INTRO Y PRÓLOGO...

Unas palabras, antes de que comiencen esta nueva historia.

Como mencioné en su sinopsis, esta nove nace por un nuevo pedido de lectoras que tras leer Constantine.

Que gracias a ustedes y la gran aceptación que tuvo en Caldeo, me pidieron otra historia con parecidas matices.

Donde muchas (mil gracias) me solicitaron, una historia romance similar y a tiempo actual también, pero con la diferencia que este nuevo héroe enmascarado.

Sea, de una ciudad metropolitana.

Como la tuya.

Como la mía.

Y como me gusta y se caracterizan todas mis noves.

Dentro de la historia New Adult Romance, con toques de humor en los protas.

Cierta pizca de realidad, de la vida diaria.

Nace C-AM y su nove.

Tal, que siendo un nuevo desafío para mí, por ser de carácter político policial dentro de la linda historia.

Cual, ya leyendo y estudiando mucho, pido lo de siempre.

Comprensión en sus próximas lecturas.

Mucha.

Porque, va habrá relatos con fechas pasadas para que se entienda la actual.

Como también, muchos argumentos en cuestión para que comprendan los sucesos atravesando los protas, como ciertos personajes que irán apareciendo y necesitarán de este; para atar cabos y entender.

Sin dejar de mencionar, aunque parezca con más dificultad leerla, pero les aseguro que será mejor para que puedan imaginar como interpretar ciertas escenas.

Escrita no solo en primera persona y desde el punto de vista de sus personajes principales.

También, en tercera.

O sea.

Narrador omnisciente.

Yo, para que se amplíe a 180 grados su intuición.

Creatividad imaginaria.

Agudeza literaria.

Y lo que me gusta.

Sensaciones que les embarguen y emiten con cada palabra que escribo y relato.

Y demás decir.

Cada data e info de los sucesos con muchísimo respeto.

Un abrazo.

CRISTO.


PRÓLOGO


1978

<<La memoria. 

Muchas verdades que no se hablaban. 

Pero, que en su silencio decía a gritos una sola cosa.

Justicia...>>


Época difícil.

Un país marcado y pisando sus últimas décadas por un intrincado periodo.

Donde las violaciones a los derechos humanos fueron la orden del día. 

Porque, no existían.

Por una dictadura militar que se implementó con una estrategia contrasubversiva y que apuntó a combatir la ideología, que no era afín a este régimen con política de silenciamiento y desapariciones masivas humanas.

Así como, de tortura indiscriminada. 

Régimen, abocado a combatir a activistas como académicos o no.

En una palabra.

Cualquiera, involucrado en la lucha insurgente a este sistema.

Derrocando este país democrático, bajo el mandato en ese momento y dictador militar.

Como lo llamaban.

Y era reconocido públicamente.

Hasta mundialmente.

El general.

Como a la fecha actual.

El hoy en día.

Y donde, se efectúan parte de los juicios que llevan ya su tumba por haber fallecido muchos años atrás.

Contra el asesinato de 7.000 personas, como parte de ese plan gubernamental mencionado anteriormente.

Cifra de folios en realidad.

Una lista fantasma.

De solo los contados.

Rango contra 15.000 más y que a la fecha no se saben de ellos en ese periodo vivido.

Seres humanos.

Que a través de infiltrados o por información que recogían de otros.

Las unidades militares secretas, daban seguimiento a esas personas y las secuestraban de sus casas o de la calle. 

El objetivo principal, era eliminar lo que se denominaba subversión. 

No importaba la edad de la víctima, ni su sexo en este saqueo a su libre expresión y a su libertad.

Llevados contra su voluntad y de improviso por una cuadrilla y en coches dependientes de dicha milicia al poder.

Tomándolos en plena calle, sin importar si era a la luz del día y frente a transeúntes.

Siendo un estudiante y por ende, invadiéndote en plena clase universitaria.

Una persona reconocida y de alto poder jerárquico.

Un simple dueño de algún mercado.

Peluquera de algún barrio.

O hasta un humilde trabajador de un puestos de diarios.

Porque para un "subversivo," no había razón social.

Tanto.

Que los que eran pudientes, solo con ayuda se refugiaron exiliándose en un país limítrofe o extranjero.

Pero, el resto fuera de esa posibilidad.

Fueron detenidos y contra su voluntad.

 Para ser llevados a centros de detención mas infames.

 Algún edificio de la mala muerte de la Armada.

Uno de muchos en el país en esa época.

Cual, operaba como un centro clandestino de demora y se estimaba que, solo en uno de tantos de estas edificaciones, pasaban cerca de 2000 personas. 

Construcciones grises de algunas plantas.

Una selva de cemento carcelario y como todo paisaje del lugar.

Alcantarillas malolientes.

Revoques sudorosos por nunca llegar el sol.

Fango lodoso y carente de senderos pavimentados.

La húmeda mugre, pegándose en tu ropa y carcomiendo tu piel.

Y en las eternas noches y como cortina musical, el sonido de las ratas recorriendo las viejas cañerías oxidadas y sin uso del recinto.

Ámbito donde los detenidos eran alojados en un área del tercer piso.

La que se le llamaba "capucha."

Y si esta, colapsaba de subversivos.

Una segunda opción era, "la cueva."

El sótano.  

Un enorme bodega subterránea situada siempre a su norte.

Fría a pesar de los calurosos veranos que reinaba en el exterior.

Y donde la luz del día no existía.

Solo la luminiscencia cruda y pálida que brillaba de alguna bombilla mugrienta que se acoplaba a una precaria claridad que se filtraba a través de una alta.

Muy enrejada.

Y diminuta ventana que no se encontraba un cristal.

Donde el aire que ingresaba en los crudos inviernos era helado.

Mortífero.

Y hasta fantasmal. 

Como si la muerte misma, respiraba y despedía su aliento sepulcral de ella.

Solo los recluidos.

Personas.

Seres humanos detenidos contra su voluntad en esa cripta, le arrancaban al lugar la palabra vida.

Una carente de tal.

Entre suciedad, cubetas destartaladas con agua de dudosa procedencia potable y raciones de pan y sopa, una vez al día.

Donde el tiempo no pasaba, pero cada minuto de esa reclusión eran meses.

Y hasta años.

En cual, existía un tiempo de ingreso.

Pero nunca.

De una salida.

Jamás.

Y de hecho.

Muchas mujeres embarazadas, también fueron detenidas en los centros clandestinos. 

He incluso, dieron a luz en esas precarias y mugrientas instalaciones. 

Y a todas, les quitaron sus bebés apenas nacieron. 

Donde algunos murieron de desnutrición enfermiza recién nacidos, por la efímera vida encarcelaría de poca higiene de su madre y alimentación inadecuada en su gestación.

Y los que sobrevivieron.

Fueron despojados de su madres y entregados en secreto a las familias de otros militares.

Quienes criaron a estos como hijos propios y sin que tales niños supieran su verdadero origen. 

Jamás...


(1978, 2 de Julio - 02.05h de la mañana) 

CENTRO CLANDESTINO DE DETENCIÓN MILITAR, AL ESTE DEL PAÍS.

Una mujer.

Lucía.

En sus treinta. 

Sacude su cabeza de un lado a otro.

Su cuerpo recostado yace contra el suelo y como todo colchón, viejas como harapientas ropas que muchos sacrificaron por ser parte de sus abrigos y contra el helado invierno, azotando fuera de la edificación.

Su abultado estómago por sus casi cuarenta semana de gestación, se contrae robándole gritos de dolor anunciando el trabajo de parto.

- Muerde, cariño...muerde... - Una anciana mujer cumpliendo el papel de partera, junto a otro par, la ayudan con su labor.

En cuclillas y sobre ella.

La atienden como pueden y la obligan a que lo haga en un pedazo de tela ovillada que alguien de los recluidos, rasgó de su pantalón.

- No querrás, cariño...que escuchen tus gritos, anunciando la llegada de tu hijo ¿no? - Una segunda, le susurra jadeando e intentando limpiar el sudor de su frente con otro precario paño y tan asustada como todas.

Todos en realidad.

Tal vez, unas 300 personas dentro de la "cueva."

Donde algunos temerosos, solo observan desde la lejanía, entre ellos y contra una guarra pared del fondo con su oscuridad.

Otra docena, intentan ayudar.

Pero dejan esa faena a esas comadronas con la parturienta, mientras ellos mismo y desde otro rincón del recinto, se dedican a curar con lo que tienen a su alcance.

A otro par.

Que también y como toda cama, el mugriento piso de cemento donde yacen convalecientes.

Heridos.

Muy heridos.

Por la golpiza recibida, días anteriores.

Tortura sin piedad.

Una lenta y dolorosa en mano de la milicia en habitaciones más arribas.

Cuatro paredes de escasos metros y como todo mobiliario una vieja silla en madera donde al subversivo sientan.

Dos generales al mando para interrogar.

Y tras ellos.

Otra mesa antaña, pero de madera algarroba fuerte.

Con herramientas de martirio.

Para hacer hablar.

Instrumentos de tortura como los militares a cargo y frente al supuesto rebelde contra esa ideología militante.

Con sed de información y sangre.

Un último grito de contracción y puje invade el lugar.

Y con él sobre un júbilo, pero lleno de tristeza de todos.

Un llanto de recién nacido...

(1978, 2 de Julio - 02.09h de la mañana)

EN OTRO CENTRO CLANDESTINO DE DETENCIÓN MILITAR, AL SUR DEL PAÍS.

Otra mujer.

Una muy joven.

De nombre Ana.

Quizás en sus veinte.

Pequeña de cuerpo y edad.

Pero fuerte de voluntad.

Reprime y ahoga sus gritos de labor de parto.

Solo la amiga la ayuda.

Una que hizo en estos casi seis meses de su prisión y reclusión, cuando contra su voluntad fue detenida.

Siendo Ana, arrestada en plena clase y universidad.

Filosofía.

La carrera que estudiaba.

Y bajo la orden del general, apresada por pertenecer a un grupo subversivo en contra a este estado.

Una revoltosa, dijeron como justificación.

Pero en realidad y trasfondo.

Por ser la mujer de un joven rebelde golpista contra este poder.

Un agitador que tras este como al estado y a su par de meses de embarazo hasta la fecha.

Ya no supo más de él, hace meses y por no volver a su hogar tras salir una noche a una reunión con sus compañeros.

Rogando que su desaparición, haya sido por motivos de escape.

Huir con su gente a algún lugar recóndito.

Y no.

Por ser un número más de desaparecidos.

Y con cada grito jadeante y de mucho dolor que ahoga y reprime para no ser oída por la guardia, tras la gruesa puerta en madera carcelaria.

Con el último puje llena de esperanza por ese pensamiento que jamás abandonó su corazón y alma.

Un llanto de un recién nacido, bajo la alegría de su amiga sosteniéndolo entre sus brazos.

Inunda el recinto...

(2 de Julio - 02.33h de la mañana)

EN EL OTRO CENTRO CLANDESTINO DE DETENCIÓN MILITAR, AL ESTE DEL PAÍS.  

- ¡Es una niña, Lucía! - Una de las parteras envolviendo la recién nacida con un viejo saco, mientras las otras la asisten, le vuelve a murmurar a la nueva madre que intenta reponerse.

No puede hablar por el agotamiento.

Pero pide con sus brazos en alto y ademanes, que le entreguen su bebé.

La arrulla contra sí, entre lágrimas y sonrisas a todos por más agotamiento. 

Cual, muchos.

Hasta los que con el temor a flor de piel y agazapados contra aquel rincón, eran testigos sigilosos del parto.

Se acercan a felicitarla y admirar felices a esta mamá y a la hermosa recién nacida.

Lucía besa y envuelve más su pequeñita.

Llora de mucha felicidad.

Y llora, también de tristeza.

Por su marido y padre de la niña.

Padre que nunca podrá conocerla por ser apresado como ella una noche pasada la medianoche en su hogar.

Él era farmacéutico.

Y aunque era un ciudadano y partidario neutral.

Su pecado fue ayudar con insumos de medicación clandestinamente a los famosos subversivos, cual heridos y seguidos por el estado militante no podían ir a hospitales como dispensarios públicos, tras sus heridas contra esta guerra a sus derechos civiles.

Siendo descubierto por la Armada esa noche y arrestado tanto él, como ella de pocas semanas de gestación.

Apresados sin derecho a defenderse y bajo el arresto de ser ambos, mientras eran llevados a un centro de detención con lo puesto.

De conspiradores contra el estado.

En la madrugada y llegando a ese confinamiento los separaron.

Lucía fue llevada tras revisarla y notando un médico militar su estado.

A este centro clandestino.

Y su marido después del interrogatorio toda esa madrugada.

Nunca más, se supo de él.

- ¿Y cómo la vas a llamar? - Pregunta una de las mujeres, sobre la curiosidad de todos.

Lucía observa su bebé y acaricia con cariño el pequeñito rostro de su hija.

Y sonríe, después de mucho tiempo.

- Araceli... - Susurra. - ...como la madre de mi esposo... - Dice, acunándola más. - ...es lo que él, hubiera querí...

Pero, no puede terminar el bautismo.

Porque las puerta del confinamiento se abren de golpe con poco más de una docena de militares.

Cual uno, lleva una bata médica.

Y todo sucede rápido.

Sobre el horror y espanto de todos los recluidos.

Unos, asustados que huyen despavoridos a los rincones.

Y otros, inclusive las mujeres que hicieron de parteras, recibiendo golpes por defender a Lucía y que no se acerquen a ella y su niña recién nacida.

La histeria y el descontrol, sucumben en el lugar.

Y nada se puede hacer.

Sobre el asentimiento positivo del militar con bata que inclinado observando la bebé que roba de los brazos de su madre al resto de los soldados.

Este, lleva a la niña fuera del confinamiento escoltado por algunos.

El resto de la guardia y sobre los gritos de piedad de las mujeres y hombres, intentando detenerlos.

Recibieron golpes de puños como de culatas de las armas que cuelgan de sus hombros.

Y hasta apuntando al resto sin dudar a gatillar.

Se llevan a Lucía arrastrándola y aún, convaleciente de fuerzas por el parto y sin importarles que se desangre.

Y el sonido de la gruesa puerta se cierra dando fin a todo.

Pero a ella en dirección contraria a su bebé una vez en el pasillo, mientras grita el nombre de su hija y ruega que se la devuelvan...


(2 de Julio - 02:35h de la mañana)

MIENTRAS TANTO EN EL OTRO CENTRO CLANDESTINO DE DETENCIÓN MILITAR, AL SUR DEL PAÍS.  

Ana mira por última vez y con mucho amor a su bebé entre sus brazos y solo arropado con una vieja manta.

Un hermoso y fuerte varoncito.

Sonríe al notar que pese a sus pocos minutos de nacido, su hijito con fuerza sostiene su índice con una de sus diminuta manita pequeñita y la mira.

A su madre.

Y con sus grandes ojitos castaños.

- Tiene la mirada de su padre... - Murmura Ana, besando su frente con amor.

- ...y la fortaleza de su madre... - Decreta un compañero, sobre el asentimiento del resto que observan, como esta joven madre se despide de su pequeñito.

- Ana... - Dice otro, desde la distancia y contra la puerta cerrada del confinamiento. - ...ya viene... - Advierte por sentir pasos.

Ana asiente entre lágrimas que se deslizan en sus mejillas y las limpia con el puño de su raída ropa.

Vuelve a besar a su bebé recién nacido con ternura y lo lleva contra su pecho, mientras es ayudada a ponerse de pie por su amiga.

- ...nunca dejes de perseguir tus ideales, hijito querido... - Le dice a su pequeñito. - ...haz el bien y lucha contra la maldad... - Le susurra bajito mientras camina con dificultad, pero con resistencia por su parto reciente en dirección a la puerta.

Una que se abre por un guardia militar que escudriña en voz baja con el hombre que alerta de su presencia a Ana.

Un soldado.

Un guardia bajo el mando de esta política militar en manos del General.

Pero, un colaboracionista.

Un pasaporte interno.

Un topo.

Un escucha.

En la jerga, un comisionista e intermediario que hace favores por cambio de bienes.

Entre el exterior y la interna.

En este caso.

El escape del bebé recién nacido de Ana.

Para salvarlo.

Ana se lo entrega temblorosa y enjugando su llanto en silencio y con una última caricia, intentando convencerse que es lo mejor.

Porque, alguien afuera espera por él y lo protegerá de toda esta mierda.

Lejos de las fauces militares.

Y del futuro incierto que a ella le depara como a todos en este confinamiento.

Y más.

Cuando se sepa.

Descubran.

Que ya dio a luz y su hijo, no está...

(2 de Julio - 10:19h de la mañana)

EN UNA HABITACIÓN DE UNA LUJOSA CASA.

Rose se cubre más con su exquisita bata de cama en seda sobre ella y sin dejar de mirar por el gran ventanal de su alcoba ubicado en el tercer piso de su casa.

La mueca de ansiedad de sus bonitos labios, se transforman en una sonrisa de felicidad al notar el coche lujoso de su marido ingresando al elegante y bien cuidado jardín frontal de la mano del chófer.

- ¡María, llegaron! - Chilla de alegría, sobre la sonrisa de su ama de llaves.

Que tan sonriente como ella.

La sigue al ver que sin perdida de tiempo, su joven patrona sale de su habitación y corre escaleras abajo al encuentro de su marido.

Las grandes y dobles puertas talladas en madera y barniz, se abren por él.

El brigadier, Andrés Leída.

Ambos en sus cuarentas y casados de muy jóvenes.

De familias de alto poder adquisitivo como de generación patriarcal militar.

Enamorados como el primer día.

Pero con solo una ausencia, para que sus vidas sean completas y cumplir el sueño de ambos.

Un hijo.

Tal que, nunca llegó por causa de la infertilidad de Rose.

Años de estudios y tratamientos, siempre con resultados negativos.

Incluso, hechos en el exterior.

Siendo la mejor opción.

Una llena de amor por ambos y cual Andrés, lo conseguiría a costa de todo por ver feliz a su esposa.

La adopción.

Una, que hoy es el gran día.

Porque, llega al hogar de la dulce y linda Rose.

El hijo de ambos que adoptaron.

- ¿Nuestro hijo? - Exclama feliz al verlo llevar en brazos un bebé y sin dejar siquiera, que pase la puerta de entrada por la emoción.

Andrés sonríe tan feliz como Rose, mientras deja que lo cargue.

Formulando pese a una preocupación en su interior, que hizo lo correcto al ver las lágrimas de felicidad de su mujer y como arrulla al bebé.

- Es una niña, Rose... - Le dice, acercándose a ambas.

Ahora.

Las dos mujeres de su vida.

Rose besa a su hijita llevándola más contra ella, mientras se deja abrazar por su marido.

- Es muy pequeñita... - Gime de amor. - ...recién nacida... - Observa, jugando con sus pequeñitas manos. 

Lo mira. 

- ...su madre biológica ¿Andrés? - Pregunta preocupada. 

- Una adolescente... - Responde. -...sin familia y que murió en el parto, querida... - Miente.

La dulce Rose lagrimea por esa joven madre huérfana y de la calle.

Y por ello, abraza más a la bebita contra sí y bajo un ruego silencioso a Dios por ella.

Prometiendo cuidar y amar su hija como ella misma.

- ¿Le puso un nombre? - Murmura interrogante a su marido.

Andrés recuerda que el médico entregándole la niña en el centro clandestino, le dijo que la madre la nombró Araceli.

Sacude su cabeza mentalmente.

Eso sería imprudente por más que el fraude de papeles de adopción, avalen que todo está en regla y Rose no sepa de ello.

Ya que, nunca debe saberlo.

- Sareli... - Juega con las letras del nombre original.

Es lo mejor.

- Sareli... - Repite Rose, arrullando la bebé y besa con amor a la niña. - ...bienvenida a la familia, hijita hermosa...

La saluda feliz...



ÉPOCA ACTUAL, 24 AÑOS DESPUÉS...


SARELI

- ¡Adiós, mamá! ¡Adiós, papá! - Grito, bajando de las enormes escaleras de casa y al pasar por el comedor donde mis padres desayunan y tras morder una tostada con mermelada, que mamá en mi carrera pone en mi boca, mientras me pongo mi abrigo y cuelgo mi mochila.

Siempre me duermo.

Y por ende.

Siempre soy propensa a llegar tarde a mi trabajo de medio tiempo.

- Sabes que no hace falta que trabajes hija ¿no? - Por milésima vez repite mi padre con su taza de café en alto y por beber, sin dejar de leer el periódico matutino.

Debo reconocer que pertenezco a una familia de muy buen poder económico y alto status.

Mi padre.

Militar ya retirado y con todos los honores.

Pero ahora, dedicado a la política.

Y mi madre.

Una dulce ama de casa que se dedica a nosotros y al hogar.

No me puedo quejar.

Nunca nos faltó nada.

Los miro.

Amo mi familia.

Pero, pese a nuestra excelente situación económica y vida que tenemos.

No sirvo para ser mujer de hogar y a la espera de ser una magnífica esposa como lo es mi madre.

Y aunque no estudié una gran carrera universitaria con sus doctorados.

Porque, lo mío es el azúcar y la harina.

Sip.

La repostería.

Y mi gran sueño algún día tener mi propia pastelería de dulces.

Motivo por cual, trabajo en una para aprender más tras estudiar ello y me gano mi propio dinero, intentando no recibir nada en lo económico por parte de ellos y valerme por mí misma.

Suelto una risita mezclado con el pedazo de pan que sigue en mi boca, por el dicho de mi padre.

- Lo sé...  - Mastico mi desayuno procurando no escupir migas, besando fugaz a ambos en la frente mientras me encamino apurada a la puerta de entrada. - ...pero, amo lo que hago y... - Digo abriendo esta.

- ...quieres valerte por ti, misma... - Continúan y repiten ambos desde la mesa, al mismo tiempo.

Los señalo con el último pedacito de tostada y mermelada en mis dedos.

 - ¡Exacto! - Exclamo con un último beso en al aire a ellos y a modo saludo sobre la cara de papá negando sonriente bebiendo de su taza y la risita de mamá.



ESA MISMA MAÑANA...


C-AM

La puertas de vidrio y entrada del registro civil se abren automáticamente cuando aparezco ante ellas.

Bajo mi cabeza con disimulo y finjo rascar una de mis orejas cuando paso estas y me cruzo ciudadanos saliendo y entrando como yo.

Mi primer regla.

Jamás ser reconocido.

Que nunca se conozca mi rostro.

Mi identidad.

Aunque lleve mi abrigo con capucha y que oculta parte de mi cara, para parecer un típico joven por un trámite como cualquier persona normal.

Compenso mi disfraz civil y acomodando mejor la mochila oscura estudiantil que llevo.

Con una gorra vistosa y con el logo de un equipo básquet americano en su frente y unos auriculares que cuelgan de mi cuello en color negro.

Unos llamativos por su tamaño y del mismo tono de los jeans rotos en las rodillas y zapatillas de moda.

Masticando chicle y haciendo un gran globo para aparentar menos edad cuando me detengo a mitad del gran vestíbulo de entrada del edificio municipal y fingiendo, que estoy aburrido con un bostezo y estirando mis brazos sobre mí.

Para poder observar a cautela y disimulo sobre un vistaje rápido.

La cantidad de cámaras de seguridad que hay estratégicamente en los techos y que abundan en este piso como contabilizar, la cantidad de guardias del lugar que vigilan entre el gentío.

Solo dos y uno lleva traje.

Lo delata un intercomunicador que lleva en una de sus orejas.

Raro.

Pero sonrío, masticando más ruidosamente mi chicle sabor fresa.

Perfecto.

Porque es nada para mí, esa cantidad de hombres de seguridad.

Otro gran globo rosa hecho por mí, reviento ante este guardia ganándome una mirada desaprobatoria desde su lugar.

Finjo que no me importa.

Porque, sigo personificando un jovencito maleducado y tal vez, muy consentido por sus padres.

Tiene un cometido mi personaje.

Que no me presten interés por ser un nene caprichitos.

Y no, el hombre verdadero que soy detrás de él.

Simple.

Y por eso hace caso omiso a mi persona, cual  yo y sin dejar de masticar mi chicle, retomo mi caminata.

Porque, tengo que cumplir.

Mi misión.

Esquivo la primer cámara visible del sector oeste que tome mi rostro.

Seguido de la segunda y cual, sin nadie cerca con un movimiento preciso y escupiendo mi voluminoso chicle, doy certero a su lente.

Impidiendo que me enfoque con su totalidad hasta que llegue a donde seguro, una tercera filmando y necesito introducirme.

En el interior del ascensor.

Elevador, donde esperan algunas personas y entre ellas.

Perfecto de vuelta.

Diviso una muchacha del servicio de limpieza del lugar, que en su lindo trajecito amarillo lleva una corpulenta planta de frondosas de hojas verdes entre sus manos.

Y mi media sonrisa se alza.

Bien.

Apuro mis pasos, ante las puertas del ascensor abriéndose de par en par.

Y con gracia, soltura y pese a la negativa de la muchacha, cargo por ella siendo servicial la planta aprovechando su tamaño y hojas grandes, para ocultar mi cara nuevamente como parte de mí, una vez dentro.

Para que la CCTV situada desde su rincón y desde su alto, no pueda grabar mi persona y devuelvo esta, llegando al piso y donde la muchacha casualmente sale, regalándole mi mejor sonrisa seductora, seguido de encaminarme del lado contrario de ella, como a la única cámara de seguridad que noto en este piso.

Y sin, ya.

Hundo más mi gorra sobre mí, muy serio y sin dejar de caminar.

Mi otra sonrisa, nace por todo seguir marchando como lo planee.

La ganadora.

Verifico sin perdida de tiempo una habitación abriendo su puerta.

Parece de servicio y no hay nadie.

Solo bártulos de limpieza.

Entro en ella sin antes echar un último vistazo de que no soy visto por la gente de este piso con sus quehaceres.

Trabajadores del lugar y hasta posibles civiles en sus trámites.

Para luego ya dentro y minutos después abriendo mi mochila con ligereza, prendas de su interior.

Y dando una última pasada con mis manos a los lados de mi pelo oscuro como corto, pero ahora peinado prolijamente hacia arriba, antes de abrir la puerta y lejos del despeinado como disparado de momentos antes.

Sonrío, otra vez.

Salir, ya cambiado.

Como alguien perteneciente a este establecimiento, ocultando mi mochila con las prendas adolescentes anteriores, tras unos bastidores de ese cuarto de servicio.

Ahora, de traje sastre oscuro.

De muy buen vestir y corte europeo.

Acomodo mi corbata a tono con elegancia del cuello, seguido en el proceso de ponerme mis finos guantes negros de trabajo, para no dejar huellas y fuera de la vista de todos.

Para luego, los gemelos que abotonan los puños de mi impecable camisa blanca que, con cada paso que doy en dirección a las escaleras y al piso que tengo que ir para cumplir mi encargo.

La misión que me encomendaron.

Y su única forma para ello en ese lado del registro restringido al público.

Como un ladrón.

El mercader, que soy.

Reboto con cada escalón solitario que subo, una pequeña pelota estilo ping pong  por su tamaño, que saco de un bolsillo de mi saco de vestir y silbando bajito mi canción favorita.

Una vez en el piso y ya en silencio me apoyo contra una pared, para no ser visto por el único guardia detrás un escritorio cuidando la puerta que da acceso de entrada y donde debo ingresar.

Abro otro paquete de chicle y mastico con ganas, mientras espero con toda la paciencia del mundo.

La oportunidad.

Una que no tarda en llegar, al sentir el ascensor ubicado en el otro extremo opuesto donde me escondo y sin perdida de tiempo antes que se abran sus puertas de metal, lanzo la pelota lado contrario al mío y que tales rebotes, cumplan su cometido.

Y sonrío asomado tras la pared, notando como el guardia alertado por un ruido y curioso, se pone de pie caminando en esa dirección y en el mismo momento, que una mujer con cajas de archivos en mano aparece saliendo del elevador.

No le llama la atención, que el guardia no esté.

Todos los humanos, tenemos vejiga ¿no?

Abriendo despreocupada con su tarjeta magnética la puerta y entra.

Tiempo suficiente para deslizarme por lo bajo, con cuidado y evitando que se cierre automáticamente y reteniendo ese pequeño espacio que quedó, con dos de mi dedos como ser visto por ella.

Lo abro y me introduzco en el interior, sacando el otro chicle de mi boca y pegándolo en la unión de la puerta y su marco.

Perfecto, otra vez.

En el primer y corto corredor, no encuentro a nadie. 

Pero ante el segundo que me introduzco, en una puerta lateral se abre por alguien de ese piso y viene frente a mí, escabulléndome en otra continua y agradeciendo para mis adentros, que esté solitaria.

Salgo con cuidado, cuando pasa frente a la puerta donde me oculté y siento sus pasos lejanos.

Media docena de box me reciben en mi trayecto y ocupadas solo dos de ellos, por personal muy concentrado en la pantalla de su computadora.

Ni se fijan en mi presencia.

Robo una credencial de un subalterno de esta área, que dejó olvidado en su escritorio vacío.

Miro su foto.

Es rubio, pero por lo menos es hombre mientras me lo cuelgo del cuello y sigo a mi objetivo, esquivando más personal con disimulo y sin alertar mi existencia.

Solo alguien y desde del otro lado de su mesa de oficina, me nota y me llama.

Pero, mi traje de alta costura.

Peinado pulcro hacia atrás.

Y porte decidido y que no vacilo con cada paso que doy, mientras sin voltear y solo limitándome en elevarle la credencial con toda autoridad.

Pero ocultando a medias, la foto con un dedo.

Es suficiente, para disipar sus dudas de quien soy y siga con su labor y me tome por algún superior a cargo de otro piso de esta delegación en busca de un informe.

Empujo la próxima puerta una vez que llego.

La del área restringida.

Recibiéndome docenas de estantes paralelos y solo separados por un espacio estrecho que hace de pasillo entre uno y otro.

Camino entre ellos y recorriendo mi mano con guantes sobre la etiquetas de cada uno.

Cajones archivadores con solo fechas de mes y año.

¿Mi misión?

Periodo 1978. 

24 años atrás.

Mes julio, agosto y septiembre, decía el informe del cliente.

Mis dedos y mi vista buscan incesante sobre la media claridad que atraviesan entre fichero y fichero de la habitación, por no encender la luz y llamar la atención.

Y mi sonrisa nace cuando encuentro el buscado, mirando por sobre el estante por la llegada de alguien, mientras abro este y saco de todas las carpetas que tiene las fichas del semestre de ese año y lo guardo, dentro de mi saco de vestir encaminándome ya a la puerta.

Pero esta, se abre y no por mis manos cuando llego.

Y cierro mis ojos con fuerza.

Carajo.

Porque tengo frente a mí, al muchacho de momentos antes que dudó ante mi presencia.

Y aunque, lleva un gran papelerío entre sus manos cargando.

Su vista va a la credencial que cuelga de mí.

A la foto.

Para luego a mi rostro.

Uno que bajo mi barbilla contra mí, para que no me vea de lleno.

Pero sus pasos retrocediendo y trastabillar en el proceso, acusa que se dio cuenta que no pertenezco aquí y que robé esa credencial.

Intento que se calme con ademanes sin hablar.

Ya que, ni siquiera quiero golpearlo.

Solo irme tranquilo como vine.

Pero, su pánico lo traiciona tropezando sobre sus pasos y cae, tirando un estante de pie con más papeles y se acumulan con los suyos que se sacuden y vuelan por el aire.

Maldición.

Y provocando que todos.

Aprieto el puente de mi nariz negando mientras saco de otro bolsillo, un pañuelo negro y me lo ato para cubrir mi rostro y solo dejando a la vista mis ojos.

Porque, no quería que esto pase la verdad.

Lo que sucumbe en el lugar y más, cuando notan mi cara cubierta.

El gran pánico que se desata entre los empleados al verme, mientras el muchacho arrastrándose huye y grita que soy un jodido ladrón y por ello, un par de guardias de la seguridad alertados vienen hacia mí.

No son oponentes.

Con un giro, esquivo al primero de su ataque y golpeo con mi antebrazo su rostro, sacándolo fuera de juego.

El segundo y antes que desenfunde su arma, cae sobre su compañero con otro de mis golpes desarmándolo por mi pie llevándolo por la fuerza de mi patada contra una de las mesas de trabajo y arrastrando todo en su camino, para quedar inconsciente en el piso con más montaña de papeles y objetos de oficina en su cabeza.

Acomodo y aliso con mis manos mi saco dando final a todo y camino apurado, bajo los gritos de todos los empleados escondiéndose tras sus mesas y aparadores.

Empujo la puerta que sigue a medio cerrar por mi chicle.

Lo tomo y llevo a mi boca para masticar como si nada.

En la salida me recibe el otro guardia que mandé a buscar la pelotita, pero un golpe con la misma puerta cuando lo tomo de las solapas de su uniforme, es suficiente para que caiga con su cuerpo deslizándose por esta, desmayado hasta el suelo.

Bajo las escaleras corriendo y sintiendo entre piso y piso, pasos ligeros y revuelo por dar alarma de mi presencia el sistema del edificio.

Logro con éxito y eludiendo gente, volver a esa habitación de bártulos de limpieza y me cambio rápido una vez dentro.

Bullicio y cierto descontrol me reciben, cuando salgo con cuidado y despeinando otra vez mi pelo hacia adelante cubriendo otra vez gran parte de mi rostro, mientras acomodo nuevamente la gorra de básquet americano sobre mí y bajando su visera.

Más guardias y policías, también invaden en el vestíbulo de la planta baja.

Estos indicando a los otros, que hacer sobre los civiles y con mucho disimulo, para no alertar la situación.

¿Por qué, tanto encubrimiento y hermetismo?

¿Acaso no tendrían que dar alarma ante un ladrón y evacuar el lugar, por la seguridad de los civiles?

- Identificación. - Una gruesa y pesada mano, detiene mi escape casi llegando a la puerta de entrada.

Maldición.

Me obliga a voltear y disimulo, encorvado y evitando mostrarle mi rostro completo con mi gorra.

- No me lastime...señor... - Tartamudeo, elevando ambas manos y fingiendo pavor con mi voz. 

Cruzo mis manos ahora en mi rostro y me ensimismo, más sobre mí. 

- ...se lo suplico, tengo mucho miedo, señor... - Actúo desprotegido.

El policía me aprisiona más.

Es el doble de mi tamaño y en años.

No me suelta.

Y yo simulo un llanto de pánico, cubriendo más mi rostro.

- Ya, déjalo... - Un segundo, interviene. - ...este mocoso, no es...

Noto sobre mi visera, que es el guardia de este piso.

El de traje y que llevaba intercomunicador cuando llegué.

El que le exploté el chicle bien pendejo y nene capricho.

Hace con un ademán de su mano que me marche, cuando me suelta el otro mientras que con la otra, no para de hablar por del aparato de su oreja a otros de seguridad.

Y respiro hondo, haciendo caso y más profundo una vez afuera.

Eso, estuvo cerca.

Camino y me alejo más del edificio, bajo una media docena de coches policiales a mi espalda que estacionan y descienden de ellos, más uniformados entrando al lugar. 

Saco mi gorra y acomodo mi pelo a los lados y lejos de mi frente, mientras una camioneta doble cabina, frena de golpe a la esquina donde llegué.

El vidrio baja automáticamente frente a mí y veo, como sonriente Fiorella y desde el asiento del conductor e inclinada hacia mi lado, abre la puerta del acompañante por mí.

Solo ríe con ganas cuando me siento tirando tanto la totalidad de mi espalda como el peso de mi cuerpo cansado sobre mi respaldo, después de ponerme el cinturón de seguridad al igual que mi mochila y gorra con auriculares atrás.

 - ¡Dios! - Exclama divertida, retomando la marcha del auto e internándose en la calle y su tráfico. - Eres un puto actor... - Exclama. - ...no me lastime...por favor, señor... - Imita mi voz temerosa provocando que sonría, mientras bajo el cierre de mi abrigo adolescente para sacar y hojear el archivo que robé.

- Igual, que tú... - Solo digo, leyendo el frente.

Ya que, no me interesa el contenido.

No es mi problema e incumbencia lo que robo.

Ríe, ante mi felicitación.

- El padrino. - Nombra a nuestro jefe Fiorella, en una detención de semáforo. - ...tendrá que recompensar el miserable sueldo que me gané en este mes... - Toca la falda del trajecito amarillo que lleva puesto. - ...para ser y sin sospechar, la chica de la limpieza y hacer este trabajo por monedas y cobrarle... - Recuerda. - ...el valor de la jodida planta que tuve que comprar... - Se queja sonriente y volviendo a retomar la marcha.

No contesto.

Me limito a escupir el chicle por la ventanilla y sonreír, cerrando mis ojos acomodándome más en mi asiento cruzándome de brazos.

Una pequeña siesta mientras dure el viaje me vendrá bien.

Porque mis horas de sueños son contadas.

Por mi trabajo.

Uno que consiste en ser un tratante.

Un emisario mercader, le dicen.

Y donde, lo hago solo.

Pero, bajo la órdenes del más grande en este ramo y ahora retirado por su edad.

Nuestro padrino como lo llamamos con Fiorella.

Ambos hermanos y adoptados de nacimiento por él.

Ella llegó a nuestras vidas siendo una bebé y cuando yo cumplía mis cinco años de edad.

No mucho que contar.

Solo que ambos fuimos rescatados de orfanatos por él.

Y aunque tuvimos una educación escolar como cualquier niño normal.

También el padrino nos dio desde temprana edad, cuando otros niños disfrutaban de juegos en el parque, pelotas y salidas en bicicleta o patinetas entre amigos.

De una preparación física con exigencia.

Mucha.

Como esgrima.

Defensa personal.

Yoga.

Danza clásica para mi hermana y frontón para mí.

He idiomas.

Decía que esas cosas, agilizaría la destreza de nuestros movimientos y mente, más adelante para nuestra causa.

Una.

Que todavía no tenemos idea cual es, pero según él llegará muy pronto.

Pero sí, tenía razón que esos pasatiempo o deberes, hoy nos sirven para lo que nos dedicamos.

En realidad, yo lo hago.

Con la mente maestra de nuestro padrino y la ayuda como segundo complemento y como tal lo hizo en mi ingreso al registro, Fiorella haciéndose pasar por una empleada de servicio de limpieza.

Donde un cliente y bajo un acuerdo monetario, hacemos el trabajo a lo que llamamos.

Artículo de posesión.

Sea información.

Objeto o un trabajo sucio.

Para resumirlo.

Un robo.

Sustraer una finalidad de su interés, que nadie se atreve a hacerlo.

Y donde, se cumplen de nuestra parte y política.

No dar a conocer la identidad, como información de nuestros clientes.

O el contenido de ese interés.

Y por parte de ellos si aceptan y tras depositar la suma de dinero negociada.

El desarrollo a nuestra manera y bajo nuestro tiempo estipulado, de entregar cada paquete.


3 HORAS DESPUÉS Y EN EL JARDÍN DE OTRA LUJOSA CASA, JUNTO A UNA COLINA Y MISMA CIUDAD.

Una mujer sin y importar que la tierra ensucie su delicado y costoso vestido en tono rosa pálido.

Como su rostro, pese al exquisito maquillaje que lleva.

Y uno de muchos vestidos que su lujoso guardarropa tiene.

Pero con guantes en mano, no deja de cavar como plantar en cuclillas y frente a un gran cantero en piedra natural que adornan el inmenso y vergel jardín.

Flores que saca de un pequeño cajón que una de sus sirvientas ayudó a traer.

Seca el sudor de su frente con el dorso de su puño, que sostiene la diminuta pala en el momento que otra mujer abriendo la puerta trasera de la cocina y buscándola, al encontrarla corre hasta ella.

Con algo entre sus manos.

Un sobre oficio y papel madera, abrazando contra ella.

- Lo tengo... - Le susurra feliz al llegar a su lado y para que solo ella escuche.

- ¿Llegó? - Repite sin poder creer, pero esperanzada intentando sacarse los guantes de jardín para tomar el sobre.

Su amiga asiente, tan feliz como ella.

Porque lo es, pese a a cumplir su labor de asistente y mujer de compañía por su frágil salud, desde que se casó con su esposo hace casi 23 años, cuando se vinieron a vivir a esta mansión.

La mujer abre el sobre y mira la media docena de hojas de su interior.

Donde una lista de nombres con información personal, detallan prolijamente en cada uno escrito en él.

Una de sus manos va sus labios, para cubrir el llanto que amenaza de la emoción.

Porque, no quiere que nadie la escuche.

- Alguno, tal vez... - Le murmura a su amiga ilusionada.

- Y alguna... - Formula también bajito su amiga y enfermera lagrimeando como ella acunando su rostro.

Asiente sonriendo entre lágrimas y sobre su gesto de cariño.

- Necesito ir al cementerio mañana por la tarde... - Dice la mujer, bajo el asentimiento de su amiga y abrazando más contra sí, el sobre con los papeles dentro. 

- Yo, te llevo... - Le sonríe. 

- ¿A dónde, piensas llevar a mi mujer? - La voz de su marido aparece y pregunta en la lejanía y caminando hacia ellas logrando escuchar.

La mujer guarda y esconde veloz el sobre bajo el pequeño cajón, aún lleno de flores por plantar.

Aunque es pequeña de tamaño y de frágil salud, su fortaleza es grande.

Limpia sus lágrimas y eleva su mirada a su esposo sin titubear, cuando llega hasta ellas.

Él viste, traje de tres piezas en gris oscuro.

Su altura como cuerpo es imponente.

Su pelo entrecano, pero con vistas negras acusa un pelo ocuro en el pasado.

Fuerte como toda su porte.

Al igual que su mirada dos tonos menos que sus prendas.

Pero, que al mirar a su esposa una batalla campal desata siempre en su interior.

Lleno de conflicto emocional.

Entre el perdón.

El odio.

Y el amor.

- Al cementerio, Julio. - Dice la mujer, intentando ponerse de pie.

Rechaza la ayuda de su esposo, pero acepta la de su amiga y Julio como si fuera una bofetada.

O tal vez, dos.

Siente que arde su rostro ante el repudio de su bonita, pero débil mujer.

Pero se recompone rápido.

Aunque le duele y quiebra el alma eso.

- Puedo llevarte yo, Ana... - Dice, intentando parecer calmo y fingiendo que ese rechazo no existió.

Como en casi en estos 23 años fue testigo.

Su esposa niega y lo mira determinante.

¿Por qué, sigue insistiendo?

¿Acaso no fue suficiente ya, después de tanto tiempo lo que tuvo que hacer?

Pero bajo sus condiciones.

Jodidas condiciones de ella, pero en definitiva a su merced.

- No, Julio. - Es tajante.

- Ana, por favor... 

La mujer niega pidiendo con una seña a su amiga que la ayude a ir a su habitación, porque necesita descansar para estar fuerte en su visita al cementerio mañana.

Y porque, más lágrimas.

Pero ahora, colmadas de tristeza.

Por muchos años acumulados.

Amenazan, cual un dique rompiéndose en brotar y salir de su bonitos ojos.

Y ella prometió.

Les prometió.

Jamás llorar frente a este hombre, después de esa tarde años atrás.

Y cuando frente a un párroco.

Dio el sí, con él, al casarse...

C-AM

Cuando tengo momentos de descanso y en cual mi trabajo no demande de este.

Hago dos cosas.

Una.

Ir de pesca.

Amo ese momento de ocio solitario.

Ya que carezco de amistad alguna.

Ni siquiera en mis tiempo de estudiante me caracterizaba, por ser un inhóspito y el antisocial compañero de clases.

No tengo idea lo que es juntarse con amigos.

Beber de noche cervezas en algún bar y reír por charlas divertidas, mientras se escucha de buena música en ese lugar y con ellos.

O tal vez disfrutar de algún deporte como fútbol y algo agendado un día de la semana que detalla ese día nuestro encuentro.

El de amigos y solo hombres.

O simplemente, disfrutar de la grata compañía de alguno en un departamento entre libros por ser compañeros de estudios.

Nada.

Y no me quejo.

No confundan, soledad con solitario.

Ya que me considero lo segundo.

El poco sociable.

Y me gusta ello.

Porque mis intereses son otros y no entran en negociación.

Y menos con el trabajo que desempeño y cual, me agrada mucho.

Más que entablar alguna relación y menos, un vínculo.

Lo que sería, el siguiente nivel.

Urticaria.

Y no exagero.

Me agarra en toda la zona del cuello hasta enrojecerse mi piel por la picazón donde la amenaza existe, que hasta sangre mi piel.

Con solo.

Decir.

Dios, nunca lo permita.

O pensar.

En lo que llaman, amor...

La otra cosa que me gusta.

Es caminar.

Sin importar si es de día o de noche.

Muy temprano o pasada la madrugada.

Como tampoco, pleno frío con su crudo invierno o bajo el abrazante sol por un tórrido verano.

Simplemente.

Me gusta caminar.

A veces, entre la soledad a medias de un parque.

El verde y la vegetación me complace.

Porque, purifica.

Y según el padrino es un gran cable a tierra para desconectarse y cavilar grandes preocupaciones y decisiones a tomar.

Pero, más me gusta hacerlo en plena vía pública donde abunda la aglomeración de gente.

Caminar entre el gentío, pero sin que noten mi presencia.

En realidad, mi identidad.

Y aunque corro el riesgo a ello.

Esa adrenalina me da placer, de ser uno más mezclado con esa gran masa humana en plena ciudad u otro lugar público muy concurrido.

Siendo paradógicamente, que, no solo me protege, cual coraza por ser uno más de miles a mi par caminando.

Sino, también.

Mi escuela.

Cual aprendo observando.

Mirándolos.

Porque me cultiva.

Me instruye y me forma, examinando cada ser humano que pasa frente a mí.

Por su lectura corporal.

Lo que calzan y visten.

Ademanes y hasta forma de hablar.

Como ahora.

Sentado en una banca y disfrutando de mi lata de gaseosa de naranja, tras caminar por todo este sector deportivo de la ciudad, donde muchos ciudadanos se deleitan de hacer algo físico como trotar.

Como minutos antes como yo de caminar o simplemente y con correa, llevando a su perro mientras charlan animadamente con alguien a su lado o a través de su celular en mano.

Chequeo el mío por última vez, antes de guardarlo en uno de los bolsillos de mi pantalón deportivo, por la posible llamada de los dos únicos números que tengo en el directorio.

Mi hermana y a mi padrino.

Al no haber ninguno, lo pongo en mute y activo mi playlist.

Seguido de ponerme mis auriculares y bajando más mi gorra oscura para no dejar muy al descubierto mi rostro ante tanto público, estiro a mis anchas y placer todo mi cuerpo como brazos sobre el largo de la banca y apoyando, también mi cabeza en ella.

Para cerrar mis ojos y disfrutar de esta libre y soleada tarde.

Pausa que desequilibra y provoca que dure poco mi eje de estabilidad de reposo y tregua.

Abro un ojo.

Por sonido.

En realidad el alboroto de una loquita desequilibrada gritando.

Me obligo a abrir mi otro ojo, bajando el volumen de mi música.

Y elevo una ceja.

Porque, lleva un disfraz.

Acotación aparte.

Bajo una temperatura por ser pleno verano y que oscila arriba de los 25 grados.

De cuerpo entero y muy peludo con sus plumas amarillas y naranja, donde apenas es visible su rostro maquillado a juego.

¿De un ave?

Y donde sus alas.

Corrección.

Sus brazos revolotean en desesperación y por el aire, intentando correr. 

Pero, que costosamente puede por culpa de los zapatones en forma de patas de ave en naranja chillón, que lleva en sus pies y procurando al alcanzar en su costosa carrera.

Lo que parece en su desesperación y metros más adelante de ella, pedaleando y esquivando la gente que cruza, un chico montado en una bicicleta color amarillo, como ese feo disfraz de ave de la muchacha rarita pasos más atrás y bajo sus gritos, implora jadeantes que alguien detenga a ese muchacho.

Observo a ambos, acomodándome mejor como espectador y cruzando una pierna sobre la otra como mis brazos en mi pecho.

Divertida la escena.

Y predecible.

A la rarita disfrazada, le robaron la bicicleta con una pequeña canastica delante y que monta el ladrón metros más a adelante y casi, llegando hasta donde estoy sentado.

Mi idea, es no hacer nada.

Ya que no puedo exponerme públicamente.

Observo al ratero de bicicletas.

Todo él, acusa poco y falto de experiencia en ese rubro, porque el miedo se refleja en su rostro como forma de andar, mientra es perseguido por esa ave humana.

Y seguir haciéndolo en plena vía púbica, en vez de tomar un atajo sendero más arriba y despejado de gente, para luego tomar con ágil velocidad la carretera y perderse de cualquier persecución, también lo delata.

Y me dice que no es nada inteligente.

Me vuelvo a relajar, ahora llevando mis brazos cruzados detrás de mi cabeza.

Porque ya pronto será apresado por la muchacha ave de caluroso disfraz, que casi pisa sus talones.

Me sonrío a medias, cerrando otra vez mis ojos y para reanudar mi música.

O la misma policía, que no tardará en llegar al lugar por tanto alboroto y desorden público.

Pero mi media sonrisa se disipa obligando a abrir nuevamente mis ojos.

Cuando siento un aterrizaje forzoso, seguido de una gran exclamación de dolor.

Abro mis ojos, otra vez.

Y notar.

Que la muchacha.

La loquita del disfraz de ave, se cae y golpea fuertemente por su inestable carrera, contra el duro piso de concreto.

Donde su rostro aterriza primero, seguido de todo su plumeado cuerpo amarillo y naranja.

Y pese al profundo dolor que su rostro maquillado refleja y donde la caída, hizo que su pico de ave vuele ante el impacto lejos de ella.

Muestra perseverancia y sin un gramo de rendirse, intenta levantarse para seguir con la persecución del ladrón de su bicicleta.

Pero falla ante el dolor y vuelve a caer por sus enormes zapatones imitación de patas de ave.

Alcanzando a notar que su barbilla sangra por estar lastimada, como parte de una de sus rodillas por abrirse la tela de su medias en naranja que cubren sus piernas y cumplían la función del color de las patas de ave.

Ahora, con una gran herida roja por su sangre.

Y paso ambas manos por mi rostro, pensativo y deliberando.

¿Qué hago?

Pero a la mierda.

Me pongo de pie y tomando la lata de mi gaseosa a medio tomar a mi lado de la banca y con un lanzamiento certero de mi brazo, doy a la cabeza del ratero cuando pasa frente a mí.

El impacto más el líquido desparramándose.

Hace que pierda su inestable pedaleo y por más que intenta buscar estabilidad, pierde el control, saliendo del sendero con su circuito.

Para ir cuesta abajo y estrellarse contra el césped y a un mediano arbusto frenando su huida desparramándose.

Tumulto y bulla de la gente se aglomera.

Algunos, bajando para retener al ladrón hasta la llegada de la policía y otros como yo, observando la escena de mi posición en lo alto del sendero deportivo, ya que ni siquiera me tomo la molestia bajar.

Ni hace falta tampoco.

Y por eso, me giro sobre mis pies para regresar a mi casa.

Demasiada acción para mi gusto en mi supuesta tarde de libre.

- ¡Gracias! - Me toma, algo de golpe. 

En realidad.

Unos brazos.

Y me empieza a picar el cuello.

Brazos amarillos por el disfraz de ave, rodeándome por sorpresa por atrás e impedir por ellos, que saque mis propios brazos.

- ¡Muchas gracias, señor! - Sigue la mujer ave y sin hacer caso omiso a mis intentos de eludir ese contacto mientras camino y quiero deshacerme de ellos sin que vea mi rostro.

- La bicicleta, no es mía... - Prosigue agradecida y sin importarle, que está lastimada y que su pie se arrastra por la herida.

Sin soltarme.

Y por más que todo yo la rechaza.

Santo Dios, mujer suéltame.

- ...es de mi lugar de trabajo... - Continúa explicándome a mis espaldas. - ...salí a entregar unos pedidos dulces a domicilio y en uno de ellos... - Una de sus alas se eleva a modo explicación y es oportunidad para mí y sin usar mi fuerza, pero de un movimiento diestro zafe de su abrazo. - ...veo, como me roban la bicicleta... - Su voz a mi espalda, sigue por más que camino en dirección contraria eludiéndola. - ...gracias, muchas gracias... - Procura seguirme, pese a su rodilla lastimada que se lo impide, mientras alguien le devuelve su bicicleta.

No me importa.

No detengo mis pasos, alejándome lo más que puedo.

Hasta que, un...

- Por favor... - Su voz suplica por algo.

Y detiene mi escape.

Porque su tono triste me obliga.

Por eso bajo más mi gorra oscura para ocultar mi identidad y apenas giro mi rostro, para mirarla sobre uno de mis hombros.

La muchacha con el disfraz más feo de ave que vi en mi vida.

Detuvo su marcha de seguirme, pero está de pie y con mucha lucha por su pierna herida.

Mirándome agradecida.

Y pese a su barbilla lastimada.

Sonriéndome.

Y con ambas manos.

Sus alas.

Extendidas y entrelazadas entre sí.

Focalizo mejor.

Sosteniendo un cupcake muy rosa y con confitado multicolor, ofreciéndomelo.

Feliz y a modo agradecimiento.

- Los hago yo... - Me explica, sin bajar sus brazos hacia mí. - ...trabajo en una pastelería y ... - Mira el bonito aspecto del dulce.

Uno muy fresco y decorado, como alegre y tentador a la vista.

- ...el único, que se salvó de la caída... - Finaliza, haciendo solo un  paso hacia hasta donde estoy, para entregármelo a modo agradecimiento. 

Pero se detiene al ver que retrocedo esa cantidad manteniendo distancia.

- Solo, es un gracias... - Me murmura al percibir mi rechazo.

Y mis ojos se abren.

Porque, nunca nadie.

Repito, nadie.

Por mi trabajo.

Me agradeció por ello.

Rasco algo mi cuello.

La paga no cuenta.

Me refiero a que sea un delito o no a lo que me dedico.

Un simple gracias al final, se siente bien.

Como esta muchacha que disfrazada de ave lo hace.

Sincera y con el corazón.

Pero, nadie jamás lo hizo.

Y hago una mueca deliberando que malditamente hacer desde mi lugar y volviendo a rascar un sector de mi cuello.

Yo no puedo dejar que me vea.

Cosa que lo hará, si voy y recibo su dulce ofrenda a modo agradecimiento.

Y mierda, con su rostro maquillado de ave sonriente y persistente.

Pero no preciso analizar mucho el asunto.

Ambos y como todo el resto, elevamos la vista a la calle metros más arriba, por dos móviles policiales llegando y estacionando.

Como un coche de buena gama a la par de ellos y bajando de este una mujer y hombre. 

Ambos muy preocupados y en nuestra dirección.

Y sonrío, bajo mi gorra.

Perfecto para mí

Porque sin perdida de tiempo.

Ágil.

Y con un movimiento rápido, aprovechando la llegada de la policía que va a en dirección al ingenuo ratero, cual es retenido por algunas personas y otro tanto a la muchacha volteando a mirar como recibir esa pareja adulta que llegó.

Me mezclo entre ellos ligero, pero con sigilo pasando inadvertido.

Hasta llegar a ella, que nota mi acercamiento.

Pero veloz, tomando una de sus manos.

Ala, en realidad.

La giro contraría a mí, robándole una exclamación por eso y cuando por mi movimiento.

Y su espalda golpeando en mi duro pecho.

Tomo al vuelo mi cupcake con mi otra mano libre, para luego inclinado entre la base de su cuello y hombro, para susurrarle lejos de poder verme por su mirada al frente nuestro.

- Gracias, pajarito...

Y desaparecer como llegué hasta ella.

Ligero y dinámico entre la multitud y en el momento exacto, que esa pareja llega hasta ella y la mujer la abraza y lleva contra sí.

Impidiendo que pueda seguirme como ver la dirección que tomo.


SARELI

Karla.

Mi jefa.

Me abraza desconsoladamente cuando llega hasta mí, verificando la herida de mi barbilla como pierna entre lamentos y más abrazo de ella.

Quiero ver entre sus abrazos y sobre su hombro, al muchacho que salvó que la bici sea robada.

Pero, no puedo.

Porque estoy muy confundida y la gente se abarrota contra mí, entre los policías más el detenido siendo llevado a un móvil.

Y Roger el esposo de mi jefa, viniendo hasta donde estamos y tapando mi escaso campo de visión entre la multitud tampoco me lo permite.

Dios querido.

¿Quién era este chico?

No pude ver su cara por esa gorra negra cubriendo su rostro.

Solo.

Y eso sí, sé bien.

Que aprovechó lo que era duda para él.

Venir hasta mí y que solo lo hizo tomando mi cupcake de regalo, cuando el desorden y confusión, se desata con la llegada de la policía y mis jefes.

Notando destreza en cada uno de sus movimientos.

Muerdo mi labio, cuando me dejo llevar por Karla hasta su coche y Roger, carga la bicicleta de un hombro.

Y mucho sigilo, también en su personalidad.

Y más.

Cuando me habló bajito al tomarme por atrás, para que no lo vea y me dijo.

Y sonrío como boba, ya dentro del coche.

Pajarito...

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