina de las siete comarcas, aparece de una puta buena vez con el maldito Guardián de mierda —Estaba exasperado—, o, ¿quieres que convierta este lindo lugar en un campo de batalla?

Esperó unos segundos, cruzando los brazos y haciendo presión para no destruir nada, hasta que no aguantó más, agarrando un diente de león entre sus dedos y al prenderlo, sintió como una rafaga de viento lo sacaba del lado seco hacia el lago cristalino.

—¿Qué rayos haces aquí? —escuchó la voz gruesa de Daniel, quien vestía una falda plisada, con una espada a su costado, dejando al descubierto las alas y su gran cuerpo; estaba en el punto de medio de la transformación—. Sabes que no puedes estar aquí, Miguel y los demás te pueden destruir. Y nuestra reina los mataría a ellos. Estuvo a punto hacerlo con algunos.

James estaba iracundo, el maldito Guardián lo había empujado para hacerlo ver más patético de lo que ya se sentía. ¿Cómo era posible que él debiera sacar a su reina del paraíso? Entonces, de un salto, levitó hacia el ángel con un gran puño directamente al estómago.

—Déjame hablar con mi mujer y deja de congraciarte con ella —movió el puño para tratar de romperle unas cuantas cosillas—, y el resto de las gallinas de este lugar.

Rápidamente el Guardián se levantó con un golpe hacia la derecha de Esteban.

—¿Sabes?, tú no me das órdenes, bastardo —le dio un golpe a Esteban, tirándolo nuevamente al lago.

Y así pasó un rato entre gritos, insultos y demasiados golpes, cuando comenzaron a escuchar truenos y una neblina espesa, ese era el aviso que su majestad Sophia estaba iracunda. Aunque no les importó porque cuando Esteban le iba a tirar una bola de fuego, que seguramente le dejaría una gran cicatriz al alado, ella apareció por fin, vestida con una túnica griega de color rosa claro y un punto rojo en la frente. Inmovilizándolos a los dos mientras que el fuego y los daños hechos por ambos se arreglaban por la gracia de la diosa.

—Por los cuernos de Lucifer y los clavos de Emmanuel —Los miró sorprendida con algo de picardía y cinismo—. ¿Qué están haciendo?

—Sophia de Nazaret, sabes muy bien lo que hiciste —gritó el príncipe de los infiernos desde los cielos—. Te acostaste con el idiota este, rompiste una promesa —Le ardía el cuerpo porque cada vez que hablaba para defenderse o reclamar algo, ella le daba más apretones.

Ella tenía claro que lo había humillado, rompiendo esa promesa que juraron cuando ella acabó con Lucifer, pero él no era fiel y su naturaleza era esa; la hija de Emmanuel comprendía aquello, lo que a ella le molestaba era el silencio en la que cometió los engaños.

—Claro que sí —un trueno apareció de repente cerca demasiado cerca de Esteban por poco lo quema—, porque tu te acostaste con las miles de consortes de Lucifer sin mi consentimiento —haciendo presión con la mano derecha para quitarle el aire de los pulmones al demonio—, cuando te entregué el Infierno y sus llaves. ¿Me crees tan ciega para no darme cuenta de tus idioteces?

Daniel sonrió burlonamente; le gustaba cuando se enojaba, demostrando que ella era la que mandaba, aunque no le gustaba nada ser el blanco directo de su ira.

—Ustedes dos son como niños pequeños —apretando al alado y mirando como algunas de sus plumas caían por el pastal suave—. Pasé el rato con Daniel porque cree que me quitarás de su lado, además estoy totalmente segura que tú, James, aprovechaste mi ausencia para tener sexo con cualquier mujer sin mi consentimiento —Los tiró a ambos bruscamente hacia el lago, cruzando los brazos.

De repente, el ambiente se tornó tormentoso con nubes negras que amenazaban con soltar un diluvio sobre sus cabezas y relámpagos que centelleaban de vez en cuanto. La temperatura subía y bajaba como si quisiera imitar humor de la mujer que luchaba por controlar su enojo. No sería nada lindo que de la nada se desatara una tormenta en medio del desierto.

Mientras trataba de controlar su respiración y las ganas de partirle la cara a Esteban por sus continuas infidelidades, truenos hicieron escuchar su grito de guerra a lo largo de todo el oasis. Sophía alzó la vista y, con un pensamiento, desapareció las oscuras nubes del cielo, pero aquellos truenos no desaparecieron.

No son míos.

—¿Chicos? —Volteó extrañada hacia sus amados cuando un rayo azul cayó frente a ella y al dispersarse la energía, se encontró mirando a un hombre. No. Aquel modelito de cabello blanco y ojos azul eléctrico no era un ser humano, era un demonio... O mejor dicho un híbrido pues podía sentir la sangre de una deidad en su interior; no tan fuerte como ella, mas sin embargo, lo suficiente para ser reconocido como un dios.

—El caos que ustedes estaban formando llegó hasta mi hotel y Mina me fastidió tanto que tuve que venir a ver —dijo a modo de explicación, mirando a la chica Dios antes de hablar por encima del hombro—. ¿Estás bien, hermano? —preguntó el príncipe infernal con toda intención de ver la reacción de ambos celestiales.

—Esteban James, dime, ¿es verdad lo que este príncipe está diciendo? —Esteban se aproximó empapado, algo golpeado, seguido por el ángel. La reina y señora miró a Vergil, pidiendo disculpas—. Disculpe nuestro alboroto. ¿Quién es usted?

Sophia se le pasó un corrientazo al mirar al demonio peli blanco mientras él sonreía, observándola lascivamente pues, con toda la ropa mojada, dejaba ver su divina sensualidad.

No sabes como voy a disfrutar de ti.
De esta manera se delató ante ella, quien de inmediato se hizo la inocente.

—¿Acaso es usted Sophia? —Cuando dejó de ver a los otros dos idiotas, se pudo concentrar en la mujer. Se quedó sin habla. Ya la había visto en la mente de James, pero no creyó que fuese tan iluminada y sensual a la vez.

Te la rifaste con tu mujer, James.

Te recomiendo que no la hagas enojar. Habló el demonio de ojos verdes.

—Déjeme presentarme, querida Sophi —Sonrió haciendo una pequeña reverencia—. Mi nombre es Vergil Larsa, uno de los tantos príncipes infernales y decimotercer Espectro del Fin —Sophia, quien entendía todo lo que pasaba, sonrió siendo muy simpatica. El modelito de cabellos blancos le parecía altamente atractivo. Lo escaneó bastante bien hasta que vio una marca en su piel pálida y un anillo de matrimonio. Después de la presentación de aquel demonio, Larsa debía tener algo que decir que seguramente a Daniel, ni a Esteban, le iba a gustar—. Su majestad Sophia, necesito que me acompañe a los aposentos de mi padre. Le solicita urgentemente.

La mujer se encontraba como una estatua d, no podía creer que Lucifer la necesitara. Esteban y el ángel conocían las intenciones del Rey de las Tinieblas, fue por eso que el celestial presente se opuso, sosteniendo del brazo a su reina.

—Tú no vas a ir a la casa de aquel príncipe —habló Daniel, mirando a los ojos de Vergil, los cuales les mostraron los malos pensamientos de aquel, por eso de inmediato se opuso ante tal descarada solicitud. Lucifer necesitando a su amada... no lo iba a permitir—, ni mucho menos con este...hybrid.

—¿A quién llamaste híbrido, esclavo de la luz? —preguntó el peliblanco con un filo oscuro en su voz mientras daba unos pasos en dirección al ángel. Una aura maligna lo cubrió como un manto y, si no fuera porque se encontraban en la entrada al paraíso, ya hubiera tomado su verdadera forma y llamado su espada a su lado. Pero debido a la fuerte energía celestial que protegía el oasis, transformarse era condenarse a unas horas de puro dolor.

—No podrás pelear aquí—susurró el ángel, sujetando todavía a su esposa—, idiota.

—Suéltame —dijo ella mirando a Esteban que ni se inmutaba ante el ruego de Sophia. Ella no quería pelear—. Te digo que me sueltes, alado —Pero la paciencia le estaba llegando al límite, haciendo que rayos y centellas cayeran otra vez, dando un espectáculo hermoso. Algunos truenos estaban tan cerca de Vergil que éste debió taparse los ojos para que la luz no le dañara. De repente, a Daniel le comenzó a faltar el aire como si una manzana llena de veneno le hubiera quedado en su garganta y le quemará todo. —Larsa, llévame al Infierno de una buena vez —habló Sophia, mirando al trueno azul. Enojada con sus amantes, increíblemente se encontraba dolida. Habían pasado juntos muchos años para que después salieran con cosas como esas—. Solo quiero ir donde sus hijas. ¿Ambos pueden entender eso? —Esteban y Daniel no la podían ver a los ojos. Tenían celos el uno del otro y el atravesar las dimensiones les había dado un cambio bastante regular al verla a ella.

Vergil lanzó una sonrisa maliciosa en dirección al celestial, que aún sufría los efectos del ataque de su mujer, y se acercó a la Dama Dios con una ceja arqueada.

—Al Infierno la guiaré entonces, mi señora —expresó el peliblanco con un tono meloso a la vez que le ofrecía una mano a la pelicastaña—. Esa fiereza suya me recuerda a mi consorte. Me gustan las mujeres que toman al toro por los cuernos sin miedo y a los ángeles por las alas —le susurró al oído cuando ella le tomó la mano y, sin dejarla responder, los teletransportó fuera de aquel lugar sagrado.

Una espaciosa habitación decorada con colores crema, marrón, caoba y pino, recibió al cuarteto. Incluso cuando el príncipe peliblanco se había llevado a la señorita Dios sin decirle su destino  a sus amantes, ambos hombres habían logrado seguirlo hasta el hotel del aeropuerto sin problemas. Llegaron justo unos segundos después que él lo hizo.

—¿Qué es este lugar? —Sophia preguntó cambiándose la ropa por una más normal. Sophi con un atuendo de seda color morado hasta a las rodillas y una trenza en su castaño cabello mientras que Daniel siempre de blanco. Los tres combinaban perfectamente—. Gracias príncipe Vergil.

Un pequeño grito ahogado le respondió a la reina del Cielo, seguido del sonido sordo de una copa al caer sobre el piso alfombrado.

Ella se giró en dirección al sonido y se encontró con una joven de hermosos ojos grises y cabello castaño oscuro que se cubría la boca con ambas manos. Sophía estaba a punto de decirle que no se asustara cuando la chica corrió a arrojarse frente a ella, postrándose en total reverencia.

—Y-yo nunca pens-sé que tendría el placer... Ni siquiera m-merezco...

—Ya basta, cariño —dijo Vergil, apareciendo a su lado y levantándola—. No es para tanto, paloma. Ni siquiera es el Dios de nuestra dimensión.

Ella intentó refutar, pero él la hizo callar al recordarle quién esperaba en su trono infernal por la reina celestial. Con la cabeza gacha, y guardándose la curiosidad para otro momento, la chica terminó por aceptar mas no antes de hacerle prometer a la diosa que debían sacar un momento para charlar luego. Sophia aceptó con una sonrisa, lo que provocó que Mina la abrazara de la emoción.

—Lo siento —se disculpó la joven de ojos grises con las mejillas rosadas.

—No te preocupes —la Dama Dios le restó importancia a aquellas sinceras acciones —, y charlaré contigo con mucho gusto.

Luego fue turno de Vergil para darle un ultimátum a los maridos de la diosa. Tanto Esteban como Daniel debían cuidar a su paloma y velar porque no le sucediera nada a la mortal mientras él y Sophia estuvieran en el Infierno. Tan solo una mirada a los ojos azules del príncipe les dijo a ambos hombres que las consecuencias de su descuido no serían para nada placenteras y mucho menos divertidas.

Fue entonces que el híbrido le ofreció una vez la mano a la ojiverde y ambos desaparecieron de la habitación en un destello de luz y oscuridad.

Una vez su marido se fue, Mina se volteó hacia sus nuevos guardianes y una sonrisa traviesa curvó sus labios.

—¿Quién de los dos quiere comenzar por contarme su historia?

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Con ustedes: Santa Diabla 💖

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