8. Conferencia de prensa

Reunidos en un salón de la comisaría, un grupo de periodistas aguardaban la llegada del Jefe de la División Científica, quien brindaría una conferencia de prensa para dar respuesta a los numerosos interrogantes, que venían acrecentándose con el paso de los días.

Héctor observó por la rendija de la puerta entreabierta, la cantidad de reporteros reunidos en el interior. «En esta ciudad hay más periodistas que gente», pensó. No le agradaban esas personas que vivían de la desgracia ajena. Allí estaban, como aves de rapiña ante la presa moribunda.

El salón tenía una capacidad para veinte personas sentadas; los asientos estaban todos ocupados y había varios individuos de pie. Al frente se encontraba un atril desde donde brindaría la exposición sobre los avances de la investigación, para luego someterse al voraz interrogatorio que, sabía, se desataría a continuación.

Cuando vio llegar a Diego, se relajó un poco. Le había pedido a su protegido que fuera su respaldo en la conferencia. El joven era muy perspicaz y tenerlo cerca le daba tranquilidad; en caso de que se encontrara en un apuro, iba a mirar al perito y éste tomaría la posta. Esperaba no tener que llegar a eso, pero el saber que estaba ahí ya le hacía sentirse más seguro.

***

La tarde anterior Héctor Ceballos y Diego Domínguez se habían reunido con las autoridades locales y provinciales. También estaba presente el Superintendente de la Policía Científica, jefe de Ceballos. El intendente local estaba por demás ansioso; el gobernador, en cambio, parecía más calmado, pero ambos reclamaban la resolución urgente del caso.

—¿Qué tan cerca estamos de dar con el culpable? —preguntó el Gobernador, inmediatamente después de los saludos formales.

—Aún no sabemos si hay un «culpable», no hemos hallado pruebas de contaminación... —empezó a decir Héctor, cuando fue interrumpido por el Intendente.

—Alguien se tiene que responsabilizar de lo que está pasando. Ya llevamos 50 víctimas desde que todo comenzó. ¡Yo no voy a cargar con los muertos!

—Estamos trabajando para determinar el origen... —retomó Ceballos, pero esta vez fue el Comisario Mayor, su jefe inmediato, quien lo interrumpió:

—Están demorando demasiado. Si no se obtienen resultados en las próximas 72hs. no te garantizo que puedas conservar tu puesto.

La respuesta del Superintendente dejó a Héctor sin habla. Su boca se tensó en una línea de resentimiento. «Estaríamos más avanzados si no me hubieras ordenado cajonear el primer caso», pensó. Pero no lo expresó; desautorizar a su superior frente a los presentes hubiera significado la destitución y baja deshonrosa inmediata.

—Si me permiten —intervino Diego —el problema es que tenemos «demasiados» resultados. Nada es concluyente. Lo único que tenemos en claro es que tiene que ver con la comida; pero aún no logramos determinar cuál es el alérgeno, ni mediante qué lo están ingiriendo.

—¿Y no hay ninguna coincidencia? —cuestionó, rozando el escepticismo, el Gobernador.

-Bueno... —inició Diego— todos los afectados habían ingerido en algún momento de las 48 horas anteriores al evento: pan, carne, queso, huevo, tomate y agua —enumeró leyendo la lista en su anotador—, en distintas preparaciones, de diferentes procedencias. Para dar con la coincidencia, habría que remontarse a las fuentes de origen.

—¿Qué está queriendo decir, Domínguez? —preguntó el intendente.

—Que habría que cerrar preventivamente los molinos, los frigoríficos, los tambos, las granjas avícolas, las quintas y la planta potabilizadora de agua.

—¡Pero qué estupidez! —estalló el Intendente—. ¿Estás sugiriendo que paralicemos prácticamente toda la actividad gastronómica local y que dejemos la ciudad sin agua potable en pleno verano?

—Por eso le decía que tenemos demasiados resultados. Debemos reducirlo a un máximo de dos objetivos, a fin de poder centrar y profundizar la investigación. En estos momentos tenemos excesivos frentes abiertos —concluyó Diego.

—Pues cierren algunos frentes hoy mismo —ordenó el Superintendente—. No le podemos decir a la gente que no pueden comer nada, porque todo es peligroso. Hay que individualizar los alimentos potencialmente dañinos y sacarlos de circulación —expresó, sin reparar en que era precisamente lo mismo que acababa de decir el perito.

—Cuando enumerabas los alimentos —dijo de pronto el Gobernador—, se me vino a la mente la comida rápida: hamburguesas, lomitos, esas cosas, que tienen la mayoría de esos ingredientes.

—No hay nada que indique que allí pueda estar el problema —argumentó Diego—. Sólo siete de las víctimas fatales habían comido este tipo de alimentos y ni siquiera sabemos si eso fue lo que les causó el ataque, porque también habían ingerido otras cosas —explicó frustrado. La discusión no estaba llevando a ninguna parte. Lo que necesitaban eran pruebas pero estos burócratas lo único que querían era culpar a cualquiera, con tal de sacarse el muerto.

—No importa —zanjó la máxima autoridad de la Policía Científica—. Es un buen lugar como cualquiera, para empezar. Después, si no se encuentra nada allí, seguiremos con otro grupo, y así —; y dirigiéndose a Ceballos, le dijo—: mañana llamá a una conferencia de prensa y recomendá a la población que, preventivamente, no consuman comidas rápidas.

Héctor le iba a decir al Superintendente que le parecía irresponsable sugerir que las comidas rápidas podían ser el problema sin tener pruebas, pero enseguida pensó en los 35 años de servicio que tenía y que no quería tirarlos por la borda. Por lo que se limitó a realizar un breve asentimiento.

***

Diego abandonó la sala de prensa de la comisaría ni bien terminó lo que consideró la más grande farsa a la que había tenido que asistir en toda su vida. Tenía el estómago revuelto del asco y un dolor en el pecho causado por la angustia de tener que ver, a quien era como un padre para él, rebajarse a ser la marioneta del poder de turno.

Como había anticipado, la historia que Ceballos presentó a la prensa hizo agua por todos lados, y los periodistas, ávidos por ver correr sangre, no tardaron en escarbar en donde les pareció más débil el argumento. ¿No tenían un culpable aún? ¿Ni siquiera sabían si era algo intencional o no? ¿La comida chatarra era sospechosa? ¿Basados en qué?

El semblante de su jefe mostraba una gama de colores que ponían en evidencia lo incómodo que estaba, dando respuestas de las que no estaba en absoluto convencido. Diego enseguida tuvo que salvar la situación, rebuscando enrevesadas explicaciones para supuestas hipótesis, improvisadas en el momento... Un verdadero fiasco. Ceballos se había quedado callado y cabizbajo. Siempre había sido muy correcto en su trabajo. Lo que le habían ordenado hacer, daba por tierra con toda su ética profesional y su intachable carrera.

***

Luego de realizada la autopsia y gracias a la intervención del director del Hospital para acelerar los trámites de la entrega del cuerpo, Marcela había podido finalmente enterrar a su única hija. Y de eso habían pasado dos días más. Jessica era la razón por la que se levantaba todas las mañanas y ahora ya no estaba. Su vida se había truncado tan joven, por culpa de ese mal desconocido del que estaban hablando en el noticiero en ese momento. Transmitían en directo la conferencia de prensa desde la jefatura de la policía local.

Después de cinco días en completo silencio, durante los cuales había llorado todo lo que tenía —y necesitaba— llorar, había prendido la televisión para distraerse con algo. Debía continuar con  su vida. Así lo hubiera querido Jessica. Y como sabía que le iba a costar, era mejor que comenzara cuanto antes.

Así fue que encendió el aparato y para su sorpresa allí estaba el perito que había conocido un día antes de perder a su hija. Pero ahora parecía una persona totalmente diferente. El que estaba frente a la multitud de periodistas, evitando dar respuestas concisas, no era el mismo que había hablado con ella en el Hospital. Aquél era franco, transparente, hablaba claro y miraba directo a los ojos, no como el que mostraba el noticiero, que evadía continuamente la mirada y balbuceaba argumentos incomprensibles.

Algo estaba pasando con el caso. Estaban ocultando algo... la policía, la gente poderosa de la ciudad; seguramente todos estaban involucrados. En ese momento Marcela se llenó de coraje. No iba a permitir que la muerte de Jessica quedara impune por culpa de esos sinvergüenzas. Apagó la televisión cuando aún no había terminado la conferencia. Se dio una ducha en cinco minutos y salió en dirección a la comisaría, que no quedaba muy lejos de su casa.

Iba a enfrentar al tal Diego Domínguez. Quería volver a mirarlo a los ojos y que le explicara lo que estaba pasando. Ella lo había ayudado y luego había perdido a su única hija. Merecía saber la verdad y si no la obtenía del perito, iba a averiguarla por su cuenta.

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