5 | El precio a pagar

Aquella noche no me emborraché. La pasé en vela abrazado a Yoon Gi, observando su cabello oscuro esparcido sobre la almohada mientras me apretaba contra él, como si temiera que, si me soltaba, fuera a desaparecer.

Razón no le faltaba.

Yo también estaba asustado, aunque por distintos motivos. Temía cerrar los ojos y volver a la estación. Temía no ser capaz de ver el día cambiar y, por lo tanto, temía que nuestra reconciliación se esfumara como si nunca hubiera ocurrido. Por eso, a las tres de la mañana, cuando empecé a notar el peso en los párpados, me aparté con cuidado, me fui a la cocina y me preparé una jarra hasta arriba de café. Luego me hinché a comer galletas y patatas fritas, que eso siempre espabilaba, y, cuando ya no me cabía nada más en el estómago, regresé al dormitorio, cogí los auriculares del cajón de la mesita y me puse la música más estridente que encontré.

No pensaba dormir. No quería. Me aterraba.

—Jimin.

Un zarandeo me obligó a abrir los ojos. ¿Había caído? ¡Oh, no! ¡Dios mío, no!

—¿Estás bien? —Yoon Gi sonó preocupado—. Ya son la una de la tarde. ¿No tienes hambre?

Di un bote, con el corazón en un puño, pero, para mi alivio, comprobé que seguía en la habitación, que la luz entraba a raudales por la ventana y que...

¡Era el día siguiente!

Uf; menos mal. Ahora sí que podía decir que todo había salido bien.

—Iba a hacer tortitas americanas porque sé que te gustan mucho pero tengo que salir a comprar harina. —Yoon Gi, ajeno a mis pensamientos siguió parloteando—. ¿Te apetece que las haga?

—¿Con mucho sirope de chocolate? —La propuesta me reactivó como arte de magia; adoraba esos discos redondos, dulces y esponjosos.

—Muchísimo.

Me guiñó un ojo, se inclinó y me depositó un beso en los labios.

—Tienes mi voto. —Le eché los brazos al cuello y aproveché para arrastrarle hasta que cayó sobre mí—. Pero primero dame los buenos días.

Sonrió cuando le devolví el beso y le metí la mano por el elástico del pantalón, en busca de una erección que no tardé ni un segundo en encontrar.

—A la hora de comer cierran la tienda. —Su protesta llegó entre suspiros contenidos—. No quiero quedarme sin la harina aunque tengo un novio que me excita demasiado y no está colaborando con la causa.

—Es que he pasado demasiados días sin ti.

—Sí, eso es cierto. —Me acarició la frente, como si yo fuera lo más preciado, y a continuación el cabello, con dulzura—. Ha sido mucho tiempo.

—Lloré. —No tenía intención de admitir algo así pero, en el contexto, se me escapó—. Todos los días desde que nos separamos lo he hecho.

—Y yo —contestó—. Aunque te parezca fuerte, en verdad no lo soy tanto.

Mi traicionera mente me llevó de nuevo a Jung Kook. Le solté. No dudaba que lo hubiera pasado mal pero seguro que tenía más que ver con la culpa de haberme engañado que conmigo en sí. Al fin y al cabo, se había follado a otro. Otro con el que aún seguía quedando.

—Jimin, te amo. —Como de costumbre, Yoon Gi leyó mi expresión—. De verdad.

Tragué saliva.

—Lo sé.

—No, aún no lo tienes claro. —Buscó incorporarse. La distancia entre nosotros se hizo grande—. Dices creerme pero en realidad sigues obsesionado con el tema de mi supuesta traición y me guardas rencor.

—A ti no —corregí.

—Jung Kook no ha hecho nada —suspiró—. Puede que al inicio fuera algo insistente pero después entendió mis sentimientos. Ahora es un buen amigo mío.

Lo defendía. Claro. Cómo no.

—No entiendo cómo se puede ser amigo de un tipo que andaba implorando que le metieras la polla hasta el fondo del culo aún sabiendo que tenías pareja.

—Está conversación está de más. —Mi grosero comentario le hizo salir despedido hacia la puerta—. Me voy a por esa harina.

—Huir de la verdad no va a hacer que cambie, ¿sabes? —le solté, en voz bien alta, para asegurarme de que me escuchaba.

—¡Pero no hay ninguna verdad de la que huir!

—¡Eso dices tu!

—¡Ahora vengo!

—¡No te molestes! —La irá habló por mí—. ¡Ya no quiero comer nada!

Me dedicó un portazo. Uno enorme que me dejó un mal sabor de boca impresionante y la sensación de que la había vuelto a fastidiar. Mierda; yo y mis celos. Con lo bien que había ido todo. ¿Y si ahora decidía no aguantarme? ¿Y si me dejaba? ¿Y si elegía de nuevo a Jung Kook? Seguro que él no le gritaba ni le montaba escándalos como yo. Ay.

"Perdón". Me faltó tiempo para escribirle al móvil, con la ansiedad disparada. "Lamento mi comportamiento. Arrastro mucha inseguridad personal. Soy consciente de que la tengo que trabajar".

"Vale pero no te vayas a poner a llorar" respondió, casi al segundo. "Aunque lo que has dicho me ha molestado, también lo entiendo".

"¿Ah, sí?"

"Has sufrido muchos rechazos, incluido el de tus propios padres, y nunca te ha ido bien en las relaciones. Debe costarte aceptar que yo te pueda querer".

Un velo acuoso me empañó la visión.

"No volveré a mencionar el tema" contesté. "Te lo prometo".

"Eso espero porque de lo contrario dejaré de hacerte tortitas".

La broma me relajó. Suspiré, me limpié la cara, me vestí y, mientras esperaba que volviera, me di una vuelta por la que había sido mi casa durante unas cuantas semanas.

Todo estaba como siempre. Seguía teniendo un desorden de libros y revistas en el salón tremendo y la aspiradora continuaba junto a la puerta, pese a la cantidad de veces que le había dicho que dejarla ahí nos haría tropezar cualquier día con el cable. La cogí, con la intención de guardarla en el trastero. Al moverla reparé en los cuadros que tenía en la repisa de al lado.

Eran fotos. Fotos nuestras.

La primera era del día en el que habíamos ido al mercado de la playa y nos habíamos probado multitud de sombreros. La segunda correspondía a la cena en el local de pollo que quedaba cerca de la casa de mis padres y en donde ambos salíamos sonriendo. La tercera pertenecía a una máquina automática. Allí, bajo la privacidad de la cortina, le había dado un beso justo al saltar el flash.

Vaya.

Las sirenas, ensordecedoras, me hicieron retirar la vista de las imágenes y dirigirla a la ventana. Varios coches patrulla se habían detenido, habían cortado la calle y dos policías arrastraban a un hombre fuera de su furgoneta azul.

—¡No le vi! —gritaba, a lágrima viva—. ¡Se me atravesó, lo juro! ¡Lo juro! ¡El chico iba corriendo! ¡No debía ir corriendo! ¡No me dio tiempo a frenar!

¿Chico?

Me pegué al cristal. Una ambulancia acababa de invadir la acera. Vi los restos de sangre en el asfalto y también un extraño polvo blanco esparcido por la superficie oscura.

Polvo blanco.

Harina.

¡Yoon Gi!

Salí de la casa sin cerrar la puerta, a toda carrera y con la respiración contenida.

—Joven, ¿qué hace aquí? —Una mujer ataviada con el traje de primeros auxilios me interceptó en mitad de la calle—. Deje de humear, que las tragedias no tienen nada de interesante, y tome otro camino.

—No es que.... —balbuceé, nerviosísimo—. Mi novio... Él... Él vino a comprar aquí y... Le estoy buscando... Dónde...

Fue entonces cuando le vi. Distinguí su abrigo marrón y su inconfundible cabello negro teñido de rojo, con la cabeza girada hacia la tienda.

—¡Yoon Gi! —Entré en pánico—. ¡Es él! ¡Yoon Gi! ¡Yoon Gi!

Tres policías me sujetaron al tratar de acercarme mientras un enfermero se arrodillaba y le cubría con una lona azul.

No.

¡No, no, no!

—¡Déjenme ir con él! —exclamé, eclipsado por el llanto—. ¡Tengo que estar con él!

—Chico...

—¡Suélteme! —seguí gritando—. ¡Es mentira! ¡No está muerto! ¡No puede estar muerto! ¡Hagan algo! ¡Sálvenle! ¡Ayúdenle!

Grité de dolor cuando lo levantaron y lo subieron a una camilla. Aullé. Lloré lo indecible al escuchar cómo el médico de turno trataba de darme el pésame. Sentí que me arrancaban el corazón y que el cuerpo se me quedaba vacío. Que el mundo se tambaleaba a mi alrededor. Que todo dejaba de tener sentido. Que yo dejaba de ser yo y que mi entorno solo era una burda y cruel farsa.

Me sentí engañado. Estafado. Ridiculizado por el destino que no me había permitido esta vez tampoco ser feliz. Y entonces lo noté. El pinchazo de una inyección en el brazo que me hizo caer a los pocos segundos, mareado y sin fuerzas, al suelo.

—Yoon Gi... —murmuré, aturdido—. Yoon Gi, no...

No era real. No podía ser real. Mi luz se había apagado y, esta vez para siempre.

¿Por qué?

Maldita sea.

¡Por qué!

El mundo se tornó negro. La medicación me introdujo en un sueño espeso, denso, asfixiante. En un espacio en el que no existía nada ni nadie salvo mi desesperación.

—Buenos días, Jimin.

Parpadeé, aún con los ojos invadidos en llanto. Qué rayos...

—¿Qué te ocurre? ¿Estás triste? ¿Quieres un pañuelo? —Nam Joon me pasó un paquete de papel por el hueco de la ventanilla—. No te desanimes y disfruta del nuevo día. —Señaló al cielo—. ¿Has visto que tiempo tan espectacular tenemos hoy?

Me costó procesar que estaba en la estación, en el mismo momento de siempre, rodeado de las mismas personas de siempre y que el sol brillaba, espléndido y fuerte, en un firmamento claro en el que no había ni una sola nube.

Había vuelto a empezar.

—No sabes cómo me alegro... —Me limpié la cara con la manga—. De verte... En serio, soy muy feliz.

—Lo imagino —contestó—. Ya te dije que el simple aleteo de una mariposa podía producir cambios enormes.

—No... Te... Entendí. —Mierda; seguía tan afectado que no era capaz de decir la frase sin interrumpirme—. Yoon Gi... Murió... Por mi culpa.

—No te responsabilices. —Nam Joon me indicó con la mano que le entregara el billete—. El destino es caprichoso, teje sus hilos como le place y es del todo imposible anticiparse a él.

—No si lo has visto. —Me sorprendió mi propio contraargumento—. Como sé lo que va a pasar puedo evitarlo, ¿verdad?

El empleado me observó durante unos instantes que se me hicieron eternos.

—La muerte es una de las pocas cosas que no tienen posibilidad de retorno en el Efecto Butterfly —expuso—. Cuando aparece, no importa lo que uno haga después para tratar de impedirlo. No se podrá evitar.

Ya. Bueno.

Eso estaba por ver.

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