2 | La estación de tren

Me di cuenta de que algo anormal ocurría cuando regresé a Seúl después del aquel extraño mes que había pasado en Busan, mi ciudad natal, con la idea de acompañar a mis padres en el funeral de mi hermana.

Y digo extraño porque no la había visto antes de morir. No me había podido despedir de ella ni había tenido la oportunidad de decirle que, a pesar de mi aparente fatal de interés por todo, la quería. Además, mi familia había quedado tan dolida por mi tardía aparición que me habían recalcado a base de bien lo decepcionados que estaban, lo egoísta que era y lo que ansiaban perderme de vista y no volver a saber nada de mí.

También fue extraño que en el transcurso de esos terribles momentos fuera cuando conociera a Yoon Gi, un tipo con aire serio que había aparecido de la nada y que se había sentado a mi lado en la barra del bar en donde me había refugiado con la idea de ahogar las lágrimas en alcohol.

Estar con él había sido un oasis de paz.

Dentro de mi desesperanza, su presencia, con ese gesto penetrante y sereno, me había encandilado. Sin embargo, al final, había preferido a Jeon Jung Kook antes que a mí y eso había supuesto el final de mi pequeño momento de felicidad.

Jung Kook, o Kookie, como le solían llamar, tenia un físico imponente. Era simpático, y su talante desprendía un aura luminosa a triunfador que destilaba admiración entre los que lo conocían. Es decir, que tenía todo lo que me faltaba a mí.

Yoon Gi y Jung Kook...

Uf; cómo me disgustaba la idea de que pudieran estar juntos. Y, sin embargo, ¿qué otra cosa podía haber hecho sino retirarme y dejarles a su ser?

Por eso tomé la decisión de abandonar Busan y regresé a mi minúsculo apartamento, que tenía la luz cortada por falta de pago. Me hice con un puñado de velas que encontré por un cajón y con tres botellas de soyu, y, sin saber ni cómo ni por qué, saqué de debajo de la cama el blog de dibujo y mi colección de pinturas.

No lo había usado en años así que estaba lleno de polvo y tenía los bordes de las hojas levantadas. Los colores de óleo se habían secado. Los acrílicos lucían cuarteados. Los pinceles parecían lijas. Sin embargo, el carboncillo seguía en buen estado así que lo tomé y, sin pensar, empecé a realizar esbozos de todo lo que se me iba viniendo a la cabeza.

Dibujé a mi hermana. La iglesia de Busan. La playa. El bar. A Yoon Gi. Y, mientras mis dedos trabajaban las líneas en el folio y me tragaba todo el alcohol, mis lágrimas, incontenibles, no dejaban de caer, manchando el papel.

—¿Por qué? —murmuré para mí mismo—. ¿Por qué todo está en mi contra? Maldito destino... Maldito... Tu tienes la culpa...

Tracé las líneas de la estación de tren, con su muchedumbre apelotonada en los andenes, su reloj moderno y sus pantallas electrónicas pero no llegué a terminar porque entonces la visión se me nubló y me quedé dormido con la cabeza apoyada sobre la mesa.

¿Pasaron horas? ¿Solo minutos? ¿Había llegado realmente a salir de Busan, a emborracharme en casa y a dibujar?

No lo supe.

Al abrir los ojos me encontraba en la estación, delante de la taquilla de paso con mi billete en la mano y la maleta en la otra, a las doce del mediodía.

—Qué es... —Eché un vistazo a mi alrededor, aturdido—. Esto... —Las piernas me temblaron—. ¿Pero yo no hice esto ayer?

Una señora con una niña pasó por mi lado. Recordaba haberlas visto antes. La pequeña había empezado a patalear por algo y después se le había caído la piruleta, que le había hecho patalear aún más y montar un escándalo impresionante. Pero antes de eso el señor de traje que tenía delante se había lamentado por perder su billete.

—¡Oh, no!

La exclamación del implicado me hizo abrir los ojos con auténtico pavor. ¿Era en serio?

—¿Dónde está mi pasaje? —Se palpó los bolsillos, angustiado—. ¡No puedo creerlo! ¡No lo tengo!

Me giré a la derecha. Recordaba que a una chica pelirroja se le había caído la maleta y... ¡Ahí estaba! ¡Con el equipaje en el suelo por culpa del exceso de peso! Ahora tocaba que el joven regordete del fondo se acercara a ayudarla. Y sí, eso fue, ni más ni menos, lo que hizo.

Entré en pánico.

No entendía nada y la situación me agobió tanto que colapsé cuando llegó mi turno en la ventanilla.

—¿Cómo está, Señor Park? —Mis ojos se abrieron de par en par al escuchar al joven dependiente, que se bajó las lentes y se me acercó, con tono de confidente—. ¿Qué se siente cuando uno maldice al Destino?

¿Ah?

—¿Quién...? —Revisé su cabello castaño oscuro, sus ojos extremadamente rasgados y su expresión inteligente, con aire suspicaz—. ¿Quién eres y cómo sabes mi nombre?

—Me llamo Kim Nam Joon y soy el empleado del mes de la estación. —Me mostró la placa que colgaba de su camisa—. Y su nombre viene impreso en el boleto.

—Pero has mencionado algo sobre el destino.

—Le deseo un feliz trayecto, señor Park —ignoró mi apreciación—. No se olvide de repetir la experiencia con nuestra compañía.

Parpadeé, confundido, pero no fui capaz de responder. Estaba tan acobardado e impactado, que me limité a recoger el ticket sellado y a caminar como un autómata rumbo al tren que me llevaría a Seúl.

Sabía que un tipo me estornudaría encima así que, en cuanto lo vi venir, le esquivé. Una mujer perdería la revista por una corriente de aire, y efectivamente, eso ocurrió. En cuanto a la niña...

—Oye —me le acerqué—. Dejar de llorar o se te caerá la piruleta.

La menor cesó el llanto, extrañada ante mi mensaje, y, acto seguido, subí al tren. Llegué a Seúl. Entré en mi casa sin luz. Busqué las velas y el soyu y dibujé los mismos esbozos hasta que me dormí.

Aparecí de nuevo en la estación.

Jo... Der...

Esto era gordo. Muy gordo.

Y aún lo fue más al ver pasar a la niña del supuesto berrinche con su madre. Esta vez no iba llorando. Al contrario; sonreía y parloteaba, y en vez de una piruleta lo que llevaba era un hermoso globo con forma de corazón.

La escena había cambiado. ¿Por qué?

—Oiga. —Me acerqué al señor de delante, sin dudar—. Creo que debería revisar bien sus bolsillos, por si acaso ha perdido el billete. —El hombre me miró poco más o menos como si fuera un extraterrestre pero, como tenía que comprobar lo que pasaba, continué—. Si no lo encuentra, cambie a la ventanilla de ventas y obtenga otro. Aún tiene tiempo.

El aludido me dedicó una mueca de desagrado pero se palpó la chaqueta.

—Oh... —Sus ojos adquirieron un matiz de espanto—. ¡No está! —Se registró a fondo, sin éxito—. ¡Dios mío! ¿Cómo sabías que no estaba?

—Es que ya llevo dos días viendo esta escena.

—¿Eh?

Le dejé ahí, descompuesto ante la respuesta, y me largué a evitar que la maleta de la chica se cayera, algo que agradeció, aunque también con cierta confusión, antes de regresar a la ventanilla.

—Buenos días, Nam Joon.

—Ah, hola, Jimin. —El chico me selló el ticket, con una sonrisa radiante—. ¿De nuevo de viaje a Seúl?

—Eso parece —respondí—. Por lo visto me gusta mucho coger a diario el tren.

—Ya veo.

—No sabrás por qué me gusta, ¿no?

—Me temo que eso lo tendrás que averiguar tu. —Se encogió de hombros—. Yo soy un simple controlador de la estación.

Ajá.

Repetí la secuencia. Tren. Casa. Velas. Soyu. Dibujos. Dormir. Despertar en la estación a las doce.

Mierda.

Otra vez estaba en ese maldito día aunque esta vez existían algunas diferencias. Lo primero que me llamó la atención fue que, al contrario que en el resto de ocasiones en las que brillaba el sol, ahora llovía a cántaros. Lo segundo fue que la niña seguía con su globo pero el señor que perdía el billete estaba directamente en la ventanilla de ventas y la chica de la maleta llevaba el equipaje en un carrito transportador.

Yo...

¿Había cambiando el escenario?

¿Yo?

—Hola de nuevo, Jimin. —Nam Joon agitó la mano—. ¿Has visto que clima tan nefasto tenemos hoy? —Señaló el cielo—. Es terrible que el simple aleteo de una mariposa haya generado un cambio tan grande.

No le entendí ni una palabra pero tampoco me interesó. Que se quedara con sus aleteos, con sus mariposas o con lo que quisiera. Acababa de pasarme algo muy importante y necesitaba intentar usarlo a mi favor. Aún no sabía cómo pero tenía que probar.

—Quiero cancelar mi pasaje. —Le pasé el ticket, con una resolución inmediata—. He decidido que hoy no voy a tomar el tren a Seúl.

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