PRÓLOGO

12 años de edad...

CERO

Corro con agilidad y sorteando los viejos vagones abandonados entre los espacios de uno con otro y hasta usando para saltar del otro lado, un oxidado saliente.

Antiguamente este desolado lugar, siendo ahora un cementerio con vías de trenes y pedazos apenas en pie de hojalatas por sus carcazas, hierros vencidos, maleza alta en algunos lugares por poco cuidado, fue de las prinicipales estaciones de la capital.

Escupo saliva en exceso por mi carrera y apenas limpio mi boca en el proceso, porque siento que hacer eso, demoraría la velocidad en mi huída.

Sin mencionar.

Sigo corriendo y desviando mis pasos hacia la derecha y como destino a la vieja estación de raídas paredes y sin techo.

El paquete que hurté y ya, me pesa bastante por más mediano tamaño.

Siento sus pasos.

De los policías.

No sé cuantos son, ya que comenzó siendo uno por el alerta del comerciante al ver que le robaba su mercancía expuesta al público de su tienda.

Pero luego esta caza contra mí, se fueron sumando más agentes que aparecieron en cada esquina comercial.

Muerdo mi labio.

Compañeros que jodidamente me tocaron en su manada, todos en buen estado, maldita sea.

Consigo desorientarlos llegando, pero aún, no me permito descansar aunque mi pequeño cuerpo y cada órgano me duele.

Ni hablar de un costado de mi bajo pecho.

Corro entre las construcción, rifando como eludiendo escombros de la antaña edificación, donde parte del sol entra y hasta me encandila por carecer de techos partes, para volver nuevamente a la sombra húmeda de las mismas.

Puedo percibir todavía, como se hablan entre ellos en su distancia.

Creo que se dividieron por el tamaño de la gran estación abandonada y hasta con aire fantasmal, para poder encontrarme mejor.

Pero yo, no le tengo miedo al lugar.

Muchas veces lo usé de hogar cuando escapé de la casa de mi tía.

No por ser mala.

Más bien, para no ocasionarle molestias, ya que con mis pequeños primos en su precaria casa apenas sostenida por su pobre sueldo de lavandera, éramos muchos y yo, una boca más que alimentar.

Aferro más mi robo entre mis manos.

Pero hoy, aunque no voy a volver y solo va ser una visita rápida.

Habrá una abundante cena para ella y mis primitos.

Sin dejar de escapar, me atrevo a mirar hacia atrás y por sobre mi hombro.

Pese a que sigo sintiendo sus gritos y hasta blasfemias por mi culpa, no los diviso cuando al alcance de mi mano y distancia, salgo de una salida de emergencia que sé de su existencia.

Un hueco entre los deteriorados reboques de una pared que mi delgado cuerpo pasa.

Y con satisfacción sonrío a rastras al atraversarlo, porque es mi escape y con su sol a pleno dándome, el pasaje a mi libertad y que puedan atraparme, ya que solo en unos metros.

Un tejido que por más altura, lo salto como siempre con proeza, para nuevamente la urbanización con su hormigueo constante de gente y en su congestión humana, para eludir a cualquiera que me quiera perseguir, gracias al inmenso parque hay en ella.

Sonrío feliz.

Mi mundo.

Me derrumbo tras un árbol de muchos que adornan este gigantezco lugar con su verde para procurar recuperar algo de oxígeno para mis pulmones y ahora sí, con el puño de la vieja camiseta que llevo, me atrevo libre y con ganas, de limpiar mi boca reseca por semejante carrera, como el sudor que sin piedad baña mi cara, parte de cuello y hasta mi pelo algo húmedo.

Uno, bastante largo en su frente y los lados que me molesta mucho.

Pero no tengo monedas ni billetes para hacérmelo cortar.

En realidad y sincero, nunca fui a una peluquería.

Siempre lo hice yo mismo con tijeras que encontré de mi tía o en su defecto, pedirle a un amigo de la calles, que lo hiciera por mí, y con su propia navaja que calzaba.

Muchos hermanos de la misma llevan ese tipo de arma, sea porque lo consiguieron o inventaron una, sea para robar o defenderse, ya que así, como hay una hermandad.

También diferentes pandillas y con eso, las reyertas de bandas.

Pero yo y aunque, tentado muchas veces por tener una propia.

Creo, que hace sentir importante a uno llevar en los bolsillos y que el resto lo sepa.

Nunca tuve.

Y si algún depravado de nuestro gremio o una pelea callejera se armaba, siempre usé mis puños y mi habilidad hasta ahora de escape.

Como en mis robos de poca monta, también.

Y quiero seguir descansando, pero una sombra lo obstaculiza de golpe como el sol que me daba momentos antes.

Es por el brazo de alguien, extendido hacia mí.

Pero antes que me ponga en alerta por más que me pongo de pie por mi inercia de siempre huir, su apacible voz me detiene.

- No voy hacerte daño... - Me dice mientras focalizo en lo que sostiene sus dedos frente mío.

Una lata de gaseosa bien fría.

Lo que mi cuerpo y organismo reclama.

Pero como no sé sus intenciones, retrocedo el poco espacio que tengo entre el hombre y el árbol detrás de mí, causando que mi espalda toque su dura corteza, aferrando más en mi brazos la bolsa que contiene mi robo.

No es un callejero, su vestimenta me lo dice, ya que va bien vestido de camiseta y jeans, aunque para su edad y sobre su cabeza, una ridicula gorra negra con la imagen de un personaje de Marvel y que a mí, me gusta mucho.

El increíble Hulk.

Sin embargo y bajo sus palabras de no lastimarme, hay algo de él que llama mi atención, pero no puedo terminar de deducir.

Lo obervo en nuestro silencio como posturas sin movernos.

Como si supiera lo que hice o algo así.

- ¡Es mío! - Digo, tomando más contra mí, la bolsa. - ¡Gánatelo! - No comprendo, porque exclamo eso y mi reacción lo hace sonreír, mientras me muestra su rostro por elevarlo.

Ya que antes, apenas podía divisarlo por cubrirla la misma, por más que acusaba ser joven.

En sus 25 o más, no lo sé.

Pero un viejo hábito eso.

Creo.

Niega.

- No lo quiero... - Me habla. - ...es tuyo y te lo ganaste. - Su mirada baja a mi paquete. - Aunque en mala ley... - Finaliza y entiendo.

Él sabe que me lo robé.

Pero, niego con fervor.

- ¡Eso, es mentira! - Quiero engañarlo. - ¡Mi tía me dio dinero para comprarlo! ¡Es mío! - Repito.

Y la mano libre del hombre indica primero que no había notado antes por mis pensamientos, un camión de venta en color rosa a metros nuestro y estacionado, cual agradables mesitas con sus sillas y gente en la mayoría de ellas, degustan de una merienda mientras son atendido por una alegre chica.

Para luego, ese mismo brazo en dirección a lo que divide este parque con su gente y la vieja estación de trenes.

El tejido como frontera de todo.

Lugar y parte que escapé.

Escalofrío.

Y por más distancia ambos vemos del otro lado, todavía los agentes de la policía procuran rastrearme, sin sospechar que estoy de este lado por no descubrir la salida.

Vuelvo mi vista al chico, ya que desde su camión debe haber sido testigo de todo y por ende, que soy ladrón y que ellos me buscan.

- Solo es un maldito pollo... - Reniego por el contenido de la bolsa que cargo, pateando una piedrita con la punta de mi sucia y vieja zapatilla. - ¿Me vas a denunciar? - Lo miro.

Y me sorprende que niegue algo divertido, insistiendo que tome la lata mientras le sonido por abrirla nos interrumpe para que beba.

Y al fin lo hago y con ganas.

Estaba sediento y mi cuerpo al recibirla lo agradece, porque su azúcar como frescura me revitaliza.

Mira todo mientras lo hago y casi acabo su contenido.

- Hay mejores cosas que esto... - Suelta.

Lo miro feo.

Ya que y madita sea.

Su apariencia como porte, acusa lo contrario.

De que jodida vida sabe de vivir así.

- ¿Y tú, que sabes? - Le respondo, lanzando la lata ya vacía y con presteza al un tacho de basura por más que está a varios metros de nosotros.

Y sus ojos me miran de lleno y con cierto brillo.

No solo por mis palabras, también creo, por esa habilidad.

- Bastante...

¿Eh?

Y vuelvo a obervarlo y ahora yo de lleno, escaneándolo de arriba abajo y esperando más respuesta de su parte.

Pero no lo hace.

En cambio y notando que no me va a denunciar como dar aviso a la policía, se va por pocos segundos hasta el camión y a la alegre como bonita chica, cual le murmura algo y ella.

Elevo una ceja.

Saltarina tras mirarme con ligereza, va hasta al rosita camión merendero y cafetero, para poner algunas cosas en una cajita que selecciona con cuidado.

¿Dije, también muy rosa?

Entregarle al chico y que al recibirlo como darle un beso, vuelve a donde estoy.

También me lo extiende.

- No soy de los dulces... - Habla. - ...pero mi esposa, es la mejor con las masas dulces y cupcakes...

Y creo que tiene razón, porque un rico aroma a masa y dulce, escapa de la bonita caja rosa con su logo.

Otra vez inciste que lo tome y lo hago.

- Llévale a tu tía... - Recuerda que la mencioné y antes que huya y tomándome de sorpresa, se saca la gorra ñoña de su cabeza para ponermela sobre la mía y con ello, se inclina para nivelar mi baja altura. - Ayuda a no ser reconocido... - La acomoda mejor, bajando su visera hasta el punto de apenas ver con mis ojos, notando tanto como yo, que un par de policías y notando una salida de escape por el tejido, lo hicieron y ahora circulan por el parque sin dejar de obervar a cada individuo que está por el lugar.

Y se lo acepto.

No nos despedimos.

Tampoco, nos preguntamos el nombre del otro.

Bajo sus palabras finales, retomo mi carrera con sentido opuesto a la policía como el chico y lo logro con éxito.

La reprimenda de mi tía al verme por sobre semanas sin saber de mí, como mis primos festejando pese a eso, de verme nuevamente y como final de todo.

Los observo como felices y rodeando la vieja mesa con las precarias sillas, gustosos comen del estofado de verduras con el pollo que robé, para luego degustar de los cupkaques que el chico me regaló.

Es suficiente para mí.

Y también tomo una de las masas como ellos de la caja que corona la mesa.

Porque, me gusta mucho lo dulce.

Y para mi sopresa y por primera vez probando estas magdalenas decoradas con su chocolate y confituras en decoración.

Descubro.

Sonrío.

Que va ser mi golosina favorita...



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