9.
La nueva reina del Infierno y de los Cielos sacó su espada, inicialmente sus intenciones no eran matar a Uriel, pero el muy bastardo le había sacado de quicio y eso no lo iba aceptar. Ella le iba a dar justamente en el corazón, cuando Miguel le detuvo con el arma en su mano al tomarla de la muñeca.
—Suelta eso, pequeña —el gran ángel miró con severidad a su hermano, girando a la mujer para abrazarla—, y tú, hermano mío, vete de aquí antes de que me obligues a hacer algo de lo que luego me arrepienta.
—Incluso a ti ya te ha embrujado, hermano —susurró el Fuego de Dios y sus ojos amarillos brillaron con puro dolor.
Con una última mirada de furia a la Señora celestial, Uriel apretó la mandíbula mientras cubría protectoramente sus costillas rotas con un brazo y desapareció con su orgullo en pedazos a los confines de los cielos. Miguel, quien aún sostenía a la chica, relajó su agarre al oír el susurro apenado de ésta.
—No quería causarte tantos dolores de cabeza —habló ella a punto de llorar en los brazos de Miguel, quien se había ganado un pedacito del corazón de la diosa—. De verdad quería… solucionar esto.
—No te preocupes por ese chiquillo temperamental ahora, creo que tienes asuntos más urgentes en los que concentrarte —murmuró el arcángel mientras la estrechaba contra su pecho y acariciaba su largo cabello como si fuera una niña—. Prométeme que sabes lo que haces, —rogó aquel que se hizo hombre alguna vez—, y que cuidaras de mi nieto.
—Te lo prometemos —habló Daniel detrás de ellos dos, otorgando una sonrisa genuina a la chica que estaba en las rodillas pensando lo sucedido con Miguel. Jamás se había sentido tan querida y protegida, sólo en el pasado por su querido padre Raphael.
—Debo de hablar con Uriel, los dejo para que sus acompañantes entren —se disculpó el mayor de los arcángeles, besó la frente de la mujer y rehizo la suite destruida por los ángeles y la diosa antes de desaparecer en una esfera de luz—. Y Daniel, ten paciencia, mucha paciencia —dijo su voz una vez más aún luego de haberse marchado.
Debo de tenerla.
—Adiós, padre —respondió Sophia susurrando, sentada en sus rodillas; meditando en cómo solucionar y curar el alma de sus Ex consortes. Al sentir como Esteban abría la puerta, se quedó mirando los ojos verdes del padre de Catalina y Laura.
De inmediato, Vergil miró a su hermano y entendieron que allí había pasado algo muy fuerte y peligroso para cualquier ser mortal como inmortal, cuando los ojos de Sophia se clavaron en Mina antes de levantarse con pie seguro para ir donde estaba la semi protegida por los demonios. Los chicos, contando a Daniel, entendieron que ella iba por la cabeza de Mina.
—Me desafiaste, Mina Larsa —la mujer de ojos grises comenzó a temblar, en silencio mientras escuchaban como las ventanas de la habitación vibraban con la voz de Sophia—, y eso no te lo voy a permitir. Les pido el favor que se vayan, caballeros —Al instante, la Diosa se puso frente a frente con la Chispa de Dios.
Como instinto Vergil se adelantó hasta quedar delante de la mujer divina y con las mismas empujó a su consorte detrás de él; ya había visto el poder de la Diosa y no permitiría que su delicada paloma sufriera daño alguno. Incluso cuando eso pusiera su vida en riesgo ante un ser que controlaba la vida y la muerte.
—Por lo que tengo entendido, usted vivió entre humanos por bastante tiempo, mi señora. ¿Acaso mi consorte no merece un poco de compasión humana? Ella no hizo nada malo aparte de proteger aquellos a quien ama; como estoy seguro que usted también haría en su lugar. ¿O me equivoco? —inquirió el demonio peliblanco sin retirar su mirada de las brillantes esmeraldas de la diosa.
A sus espaldas, Mina bajó la mirada al suelo con el orgullo y el miedo acelerando los latidos de su corazón. Una vez más su amado la estaba protegiendo y arriesgando su vida en el proceso. Parecía como si su humanidad no hiciera más que traerle problemas, los cuales una vocecilla en su interior le decía serían los causantes de la muerte del príncipe demoníaco en un futuro. Ella prefería morir que seguir poniendo en peligro a su esposo.
La reina solo sonrió, aclarando algo, aunque de seguro el hijo de su querida Lilith no lo creería, admirando el amor que muy a su manera le profesaba el demonio a la Chispa de Dios; entonces, respondiendo a las preguntas, tomó aire y soltó las manos.
—Veo que te sabes mi vida muy bien. Sí, fui humana, allí conocí a tu hermano y a Daniel —Guiñó su ojo derecho, mirando a sus dos amados—. Despreocúpate un poco, no le haré daño —empujando al trueno azul de la paloma lejos—, solo hablaremos de mujer a mujer —terminó, desapareciendo junto a Mina lejos, muy lejos de allí en una luz clara.
Cuando la vista de la mortal se aclaró lo suficiente, se encontraba en una cafetería lejos de tierra santa, al frente estaba Sophía hablando perfecto francés y dejándola sorprendida; parecía que estaba pidiendo algo de comer.
—¿Tienes hambre, Mina?
La aludida se le quedó mirando por unos momentos, sin saber cómo responder. No hacía ni cinco minutos que la chica Dios se le había acercado, haciendo vibrar las paredes y gemir las ventanas, sin embargo, ahora ambas se hallaban sentadas en una cafetería francesa igual que si fueran viejas amigas.
Y yo pensaba que mi madre tenía serios cambios de humor…
—Umm… creo que un café con leche es suficiente para mí.
Rápidamente, Sophia pidió el café con leche para Mina y un café oscuro con dos cucharadas de azúcar para ella. Mientras que les traían su orden, la chica Dios dijo algo que Mina jamás olvidaría.
—Perdóname por no ser lo que que esperabas, de pronto esperabas a una Diosa un poco menos humana —Bajó la mirada, recordando los ojos de Daniel y Esteban, pero cambió de semblante al tener presente que Mina sentía los estados de ánimo—. Sabes ahora que estamos solas sin los chicos —la miró fijamente—, te propongo que me preguntes lo que quieras —Se quedó observando la cara de sorpresa de la mujer de Vergil.
—Yo… eh… confieso que no tengo idea qué esperaba —respondió algo insegura de sí misma. La poderosa aura de Sophia la intimidaba, haciéndola sentirse como una cucaracha frente a una leona. Ahora que estaba calmada no podía imaginar cómo había reunido el valor para enfrentarse a semejante montaña en cuerpo de mujer—. Sólo he conocido tres celestiales en toda mi vida y cada uno tenía temperamentos muy diferentes.
Para ganarse la confianza de Mina y que se sintiera tranquila de preguntar esas dudas que tenía, le confesó:
—Cuando me di cuenta de lo que era —se tocó el cuello, recordando que la marca de Dios estaba allí y que jamás se le borraría—, era una humana como tú y aún era una joven adolescente un poco diferente a lo que la Humanidad de mi dimensión esperaba de una reina —suspiró, recordando a su madre—. Mina, me iban a obligar a casarme con alguien que no amaba y que sabía que era un bastardo; por cierto, muy parecido a Uriel.
Los ojos grises de la humana se agrandaron por un breve instante antes que una carcajada saliera de su garganta. De inmediato, sus mejillas se tornaron rojas y corrió a taparse la boca con un poco de miedo. Miró a la diosa de reojo, encogiendo los hombros y mostrando un sonrisa tímida.
—Lo siento. Es que me recordó cuando me enteré que tenía que casarme con Vergil o mi padre y yo nos quedaríamos en la calle sin un dólar para comer —Rió de nuevo y su mirada se perdió por un momento en la Torre Eiffel que se veía desde la ventana de la cafetería. Por fin estaba en París, pero no sentía la emoción que había imaginado porque su marido no la acompañaba—. Esos tres días antes de la boda fueron los más horribles de mi vida. De hecho, apenas recuerdo la ceremonia; lo que sí recuerdo con detalle es nuestra noche de bodas… y todo lo que vino después que decidí darme la oportunidad de conocerlo.
La joven Diosa prestaba atención a cada movimiento de Mina; a veces extrañaba ser humana, solo preocuparse por su humanidad y no cargar los pecados de la creación de su Abuelo.
—Sí, ¿ves? Nuestras vidas son diferentes, pero de alguna manera son iguales. Mina —Les trajeron las bebidas y ella con sus ojos verdes dijo—: Esteban me quería matar. Era una misión que el Lucifer de mi dimensión le encargó desde bebé, pero se enamoró de aquella niña que lo desafiaba y le hacía caer con su espada… era yo. Jurando lealtad en su corazón hacia mí —recordó a Daniel, que un sonido de su piano hizo que ella dejara todo por él—. Mi amado Daniel siempre fue mío desde antes de nuestro reencuentro.
La mención de los hombres que la diosa amaba, trajo a la memoria de Mina la vez que Vergil le habló de su cultura poli-amorosa y la posibilidad de incluir a otros en su relación.
—De mujer a mujer, ¿cómo es amar y vivir con dos hombres, Sophia? —El color volvió a subirle al rostro, pero continuó, dejando a un lado el hecho de que estaba conversando intimidades con una extraña. La castaña tenía en temas que para ella eran tabúes—. Vergil viene de una cultura donde los amantes son bien vistos en un matrimonio y yo quiero saber tu experiencia… aunque no sea exactamente lo mismo.
Sophía hizo memoria en esos momentos, recordando la batalla campal que tuvo con los celestiales al abrirle paso a ese amor prohibido entre ella y Esteban, perdonándolo por sus fechorías, cuando casi la rapta el día que se iba a casar con Daniel.
—Es delicioso aunque es una tormenta. Como pudiste notar James y Halle son como dos gotas de aceite y agua. A veces es agotador, ya que ambos me quieren para los dos por separado —bebía un poco de su café—, pero sin ellos, y a pesar de sus errores, no estaría aquí. Como te dije antes, yo era mortal como tú y ambos me protegieron bastante; tanto de Emmanuel como de Lucifer.
Mina bajó la mirada a su café al recordar el beso que tuvo con Esteban y tomó un gran sorbo. ¿Cómo rayos podía estar hablando con la esposa de su cuñado fresca como una lechuga? ¿Acaso no tenía vergüenza? Oh no, ¿y si ella también puede leer los pensamientos? Olvida ese beso por ahora, Mina.
—Sé que lo besaste, recuerda soy tú Dios —Sonrió tranquila ya que tenía al modelito peli blanco entre sus ojos e iba a satisfacer su capricho antes de unirse a Lucifer—. Lo sé todo… —cuando iba hablar, comenzó a temblar, y por ende todo en la tierra igual, llorando sangre. Eso era una señal, una mala señal.
Sophia tenía una visión.
Ella enfrentando a Hades junto a su Daniel, mientras que Esteban, Vergil e Ishmeth salían del mundo griego. Se vió a sí misma con el vestido empapado en sangre por sus varias heridas cuando Hades percibió la vida de su nueva semilla. El rey del Inframundo sonrió antes de atacarla, apuntando directo a su vientre y robando el alma del hijo de Lucifer. Luego al volver al Infierno, fue testigo de cómo el Príncipe de las Tinieblas mató a Vergil y Esteban al enterrarse de lo sucedido. Finalmente, observó a Lilith y Mina derrumbándose al suelo en agonía por la pérdida de aquellos a quienes amaban más que a sus vidas.
—Dios santo, ¿estás bien? —preguntó la chica de ojos grises con el entrecejo fruncido mientras se inclinaba sobre la mesa y limpiaba las lágrimas sangrientas de su acompañante antes que alguien las viera.
—No Mina, no estoy bien tuve una visión —cuando se iba a parar de allí para buscar a los chicos, casi cae al piso, si no es porque Daniel y Esteban la tomaron de la cintura. También Vergil apareció detrás de su paloma, más tranquilo al ver que su esposa estaba tomando café con la diosa. De una manera sincronizada la sentaron, para aparentar que se habían encontrado allí con las chicas.
—¿Que viste Sophia? —preguntó Esteban mirando a Mina. Los ojos chispeantes de la hija de Emmanuel se habían opacado de una manera terrible. El clima volvía a tornarse opaco y muy frío—. Sophi, mi ángel caído, contesta —Tomándola de la cabeza para que lo mirara fijamente, pero no veía nada. Luego Daniel le limpió el rostro con un pañuelo y él sí pudo ver ese futuro sombrío.
—Voy a perderlo, voy a perder a mi bebé —Se quedó en la mirada de Daniel. Ligeramente, el Rey de los Ángeles bajó la mirada entendiendo la tristeza de Sophia. Seguida y como pudo miró a Vergil ordenando—: Trueno azul, hazme un favor llama a tu madre es de vida o muerte.
Vergil asintió una vez y murmuró un hechizo que haría que los humanos no voltearan a verlos.
—Haré algo mejor —dijo un segundo antes de desaparecer en una llamarada y no pasó un minuto cuando apareció con la primera reina infernal a su lado.
Lilith se acercó a Sophia y le colocó una mano en el hombro.
—Vergil me contó lo que sucedió. ¿Qué necesitas de mí?
—Necesito tu vientre para que Vergil viva y el Anticristo igual —observó al grupo y giró su rostro para mostrarle lo que ella vio a su Reina Infernal—, antes de ir por tu hija.
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