CAPITULO 9

SARELI

Agradezco al encargado del jardín y exterior de la casa, que al verme ya afuera tenga lista la bicicleta que Siniestra me dio para mis entregas.

La del incidente.

Cual y aunque, no sufrió mucho daño más que unos raspones por culpa del ratero, papá insistió en que la chequearan igualmente.

- Mierda... - Murmuro cuando estoy por montarla, palpando mi bolso por sentirlo liviano y mirando al primer piso de casa.

La ventana abierta de mi habitación.

Porque olvidé mi adorado cuaderno de recetas dulces.

Lo llevo a todos lados, ya que también es como un preciado diario íntimo, porque aparte de anotaciones que aprendo en SugarCream, reflejo en costados y sus renglones, momentos de mi vida desde que era pequeña.

- ¡Solo, voy por algo que olvidé en mi cuarto! - Exclamo, regresando y subiendo las escaleras a mamá, desde la cocina con María.

- ¡No olvides un abrigo! ¡Anuncian lluvia en la radio! - Me devuelve sonriente, terminando de poner algo en el horno.

- ¡Okey! - Le digo desde arriba y ya en mi habitación, caminando a mi escritorio recordando su última vez ahí.

Pero, no.

Que extraño, juraría que anoche antes de acostarme lo dejé sobre su mesa.

Camino por el lugar, pensando.

¿Será que, cuando bajé por un vaso de agua anoche, lo dejé sobre la mesada?

Y rasco mi cabeza inclinándome para fijarme hasta bajo la cama.

Nada.

Y al elevarme, focalizo en mi armario dudosa de haberla puesto ahí, con su puerta a medias abierta y mi impulso de abrirla lo detiene, al notar el cuaderno entre mis sábanas.

Lo miro tomándolo, para luego el escritorio donde estoy segura que quedó anoche y otra vez a mi cuaderno de recetas.

Mi cama, sigue sin tender. 

¿Cómo llegó hasta acá, si no dormí con él?

Y una risa se me escapa.

- María... - Justifico, que viniendo a mi habitación para acomodar y siendo llamada por mamá, fue a su encuentro.

Pero mi sonrisa desaparece, ya tomando mi carrera en las escaleras, deteniéndome de golpe y abriendo grandes mis ojos.

Volteo para mirar escalones arriba.

¿Pero sí María, ya hace mucho que encarga de la limpieza de mi habitación?

- Hija... - La voz de papá me saca de mi curiosidad y verlo acercase a las escaleras. - ¿Quieres que le diga a Lucian que te lleve? - Ojea la hora de su reloj, notando que estoy al límite de mi entrada a la pastelería.

Desciendo, sonriendo.

- No hace falta... - Elevo mi cuaderno. - ...olvidé mis recetas y voy en la bicicleta.

- ¿Te avisó tu madre, de la...

- ...reunión oficial de esta tarde? - Completo su oración, palmeando su hombro con cariño. - Tranquilo, estaré puntual. - Lo tranquilizo, mientras guardo mi cuaderno en el interior de mi cartera y me lo cuelgo mejor. - El rapaz y eficiente Lucian yendo por mí, no permitirá que lo haga...

- Sareli... - Me amonesta.

- Papá... - Una mueca. - ...ya soy mayor de edad y todavía me exiges un niñero para llevarme a las actividades... - Mi turno de reprocharle, mientras le acomodo mejor la bonita corbata de su traje de vestir con cariño. - ...señor padre...ya no soy una niña... - Le recuerdo, alisando con mis manos las solapas de su saco tras terminar.

Suspira.

- Hija...siempre mi hija... - Revuelve mi pelo como niña. - ...que aparte por tu seguridad, lo que digas o hagas, afecta las opiniones de la gente de mí. 

Lo dice por el asalto de la bicicleta y locamente días después, ese jodido infortunio en la tienda con la búsqueda de mis hermosas pantys naranja pollo.

Y la secuela de ello.

Mi descargo por televisión y antes docenas de periodistas con sus micrófonos, defendiendo al sexy chico sin rostro que me salvó.

Y corazones rosas con arco iris en solo pensarlo, siento que flota a mi alrededor.

Pestañeo.

Porque, sería tan genial poder conocerlo.

- Papá ya te dije, que él me rescató y no era parte de esos dos rufianes. 

- Sareli, puedes creer... - Piensa un breve segundo. - ...que hiciste el bien contra ese sospechoso, ya que no se sabe su identidad. - ¿Por qué, lo dice con cierto disgusto? - Pero, lo único que la gente recordará frente a sus televisores, es que la hija del futuro funcionario público Alaída y en plena elecciones, defendió a un posible criminal inmoral.

- Papá...

- Ya puse en marcha que deroguen de ello, nuevamente en los noticiosos y borren descargas e información en web de lo tuyo en páginas de inicio. - Me interrumpe. - Todavía, no sabes diferenciar hija, el bien del mal... - Besa mi frente. - ...recuerda, que eres mi hija en todo momento... - Y se va nuevamente a su despacho.

Lo miro como cierra la puerta y exhalo aire, confundida y descontenta.

Y me encojo de hombros.

En fin...

Y con otro suspiro saludando con una mano a mamá y María que aún siguen en la cocina, salgo en busca de mi bicicleta.

Acomodo bien mi cartera en la canastita y abriendo el portoncito de entrada, comienzo a circular por la acera y en dirección a la pastelería.

Pero casi llegando a la esquina, me detengo con una frenada y sorprendida, mirando el gran árbol de ciruelos.

¿Eh?

- ¿No me digas que vives por acá, también? - Le digo.

Ok.

Al bonito árbol con ya, pimpollos en flor por la temporada, no.

Más bien.

Al chico, que detuve su andar a metro de él.

Luka.

Sí.

Mi nuevo compañero nerds de trabajo y hoy con gorra de los Avengers y quedando tan asombrado como yo, al verme a poca distancia en la bici.

C-AM

Mastico mi uña, rodeando la manzana.

Lindo barrio.

Zona residencial, casas como coches y la gente que vive aquí, de muy buen nivel adquisitivo.

Me detengo a cierta distancia de una cuadra para observar una de en frente.

La que tiene la numeración y calle con la dirección de la pajarito.

Dentro de la información que me solicita el cliente de saber de ella, también está su hogar y funcionamiento de ella.

O mejor dicho.

La intimidad de la misma.

¿Y para eso, lo mejor?

Su habitación.

Que por la simetría y construcción, una vez que trepo con cuidado de ser visto y salto un lado cercado con muro y ayudado por madreselvas, lejos del alcance visual de unas ventanas abiertas de la planta baja y verificando más que un viejo, que luego de podar unas ramas de un alto arbusto, por una puerta trasera se introduce en el interior.

Ayudado por la pequeña escalera que utilizó, yo también me trepo y usando las irregularidades de la casa como el alero, llego sin contratiempo a la primer ventana y deslizando suavemente el vidrio para entrar dentro.

Parece la habitación principal de los padres de chica pollo.

Grande.

Exquisita en decoración y mobiliario.

Y prolijamente limpia.

Abriendo apenas la puerta para salir de ella y chocar con un corredor, puedo escuchar desde la planta baja bastante movimiento y entre ello a mi objetivo hablando con su madre.

No logro comprender en su totalidad, pero sí, cierto reproches en el aire.

Podría acercarme, pero el tiempo apremia revisando la hora de mi reloj.

Ruedo mis ojos, bajando más mi gorra ñoña mientras camino sigiloso a la habitación contigua.

Ya que, pronto la hora de entrada como mesero en la cafetería rosa, estilo Barbie Malibú.

Y sonrío una vez dentro y caminando por ella, porque di con la habitación de la pajarito.

Más pequeña.

Pero agradable.

Y con mi celular en modo silencioso, disparo capturas de fotos para luego analizarlas como material de información.

Casi todo es rosa.

Mi cuello pica.

Y lo que, jodidamente no es rosa.

Rasco ahora mi hombro, sin dejar de observar.

Es putamente blanco.

Me da risa.

¿Qué tiene, 15 años?

Niego, acercándome curioso a su escritorio, tomando otra foto.

Y esta, se amplía al ver sobre la mesa un cuaderno.

También rosa.

Sin dejar de mirar la puerta a medio abrir, por posible aparición de alguien, lo tomo y abro.

Y arrugo mi ceño, por el posible subidón de diabete mental, que estoy por tener.

Porque me recibe con solo chequear las primeras páginas, docenas de imágenes y hasta dibujos a mano alzada por ella misma, de coloridos postres con su receta correspondiente al lado, como flechas dibujadas por la chica pollo y hasta caritas felices.

Mierda.

Repito.

¿Tiene 15 años?

Foto también a eso, mientras sigo volteando sus hojas y me acerco a una pared.

Para ser preciso, apoyándome con un hombro mientras no dejo de ojearlo, contra el armario de su ropa, supongo.

Ya que, también descubro que es una especie de diario íntimo, leyendo fugazmente dejos reflexivos y sucesos de sus días en márgenes y lados.

Si, también con bolígrafo rosa.

Y mi dedo a medio voltear, se queda estático casi llegando a las últimas páginas.

Carajo.

Porque, me menciona dos veces sin saberlo.

Sus textos son cortos.

Contra un margen y dibujado con lápiz amarillo un pollito sonriendo al lado, dice.

<< Hoy me quisieron robar la bici de mi trabajo, pero un chico me salvó. >>

Más abajo y dibujado también con lápices de colores, lo que parece un cupcake en el escrito con corazones rosas.

<< Le regalé el único que se salvó, pero no pude verlo... >>

Volteo la hoja siguiente, donde más receta hay de golosinas y también, más de su diario.

Y muerdo mi labio para evitar reír, al encontrar.

Creo.

Lo que aparenta, pantys naranjas dibujadas.

<< ¡Conseguí mis megas y archis queridas medias, naranja pollo en liquidación y dos! >>

Abajo y junto a una carita triste.

<< Pero, casi me roban otra vez. >>

Seguido a otra carita feliz, debajo.

<< Pero lo impidió, otro sexy chico misterio que tampoco pude ver. >>

Y quiero seguir leyendo, pero alguien subiendo las escaleras rápidamente, me alerta.

Es ella.

¿No se había ido, ya?

Mierda, mierda y mierda.

Sin casi tiempo a nada, lanzo su cuaderno a la cama sin tender y dejo que me trague su armario abierto del todo y cerrando apenas este, en el momento que la veo ingresar.

Camina por la habitación, yendo directo a su escritorio.

¿No jodas, que viniste por el cuaderno?

Maldigo para mis adentros.

Resopla, cuando no lo encuentra y otro bufido de decepción, cuando escanea todo y hasta verifica bajo su cama sin verlo.

Y mis ojos se cierran sin casi respirar en la media luz de la puerta de su armario, cuando mira a mi dirección.

No vengas acá suspiro, cuando hace apenas un paso a mi dirección.

Y está desvanece de tranquilidad, al ver que lo descubre entre las sábanas arriba de su cama.

Reprimo las ganas de exhalar aire contenida en mis pulmones, al ver que tras dudar su paradero y soltar una risa diciendo el nombre de alguien, sale como si nada de su habitación retomando nuevamente las escaleras.

Y yo me deslizo hasta el piso y abriendo la puerta, para respirar como se debe, sacando mis pies afuera.

Tomo mi frente, tras acomodar mi gorra mejor sobre mi cabeza y poniéndome de pie silencioso, yendo a la ventana para salir.

Porque carajo, eso estuvo cerca.

Descender por donde subí, no es problema y a una distancia propia sin dejar de mirar de no ser visto, salto volviendo a poner la escalera donde el viejo jardinero lo dejó.

Evito nuevamente las ventanas bajas y ayudado por el jardín y plantas, me hago carrera hasta el muro de enredaderas, para treparlo otra vez.

Y en su alto y veloz, encontrando un árbol de ciruelo en la acera, otro salto doy a él, en el instante que localizo desde su altura y entre las ramas colgado.

No puede ser, jodida suerte.

A la chica pollo con su bicicleta montada, pedaleando en mi dirección.

Salto sin pensarlo y acomodando como puedo mi mochila y ropa, intento caminar cuando.

- ¿No me digas que vives por acá, también? - Siento que me dice.

SARELI

Luka apenas voltea al escucharme, encogiendo sus hombros con cierta timidez y evitando verme directamente por culpa de esa gorra friki que lleva en su cabeza, como la mochila con motivos del hombre araña.

Realmente este indefenso chico, tiene una importante obsesión con los super héroes

Niega y solo elevando un brazo, señala dirección contraria a nosotros de la calle que nos encontramos.

- Tomé mal el autobús...

- ¿Para Sugar? - Me acerco algo y asiente sin elevar su rostro.

Sin luz artificial del local de la pastelería y tampoco el ajetreo del día de ayer con la revolución de la cafetería por tanta clientela, siendo su aniversario, atendiendo y ahora con la luz del día, gracias a un cielo profundamente azul con solo el sol bañando todo, lo observo mejor y creo que lo nota, porque ajusta más sus manos a las correas de su mochila.

Realmente, es un chico muy lindo.

Supongo que menor o cerca de mi edad, pero más infantil o inmaduro.

No lo sé.

Pero todo él con su altura, pelo negro y mirada castaña y pese a lo mencionado anteriormente, que acusa un cuerpo trabajado bajo sus fachas con escaso gusto a la moda y edad que debe tener.

Un guapo, pero indefenso muchacho.

Y algo maternal oprime mi pecho, dándome unas ganas locas de tomar sus mejillas y tipo tía cariñosa, apretarlas y decirle que todo va estar bien, palmeando luego su cabecita estilo sobrinito querido.

Pero los reprimo, porque presiento que no le gustaría tanto como a mí.

- Te llevo. - Le digo sonriente.

- ¿Qué? - Balbucea.

Palmeo el asiento trasero de la bicicleta.

- No queda lejos la cafetería, vamos juntos ¿somos compañeros de trabajo, no? - Lo aliento y lo mira.

Lo que no sé, si al asiento esperando por él o mis pantys de hoy, amarillas a lunares violeta bajo mi falda.

Cosa que no me perturba, ya que no es pervertida y solo, como siempre lo hace la gente antes mis gusto y fascinación por calzar siempre pantys de color en mis prendas.

Vuelve a negar y camina.

- No, gracias...

Y río, ayudada por mis pies en pedalear a su lado.

- ¿Tienes miedo? - Sigo la velocidad de su andar. - Soy muy buena, no temas... - Formulo a su par.

Aunque mi vista está al frente, sorpresivamente noto que me mira fijo desde que nos conocimos, sin dejar de caminar y yo de pedalear.

- ¿Miedo? - Repite.

¿Quiere reír?

Ni idea, pero su tono aunque fue bajo, con aire divertido sonó.

Me encojo de hombros, sin dejar de andar en bici a su lado.

C-AM

Y tengo ganas de apoyado a otro árbol que cruzamos en la acera, mientras ella pedalea y yo camino, reír a carcajadas hasta escupir mis pulmones.

¿Miedo?

¿En serio?

La chica, mi objetivo de trabajo y con el gusto de vestir las diferentes pantys más feas del mundo y que tiene la habitación estilo casa de muñecas Pin y Pon.

¿Percibo, sobreprotección por mí?

Y voy a responder siguiendo mi papel de chico tímido y avergonzado, ante su encogimiento de hombros, pero volteo sobre mi hombro para mirar detrás nuestro.

- ¿Sucede algo? - La pajarito dice, al ver mi acción.

Solo estamos en la acera nosotros dos y por la de en frente, una anciana sacando a pasear su perro.

Ni autos circulan, más que unos lejanos por la tranquilidad del barrio.

Reajusto y envuelvo con presión mis manos en la correas de mi mochila.

- Esta bien. - Cambio la conversación y sin darle tiempo a que frene, me monto en la parte trasera de la bicicleta sin problema y que deje de pedalear, notando la pronunciada bajada de la calle siguiente a tomar y eso va agilizar nuestro andar - ...acepto el ofrecimiento... - Porque, algo me alerta y me dice que no estamos solos.

Mierda...

- ¡Agárrate fuerte! - Su exclamación alegre por mi decisión, me saca de mi vista fija a lo que dejamos atrás, buscando a ese alguien que presiento escondido, por una de sus manos en la mía, obligando a que rodee su cintura.

¿Y eso?

Y ríe más ante mis dudas por eso, aferrando con seguridad mi brazo a su cuerpo y dejando.

Carajo.

Que mis dedos la envuelvan.

Sintiendo no solo con mi tacto, la textura de la tela de la camiseta que lleva puesta.

Sino, también.

El suave jadeo de su vientre por el ejercicio constante.

- ¡Un poco más y llegamos, Luka! - Me dice divertida con su mirada enfrente y yo, solo asiento.

Rascándome y sin dejar de observar.

Atrás nuestro por ese puto e intranquilo sentimiento de que somos observados...

¿Pero, por quién?


EN LA MANSIÓN DE LA COLINA, MIENTRAS TANTO...


- Ana, por favor... - Gime Julio, al ver a su esposa levantada y encontrarla en la cocina. - ...sigues débil, si necesitabas algo yo... 

- ...yo me lo puedo preparar sola, si estás ocupado en tu despacho y Miel ausente por algo... - Le responde, interrumpiéndolo y sin dejar de untar algo de mermelada a una rodaja de pan que sacó del refrigerador y apoyando todo en la isla.

Julio bufa resignado, pero no desiste de auxiliarla sacando por ella que gusta de comer con eso junto a un poco de leche y que él mismo de una gaveta, extrae el vaso y vierte dentro, seguido de ayudarla en tomar asiento con cuidado en la mesada.

- Gracias... - Le dice, ofreciéndole la segunda rodaja del plato a él, tomándolo por sorpresa. - ...si Miel no nos da de comer, ambos lo olvidamos... - Murmura comiendo un trocito mientras Julio toma asiento a su lado. - ...yo por mi poco apetito a mi mal... - Lo mira, masticando despacito su colación. - ...y tú, por tu trabajo y vivir solo para mí... - Finaliza, dejando el pan y bebiendo algo de leche.

- Ana... - Susurra sin comer la rebanada de pan, pero sosteniéndolo con cariño entre sus manos. - ...yo haría todo por ti... - Sincero y ella dejando su vaso, levemente sonríe.

- Lo sé... - Sabe que es así y envuelve más contra ella, el deshabille de su bonito camisón de seda. 

Su cabello natural en tono castaño, ondulado por naturaleza y cayendo tal por toda su espalda, dando reflejos dorados por la claridad de la ventana tras Ana y como aura luminosa envolviéndola y provocando que la claridad, haga más nítido sus preciosos ojos azules, hace que palpite más el corazón a Julio por el amor y la belleza de su mujer y preguntarse para sus adentros, en lo que sabe que está en el pensamiento de Ana.

Si su hijo, es parecido a ella o salió a su padre.

Nunca lo supo.

No pudo por estar de viaje, pese que en esa época su locación asignada era sur.

Jodida fecha y jodido día de años atrás, que necesitaban por su vocación y presencia en la zona este del país.

 - Lo siento, debo volver al trabajo... - Julio desliza su silla para ponerse de pie. - ...papeles del Hospital ¿Necesitas que te ayude? - Quiere huir, pero el impulso de dejarla sola, lo supera.

Ana niega, volviendo con pocas ganas pero obligándose a comer a su rebanada de pan con mermelada dejada en un plato. 

- No deseo regresar a la cama, esperaré a Miel... - Lo mira. - ...si me agoto, te llamo...

Julio besa su frente afirmando y tomando la merienda que nunca tocó, pero Ana hizo para él llevándola consigo.

- ¿Un recado tuyo? - Le pregunta, observando la hora del reloj de pared de la cocina.

- No, algo personal... - Ana responde y Julio entiende.

Ya que Miel como cualquier ser humano y por más que trabaja y casi vive para atender a su esposa como excelente enfermera y mujer de compañía, obviando la amistad que ambas forjaron con los años.

Todos tenemos, una vida aparte con asuntos que resolver.

Y llegando a su oficina, cierra la puerta y apoya contra ella.

Una batalla con sus obligaciones y estar con Ana compartiendo la intimidad como lo que son, al estar solos.

Pero hoy no podía con lo sucedido en esa cafetería y la tristeza que reflejaban los ojos azules de su esposa, por la necesidad de ese hijo que nunca dejó de buscar.

Uno, que él prometió encontrar y jamás lo cumplió estos años y por más palabra que le dio, para que lo acepte en ese periodo y Ana como ayer, se lo recordó.

Su mirada, baja a la rebanada de pan en su mano.

Que estaba prohibido olvidarse.

Sacude su cabeza, depositando la merienda sobre el escritorio mientras toma asiento y abre el periódico que dejó a medias de leer, cuando sintió a su mujer en la cocina para retomar la lectura, bajo un gran plano fotográfico de Andrés sonriente e impecable traje sastre, rodeado de sus colaboradores de la campaña y gente estrechando sus manos.

Posibles votantes.

Y con el titular, no solo de la excelente campaña que está haciendo.

Gruñe con su vista ahora en una tarjeta de invitación y cerca del teléfono fijo de su escritorio.

Si no también, de la anunciada y prometedora velada abierta al público como orador, aproximándose los cierres de lista.


ENTRE TANTO EN ALGÚN CENTRO COMERCIAL, EN HORA PICO Y ATESTADO DE GENTE...

Miel saliendo de un local de venta con un par de bolsas de compras, se detiene para pedir un vaso con un batido de frutas y agradeciendo al chico del mostrador de una reconocida franquicia, bebe algo de él, mientras retoma su caminata y disfruta de algunas vidrieras para luego y dejando antes que una familia con niños pequeños suban primero las escaleras mecánicas, ella también, casi terminando su dulce y refrescante bebida.

En el tercer piso y acomodando mejor los lentes de sol que nunca se sacó, decide tomar asiento en unas de las agradables bancas que ofrece el centro comercial a disposición de sus clientes para retozar y descansar.

Se deja llevar con la mirada por el ir y venir de todo el lindo bullicio de gente caminando frente a ella.

Hoy el tumulto es mucho y eso la hace sonreír, porque es una bonita postal comercial haciendo que piense en Ana.

Sería lindo, si se recuperara o sintiera mejor, en traerla para que también goce.

Pero en ese momento su idea es interrumpida por alguien tomando asiento a su lado.

Un hombre de pelo entrecano y algo revuelto, dudando si se peinó o no por la mañana al despertar y llevando lentes de sol también.

Sonriente.

Muy sonriente.

Que de forma despreocupada y causando que Miel se contraiga desde su lugar y tome distancia de él, al ver como si nada y pareciendo disfrutar como ella de esta aglomeración de gente, flexiona una pierna encima de la rodilla de la otra y extendiendo a placer sus brazos como si estuviera en una playa disfrutando del sol.

Lleva una camisa mangas cortas de estampas hawaianas con espantosas hojas de palmeras en todo su género, que no opaca ni el caqui de sus bermudas cortas y como calzado, unas sandalias amarillas y estilo surf.

Se observan con disimulo, seguido a la gente que nunca deja de pasar y caminar en su mundo.

Docenas o cientos, que como ellos colmando este lugar público.

Van y vienen con sus compras, por los diferentes niveles de pisos del centro comercial.

Suben y bajan, las escaleras mecánicas como los ascensores.

O como Miel y ese extraño sentados mirando todo, otros en cambio degustan de variedad y buena comida mientras charlan.

Miel y el hombre no se sabe si lo hacen, porque el bullicio es intermitente.

Pero sí, que intercambian sobres oficios y en color madera entre ellos, para luego seguir mirando la gente y Miel, siendo la primera en irse...

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