Capítulo Tres
3
Permanecí sentada durante un rato, demasiada agobiada como para moverme. Finalmente, me oblige a examinar el edificio derruido. Un grupo de chicos que se había amontonado afuera observaba con ansiedad las ventanas superiores, como esperando que una espantosa bestia saltara al suelo en medio de una explosión de vidrios y maderas.
Un chasquido metálico, que venía de las ramas más altas del árbol, llamó mi atención. Mire hacia arriba y alcance a ver un destello de luz plateada y roja que desaparecía por el tronco hacia el otro lado. Me puso de pie y camine alrededor del árbol, buscando una señal de aquello que había oído, pero sólo encontré ramas desnudas, grises y cafés, que se abrían en bifurcaciones, similares a los dedos de un esqueleto.
—Eso fue uno de los escarabajos —dijo alguien.
Gire hacia la derecha y me encontré con un niño bajito y gordinflón, que me miraba fijamente. Era muy joven, quizás el menor de todos los que había visto hasta ese momento: tendría unos doce o trece años. El pelo café le cubría el cuello y las orejas, rozando los
hombros. Sólo sus ojos azules brillaban en medio de una cara triste, y colorada.
Puse una expresión de asombro.
—¿Un qué?
—Un escarabajo —repuso, señalando la copa del árbol—. No te hará daño, a menos que seas tan estúpido como para tocarlo... shank.
La última palabra no le salió de forma muy natural, como si aún no hubiera comprendido bien la jerga del Área.
Otro alarido, esta vez largo y escalofriante, rasgó el aire. Mi corazón se estremeció. El miedo era como un rocío helado sobre su piel.
— ¿Qué está pasando allí? —pregunte, apuntando hacia el edificio. —Ni idea— respondió el chico, que conservaba la voz aguda de la infancia—. Ben está ahí adentro, muy enfermo. Ellos lo tienen.
—¿Ellos? —repetí. No me agradó el tono malicioso que utilizó. -Sí.
—¿Quiénes son ellos?
—Ojalá nunca lo averigües — respondió, con un aspecto demasiado tranquilo para la situación. Le tendió la mano—. Soy Chuck. Yo era el Novato hasta que llegaste.
¿
Y éste es mi guía para la noche?, pensé. No podía sacudirme el terrible malestar, y ahora a eso le sumaba irritación. Todo era absurdo y, además, me dolía mucho la cabeza.
—¿Por qué todos me llaman Novata? —pregunte, estrechando la mano de Chuck y soltándola de inmediato.
—Porque eres una recién llegada —contestó con una carcajada. Otro aullido llegó desde la casa, y sonó como el de un animal famélico al que estaban torturando.
-¿Cómo puedes reírte? —comenté, horrorizada por el ruido-. Parece como si tuvieran a un moribundo ahí adentro.
—Él va a estar bien. Nadie muere si regresa a tiempo para recibir el Suero. Es todo o nada. Muerto o vivo. Sólo que duele mucho.
—¿Qué es lo que duele mucho?
Los ojos del niño vagaron un rato, como si no estuviera seguro de la respuesta.
—Humm... ser pinchado por los Penitentes.
—¿Penitentes?
Estaba cada vez más confundida. Pinchado. Penitentes. Las palabras tenían una fuerte carga de terror y, de repente, ya no supe si quería escuchar más. El niño se encogió de hombros y luego desvió la mirada, con un gesto de suficiencia.
Lancé un suspiro de frustración y me recoste contra el árbol.
—Parece que no sabes mucho más que yo —le dije, pero tenía claro que eso no era cierto. La forma en que había perdido la memoria era muy extraña. Recordaba bien como funcionaba el mundo, pero vacío de lo concreto, de los rostros, los nombres. Como un libro al que le faltaba una palabra de cada doce, lo cual hacía ardua y confusa su lectura. Desconocía un dato tan obvio como mi edad.
—Chuck, ¿cuántos... años te parece que tengo?
El chico me observó de arriba abajo.
—Yo diría dieciséis. Y si andas con la duda... un metro sesenta y algo, pelo castaño oscuro. Ah, y me pareces muy linda —aseguró, luego resopló y se rio.
Estaba tan perpleja que apenas escuché la última parte. ¿Dieciséis? ¿Tenía dieciséis años? Me sentía mucho más vieja.
—¿Estás seguro? — le pregunté y luego hice una pausa buscando las palabras
adecuadas— ¿Cómo...? —y me callé. Ni siquiera sabía qué preguntar.
—No te preocupes. Andarás como atontada durante unos días, pero después te acostumbrarás a este lugar. A mí me pasó. Vivimos aquí, es lo que hay. Es mejor que vivir en una montaña de plopus —entornó los ojos, anticipando la pregunta—. Plopus es otra forma de decir "caca". Es el ruido que hace cuando cae en nuestras letrinas.
Mire a Chuck, sin poder creer el tema de la conversación.
-¡Qué bien! -murmure. Eso fue todo lo que se me ocurrió.
Luego, me incorporé y me dirigí hacia el viejo edificio. Choza era un nombre más apropiado para esa construcción, que se alzaba delante de los enormes muros de hiedra.
Tendría unos tres o cuatro pisos de altura y podría caerse en cualquier momento. Se trataba de un surtido disparatado de troncos, tablas, cuerdas gruesas y ventanas, que aparentemente habían sido colocados juntos al azar.
Mientras caminaba por el patio, el inconfundible olor a leña y a carne asándose me produjo ruidos en el estómago. Saber que los gritos provenían de un chico enfermo lo hizo sentir mejor, hasta que pensó en qué los habría causado...
-¿Cómo te llamas? —me preguntó Chuck desde atrás, mientras corría para alcanzarme.
-¿Qué?
-¿Cuál es tu nombre? Todavía no nos lo has dicho, y yo sé que eso sí lo recuerdas.
— Isabel.
Lo pronuncie con voz ausente pues mis pensamientos habían tomado otra dirección. Si el chico estaba en lo cierto, acababa de descubrir una conexión con el resto de los Habitantes. Un patrón común en la pérdida de la memoria. Todos se acordaban de sus nombres. ¿Por qué no de los de sus padres? ¿O el de algún amigo? ¿O de sus apellidos?
-Encantado de conocerte, Isabel -dijo Chuck—. Quédate tranquila que yo me ocuparé de ti. Hace justo un mes que estoy aquí y conozco el lugar como la palma de mi mano. Puedes contar conmigo, ¿de acuerdo?
Estabamos llegando a la puerta delantera de la choza, donde permanecía reunido el grupito de chicos. Me dirigí a la puerta, intentando buscar respuestas allí adentro. No tenía idea de dónde habían surgido repentinamente el valor y la determinación.
—Nada de lo que yo diga te hará sentir mejor —dijo—. En realidad, todavía sigo siendo un Novato. Pero puedo ser tu amigo... —Esta bien —lo interrumpí.
Me dirigí a la puerta -una horrible tabla de madera descolorida-, la abrí de un empujón y vi a varios chicos de rostros impasibles al pie de una escalera desvencijada, que tenía los
escalones y el barandal retorcidos y ladeados en distintas direcciones. Las paredes del vestíbulo y el pasillo estaban cubiertas con un papel tapiz oscuro, despegado en varias partes.
Los únicos adornos a la vista eran un florero polvoriento sobre una mesa de tres patas y la fotografía en blanco y negro de una anciana con un anticuado vestido blanco. Le pareció recordar una casa embrujada de alguna película de terror. Hasta faltaban tablas de madera en el piso.
El lugar apestaba a polvo y moho, un gran contraste con los agradables olores del exterior. Luces fluorescentes parpadeaban desde el techo. Todavía no lo había pensado, pero
debí cuestionarme de dónde vendría la electricidad en un lugar como ése.
Observé a la vieja mujer de la foto. ¿Habría vivido alguna vez ahí, cuidando a esa gente?
—Hey, miren, llegó la chica —exclamó uno de los muchachos mayores. Con un sobresalto, descubrí que era el chico de pelo castaño claro que me había echado esa mirada mortífera un rato antes. Tendría unos dieciséis años, era alto y robusto. Su nariz era del tamaño de un puño pequeño y parecía una papa deforme—. ¿Estas bien, niña? Seguramente sentiste miedo al escuchar al pequeño Benny chillar como una niña. ¿Necesitas ayuda,
shank?
—Mi nombre es Isabel.
Debía alejarme de ese tipo. Sin una palabra más, me encamine hacia la escalera, sólo porque me encontraba cerca y no tenía idea de qué hacer o qué decir. Pero el matón se colocó
delante de mi, con una mano en alto.
—Detente ahí, niña — me advirtió, apuntando el pulgar hacia el piso de arriba—. A los Novatos no se les permite ver a alguien que... fue llevado. Newt y Alby lo prohibieron.
—¿Qué te pasa? — le pregunté, haciendo un esfuerzo por no mostrar miedo en mi voz y tratando de no pensar qué había querido decir con llevado—. Ni siquiera sé dónde estoy. Sólo necesito un poco de ayuda.
—Escúchame —agregó el bravucón, mientras arrugaba la cara y se cruzaba de brazos—. Yo te he visto antes. Hay algo que me huele mal de tu llegada aquí y voy a averiguar qué es.
Una oleada de calor corrió por mis venas.
—Yo no te he visto nunca en mi vida. No tengo idea de quién eres y no me importa en absoluto — lancé como una escupida. Pero, francamente, ¿cómo podría saberlo? ¿Y cómo podía ser que ese chico se acordara de mi?
El muchacho rio con disimulo. Una carcajada corta, más un resoplido lleno de flema.
Luego su cara se puso seria y juntó las cejas.
—Te he... visto. No muchos por aquí pueden decir que fueron pinchados —me advirtió, apuntando hacia arriba—. Yo puedo. Sé por lo que está pasando el pequeño Benny. Yo estuve en su lugar y te vi durante la Transformación.
Se estiró colocando su cara a escasos centímetros de la mía, su aliento llegó a chocar contra mi rostro.
-Y te apuesto la primera comida de Sartén que Benny dirá que también te vió.
Le sostuve la mirada pero decidí no decir nada. El pánico me consumió de
nuevo. ¿En algún momento las cosas dejarían de empeorar?
-¿Ya estas muriendo de miedo de los Penitentes? -continuó el chico con una sonrisita sarcástica—. ¿Estás un poco asustada ahora? No quieres que te pinchen, ¿verdad?
Otra vez esa palabra. Pinchar. Trate de no pensar en eso y señalé hacia arriba de la escalera, de donde venían los gemidos del enfermo que resonaban por todo el edificio.
-Si Newt está allá arriba, quiero hablar con él.
El muchacho no dijo nada. Me miró atentamente durante varios segundos y después sacudió la cabeza.
-¿Sabes qué? Tienes razón, Isabel. No debería ser tan malo con los Novatos. Ve nomás. Estoy seguro de que Alby y Newt te van a poner al tanto de todo. En serio, sube. Lo siento.
Me dió un golpecito en el hombro,y luego retrocedió apuntando hacia arriba. Pero yo sabía que el chico tramaba algo. Perder parte de mi memoria no me convertía en una idiota.
—¿Cómo te llamas? —pregunté, haciendo tiempo mientras decidía si debía subir o no.
-Gally. Y no te dejes engañar. Yo soy el verdadero líder aquí y no los dos larchos viejos de arriba. Yo. Si quieres, puedes llamarme Capitán Gally.
Sonrió por primera vez. Los dientes estaban bastante alineados, pero su sonrisa era un tanto perturbadora.
—Muy bien —dije, tan harto del tipo que sentía ganas de gritar y darle un golpe en la cara-. Será Capitán Gally, entonces.
Hice un saludo exagerado, sintiendo una ola de adrenalina, ya que sabía que acababa de traspasar un límite. Unas risitas escaparon del grupo de chicos y Gally se puso colorado. Cuando
desvíe la vista hacia él, noté que tenía el entrecejo fruncido y la nariz arrugada por el odio.
—Ya sube y aléjate de mí—me advirtió, señalando hacia las escaleras, pero sin quitarle la mirada.
—Perfecto —exclamé.
Eché un vistazo a mi alrededor una vez más. Estaba avergonzada, confundida y enojada. Sintí que la sangre me inundaba el rostro. Nadie hizo nada para impedir que acatara el
pedido de Gally excepto Chuck, que tenía una expresión de temor.
—No deberías hacerlo —intervino el niño —. Eres un Novata, no puedes ir con ellos.
—Vamos -dijo Gally con una sonrisita burlona—, sólo sube.
Ya estaba arrepentida de haber entrado en el edificio, pero sí quería volver a hablar con el tipo llamado Newt.
Comence a subir las escaleras. Los peldaños crujían bajo mi peso. De no ser por la situación tan violenta que estaba dejando atrás, seguramente me habría detenido por temor a caerme de esas viejas maderas. Pero siguíascendiendo, sobresaltándome a cada paso. Los escalones terminaban en un descanso. Doblé a la izquierda y me encontré con un pasillo con
barandal que conducía a varias habitaciones. Sólo una de ellas dejaba pasar luz por debajo de
la puerta.
—La Transformación —gritó Gally desde abajo-. ¡Te llegará en cualquier momento!
Como si de repente la burla me hubiera disparado la valentía, me dirigí hacia la puerta iluminada, sin prestar atención a los ruidos de las tablas ni a las risas que venían de abajo.
Ignorando también la avalancha de palabras que no entendía y sofocando los espantosos sentimientos que me provocaban, estiré la mano, presioné la manija de bronce y abrí la puerta.
Dentro de la habitación, Newt y Alby estaban inclinados sobre alguien tendido en una cama.
Me acerqué para descubrir qué era todo ese escándalo, pero cuando pude ver bien el estado del paciente, el corazón se me congeló. Tuve que reprimir las ganas de vomitar.
La imagen fue rápida —sólo unos pocos segundos—, pero suficiente para que se me fijara en mi memoria para siempre. Una figura pálida y agonizante, con el pecho descubierto y enfermo, se retorcía de dolor. Las venas verdosas tejían una red a través de su cuerpo, como cuerdas debajo de la piel. Estaba lleno de moretones color púrpura y de arañazos. Los ojos inyectados en sangre se movían con desesperación de un lado a otro. La visión ya había quedado impresa en mi mente cuando Alby, de un salto, bloqueó mi mirada pero no los gemidos y los aullidos. Me empujó fuera de la habitación y luego
cerró la puerta de un golpe detrás de nosotros.
—¡¿Qué estás haciendo aquí arriba?! —le gritó, hecho una furia.
El valor se desvaneció.
—Yo... eh... quería algunas respuestas —murmure, pero no logré darle fuerza a mis palabras. Ya no podía más. ¿Qué le pasaba a este chico? Me apoyé contra el barandal del pasillo y miré al piso, sin saber qué hacer.
—¡Saca tus sucios pies de aquí ahora mismo! —le ordenó el líder—. Chuck te ayudará.
Si te veo otra vez antes de mañana, estás muerta. Yo mismo te arrojaré por el Acantilado, ¿captaste?
Aún no comprendia porque Alby parecía odiarme, incluso Gallly. Estaba harta de que todas las miradas estuvieran puestas en mi, ¿porqué mierda no habían más mujeres?
La puerta de madera se volvió a abrir lentamente y Newt se asomó, me dirigió una mirada de lastima. Pasó sus manos por su cabello, despeinandolo aún más.
- Deberías mantenerte alejada de aquí... No deberías ver estas cosas en tu primer día, ve a descansar.
De pronto me sentí humillada y asustada, como si tuviera el tamaño de una rata. Sin decir una palabra, pasé delante del chico y bajé las escaleras ruinosas tan rápido como pude.
Evitando las miradas de todos los que estaban abajo especialmente la de Gally—, tomé a Chuck
del brazo y atravesé la puerta.
Detestaba a toda esa gente, excepto a Chuck.
—Sácame de aquí —le dije. En ese momento me di cuenta de que él era,
posiblemente, mi único amigo.
—No hay problema —contestó con voz alegre, fascinado de que alguien lo necesitara—. Pero primero tenemos que visitar a Sartén.
—No sé si podré volver a comer alguna vez. No después de lo que acabo de ver.
-Sí podrás. Ve al mismo árbol de antes. Nos encontraremos allí en diez minutos.
Feliz de alejarme de la casa, me marché hacia el lugar convenido. Sólo había
estado en el Área un corto tiempo y ya quería irme. Deseé fervientemente poder recordar algo de mi vida anterior. Cualquier cosa. Mi mamá, mi papá, un amigo, la escuela, algún
pasatiempo. Una chico.
Parpadea varias veces con fuerza, tratando de sacarme de la cabeza la imagen de lo que había visto en la choza.
La Transformación. Gally lo había llamado así.
Aunque hacía calor, sintí nuevamente un escalofrío.
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