7 | Díselo
Detectar nuestros errores.
Tenía sentido pero eso creía haberlo hecho ya. Había reconocido mi paranoia mental y superado mis celos. Y había pedido perdón así que ese lado lo tenía, por así decirlo, completado.
En cambio lo otro, lo del camino, aún no lo entendía. Es decir, sabía que no debía de haber comprado aquel billete de regreso a Seúl y que mi lugar estaba junto a Yoon Gi, el hombre al que amaba y que me había salvado de la depresión y de la agonía en la que había estado sumido años enteros. Pero él parecía abocado a la muerte y yo no encontraba forma de salvarlo.
Lo intenté todo.
Cada nuevo bucle cambiaba lugares, caminos y provocaba que no encontráramos de formas diferentes. A veces lo veía por la calle a la primera y otras me costaba ubicarlo. En algunos estaba solo y en otros con Jung Kook. Incluso hubo una ocasión en la que tuve que llamar directamente a su casa porque se hacía de noche, arreciaba una tormenta de mil demonios y no había ni un alma por la calle. Y daba igual cómo me presentara o la forma en la que iniciáramos la conversación: la única constante que se mantenía era que me perdonaba.
Ahí llegaba el turno de los besos, que cada vez me eran más preciados, de las caricias y del sexo, algo que, a medida que iba repitiendo el día, trataba de extender y de disfrutar al máximo, hasta el punto de estar toda la noche despiertos, amándonos y probando cosas que me hacían sentir intensamente vivo y deseado. Pero entonces el nuevo día nos saludaba y empezaba la pesadilla.
Daba igual lo que hiciera.
Daba igual lo que dijera.
El final era el mismo.
Solía serme fácil convencerle de no hacer tortitas e incluso de no salir y quedarnos en casa bajo la excusa de disfrutar del tiempo perdido pero, de un modo u otro, terminábamos en la calle. En una ocasión fue porque su madre enfermó y su padre le llamó para que fuera, en otra porque el que enfermó fui yo y se empeñó en llevarme al médico, la tercera fue culpa de una fuga de gas en el edificio que provocó que los bomberos nos desalojaran... Y seguía un largo etcétera. La lista de circunstancias no tenía fin y, claro, una vez expuestos, llegaba el atropello.
Ocurría con coches diferentes, en calles diferentes, horas diferentes y frente a personas diferentes pero la cuestión era que Yoon Gi terminaba muerto y yo nunca podía hacer nada. Y, en ese sentido, las palabras de Nam Joon no podían haber sido más certeras: con cada repetición, con cada caída, me encontraba peor.
Cada vez sollozaba más. Cada vez me resultaba más insoportable la pérdida, y la frustración y el dolor no paraban de crecer. Lo hacían porque no soportaba verle morir y porque, como para mí no era el mismo día, el tiempo junto a él hacía que le fuera conociendo cada vez más y que, por lo tanto, le fuera amando también más.
—Me voy a permitir insistirte en la conveniencia de no introducir más cambios —me solía decir Nam Joon—. Te estás consumiendo y las consecuencias podrían ser fatales.
—A la mierda con las consecuencias —le respondía yo—. Conseguiré virar el destino, ya lo verás.
El trabajador solo suspiraba y cancelaba mi pasaje, con una evidente cara de disgusto que yo ignoraba, obvio. Y, así, perdí la cuenta de los bucles que hice hasta que una mañana, al despertar frente a la ventanilla, como de costumbre, me encontré con una variación inesperada que me dejó boquiabierto.
Delante de mí había una persona.
Vestía unos jeans y una camisa holgada y tenía el cabello castaño muy claro, las manos entrelazadas con la bandolera que se había cruzado y un par de piedrecitas brillantes en las orejas.
—¿Qué va ser hoy, Tae Hyung? —Escuché a Nam Joon—. ¿Tomarás el tren a Seúl o deseas una cancelación?
—Creo que esta vez me iré. —El chico respondió con contundencia pero al mismo tiempo con un tono de tristeza que no me pasó desapercibido—. He logrado hablar con Jung Kook, que era lo que quería, así que creo que ha llegado la hora de dejarle ir.
Los ojos se me abrieron de par en par. Con Jung Kook. ¿Jeon Jung Kook? ¿El mismo chico perfecto que yo conocía?
—No te voy a decir que ha sido fácil porque, si las cuentas no me fallan, me ha cerrado la puerta en las narices cerca de treinta bucles, me ha insultado veinticinco y me ha empujado otros quince —suspiró—. Pero por fin pude exponerle cómo me sentía, le he contado todo y, al final, me ha creído.
—Qué gran noticia. —Nam Joon apoyó los codos en la ventanilla—. Has comprendido tu camino.
—Sí —asintió—. Mi función no era que regresara conmigo sino conseguir que se despidiera de Hoseok. —Se sacudió lo que me parecieron lágrimas de los ojos—. He logrado que ese chico muriera en paz junto a su amigo.
—Ha debido ser trabajo duro, Tae Hyung.
—Así es —confirmó el aludido—. Pero estoy satisfecho.
El trabajador sonrió y, en un abrir y cerrar de ojos, le selló el billete y se lo pasó por debajo de la ventanilla.
—Andén dos —le indicó, y añadió—: Te deseo un feliz retorno.
El tal Tae Hyung se despidió con la mano antes de sobrepasarme. Sus pupilas marrones me inspeccionaron al tiempo que sus labios se movían y murmuraban un "díselo" que me dejó en estado de shock.
—¿Qué ha sido eso? —Me pegué a la ventanilla—. ¿Tu trabajo es dejar a la gente atrapada en la terminal hasta que hagan el mega descubrimiento de su vida o qué?
—Oh, buenos días, Jimin.
—¡No, buenos días, no! —bufé—. ¡No me cambies de tema!
Para variar, no contestó. Me retiró la atención y la puso en el ordenador, cosa que, dicho sea de paso, hacía bastante a menudo y que me ponía cada vez más enfermo.
—Ya te he anulado el billete —anunció—. Suerte.
Ya. Claro. ¡Claro!
—¡Si tengo suerte no será gracias a ti! —Me despedí dándole un manotazo al cristal—. ¡Desde luego que no!
Esa vez abandoné la estación sin pasar por la tienda porque ni llovía ni tampoco hacía demasiado calor y tomé un rumbo al azar que no pensé porque estaba ofuscado y aún más indignado.
Ese Tae Hyung había vivido la pesadilla de Butterfly pero había logrado su objetivo y se había marchado. ¿Por qué yo no lo conseguía? ¿Por qué unos destinos se podían manejar y otros no? ¿Por qué? La rabia me hizo darle una patada a una papelera, que rodó, y ya estaba a punto de meterle otra de regalo, cuando su susurro se me vino a la cabeza.
"Díselo".
No me creería.
Por supuesto que no.
Aún así...
Rayos; ¡aún así sería introducir una variación muy grande!
—¿Jimin? —Fue sorprendente la rapidez con la que esta vez me lo topé—. Eres... Tu...
Como andaba en muy mal estado, la emoción se me desbordó así que me salté todos los preámbulos y me tiré directamente a sus brazos.
—Yoon Gi, te quiero —musité, al borde del sollozo—. Te quiero y no puedo perderte. Me niego.
Mis palabras debieron de pillarle de improviso porque se quedó muy quieto, sin reaccionar.
—Por favor, escúchame —seguí, de carrerilla—. Estoy atrapado en algo muy gordo de lo que no puedo salir y lo estoy pasando muy mal porque no sé cómo salvarte ni qué hacer para no regresar más a la estación de tren.
—Espera, trata de hablar más despacio. —Por fin sus brazos me rodearon—. Me está costando entenderte.
—Todos los días repito este mismo día —confesé—. Siempre aparezco a la doce frente a la taquilla de compra de billetes y siempre cancelo el viaje y vengo a buscarte. —Un nudo me atenazó la garganta—. Y tu siempre me perdonas por haber sido un celoso de mierda y un inseguro, pasamos una noche increíble juntos y luego te mueres.
Me aparté, lo justo para observarle la cara. Estaba pálido y me observaba con una expresión extraña.
—Debes de estar pensando que consumo drogas o que me he vuelto loco y ojalá fuera eso porque entonces me podrías ingresar o desintoxicar y la pesadilla acabaría.
Le agarré de la mano. La aceptó.
—Sin embargo, la verdad es que estoy metido en el Efecto Butterfly —continué—. Necesito que me dejes contártelo todo para que podamos cambiar el destino juntos porque yo solo no puedo y ya no lo soporto más.
—Está bien, Jimin, está bien —accedió, aún medio confuso—. No te agobies. Te escucharé.
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