6-a
Ya dentro del salón de reuniones, Lilith meditaba lo que estaba pasando; esa chiquilla le había salvado de la paliza que seguramente su consorte le hubiera dado y lo más sorprendente era que él obedeció a la mujer celestial. Tan obediente como un cachorro a su amo… ama, en este caso.
La rubia suspiró mientras observaba de reojo cómo habían cambiado los arreglos de asientos en la mesa del consejo. A ella nunca se le había ofrecido una silla allí, su lugar se hallaba de pie detrás de su consorte a pesar de ser la reina suprema, pero ahora la Dama Dios se encontraba sentada en la silla al final de la mesa, aquella directamente opuesta a la de Lucifer y que simbolizaba el lugar de la reina. ¿Qué carajos estaba pasando allí? ¿Acaso su rey estaba planeando reemplazarla?
Una punzada de dolor perforó el pecho de la diabla. Todo el mundo sabía de su infertilidad, y eso en la cultura demoníaca le daba el derecho a su consorte a anular su unión, pero, a pesar de llevar dos mil años así, su amado nunca la había rechazado. O eso le había servido de consuelo hasta aquel momento. Viendo a Sophía en el lugar que debió ser suyo más nunca le fue otorgado, la hacía dudar. ¿Ya encontraste a otra, más joven y hermosa, que sí puede darte los hijos que tú mismo me condenaste a no darte más nunca?
Respirando hondo para luchar contra el sentimiento y las lágrimas que amenazaban con salir, Lilith se aclaró la garganta antes de poner las manos sobre los hombros de su consorte, como siempre solía hacerlo. Esperaba su rechazo, sin embargo, él la sorprendió inclinando su cabeza hacia arriba para mirarla a los ojos con una calidez que aceleró sus latidos antes de dirigirse al consejo.
—Amigos míos, originalmente los había citado aquí para discutir la abertura del primer sello del Apocalipsis y nuestros próximos pasos a seguir, pero nuevas situaciones han surgido que merecen prioridad —Le lanzó una mirada a Sophía y una media sonrisa curvó sus labios—. Primero que nada, quiero presentarles a María Sophía de Nazaret, mi nueva consorte y reina del Infierno.
Y del Paraíso, que no se te olvide. Gracias. Pensó la diosa, alzando una ceja dirigida al Rey Supremo.
¡Como tú digas, yeara remir! Contestó él de mala gana, blanqueando sus ojos hacia la joven Sophia.
—Y de los Cielos también —añadió en un tono de ironía.
Las miradas de todos los presentes se clavaron en la chica celestial, escudriñando y analizando cuán sabia había sido la decisión de su monarca. Lucifer nunca había mostrado un interés en nadie ni nada que proviniera del Cielo, no a menos que pretendiera hacerlo un huésped de sus celdas de tortura. Sin embargo, en esos momentos parecía haber cambiado su anterior pensar.
Una mirada a sus gobernadores le dijo a éstos que era momento de devolver el favor y, Gaap, como aquel que mejor conocía a su rey, fue el primero en levantarse.
Su cola de caballo se deslizó sobre su hombro izquierdo mientras él se inclinaba en reverencia a la nueva reina.
—Mi nombre es Gaap, su majestad. Rey de los Nocte Vespertili o vampiros —escupió la palabra con desdén—, como los humanos se atreven a llamarnos, y el gobernador que rige el sur —Sus ojos dispares, el izquierdo un pozo negro mientras que el derecho tenía la esclerótica negra con un iris dorado, se clavaron en la señora de los Cielos, tratando de adivinar las intenciones de la mujer.
No bien el no-muerto retomó su asiento, un demonio de largo cabello verde frente a él, se levantó, haciendo una venia más pomposa que la de su camarada.
—Es todo un placer conocerla, su alteza —dijo con una voz fría que no parecía combinar con sus palabras—. Mi nombre es Ziminiar, rey de todas las razas demoníacas de tierra y gobernador del norte.
A su lado, una hermosa mujer de cabello negro y unas espinas translúcidas en sus antebrazos, se levantó e imitó a sus pares; sin embargo su reverencia fue más delicada.
—Su excelencia me puede llamar Amaymon, gobernadora del este y reina de los Siryonis; los cuales incluyen más de veinte razas de demonios acuáticos.
El último, un dragón humanoide de tres tonos de rojo distintos, ni siquiera se molestó en levantarse, solo asintió con la cabeza en dirección a Sophia.
—El nombre es Corson —dijo en una voz gutural que hacía vibrar la mesa—. Regente de los Drakonaids y gobernador del norte —añadió antes retornar la mirada a su señor e ignorar a la diosa por completo.
Después ella se paró para contar la “misión” que compliría allí; sintiendo el dolor de la verdadera reina del Infierno, el cual no aguantó mucho, cerró los ojos y aparentó que no había preferencias entre ella y la antigua Reina. Era cierto, Lilith era la reina del Infierno, pero la Dama Dios ahora sería la Reina de Todo.
—Como se deben de imaginar o creer vine con una misión —Miró a Lucifer pidiendo su consentimiento con una pequeña sonrisa—. Pero primero… —con un gran impulso se acercó a su contraparte, Lilith, quien disimulaba el rencor, para sujetarle de sus hombros —, no vengo a quitarte el trono, vengo a traerte una gran noticia.
Sin embargo, la reina de los Infiernos abofeteó a la chica Dios, sin dejarla hablar. Lilith la quería matar pues se sentía traicionada por aquella que se hacía diosa.
—Ven, dame en la otra mejilla —Sophia se paró frente a ella mirándole fijamente cuando Lilith le iba a dañar la cara. Decidida la celestial alzó la mirada atenta susurrando antes de que el rey supremo se pusiera de malas—. No vas a hacerle daño a la mujer que te dará fertilidad, ¿verdad? —sonrió al ver la cara de la verdadera reina de los Infiernos.
La antigua reina agrandó sus ojos amarillos mientras apartaba la mano, que había levantado con intenciones de volver a abofetear a diosa por segunda vez, un minuto antes que Lucifer interviniera.
—Ya basta, niñas —dijo entre risas con un brillo demoníaco en sus ojos dorados seguido de una mano invisible que arrastró a Lilith hacia atrás y la obligó a sentarse sobre sus piernas—. Lo que Sophía te dijo es cierto, cariño. Ambas serán mías y ambas serán reinas. Una igual a la otra. ¿No soy magnánimo, amor mío? —susurró el Diablo en el oído de su reina rubia mientras la sujetaba por las muñecas para retenerla.
Gaap, sentado al lado derecho de su rey supremo, se recostó del espaldar de su silla y rió entre dientes.
—¿Acaso vas a empezar un harén a estas alturas de tu vida, Lu?
Sophia alzó las cejas sonriendo mientras Ziminiar le gruñía al vampiro frente a él.
—Ten más respeto ante nuestro monarca, sanguijuela asquerosa. Dirígete hacia él con los títulos que su Excelencia se merece.
—Ya van a empezar de nuevo —murmuró Amaymon, lanzando un suspiro y recargando su rostro contra su palma—. No hay una sola reunión en que no discutan.
La joven reina sonreía viendo la dinámica de la reunión, recordando a las huestes de la dimensión donde provenía cuando trató unirlos con los pecados de su Infierno. Fue entonces que recordó algo: debía de sacar a Daniel y Esteban de esa dimensión pues tenía que proteger a sus luces, sus hijas.
—Llamad a Vergil Larsa —Lilith abrió los ojos, asustada, pues sus dos pequeños estarían a la merced de esa mujer—. Necesito que traiga a su hermano, Esteban James. Tengo una misión para ambos en la cual yo les voy acompañar.
Vergil se hallaba hablando con uno de sus hermanos mayores, Avalon— quien había salido de la prisión, donde trabajaba torturando almas, en el momento que supo sobre la desaparición de su hermana— cuando un demonio morado con cara de pez apareció con un mensaje. Su presencia era requerida en el salón de reuniones con urgencia.
—Yo que tú acudiría de inmediato antes que padre encuentre un motivo para que te torturemos en la prisión —le aconsejó, mirando a su medio hermano menor por el rabillo del ojo.
Vergil suspiró y se levantó, posando un mano sobre el hombro de Avalon, quien también poseía el cabello blanco y largo.
—Te informaré luego cuales son los planes para rescatar a Ishmeth —dijo y se teletransportó frente al salón. Era mejor entrar caminando que aparecerse dentro y arriesgarse a ser decapitado por su falta de modales. Pero, al materializarse, se encontró con alguien que no debería estar allí.
¿Qué demonios hacía Esteban en el Infierno? Maldito bastardo, deberías estar cuidando a Mina.
—¿Necesito saber dónde está ella? —habló James, antes de que su hermano le reclamara por dejar a su paloma con el Rey Celestial—. Tu mujer está cuidada por el Maldito Guardián; no te preocupes —el demonio de ojos verdes estaba muy abrumado y si su teoría era cierta, su mujer había tenido sexo con el Rey Supremo y, aquello podría tener consecuencias bastante malas.
—¿Qué no me preocupe? La dejaste con un puto ángel y ella aún se debate entre la luz y la oscuridad —gruñó el peliblanco, abriendo la puerta con sus poderes—. No te hago nada porque seguramente Lucifer te arrancará la cabeza solo por estar aquí —le susurró a su hermano antes de dirigirse a los altos señores demonios con una reverencia—. Aquí estoy, sus altezas.
Al llegar Vergil junto a Esteban, Lilith yacía en una silla de madera sin poderse mover. El ojiverde miró a Sophia, quien estaba al extremo de la mesa del Salón con ropajes elegantes y su corona de espinas, siendo la digna Dios en la tierra.
El demonio alzó una ceja ante la extraordinaria belleza de su consorte, una que nunca dejaba de robarle el aliento. Hermosa como siempre.
Por obvias razones la chica Dios se sujetó de su asiento, mirando cómo James aguantaba las ganas de arrancarle la cabeza a Lucifer.
Maldita sea, Esteban. ¿Qué haces aquí? Pensó, mirando a Lucifer que se había quedado en silencio frente al cambio de ánimo de su nueva reina.
Eso mismo digo yo, reina mía, respondió el moreno. ¿No me vas a presentar ante tu nuevo amante?
—Por su poder y la oscuridad de su aura supongo que el acompañante de mi hijo es tu ex consorte, mi yeara remir. ¿Qué tal si lo presentas a toda tu nueva corte? —pidió Lucifer con un tono entre siniestro y divertido que logró que Lilith, se tensara y sus pupilas se redondearan por un segundo.
Si Lilith estaba tensionada, podía decirse que Sophia no estaba para nada cómoda con la situación. Fue por eso que suspiró, giró su rostro, soltó los brazos y sonrió para ver como salía todo. Tenía bastante claro el daño al equilibrio causado a las dos dimensiones.
—Reyes de la corte, Reyes Supremos y Príncipe —alzó la mirada para observar a su segundo esposo—, les presento al Rey del Infierno de la dimensión de donde provengo. Esteban James. Mi ex consorte.
¿Cómo era posible eso? Sophia había aceptado que Esteban ya jamás la tocaría ni la volvería a hacer suya. La joven reina sentía como el corazón del príncipe de los Pecados se quebraba ante tan insolente noticia, llenándolo de dolor y odio ante Lucifer. En ese sentido Esteban comprendía el miedo del pájaro cuando no quiso dejarla bajar a ese infierno.
Aparentemente ya te sustituyeron, hermanito, se burló Vergil telepáticamente. Tranquilo, lo más seguro mi padre te la devuelva luego de algunos siglos de uso.
Eso nunca, hermano mío. No la dejaré aquí a la merced del cabellos de nieve. Esteban alzó una ceja ante su hermano. Efectivamente no había tomado el comentario del ojiazul en gracia, por eso se acercó al instante a su Reina, dejando una estela de cenizas en su camino.
—Tenemos que irnos —Estaba hecho un energúmeno, agarrándola de los brazos y tentando a Lucifer—. Tú no perteneces a este lugar. Sabes que el bastardo de Lucifer solo te usará hasta que se canse de ti.
La Dama Dios guardó silencio hasta que no pudo más y gritó, haciendo que todo en la Tierra temblara.
—Él me usará como todos me han usado —Se alejó de James para hacerse delante de la corte y Lucifer no mirara las intenciones del demonio menor—. Les tengo una misión a los dos… bueno a los tres. —lo negó con la cabeza; era una desfachatez, pero necesitaba ganarse a Lucifer—. Debemos de rescatar a Ishmeth para que ambos, tú y el ángel, vuelvan a nuestra dimensión y cuiden a… —cerró los ojos con dolor profundo—, las chicas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top