CAPITULO 5
C-AM
- Vete a la mierda. - Es lo único que digo con celular en mano y saliendo de la ducha, tras un baño reparador de casi media hora de agua y en punto hervor sobre mi cuerpo, pero en especial mi espalda.
La risotada del padrino no se hace esperar del otro lado de su llamada, mientras salgo desnudo y sin importarme con cada paso descalzo que doy en mi habitación, que huellas de agua se dibujen y marquen el piso en madera, en busca de una toalla limpia que olvidé buscar.
Más salpicaduras humedecen mi trayecto al sacudir mi pelo mojado y deslizar la puerta del vestidor sacando una para envolverla sobre mi cintura y buscando una segunda más chica.
- Aumentaron la paga, C-am. - Persiste mi padrino, luego de esa carcajada que me hizo blanquear mis ojos, mencionando que los resultados de análisis dieron positivo.
- No. - Digo rotundo y poniendo el altavoz, para secarme el pelo como resto del cuerpo, para luego llevarlo en un mano y en dirección a la cocina.
- Solo te tomará unos días. Es avizorar y recaudar un poco más de información... - Me quiere persuadir y su raspada voz que no para de hablar, colma mi casa.
- No soy niñero. - Repito lo de días antes, abriendo el refri y buscando una bolsa de hielo.
Descanso mi cuerpo contra la puerta abierta y lo apoyo sobre mi omóplato, cerrando los ojos ante el escozor frío y picoso de su contacto como el aire fresco.
Pero totalmente satisfactorio, ante el persistente dolor de espalda que tengo, cortesía del ratero y el pedazo de mampostería, con que me atacó en la tienda dos días atrás.
Pude escapar en el momento que llegó la policía y cuerpo médico, gracias al tumulto de gente sin problema.
Cierro el refri y con bolsa de hielo sosteniendo en mi espalda, camino en dirección al sofá encendiendo desde el control el televisor.
Hasta ahora como la pantalla me lo muestra en el noticioso del canal donde quedó, se sigue hablando lo que ocurrió en el comercio textil y sobre la voz de la presentadora del programa con el movilero en la zona, informan y debaten de lo sucedido mientras en un lateral del programa muestran el vídeo de una de las cámaras de seguridad del local.
El de la caja de pago y más cercano, que grabó mi lucha contra el delincuente.
Estaba consciente de las CCTV.
Y aunque los ángulos filmando eran buenos como la nitidez de la misma, hice todo mi enfrentamiento posterior y dorso a ella.
Para luego y pese a que no puede seguir mis movimientos por su toma fija a ese punto específico y mostrando la llegada de la policía, bajo otro comentario de la conductora del noticiero.
Solo, hubo un visto final como conclusión de mi persona.
Mi espalda, alejándose.
Obvio, sin rostro y por ende, sin mi identidad confirmada.
Y sin que nadie retome de mi presencia por la confusión y tanto el periodista como la presentadora, haciéndose la misma pregunta.
¿Quién, era yo?
- ¿Ni siquiera mencionando, que cuadriplicaron la tarifa? - La voz del padrino, sale de mi dejado celular a mi lado del sofá, mientras roto mi cuello y cambio la posición de la bolsa de hielo del otro lado.
Mis ojos bajan al móvil.
Para luego a una pasajera toma que llama mi atención del televisor y de los damnificados en ese atraco.
Porque entre ellos, aparece la muchacha.
Mi objetivo número cinco de mi trabajo.
Y que protegí.
Dejo la bolsa de hielo en la baja mesa frente a mí y me inclino hacia adelante para una mejor postura de visión.
Escucho atento, bajo las preguntas de docenas de micrófonos y de reporteros mientras es llevada fuera del lugar por un fornido hombre de traje seguido de otro a un elegante coche aguardado y estacionado a la salida de la tienda.
Familiares, supongo.
Que responde.
La miro y escucho en detalle.
Dice ante las docenas de preguntas indiscretas e intrusas de ellos, por el tercer delincuente.
O sea, yo.
Que me defiende.
Y niega cualquier comentario negativo a mi persona, mirando con furia a los periodistas por eso.
Manifestando y declarando por más que uno de los hombres que ayuda a caminar, niega y no quiere que declare a la televisión, mientras abre la puerta trasera del auto para que suba seguido de él.
Que soy inocente.
Un héroe que la salvó, escapa de sus labios.
Interrumpo el parloteo constante de mi padrino por convencerme.
Agarro el celular y lo llevo a mi oído, desactivando el altavoz.
- Tomo, el trabajo. - Digo sin más.
Y es suficiente para callarlo como colgar la llamada, tras una pronta reunión que me pide y dar comienzo a ese trabajo.
Me relajo a placer en todo el respaldo de mi sofá y cubriendo mi rostro con la toalla, con ahora la gran pantalla del plasma en mute por mí.
Carajo, carajo y carajo.
No tengo idea, por qué terminé aceptando.
Pero es decidido y totalmente fuera del contexto y persuasión, que no es por la abultada suma de dinero de la paga.
Mi dedo desliza la toalla para descubrir mis ojos y elevando mi celular, abrir su la galería de fotos y buscar una de muchas fotos con la imagen de la chica.
Hago zoom con mis dedos, para observar mejor su rostro.
Rasgos.
Está tomado casi de perfil, en plena calle peatonal y donde el sol de ese día, ilumina y baña completamente su figura con esas espantosas pantys rosas con estampas de estrellitas.
Parece sonreír, pese la distancia y que observa la zona muy concentrada.
Y me sigue resultando familiar.
Rasco mi cuello.
Puta comezón mientras tiro para atrás la toalla como parte de mi pelo húmedo, que cae sobre mi frente.
¿Pero, de dónde?
SARELI
Apago el televisor con la última pregunta que se hace la mujer del noticiero a su colega desde la calle.
¿Quién es el misterioso chico?
Pregunta que me hago yo también al unísono con ellos, pero para mis adentros y con un suspiro de por medio.
Y dejándome caer con todo el peso de mi cuerpo en mi acolchada y suave cama de mi habitación y llevando contra mí, soñadora el comando de la tele.
Miro el techo a dos agua blanca en su pintura y como la mayoría de mis mobiliarios en madera.
Pero pensando en el chico.
Mi salvador, pese a que los malditos noticiosos y hasta mi padre, lo llaman un delincuente más.
Su imagen perfecta viene a mi memoria, recordando todo lo sucedido como mi mirada fugaz y no solo, cuando pude captar parte de su rostro oculto viniendo al encuentro del segundo ladrón enfurecido para protegerme.
Sino, también.
Esa misma porción de su cara, cuando todo terminó y ante la presencia de la fuerza policial copando la tienda y tomando el control de todo.
Esa cuota de su rostro, donde la sombra y caída de su capucha, no cubría su cara y dejando a mi curiosidad, entre lo imaginario y lo real.
La visión de una ración de lo que era su media sonrisa de lado, antes de marcharse definitivamente y en silencio entre la multitud de la gente.
Sonrisa esculpida por unos generosos labios varoniles.
Bien definidos y por lo que mi memoria acentúa.
- Muy besables... - Susurro bajito y terminando mis pensamientos.
Pataleo infantil sobre mi cama avergonzada.
No puedo creer que lo que digo y pellizco mis mejillas riendo.
Me detengo de mis pataditas y risa.
Aunque fue heroico lo que hizo el desconocido y por tal motivo.
Siempre le voy a estar agradecida.
Eternamente agradecida.
Vuelvo a reír pero a carcajadas, recordando los marcianitos de la película Toys Story, con esa frase hacia al señor Papa.
¡Dios querido!
Río con más ganas.
No puedo tener pensamientos húmedos por alguien que siquiera vi el rostro y en la misma oración, una película infantil.
Miro el techo nuevamente, intentando ser seria.
Me haya salvado o no, ni idea de su prontuario y sin obviar, que jamás exista una coincidencia de que volvamos a vernos.
Será un ladrón como dirán los noticiosos.
Palmeo mi pecho acelerado, sonriendo otra vez.
Pero de corazones, porque es bueno.
Me incorporo jadeante por la risa y por la cierta excitación fuera de todo contexto de lo que fue esa espeluznante situación, pero rememorando la dureza como sensación gratificante de su cuerpo contra el mío, al cubrirme contra él para protegerme.
Un pecho como toda su persona, que delataba bajo esas vestimentas oscuras y ceñidas.
Que gozaba no solo de buena salud, sino también de uno bien constituido y digno de sentir.
¿Y acariciar?
Vuelvo a palmear mi rostro para despabilarme y ante el chequeo de la hora de mi reloj despertador desde un mueble.
Suficiente de soñar despierta, chica.
Busco una muda de ropa para cambiarme y otras de mis adoradas pantys multicolor.
Hora de almorzar, para luego ir al trabajo.
MIENTRAS TANTO, EN LA MANSIÓN DE LA COLINA. CASA DE ANA.
Ana no quiere desaprovechar el mediodía maravilloso que el cielo despejado regala con su temperatura cálida y ve a través de una de las ventanas corredizas de vidrio, que dan al jardín frontal.
Estar en cama guardando reposo por sugerencia de su médico de cabecera, ante la recaída de su frágil salud en el cementerio esa tarde, pero ahora ya de pie y a regañadientes de su esposo por eso, odie cada ladrillo que compone la paredes de su elegante casa y comodidad a su alcance.
Por más visita de algunas "amigas de la alta sociedad," al llegar la noticia al club de su descompensación o Miel haciendo lo imposible para alegrar como llevadero sus momentos y hasta un Julio, muy preocupado como amoroso en sus cuidados ante ella.
Tuerce sus ojos ante esto último y pese a que le desagrada también, la falsedad de esas mujeres ricachonas que se hacen llamar amigas, mientras enroscando más la gruesa pero fina en su género y diseño bata de cama, abrir la puerta y salir un rato al sol y disfrutar de su calor como la compañía de sus queridas flores.
Miel salió por unos mandados.
Debe estar, pronta a venir.
Su marido está empotrado y a puerta cerrada en su estudio piso más arriba y colmado de trabajo por ser dueño de un Hospital privado.
Esperar la llegada de ella en la calidez de su jardín, es seductor y Julio no notará su ausencia.
La construcción de la casa es colina arriba, donde como desde su imponente altura se puede ver y apreciar, el paisaje citadino de todo lo que es esta capital.
Una belleza y regalo visual para la vista y que solo gente pudiente se puede dar este lujo a la hora de comprar un lote acá.
Como lo hizo Julio en su momento.
Hombre de mucho dinero, herencia de tercera generación de una familia militar adinerada y en el campo de la medicina.
Poco más de veinte años atrás.
Cuando recién casados y sobre un trayecto de poco más de una hora de viaje en coche, ya que los dos no vivían ahí.
Pero el sueño de ambos.
En realidad, de su marido.
Y con su mano entrelazada a la de ella apurado como emocionado, la invitaba a que baje del auto una vez llegados.
Para esa época, aunque Ana sufría de ciertos malestares físicos, pero ajenos a que eran causa de su enfermedad naciendo.
Siguió a su marido en la caminata colina arriba.
Donde y por solo un momento al llegar y como él, mirar todo escuchando de su boca la futura construcción de lo que iba hacer su hogar.
Tan solo y por un pequeño instante.
Sobre un ocaso entre magenta con sus ocres y despidiéndose con sus últimos rayos de sol en el horizonte y entre cerros finales y una suave brisa, acariciando su rostro y jugando con su siempre pelo suelto, como vuelo del bonito vestido veraniego que llevaba puesto.
Pensó.
Imaginó.
Que su decisión tomada en todo eso, podía ser correcta.
Y siempre sobre su corazón esperanzado, más adelante vivir allí.
Esperanza que nunca perdió por más que pasaron dos décadas.
Toma asiento contra las rejas y junto a una mota de margaritas muy cuidadas por ella misma y mirando por última vez a ambos lados de la calle una algo transitada para ver si divisa a su amiga y enfermera viniendo en su coche particular.
Ana sonríe al escuchar unos niños correteando por la acera, bajo la llamada de atención de su madre metros más atrás con bolsas de compras.
Y su sonrisa, suspira recordando a su hijo.
Su bebé que tuvo que dar ese 2 de Julio nefasto, para salvarlo de las fauces militares.
Eso, creyó...
Un niño que no pudo ver crecer.
Ni criar.
Una lágrima, escapa de su mejilla.
Un hijito querido que jamás la llamó mamá, ni tampoco ayudó con sus primeros pasos, ni veló su noche y junto a su cama, ante su primer resfriado o dio de comer su papilla.
Absolutamente, nada.
Y solo atesorando con amargura, esas simples preguntas que siempre se hizo, mirando el cielo y cada día de estos 24 años que pasaron.
¿Dónde estás y qué estas haciendo ahora, hijo mío?
Seca una segunda lágrima con su dorso.
Pero ahora, es una gotita de lágrima que puede ser de felicidad dentro de su tristeza.
De los diez registros robados de adopciones en el '78, que encomendó como trabajo y sin que su marido sepa.
Nunca debe saberlo, sería fin a todo.
Uno de los dos que busca, dio positivo con su ADN.
El femenino.
Mitad de una alegría, que espera Ana que sea completa.
Si otro análisis, pero uno masculino.
Avalaba con un %99 de compatibilidad.
Con ella.
Pero resultaron todos, negativo.
Su hijo amado, no estaba entre ellos.
El sonido vibrando de su celular en el bolsillo de su bata, la despabila de sus pensamientos de adolescentes con esa mejor amiga que tuvo, cuando juntas y a orillas de un río cercano a sus casas imaginaban sus vidas de casadas y planeaban alegres e inocentes, todos los hijos que iban a tener con sus felices para siempre.
Un mensaje de texto de ese número.
Sonríe a la pantalla y a las dos únicas palabras que contiene, en el momento que el coche de Miel estaciona.
"Trabajo aceptado."
La verja se abre por la enfermera, llevando una gran bolsa con compras y aunque al principio sus labios son una mueca por encontrar a Ana sola y fuera de la casa.
Se contagia de la sonrisa de ella al verla bien y calma juntos a sus flores.
Porque Ana parece una más entre las margaritas y bajo el sol radiante, iluminándola de lleno y en todo su esplendor.
- Aceptaron continuar con el trabajo, Miel... - Le confirma bajito y volviendo a guardar su móvil.
La enfermera sonríe más.
- ¡Una buena noticia, Ana! - Festejan en un murmullo para no delatar.
Siente que suspira.
Y sabe el motivo.
Una tristeza dentro de su alegría.
Acomoda mejor la bolsa de compra en una mano, para poder apoyar la otra en su hombro y darle aliento.
La mira con cariño.
- Anita, estás cerca... - Le susurra bajo. - ...una cosa, llevará a la otra... - La acaricia. - ...encontraremos a tu niño también... - Refuerza su promesa.
Juramento que revitaliza a Ana y afirma convencida tanto como su amiga.
Miel mira la basta cuadra con transeúntes de la zona como la calle y coches estacionados.
Vecinos del lugar.
Todo normal, pero siente que son observadas.
Se alerta.
- ...esta brisa no es buena para tu salud con tanto sol... - Le dice, justificando esa sensación e incitando a que camine, con ayuda de su brazo libre. - ...puedes picar un resfriado y tus defensas están bajas, cariño...
- Tienes razón. - Ana acepta la invitación y tomando su brazo sonriente, camina con Miel en dirección a la puerta de entrada con una charla animada entre las dos amigas de lo que va hacer en el almuerzo y el agradable pronostico del tiempo que está anunciado en la semana.
Sonrientes y ajenas de todo.
Como a esa corazonada de Miel, cuando llegó y al bajar de su coche y notar a Ana.
Afuera.
En el jardín.
Y al acercarse a ella.
Sentir esa inevitable sensación de que las dos estaban siendo observadas.
¿O estudiadas?
Pero caló sus huesos, pese a la cálida media mañana.
Una exhalación profunda de aire, empaña el vidrio de una ventanal del segundo piso.
Uno de muchos que el pecho de Julio y con sus manos en los bolsillos de su pantalón sastre, suspirando desde su altura y observando a su mujer en el jardín.
Su primer impulso fue buscar una manta y bajar apurado las escaleras de mármol y reprender a Ana por desobedecer las directivas del doctor y estar con la fresco del día y solo, llevando una bata para conducirla luego dentro de la casa.
Después también, lo haría a la enfermera por su demora de compra en horario laboral.
Pero lo retuvo, porque acusaría que la vigila.
Desde hace mucho.
De siempre en realidad.
Porque al exmilitar y médico retirado hace unos años para dirigir el Hospital privado como sucesor, al igual que hizo su padre.
Y en su momento, abuelo paterno también.
Sabe, que es el precio.
La espina de muchas para el que quiere una rosa.
La flor más linda de un jardín.
Como lo es su Ana.
Y desde el momento que ella aceptó su propuesta de matrimonio esa tarde gris y calurosa a fines del '78.
Donde no hubo un ramo de flores en esa proposición, solo el moho húmedo como lodo en casi todo el lugar, por casi nunca llegar el sol y haya sido pleno verano.
Tampoco corazones decorando un elegante restaurant con finos platos gourmet para degustar y por ser una noche especial, como hubiera querido Julio.
Solo una raída mesa en madera por los años, separando a ambos en una fría habitación donde sus paredes como mobiliario eran oscuros y añejos.
Y donde un Julio en sus treinta y con bata médica sentado del otro lado y cruzado de brazos, esperaba expectante la respuesta de una muy joven y bella Ana de pie, deliberando la respuesta.
La de su propuesta.
Una, aceptada después y que lo llenó de mucha felicidad a él.
Porque la amaba.
Pero sabiendo a ciertas que para Ana.
Únicamente.
Solo una gota de esperanza.
Julio, estaba enamorado.
Ella, no.
Julio creyó, que fue su héroe y la salvó.
Ana siempre lo vio como un homicida más.
Julio se ilusionó que con el tiempo que iba aprender a amarlo.
Pero Ana, solo sintió que la trasladaban a otra prisión kilómetros más.
Y llevando el título esa cárcel, de recién casados...
Su teléfono suena desde su escritorio.
Pocas ganas de atender.
Pero la incesante llamada del aparato, lo hace salir de su trance y obliga a voltear como caminar para levantar el tubo.
Había expresado terminantemente a su secretaria del Hospital, que no quería ser molestado en este día.
Con algo de suerte y si su esposa se encontraba bien, quería compartir con ella la tarde tras dedicar la mañana a documentos importantes para leer y firmar.
Pero la voz masculina del otro lado al hacerlo, detiene su mal genio.
Y lo obliga a tomar asiento en su silla, cuando habla y por la pesadez de su estómago.
Cuando reconoce y sigue escuchando la voz de esa persona.
Una que pese a haberlo visto en televisión, años lo separaban de la última vez que se vieron las caras.
Y termina la llamada con un asentimiento y casi sin habla.
Pero, con un obligado y fuera de todo ánimo como ganas, de verlo otra vez después de tanto tiempo.
Pero es necesario.
Cae derrumbada su espalda, contra el mullido y tapizado en cuero mora del respaldo.
Porque, es jodidamente muy necesario...
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