CAPITULO 1

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Abrazo gente y a cuidarse mucho, si?

CRISTO.

SARELI

Las campanitas de la puerta de entrada de la pastelería al ser abiertas de golpe tintinean entre sí, anunciando la llegada de más clientes a SugarCream.

Unos clientes muy especiales.

Mis padres.

Alborotados y preocupados.

Mucho mi madre, cuando viene pasando entre mesa y mesa, para llegar a la mía acompañada de Karla y Roger.

Donde este último deposita una taza de té para mí, mientras un oficial de policía de pie toma mi declaración de lo que ocurrió.

Mamá saca su chalina que lleva puesta para cubrirme mis hombros y sus ojos lagrimean al notar mis heridas.

Sus pequeñas manos tiemblan cuando inclinada sobre mí, acaricia mi barbilla algo magullada pero ya con una bandita.

Para luego la lesión mayor y que Karla a mi lado cura con cuidado y desde el botiquín de primeros auxilios, que un compañero de trabajo alcanza.

La tremenda raspada de mi rodilla, tragándome el dolor ante el contacto del roce de la gaza con el desinfectante en mi herida.

- Mamá, estoy bien... - Intento calmarla al ver como gime mientras la tomo de las manos sonriendo.

- ...pero, tu rodilla... - Suspira lamentándose sin dejar de mirar mi pierna extendida y sobre otra silla, donde la herida de un rojo furioso por el semejante aterrizaje que hice en pavimento, brilla más por el medicamento incoloro.

Y aunque duele y arde como perra.

Sufro más.

Una mueca.

Al notar la destrucción sin arreglo de mis pantys naranja imitación patitas de pollo.

Como, una gran porción de un lado de mi disfraz.

Un alita media rota, donde el género cuelga y un corte en forma de L, de un lado de mi vientre.

Me desinflo.

Porque, eso sí, realmente me duele y mucho.

Sé, que empleados odiarían usar este tipo de disfraces como parte del trabajo.

Pero yo lo amo, ya que me dio muchas alegrías.

Y es mi orgullo.

Sip.

Porque, yo lo inventé y tras docenas de horas frente a un máquina de cocer en mi habitación, lo confeccioné gracias al asentimiento de mis jefes en la pastelería que trabajo poco más de un año.

Karla y Roger.

Algo así, como la mascota de confitería.

Y el dulce rival del conejo de pascua.

Donde este, es famoso por sus huevos de chocolate.

Pero, don pollo.

De la confección de sus cupcake.

Una diversidad de pastelitos en colores, adornos y sabores, utilizando lo mejores ingredientes y harinas.

Y como avalaría, mi disfraz querido.

Los mejores huevos de campo.

Componentes, cual discípula ferviente y apasionada en esto como Karla.

Mi maestra pastelera.

Me enseñó, no solo a cocinar en su máxima perfección y detalle las dulzuras.

Sino, también.

Utilizar.

Los mejores ingredientes en su cocción y decoración.

- Necesitas ir al Hospital. - Mi padre habla, viendo una supuesta seriedad de mis heridas.

Y río acomodando mi pierna, ya con una venda cubriendo finalmente mi rodilla.

La señalo poniéndome de pie y para restarle importancia, aunque me cuesta caminar los primeros pasos por tenerla entumecida, pero la muevo obviando el cierto dolor y para no preocuparlos.

- Solo, fue una raspada. - hago pasitos frente a ellos. - ¿Ven? ¡Ya estoy bien! - Afirmo, sonriéndoles más y buscando la taza que quedó en la mesa. 

Le doy un sorbo. 

- Nada que, un té y... - Abrazo contra mí, a mis padres devolviendo la chalina a mi madre. - ...mucho amor, no lo resuelva... - Doy por terminada la situación.

Y en ese abrazo cierro mis ojos con fuerza.

Rogando que mis padres den por sentada mi decisión.

Ya que son muy sobreprotectores.

Desde que tengo uso de razón, me cuidan por sobre todas las cosas que nunca me pase nada.

Que no suba árboles por miedo a que caiga.

Cuando añoraba participar en deportes extremos como algunos compañeros del colegio.

Papá se empeñó en la danza clásica.

Si quería probar subirme a una patineta, cual pedí una para navidad y hasta insistí como regalo en mi cumpleaños número diez por no recibirla, mamá lo reemplazó y para mi sorpresa, lo trajo un gran camión una mañana.

Con un piano.

Uno de cola.

Hermoso en su negro lustrado y traído directo de fábrica.

No renegué.

Amo la música.

Y se me dio bien aprender a tocar clásico, bajo la mano diestra de un maestro.

Me gusta todo.

Pero en especial y cual me enamoré a primera vista.

Cuando descubrí y por otro regalo de mis padres.

Un set de juguete de cocina.

De pastelería.

Que haciendo mis primeras galletas dulces y mis chocolates de diferentes formas.

Ya nunca más pude parar.

Por descubrir mi pasión.

Cocinar dulzuras.

No tengo idea, si fue otra artimaña pasiva de mis padres para sacarme las ideas locas, en cual supuestamente no estaría propensa a algún accidente.

Pero sí, aseguro que con cada masa azucarada horneada.

Confite multicolor.

Chocolate derritiéndose.

Golosinas adornando.

Y ese inevitable aroma invadiendo tus fosas nasales como lugar de cocina por un pastel recién horneado.

Es felicidad pura para mí.

Como quien dice.

Mi lugar.

Miro a mis padres con mi último apretón de mi abrazo.

No los reprocho por ser tan protectores.

No tuve la dicha de tener hermanos.

Me aman demasiado.

Y tal vez, por eso y ser hija única son así.

- Niña traviesa... - Es el consentimiento de papá, negando y acomodando la capucha de pollo en mi cabeza.

No sonríe, pero pequeñas arrugas propia de su edad en la comisura de sus ojos, delatan que oculta una, mientras se dirige al oficial para acompañarlo y tras tener mi declaración, fuera del local.

- ¿Seguirás con la idea loca de montar bicicleta para entregar los pedidos? - Mamá se preocupa.

- Podemos cambiar eso... - Karla interviene, guardando todo en el botiquín. - ...contratar una cadetería...

- No... - Niego interrumpiendo. - ...yo puedo... - Miro suplicante a mis jefes y mi madre. - ...solo, fue un mal percance y seré más precavida cuando deje mi bicicleta... - Miro a Roger y Karla.

Porque a mi madre la convenzo.

Son ellos los que me miran sin estar mucho de acuerdo y junto mis manos, por ruego a ambos.

Y Karla se cruza de brazos pensativa.

Deliberando.

Al fin, eleva un dedo.

- ¿Activaras el GPS de tu móvil?

Afirmo ferviente.

- ¿Si sospechas u ocurre algo, me llamaras enseguida? - Prosigue. - Iré por ti, con el bate de beisbol del hermano de Roger a tu encuentro... - Me promete.

Y yo vuelvo a asentir, pero riendo.

Porque, es su temible arma de destrucción contra cretinadas de hombres.

Eso cuenta la leyenda.

Y su hermana menor.

Al igual que el marido de esta.

Río más.

Como el mismo Roger y hasta mis compañeros de trabajo, con años de antigüedad en SugarCream.

Donde, a la gran Siniestra.

Porque así, la apodan.

Legendariamente no le tiembla el pulso para sacudir cabezas y corregir injusticias, para defender sus seres queridos.

Y yo, la abrazo por eso.

Por quererme, mucho...




C-AM

Masa alimonada y esponjosa con una cobertura de papel que la envuelve con dibujos de caramelos.

Crema rosa arriba con una prolija forma decorada en punta.

Diminutos confites multicolores, cubren la cúspide de esta.

Y con un pequeño y delgado chocolate en un lado.

Que denota a la legua, confeccionado por una mano ágil en esa materia culinaria, ante el aspecto simpático en su caricatura de un pollito de chocolate.

Exhalo aire, analizando.

Y mirando como tirando hacia atrás, la capucha de mi abrigo como gorra.

El cupcake que dejé en la mesa mientras bebo de una botella el agua, apoyado a la puerta del refri abierta.

A mi regalo de agradecimiento.

Por la chica pollo.

Y se me escapa una sonrisa, recordando su imagen.

Nada sexy.

Repito, nada.

Con su disfraz de pajarito amarillo y naranja.

Pero esta desaparece, recordando su caída y aunque, divertido como torpe el final.

Viniendo a mi mente, no solo el ratero culpable de eso.

Sino.

Para no ser desagradecido, por el empeño de la chica pollo.

Sacudo mi cabeza, para borrar su rostro algo lastimado e implorando que acepte su dulce regalo.

El riesgo que corrí yo, al tomarlo y poner mi identidad en juego.

Jamás, tengo que volver hacer eso, mierda.

Camino a él, jugando con la botella de agua entre mis manos.

Y me detengo frente a mi ofrenda azucarada muy rosa y multicolor.

No soy fans de lo dulce.

Para nada.

Dejo la botella y apoyo ambas manos en la mesa e inclinado y solo observo mi regalo.

Porque y sin embargo, me tienta la alta posibilidad de darle una mordida.

Y flexiono mis rodillas para ponerme a su nivel y acomodando mejor mis brazos, cruzándolos sobre la mesa y apoyando mi barbilla en la superficie.

Para observar mejor y ahora, a centímetros de mí.

Tan cerca, que puedo percibir su dulce aroma.

Uno de mis dedos, apenas lo toca cuando lo giro curioso.

Guau.

Pese al accidentado día, mantuvo su forma perfecta y no se dañó.

Lo atraigo con cuidado hacia mí y decidido al fin, lo tomo acercándolo un poco más.

Y me sorprendo cual delicadeza, porque aunque mis manos no son torpes.

Pero sí, toscas.

Por cargar desde mi temprano adiestramiento, armamentos de lucha y defensa.

Su fragancia, me tienta.

Y me atrevo.

Un lado de mi cuello, me pica y me rasco ligero.

A morderlo.

La masa se desgrana en mi boca por su suavidad y su crema se derrite en mis labios, degustando cada ingrediente de azúcar con sus únicos sabores.

Sabroso.

Doy otra mordida.

Muy rico.

Y lo afirmo, poniéndome de pie y ante el sonido de mi celular llamando.

Miro la pantalla y es el padrino con un nuevo trabajo.

Otro más, sumándose en mi haber.

Atiendo su llamada, sin dejar de comer el cupcake y escucharlo, mientras me dirijo, seguido de ingresar a mi gran habitación, a otra continua que es mi guardarropa.

Una donde, casi iguala su tamaño a la de dormir y todas su paredes tapizan cientos de prendas de moda o no, dependiendo la ocasión colgando de sus perchas como estantes.

Para elegir las correctas.

Descuelgo el óptimo en mi color favorito.

El negro.

Y por ser, otra vez.

Del margen político, el pedido...


FUERA DE LA PASTELERÍA, EL PADRE DE SARELI...


Andrés aprueba otra vez, esta de muchas disparatas decisiones de su hija mientras acompaña al oficial de policía, afuera de la pastelería.

Pese a no estar de acuerdo a que Sareli, continúe con los pedidos a domicilio y ese inminente peligro que ocurra otra vez lo mismo.

Sabe, que ya no puede negarle esa dicha e idea, que es su orgullo.

La de ser una gran respostera, como impedir que en ese disfraz que él fue testigo como su esposa y fabricó llena de ilusión en sus tiempos libres para dar rienda suelta a sus cupcakes.

Tampoco, ya no es una niña.

La mira a través del gran ventanal de la pastelería, como en el interior del lugar a lo que sea que su jefa le dice, su hija la abraza feliz mientras el oficial sube al móvil policial y se marcha.

Apareciendo tras eso y al momento, su mano derecha y chófer.

Lleva su celular en oído, dando una directivas y por eso, lo mira interrogante cuando corta y se pone a su lado.

- ¿Llegará a las noticias? - Solo pregunta, acomodando el saco del traje de vestir que lleva puesto y abrochando el primer botón a la espera de su mujer.

Lucian, su hombre de confianza y cerca de la edad de él y casi, esos mismos años acompañando al militar, niega guardando su móvil.

Y Andrés, exhala aliviado.

No es gran cosa lo sucedido con su hija.

Pero, es necesario encubrir esta noticia.

Ya retirado de la milicia y dedicado a la política y por tal, siendo uno de lo prominentes candidatos, ante las cercanas elecciones nacionales y ocupar una deseada banca de diputados.

Sería mala propaganda publicitaria y colateral, en mano del periodismo.

O competencia misma, que buscan un error en él.

Ya que su popularidad.

Una positiva.

Muy positiva y popular.

Rige a base de lucha año tras año, donde menguó con esfuerzo la raída y manchada imagen en la historia militar de este país.

Uno ahora, democrático.

- No es lo que preocupa, señor Leída... - Lucian, habla.

El brigadier frunce su ceño.

- ¿Entonces? - Impaciente, pero con disimulo y sin perder de vista la puerta de entrada de la pastelería.

Que Rose, no aparezca.

Lucian también precavido, se acerca para susurrar bajo en su oído.

- ...hubo una sustracción de datos en el registro civil, señor... - Recalca. - ...nacimientos del año '78.

Y Andrés con diplomacia, encubre sus gestos de tensión ante la importancia de eso, acomodando mejor la corbata que lleva puesto como si nada.

- ¿Lo consiguieron? - Solo formula.

- Lo consiguió. - Le corrige su mano derecha, ganándose que el militar lo mire más curioso.

- Fue solo uno, señor. - Le aclara.

Ante la mirada pidiendo más información, prosigue abriendo la base de datos de su móvil con la información que le enviaron.

- Masculino. En sus 30, alto, contextura delgad...

- ¿Identificación, Lucian? - Interrumpe por lo importante.

Niega.

- ¿Por qué, no? - No le agrada esa negativa.

- Llevaba su rostro cubierto con algo. - Responde.

- ¿Y las CCTV? - No se da por vencido. - Quiero los vídeos en mi oficina. - Ordena ligero y abriendo la puerta del coche al notar a Rose apareciendo.

Vuelve a negar su mano derecha.

- Sabía de ellas y las eludió como... - No sabe, como decir lo que sigue. 

Porque, parece una burla a la seguridad. 

- ...tapó una de ellas con un chicle...

¿Un chicle?

Andrés tiene que tragar su blasfemia, ya que parece broma.

Está aturdido y no puede decir nada por su mujer tomándolo del brazo sonriente, cuando llega a ellos.

Seguirán con esta conversación, más tarde y a solas.

Devuelve la sonrisa a su cálida y dulce esposa, mientras la ayuda a subir al coche y Lucian rodea este, para ir a la del conductor.

Solo su sonrisa, está en el lugar.

Una sincera, porque ama demasiado y aún como el primer día a su mujer.

Pero su cabeza, no.

Y observando a través de su ventanilla, mientras el coche se desliza por la gran ciudad.

Se sumerge en sus pensamientos.

Por algo que golpea su mente en ese asunto.

La fecha del robo.

Esa época negra y nefasta que él, fue partícipe.

Mira a su mujer.

A su lado y acariciando una de sus manos entre las suyas con amor y también, mirando el paisaje citadino.

Su Rose.

Lejana a todo y feliz como orgullosa de su familia.

De él.

Su marido.

Y de su hija.

Una que amaron desde el primer momento que llegó a su hogar.

Y el remordimiento lo obliga a aflojar el nudo de la corbata y que minutos antes ajustó con precisión.

Dios.

Si Rose, llega a enterarse...

Niega para sus adentros y se lamenta, para sí.


MIENTRAS TANTO, EN EL CEMENTERIO DE ESA CIUDAD...


Ana en cuclillas y con ayuda de su amiga y enfermera de compañía, limpia con sus manos dejos de hojas secas, la pequeña lápida de granito blanco.

Tomando asiento sobre el césped con cuidado y al lado de esta, la mira con cariño mientras deposita en su superficie un ramillete de flores naturales.

El día es cálido y solo una suave brisa, juguetea por ese inmenso parque cementerio.

- Mi salud, últimamente no es buena... - Le habla. - ...por eso no pude visitarte más seguido, cariño... - Justifica su poca visita en este último tiempo con una lágrima escapando y rodando por su mejilla.

Vuelve a acariciar el mármol, pero esta vez con sus dedos delineando con amor las inscripciones talladas y escritas en él.

- ...pero, hay buenas noticias. - Le cuenta, bajo la mirada silenciosa de Miel, su enfermera y gran amiga. - ...conseguí información... - Limpia con su puño esa lágrima sonriendo. - ...tal vez...tal vez... - Repite Ana feliz, dentro de la tristeza. - ...los niños sean, estén... - Promete. - ...cada vez, más cerca... - Y un llanto la descompone y su frágil cuerpo reacciona.

Y Miel la envuelve entre sus brazos.

- Ana... - La toma entre sí, inclinándose más. - ...estás bien? - La mira preocupada. - No me asustes... - Gime y ella asiente acurrucada en su pecho, tomando fuerza y controlando su llanto.

Ambas están sentadas en el gran césped.

Intenta sonreír sobre el pecho y abrazo de su amiga.

- ¿Estoy empeorando, verdad? - Pregunta, notando como su pequeño cuerpo y pese a su gran fortaleza, tiembla suavemente.

De emoción y por su precaria salud.

Miel, quiere decir que no.

Que no es así y con los medicamentos como tratamiento, su salud va en aumento.

Pero y aunque, su corazón le duela, sabe que Ana solo quiere la verdad.

Porque, confía fervientemente en ella.

Algo de verdad en su mundo de mentiras.

La acuna como si fuera una niña y hace a un lado un mechón de su largo pelo.

Uno de un color único y natural.

Avellana y que contrasta con el intenso azul de su mirada.

Porque Ana, es hermosa.

Donde su tamaño y pese a su enfermedad, es como una muñeca de porcelana viviente por su belleza.

- Sí... - Responde al fin sin gana, pero sincera a su amiga y paciente.

Ana, sonríe igual.

- No quiero morir de tristeza, Miel... - Le dice sin dejar de mirar la tumba. - ...yo quiero morir... - Ante lo inminente. - ...de felicidad. - Murmura.

Y Miel le sonríe con cariño.

Porque entiende lo que quiere decir.

Le afirma convencida.

- Y lo lograremos, amiga... - Le promete. - ...cuenta conmigo...

Y Ana suspira agradecida mirando el cielo.

Uno despejado y de un azul muy intenso como sus ojos mismos.

Solo, un poco más...






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