El eslabón inicial
"Jamás tuve la intención de lastimar a nadie. Sin embargo, aquí estoy, subida a lo más alto de un edificio, tratando de buscar un alivio a este dolor que me desolla por dentro. He intentado mil cosas: olvidar, seguir, odiar, vengarme... tanto que ya ni recuerdo cuándo comenzó a doler... Ahora, aquí, solo tengo pensamientos en acabar con este flagelo... aún así, sé muy bien que las heridas no sanarán y que dañaré inevitablemente a dos personas: una soy yo... la otra es a quien más amo y será daño colateral: mi Nathan, mi hijo".
Las palabras se le apiñaban en la cabeza a Erin... ¿en qué instante todo había cambiado para mal?
Hubiese tenido una vida hermosa, de verdad prometedora... pero los ojos y el encanto de Bastian fueron su perdición, su pecado original. La habían cautivado también su magnífico porte de hombre rudo y gigante, sus modos de mafioso... pero lo que más le atraía era aquella alma atormentada por una existencia sin sentido: Bastian nunca tuvo una identidad a la qué aferrarse, pues lo abandonaron al nacer y el nombre que portaba no lo sentía de él, como si lo hubiesen nombrado para diferenciarlo de los demás adoptados, en esa casa donde el cariño y la atención no se conocían ni siquiera por casualidad.
Aunque Erin llegó a sus días como un bálsamo para aplacar sus resentimientos, no quiso arriesgar a aplacar sus demonios y vivir en la normalidad: su propia normalidad rozaba el abandono y la indiferencia. Por eso fue que cuando ella le confesó su embarazo, tanto el miedo como la tristeza lo ahogaron al punto de decidir escapar sin algún remordimiento, dejando a la mujer que originalmente lo curaría y lo aliviaría... negando a ese niño. Pues eso era solo lo que sabía de este complicado engranaje que era la vida.
Erin solo pudo resistir gracias al pequeño ser que se gestaba en su vientre... pero al nacer el niño su templanza se quebró: era el fiel reflejo de ese padre sin rostro y sin nombre, pues Erin juró jamás develar a su hijo quién era su progenitor.
El tiempo pasaba y Nathan (así lo llamó su madre) crecía bajo un velo de falsa felicidad. Nunca tuvo momentos duros, pues su madre lloraba en silencio las desgracias de sus consecuencias.
Luego de quince años de ficticia estabilidad, Nathan conoció la faz real de la vida que le proporcionaba su madre.
Ese día, Nathan no sabía que iba a tener la última charla con su madre:
- Mamá, se que no debería preguntar pero, mi padre, ¿aún vive?.
Erin sintió una punzada letal en su corazón e inmediatamente dió la espalda a su hijo para que evitase ver como rodaban amargas lágrimas por su rostro.
- Nathan, amor mío, todo este tiempo viviste sin la necesidad de un padre o de saber de él ¿Por qué quieres saber al respecto?
El joven, un tanto contrariado, le contestó: - pues quiero buscarlo y enfrentarlo. Quiero saber por qué no está con nosotros. Si tenemos una vida tan linda, ¿por qué él no la comparte contigo y conmigo?
Erin no pudo contener más su angustia y volviéndose hacia Nathan le mostró la realidad: aquella mujer que el niño había conocido durante toda su existencia se había desmoronado; tenía una mirada vacía, las palabras que salían de sus labios se escuchaban huecas y apagadas... esa no era su madre... esa figura femenina no la reconocía.
- Tu padre nos abandonó el día en que le conté de ti. Solo me miró fríamente, me dió la espalda y se fue. Desde entonces solo he vivido procurando que nada te hiera, que nada te haga mal. Pero esto es extenuante, ¿sabes? Y en estos momentos solo pienso en descansar.
Nathan, en ese instante, no comprendió lo que decía su madre. Solo atinó a abrazarla y decirle:
- No te preocupes madre. Todo estará bien. Y tienes razón: no necesitamos de ese hombre que no nos valoró.
Nathan necesitaba creer en sus propias palabras. Solo quería escuchar el sonido de su voz convenciéndose que todo era maravilloso, así amortiguaba el ruido escalofriante que hacía el quiebre de su fantástica ilusión... quería seguir respirando mentiras... pero la llamada de la policía al otro lado del teléfono le dió el golpe bajo dejándolo sin aire, cuando le anunciaban que su madre había saltado de la terraza de la torre de departamentos más alto del centro.
Y he aquí donde el último vestigio del cascarón con que lo había cubierto Erin terminó por desprenderse: Nathan se volvió el digno hijo de su padre... y con ello, el primer eslabón de culpas y castigos se forjaba.
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