Nathan

Nathan no era un chico común. Siempre tuvo la sensación de no pertenecer a este mundo. Sentía que en él sufría más de la cuenta: sin una madre que lo contenga y lo proteja; un padre sin nombre ni rostro, una historia de vida a medias... un presente opaco y turbulento, donde el futuro no parecía nada prometedor.
Muchas veces añoró la idea de no haber nacido humano. Quizás lo deseó con tanto afán que había dejado de serlo hace, aproximadamente, un mes atrás. Ahora era tan solo un ánima más en ese mundo intermedio en donde iban los recién muertos: el purgatorio.

Nathan aún no entendía lo que había sucedido: una calle, unos auriculares, un celular, un mensaje, unos ojos extraviados y desatentos; un paso, un auto, unas luces y… el hueco de lo que jamás sabrá por qué sucedió. Sentía que era injusto; que era muy joven para dejar esta vida pero, ¿qué podía hacer? ¿Volver el tiempo atrás? ¿A quién se lo reclamaría? ¿Había a quién reclamar quizá? ¿Acaso no era lo que había anhelado siempre? Lo único que podía hacer era dar vueltas en ese espacio difuminado y brumoso. “Si tan solo pudiese ver algo o a alguien”, era lo único que rondaba en su mente.

El tiempo no pasaba… en el purgatorio no existía el tiempo ni los ciclos circadianos, por lo que Nathan se desesperaba cada vez más.

De la mismísima nada que rodeaba el lugar apareció un ser muy particular: vestía un traje color plomo, camisa con toques sepia, corbata al tono con el resto de la vestimenta; alas de un marrón cetrino. Este ente tenía un rostro anguloso, sombrío, circunspecto y una figura larga y lúgubre, ideal para un lugar así. Se paró frente a Nathan, y con voz grave le dijo:

— Eres el espectro número dos millones quinientos sesenta y tres mil. Estás aquí por tu reciente deceso y separación del plano terrenal. Por esta razón te trasladaremos para dictaminar el juicio y peso de tu alma para…

— ¡No! ¡Espera un momento, por favor! — suplicó Nathan en un arrebato de desesperación.

El ser angelino miró severamente al joven y sus palabras helaron la bruma de alrededor: “¿qué hay que esperar? Aquí no hay esperas más que para ser juzgados, pesados, perdonados o castigados… ¿te atreves, acaso, a contradecir las reglas de este reino?”

— ¡No! ¡No es eso! ¡Por favor escúchame! Es solo que siento haber vivido poco y  que merezco otra oportunidad ¿Acaso no hay alguna clausula que mencione una petición de este tipo? — dijo Nathan en un intento de revertir su situación.

— Solo hay una cosa por hacer — interpeló pensativo el ente purus — puedes volver a la vida por un lapso muy corto para cumplir con una tarea. Si esa misión la llevas a cabo satisfactoriamente, se te devolverá tu alma y vivirás durante el tiempo humano que se te designe. Pero, si fracasas en tu empresa, se te regresará; tu alma quedará encerrada para toda la eternidad aquí y te convertirás en un ángel gris.

Nathan estaba confundido: volver a vivir por unos instantes, mientras dure la misión, que podía llevar años o minutos; convertirse en algo que desconocía y por ende temía… pero el solo hecho de volver al plano terrenal lo impulsó a aceptar la propuesta.

— Está bien, ¿qué debo hacer? — dijo expectante.

— Tienes apenas una semana para enamorar a una muchacha cuyo corazón está atado al de un sujeto que no la aprecia. Solo la utiliza — articuló sin más preámbulos el purgatus.

— Pero… pero eso es algo casi imposible — gesticuló en un hilo de resignación el joven fantasma.

— Si quieres volver a vivir Nathan, esa es tu única chance ¿Acaso no pediste una oportunidad? ¡Esta es! ¡La tomas o la dejas!  argumentó con exasperación el espectro.

Con la angustia cubriendo su débil aura, Nathan atinó a decir: “está bien. Lo haré”.

 










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