Intromisiones
Los pasillos de las aulas estaban vacíos, ya era hora de la cena y se habían acabado todas las actividades.
Normalmente era mi hora favorita para pasear por la academia, con todo ese silencio, pero esta vez mi mente estaba más ruidosa que cualquier aula sin profesor.
Así que lo más prudente era comer algo. Más bien comer mucho. Con suerte me daba el mal del puerco y no me dejababa pensar en nada más que irme a mi cama.
Llegué al comedor y su bullicio equilibró al de mi cabeza, paseé mi mirada entre la multitud buscando un asiento disponible y de preferencia sin compañía.
-¡Rooooderiiiiiich!
La esperanza de una cena tranquila se esfumó al divisar a Feliciano agitando su mano en el aire y llamándome.
Resignado, caminé hacia la mesa donde se encontraban Ludwig, Feliciano, Lovino y Kiku.
-Llegas temprano.- obvió Ludwig como recibimiento.
-Siempre llegas casi al final para ignorarnos, ¿hoy qué bicho te picó?- replicó Lovino.
-¿Estás enfermo, Roderich?- preguntó Feli preocupado.
-No.- respondí, dejando mis partituras sobre la mesa.
-Te ves estresado.- agregó Kiku -¿Sucedió algo malo en la audición?
-¡AH! ¡Es verdad!- exclamó el italiano -¡Hoy era la audición! ¡Y luces enojado! ¿No te quedaste? ¡No puede ser que no te hayas quedado! ¡Tú eres el mejor, Roderich!
Sonreí. Feli era siempre tan inocente que no podía evitar alegrarme.
-Pues... me quedé.-respondí tras dudarlo un instante.
-¡Lo pensaste!- Se burló Lovino -Seguro que mientes. No te quedaste y tu orgullo no te deja admitirlo.
-Te aseguro que me quedé.- insistí, levantándome de la mesa, tenía muy poca paciencia para discusiones tercas -¿Qué hay de interesante para cenar?
No esperé la respuesta de nadie y me alejé. Kiku tenía razón: estaba estresado. Así que me apeteció tomar solamente lo postres disponibles esa noche y una taza de café.
-¡Mierd...- exclamé brevemente al chocar con alguien y apenas alcanzar a balancear la bandeja para no derramar el café.
-Lo siento.
Me sentí un poco mejor al escuchar que se disculpaban en lugar de armarme lío, alcé la mirada y me encontré con... claro, no podía ser nadie más... Catalina.
-¡Hola! ¿Tiré tu café? Te serviré otro si...
-No lo hiciste.
-¡Vaya, te gustan los postres!- dijo sonriendo, y yo por alguna razón me sentí apenado.
-Son para mis... amigos.- mentí.
-Ajá...- obviamente no se lo creyó nada.
-Está bien, son míos, pero no tengo ganas de nada salado esta noche. No creas que comí y aparte...
-¡No tienes que explicarme nada!- dijo entre risas -Era un simple comentario, no te estaba juzgando ni nada.
-Me juzgaste hace un rato cuando te dije que los musicales son....
-¡Sí, por eso sí te juzgo, y mucho!- Interrumpió melodramáticamente alzando las manos, una vez más creí que me iba a golpear y me aparté. Tan torpemente, que está vez sí derramé el café sobre un pastel de chocolate.
-¡Oh, lo siento!- ella se apresuró a tomar las servilletas de su propia bandeja para tratar de limpiar. -¡Te sirvo otro, de verdad! ¡Y toma mi pastel por si ya se acabó el de chocolate, que también lo arruiné! ¿Cuánta azúcar en tu café?
-No es necesario, déjame ir a comer ya, por favor.- de verdad estaba empezando a perder la paciencia.
-¡Perdón! ¿De verdad?
Me di la vuelta sin decir nada más.
-¡Cathy! ¿Qué tanto perdías el tiempo con ese perdedor?- escuché a lo lejos
-¡Chicas, no sean malas!
No quise escuchar más, pensé en otras cosas y a medias alcancé a distinguir unas risas burlonas.
-Estúpidas niñas plásticas.- susurré con desprecio.
-¡Roderich! ¿De verdad no estás enojado o triste?- insistió Feliciano al regresar a la mesa y dejar mi bandeja -No es normal tanta azúcar.
-A mi me enoja que puede comer todos los dulces que quiera y no engordar. Y te vale un pepino.- se quejó su hermano.
-No es bueno tener envidia veeee~
-¡No es envidia!
-¡Waaaa! ¡Ludwig! ¡Me gritó!
-Lovino-sama, no debería ser cruel con su hermano.
No tengo idea de qué más sucedió, dejé de ponerles atención también y cené en silencio, ahogando mis penas en azúcar... Sin café.
-¿Nos vas a contar qué te sucede o no?- salí de mi ensimismamiento con la voz de Ludwig, todos se habían levantado de la mesa y me miraban como si me pudieran sacar la verdad con los ojos.
Suspiré.
-No le veo el caso cuando al final se van a enterar, pero si así me dejan tranquilo...- busqué cómo resumir la situación en la menor cantidad de palabras posibles -...me quedé en la audición, pero no soy el único.
Todos abrieron tanto los ojos sin decir nada que pensé que saldrían corriendo.
-¿Quién se quedó, Roderich?- preguntó Feliciano con su vocecita temblorosa.
Recordé todo el conflicto que había logrado acallar un rato con azúcar sin café y me sentí abrumado de nuevo.
-Catalina.
-¿Catalina? ¿Esa Catalina? ¿De nuestra clase?- indagó Lovino.
Asentí con la cabeza.
Silencio de nuevo.
-¡WAAAAAA! ¡CATHY ES TAN GENIAL! ¡TAMBIÉN TOCA EL PIANO Y LO HACE TAN BIEN COMO TÚ!
Sí. Justo eso. Era lo que temía escuchar.
-O mejor que tú.- se burló Lovino, mientras el comedor se había quedado en silencio tras el estruendoso anuncio en voz del italiano.
Justo. Eso. Era lo peor de lo peor. Que temía escuchar.
-¿Cathy? ¿Es cierto?- se escuchó la voz de una chica.
Un cuchicheo se extendió por el comedor mientras todos miraban a la aludida, quién se mantenía erguida en su asiento, tomando un sorbo de café como si nada le importara.
-Sí. ¿Y? ¿Tienes algo qué decir al respecto?- preguntó dejando la taza en la mesa.
Las chicas se rieron. Esa risa cruel y escándalos de quién se burla de lo que encuentra extraño y ridículo.
-¡Vas a tocar el piano! ¡En el ñoño festival! ¿Qué es más ñoño que un adolescente tocando el piano?
-¡Dos adolescentes tocando el piano!
-¡Usando ropita cursi de gala de hace quinientos años, entrelazando sus manitas en alguna megañoña piececita empalagosa!
Ahora casi todo el comedor reía y se burlaba, haciendo ademanes exagerados de aporrear teclas, chiflando y gritando entre risas.
Miré a Catalina, roja como un tomate, y esforzándose en mantener una expresión seria. Le temblaban los labios.
-¡Entonces por eso hablabas con ese perdedor! ¡Van a tocar juuuuuuntoooos!
-Vete con el ñoño, no te queremos aquí.
-¡SILENCIO TODOS!
La voz de Arthur Kirkland, el presidente del consejo estudiantil, se sobrepuso al resto y todos se callaron un momento.
-El ñoño supremo habló.- farfulló alguien, con lo que se recobraron las burlas aunque en un volumen hipócritamente bajo.
Catalina se levantó y caminó hacia la puerta del comedor, a paso firme, sin mirar a nadie.
-Pobre Cathy... miren lo que le provoqué.- se lamentó Feliciano -¡Iré con ella!
-¡Creo que ya hiciste suficiente daño, tonto hermano!
-Sus amigas la abandonaron, ¿no deberíamos ir?- insistió.
-Yo iré.- dije por fin -Pero luego, creo que lo mejor es dejarla en paz un rato. También fue mi culpa por contarles. Si tan sólo la escucharan tocar... Si no hubieran sabido nada hasta escucharla...- gruñí, totalmente enfadado.
-¿Cómo piensas encontrarla si no la alcanzas? Su número de habitación es algo privado y obviamente nadie que lo conozca te lo va a decir.- preguntó Ludwig mirándome con un reproche contenido.
-Tal vez Kirkland-san lo conozca o pueda revisarlo en algún archivo.- sugirió el japonés.
-No es necesario.- respondí con fastidio -Lo siento, no puedo estar un segundo más aquí, no hoy.
Tenía tantos pensamientos en la cabeza que ni siquiera tuve que esforzarme en silenciar mentalmente las burlas que volvieron a acrecentarse mientras salía del comedor.
El aire fresco de la noche me acarició la cara como una bendición, respiré lo más hondo que pude. Una, dos, tres.... Las veces suficientes para calmarme.
Ahora debía encontrar a Catalina. Recordé el papel con sus números pequeños y apresurados, lo busqué en mi bolsillo y lo palpé, pero otro pensamiento asaltó mi cabeza evitando sacarlo.
Tal vez...
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
¿Voy a terminar aquí el capítulo después de tantos días sin actualizar dejando esa pregunta en el aire?
...
...
Sí.
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