8 | Cambiar todo
—¿Cuántas veces dices que has repetido el día?
Yoon Gi le dio un par de vueltas con la cuchara a su helado, inquieto, antes de clavarme una mirada nerviosa. No me creía. No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de que su cara delataba que se debatía entre telefonear a mis padres o llevarme directamente a la Unidad de Psiquiatría. Lógico, claro.
—No las he contado. —Decidí no rendirme y seguir. Total; nada perdía—. Pero calculo que llevo dos meses así.
—¿Dices que me has visto morir sesenta y un veces? —Mi interlocutor abrió mucho los ojos—. ¿Te das cuenta de cómo suena eso?
—Suena a que estoy delirando —admití—. Sin embargo, es la verdad.
No contestó. Se limitó a removerse la silla, con aire preocupado.
—Kim Nam Joon es la persona que se encuentra a cargo de los que estamos atrapados —continué—. No sé mucho de él, salvo que me recibe todos los días y que es el único que parece recordarlo todo.
—Espera, ¿has dicho "estamos"? —Yoon Gi obvió a Nam Joon y se centró en el uso del plural—. ¿Tu y quiénes más?
—No estoy seguro pero no soy el único. Ayer conocí a un tipo llamado Tae Hyung que acababa de cerrar su bucle.
—¿Tae? —De repente, abandonó su gesto receloso y se pegó a la mesa, buscando la máxima proximidad—. ¿Dices que Kim Tae Hyung está en el Butterfly ese?
—¿Le conoces?
—Bastante —admitió—. Fue novio de Jung Kook.
Vaya.
Ahí me enteré de que el chico procedía de una familia humilde y que tenía una cuenta bancaria casi tan precaria como la mía y una historia laboral con la que también me sentía bastante identificado.
Tae Hyung siempre había soñado con ser pianista pero no había podido pagarse los estudios en el conservatorio. Trabajaba de reponedor en un supermercado durante el día y por la noche repartía pizzas a domicilio a cambio de un puñado de wones que le llegaban para comprarse la cena y poco más o, al menos, eso aseguraba Yoon Gi.
En lo concerniente a Jung Kook, se habían conocido el año pasado en una fiesta y habían tenido un romance de unos cuantos meses que no había terminado bien. Por lo visto, Jung Kook tenía un amigo enfermo de cáncer de nombre Hoseok con el que acostumbraba a pasar el tiempo y Tae Hyung, pese a lo delicado de la situación, había roto en celos al punto de robarle el móvil y borrarle los mensajes que el chico le dejaba. Vaya, que era otro otro yo en toda regla.
—Menos mal que al final rectificó porque de lo contrario hubiera sido un desastre —finalizó Yoon Gi—. En uno de los mensajes le decía que necesitaba verle.
—¿Y eso?
—Se estaba muriendo y quería despedirse. Imagínate la tragedia si no hubiera podido hacerlo.
Ya. Pues me daba que eso era exactamente lo que había pasado y que de ahí se había desencadenado el Butterfly. Por eso Tae Hyung se había ganado portazos, insultos y empujones a montones por parte de Jung Kook.
¿Cómo se las habría arreglado para cambiar las cosas? Según mi experiencia, uno retornaba cuando el mal ya estaba hecho. ¿Habría podido hacer un cambio grande y retroceder más atrás? Creía haberle entendido que había conseguido que se vieran. Por fuerza se había tenido que mover en un bucle más amplio que yo.
—Qué suerte —suspiré—. Logró cambiarlo.
—Sí, ¿verdad?
La extraña contestación me hizo devolverle a Yoon Gi una expresión perpleja.
—¿Qué? —parpadeé.
—Ayer me lo encontré por la calle —explicó—. Me dijo que había conseguido su propósito y que, esta vez, tomaría el tren. —Bajó la voz—. Y luego me dijo que aparecerías.
La boca se me abrió como un buzón de correos. ¡Tae Hyung me había ayudado! ¡Ay, cielos! ¡Increíble!
—Lo que cuentas suena a película de fantasía. —Mi interlocutor regresó la atención al helado, que había vuelto a empezar a remover—. Resulta loco y absurdo.
Asentí, medio desesperado.
—Pero te creo.
La frase me hizo dar un bote.
—¿En serio? —El corazón me dio un triple salto mortal hacia delante—. ¿Me...? —titubeé—. ¿Crees?
—Tu cara no parece mentir y hay relación entre lo que cuentas y lo que Tae dijo. —Su mano buscó la mía por encima de la mesa—. Explícame el bucle para que lo cambiemos todo. —Sonrió—. No dejaremos que se repita ni una sola cosa, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —Poco me faltó para romper a llorar—. Lo haremos.
Lo primero que modificamos fue nuestra relación. Me moría por tenerle dentro de mí y sabía que él sentía lo mismo pero nos contuvimos. No le pedí perdón por dejarle ni por haberme comportado como un estúpido y él tampoco dio ningún paso al respecto ni me llevó a su casa. En lugar de eso, lo que hicimos fue alquilar la habitación de un hotel en una zona de las afueras, junto a la playa, en un área sin tiendas y con un acceso restringido de vehículos, y pasamos la tarde y gran parte de la noche charlando como dos buenos amigos.
No me habló sobre lo mal que lo había pasado en mi ausencia sino sobre su proyecto de fin de carrera como médico, sobre las discusiones que sus padres había tenido en torno a una herencia y sobre la posibilidad que se le había abierto de mudarse a Seúl. Y yo, por mi parte, me esforcé por dejar a un lado mis penalidades y le hablé de la época en la que aspiraba a ser artista y dibujaba sin parar.
—Me hubiera gustado verte —dijo entonces—. Mientras estuvimos juntos nunca quisiste coger un lápiz.
—No deseaba reencontrarme con mis sueños perdidos —me sinceré—. Pero ahora lo haría.
—¿Sí? —La cara de curiosidad de Yoon Gi me arrancó una sonrisa—. ¿Y qué pintarías?
—A ti.
No supe cómo lo hizo pero, después de que nos subieran algo de comer, se las arregló para conseguir papel y lápiz y me descubrí sentado en la cama, apoyado en una carpeta, delineando el contorno su rostro.
—Busca una postura que te guste —le pedí—. Y luego quédate muy quieto.
—¿Te parece bien así? —Se apoyó en una silla y fijó la vista en la ventana, con el torso desnudo, como un dios griego en toda regla.
—Adonis se queda muy atrás a tu lado —me reí, medio sonrojado.
No conté las horas que estuve sumergido en el diseño. Llevaba años sin practicar y no tenía los instrumentos adecuados pero el lápiz volaba sobre el folio y la sombras y matices me salían mejor que nunca. Su atractivo rostro fue sencillo de plasmar y su cuerpo, esculpido a base de rutina de ejercicios y alimentación sana, aún más. Y cuando, por fin terminé, la noche había pasado y el reloj marcaba nada y nada menos que las cuatro de la tarde.
¡Las cuatro!
Madre mía; nunca había logrado retrasar tanto el accidente.
Jamás.
¿Era una buena señal? ¿Podía atreverme a soñar con el cambio?
—Es precioso. —Yoon Gi se me aproximó y tomó el dibujo, como si fuera lo más hermoso que hubiera visto en la vida—. Jamás hubiera imaginado que pudieras retratarme así.
—Ni yo.
Me miró y le devolví la mirada. Se inclinó. Sentí el calor de su piel y su deseo, que era también el mío, en sus pupilas oscuras, encendidas como nunca.
—Esto se merece una celebración.
El fuego me arrolló cuando me agarró de las caderas, me atrajo hacia él y hundió su lengua en mi boca, mientras frotaba su erección con la mía por encima de la ropa.
—El cambio... —Alcancé a decir—. Yoon Gi... No deberíamos...
—Ya hemos hecho suficientes modificaciones, ¿no crees? —Me tiró de los pantalones y, sin más, me los bajó de un tirón—. Quiero amarte y quiero hacerlo hasta que amanezca. —Me agarró de la cara, con cariño—. Me llevo consumiendo todo el día. No puedo más.
Creo que está de más decir que, obvio, no tuve la fuerza suficiente como para negarme y que no solo le permití que me penetrara, de pie y yo con medio cuerpo sobre el escritorio, sino que me dejé llevar por completo y me dediqué a gozar de sus embestidas, de sus besos en mi espalda y de sus jadeos acompañando los míos.
Y no me arrepentí porque, extrañamente, nada pasó.
Nada.
Nos quedamos dormidos en la cama a eso de la tres de la madrugada. Desperté a su lado, arrebujado en sus brazos, cuando ya eran casi las once y un sol de justicia entraba por la ventana.
El día había pasado y, con él, se acababa de abrir un camino que hasta ese momento no había existido.
Un nuevo camino.
"Díselo", me había recomendado Tae Hyung.
Sí, no podía haber estado más acertado.
Esa había sido la clave.
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