16 | Nosotros

Retomar la normalidad no fue tarea sencilla. Aunque el rato que había permanecido dormido sobre la mesa había sido breve según el reloj, el verdadero tiempo había sobrepasado un mes entero. Un mes en Busan, en una vida que no era la mía pero al mismo tiempo sí, con una relación hermosa, intensa y muy diferente al día a día que siempre había llevado como soltero independiente. Por eso ahora todo se me antojaba tan deprimente.

Durante el día acudía al hospital, pasaba ronda por las habitaciones y me esforzaba por atender lo mejor posible a las explicaciones de mi tutor, pese a tener casi todo el cerebro y el corazón entero en otra parte. Y eso se notaba o, mejor dicho, me lo notaban.

—Últimamente estás en las nubes —Era el comentario habitual del doctor Choi—. Has escrito la historia clínica pero no la has guardado en el sistema.

—Lo siento, ahora la repito. —Antes mis despistes poco podía argumentar—. Trataré de tener más cuidado la próxima vez.

—Igual te vendría bien hacer algo de deporte o buscarte un ocio —me aconsejaba entonces—. Estás aquí todo el día. Sal por ahí. Seguro que después te concentras mejor.

No era por eso, obvio, pero, por si acaso, reduje mis voluntariado laboral, me apunté a beber con el equipo de la Unidad varias veces y organicé quedadas con algunos antiguos amigos de Daegu. Sin embargo, lejos de mejorar, la sensación de vacío que me acompañaba como una sombra pegada a los pies se hizo cada vez más difícil de llevar.

Me apunté al gimnasio. Lo dejé al tercer día porque pasaba la mitad del tiempo pedaleando a cámara lenta en la bicicleta, atontado. Me compré unas zapatillas de running y decidí salir a correr. Tampoco fue productivo; me solía detener en los escaparates sin saber cómo ni por qué. Comer empezó a resultarme un lastre. Lo hacía, por supuesto, pero no podía evitar imaginarme a Jimin en la silla vacía frente a la mía. Incluso tuve que cambiarla de sitio, a ver si por esas se me bajaba la tontería, y, de paso, cambié también la cama por el sofá. Mi colchón era fantástico pero demasiado grande para una sola persona.

—Lo que necesitas es una cita —dictaminó Min Ho, uno de mis compañeros de formación y mi único confidente cercano, una tarde en la que logró arrastrarme a una cafetería—. Padeces Síndrome por Exceso de Soltería.

Poco me faltó para escupir el zumo de frutas que había pedido.

—¿Y esa tontería de dónde la has sacado? —inquirí.

—Di lo que quieras pero tu ánimo estará a un doscientos por cien si intimas con alguien. —Le dio un sorbo a su bebida, de un color tan rojo como el tomate, antes de inclinarse, como si buscara confiarme un secreto—. Conozco una aplicación muy buena que empareja por...

—Olvídalo. —Le corté—. No voy a ligar por Internet.

—También puedo organizar una cita al modo tradicional. —Mi amigo, insistente como él solo, no cedió—. Tengo un primo que ha venido a Seúl para arreglarse con su exnovio y, de paso, se ha dado a la tarea de conseguir pareja para un amigo suyo que parece estar casado con su trabajo.

—Si no sale será porque está bien como está —esgrimí, antes de recalcar—: Yo también lo estoy, por cierto.

—Por conocerle tampoco te vas a morir.

—No, gracias.

—Pero ayudarás a la causa de liberar de la absorción laboral a un chico encantador.

—Si tan encantador te resulta queda tu con él.

Min Ho resopló.

—Va, Yoon Gi, solo piénsatelo. —Depositó en la mesa una tarjeta de visita, de color blanco con unas bonitas letras azules que no me molesté en leer—. Ahí trabaja. Si te sientes inseguro en una reunión a ciegas, échale un vistacito primero, como si fueras un cliente.

—Estás realmente mal de la cabeza si crees que voy a ir. —Negué con la cabeza—. No, paso. Prefiero estudiar.

Lo dije en serio. No tenía el más mínimo interés por conocer a nadie porque Jimin me había dejado un hueco demasiado grande que, además, no deseaba rellenar de modo que la tarjeta permaneció olvidada en mi bolsillo del pantalón, dentro del cesto de la ropa sucia, toda la semana. Hasta que alisté la colada, revisé las prendas y la saqué. Solo entonces la leí.

"Estudio de dibujo Butterfly".

El corazón me dio un brinco. El nombre me recordaba a la Teoría del Caos.

"Inmortaliza tu momento favorito a través de un dibujo artesanal para que no sea efímero como el batir de las alas de una mariposa".

Me quedé unos segundos en suspenso antes desechar los recuerdos de mi incursión en el tren de Nam Joon y guardar la tarjeta en un cajón. Seguí con mis actividades habituales. Al día siguiente la volví a mirar y la coloqué en la estantería, nervioso. Después acudí a un curso de formación. Al regresar valoré que no tenía sentido que me inquietara solo por un nombre y regresé la tarjeta al cajón. Sin embargo, cuando me levanté por la mañana, en vez de ir al hospital, lo que hice fue buscar la ubicación del lugar y presentarme allí. No tenía ni idea de lo que me iba a encontrar pero las palabras "chico encantador", "dibujo" y "mariposa" habían hecho su ecuación por libre en mi cerebro.

El estudio resultó ser una casa unifamiliar pequeña, apartada del centro, con un modesto rótulo en la puerta y un panel con paisajes que parecían hechos al óleo. Me acerqué a echarles un vistazo. Eran esbozos de diferentes escenarios. Un puerto marítimo al atardecer. La catarata de aguas salvajes en caída libre por un montaña. Una mujer de espaldas asomada a la ventana. Un reloj de mesa marcando las doce. La playa de... ¿Busan?

Aguanté la respiración al entrar. La campana colgada del techo anunció mi llegada pero nadie apareció. Oteé por el recibidor, desierto, en donde se apilaban un montón de cuadros cubiertos con plásticos.

—¡Buenos días! —saludé al aire—. ¡Disculpe la intromisión!

No obtuve más respuesta que los murmullos de una conversación al fondo de un estrecho pasillo.

—Entonces, ¿crees que puedas hacerlo alegre?

Me quedé con los pies clavados en el quicio de la puerta. Ese tono, alegre y directo, era el de Jung Kook.

¡Pero qué rayos!

—La foto no se ve muy bien pero Hoseok era una persona muy alegre. —Un joven de cabello castaño claro y mirada profunda tomó la mano del que había sido mi expansivo y problemático amigo y la entrelazó con la suya—. Lo que Kook quiere es un retrato que refleje esa personalidad.

—Exacto —corroboró el aludido—. Tae Hyung lo ha explicado mejor que yo.

No supe qué me impacto más; si comprobar que mi decisión de no quedarme en Busan había producido un escenario nuevo también en la relación de Jung Kook o descubrir que la persona con la que dialogaban era Jimin.

Le observé desde mi refugio, en la penumbra.

Había cambiado. Su cabello, antes oscuro como la noche, ahora lucía de un color rubio que resaltaba la dulzura de sus facciones y lo llevaba más largo. Su rostro destilaba optimismo. Su postura era más segura.

Estaba bien.

Había salido adelante.

—Es una imagen pequeña pero podría intentarlo —meditó—. Quizás la semana que viene pueda mostraros un esbozo preliminar de cómo podría quedar.

—¡Genial! —exclamó Jung Kook—. ¡Voy a estar aquí quince días de vacaciones así que no tengo prisa! ¡Llámame cuando puedas!

Se despidieron. Tae Hyung cuchicheó algo al oído de Jung Kook. Éste le devolvió un gesto risueño. Me hice a un lado para que pasaran pero, como el camino era reducido, al hacerlo le di con el talón a un marco. Todo mi intento de pasar inadvertido murió con el ruido de la madera al chocar contra la pared.

—¡Oh, perdone por la espera! —En un abrir y cerrar de ojos la estilizada silueta de Jimin se plantó frente a mí, ataviado con un peto azul manchado de pintura, e iluminó mi retina—. No le he sentido entrar, le pido discul...

No llegó a terminar la frase.

—¿Yoon Gi? —Los ojos se le abrieron, presa de la sorpresa—. ¡No me lo puedo creer! ¡Eres tu!

Ya. Ni yo.

—Hola, Jimin —modulé la voz a fin de evitar que se me notara la ansiedad—. Ha pasado un tiempo. ¿Cómo estás?

—Estoy mejor, ¿y tu?

—Sobreviviendo al estrés del hospital.

—No se te nota. —Sonrió, con timidez—. Estás guapo.

—Tu también.

Se quedó en silencio. Carraspeé. Dirigí la atención a los cuadros colgados a mi alrededor.

—No sabía que tenías un estudio de dibujo —cambié de tema—. Me he llevado una buena sorpresa.

—Es que te hice caso —contestó—. Traté de seguir tu consejo y empecé a pintar retratos en Busan, a nivel particular. Pensé que me iría mal pero recibí bastantes encargos, junté un poco de dinero y pude abrir el estudio aquí la semana pasada.

—Ya sabía yo que tenías mucho talento. —Le miré—. Me alegro de que te hayas animado a luchar por él.

Jimin bajó la vista al suelo.

—Gracias por animarme aquel día —murmuró—. Nuestro encuentro cambió mi vida de forma radical —continuó—. Lo atesoro como uno de mis recuerdos más preciados.

—Para mí también fue igual de importante.

Alzó la cabeza, expentante y azorado al mismo tiempo.

—Yoon Gi... Esto... —Se retorció la manos—. ¿Te gustaría comer conmigo?

Por supuesto. Le había anhelado hasta decir basta. Mas, sin embargo, tenía miedo. Me preocupaba no estar destinado a estar a su lado. Sentía pavor ante la idea de estropear la nueva vida que llevaba. De regresar al bucle. De no tener solución.

—No puedo. —Me costó horrores arrancarme las palabras de la boca—. Quizás en otra ocasión.

—Claro. —Percibí el atisbo de decepción en sus ojos—. Cuando quieras.

Le di la espalda. Agité la mano y me dirigí a la salida, desbordado por la frustración y con un enorme nudo en el pecho. Las lágrimas se me saltaron. ¿Era lo mejor? Quería creer que sí. Sin embargo, cuando mis pies saludaron el asfalto de la calle, una abrupta duda me detuvo.

—¿Por qué le has puesto al estudio Butterfly? —inquirí, sin volverme.

—Oh, eso... Me recomendaron que lo hiciera si quería volver a verte.

Solo eso bastó para que el temor se esfumara.

Me lo permitían.

Nam Joon. Seok Jin. Los hilos del Destino. No sabía quién exactamente ni por qué ahora y no antes pero me dejaban estar con él. Y, por supuesto, no lo desaprovecharía.

—¿Puedo aceptar todavía tu invitación a comer?

Asintió.

—Y... —Me giré—. ¿Podría hacer también lo que quise hacer en la playa y no pude?

Su rostro mudó de la melancolía a la sorpresa los instantes que tardé en reducir la distancia que nos separaba, inclinarme sobre su rostro y rozar sus labios con los míos, en un beso que me devolvió al instante. Nuestras respiraciones se fusionaron en un segundo intercambio, en un tercero y en cuarto. Sus manos se engancharon a mi cuello. Las mías se perdieron en su contacto. El tiempo dejó de existir.

A partir de ahora ya no sería solo él.

Tampoco sería solo yo.

Por fin, podríamos ser "nosotros".

N/A: La historia ya está a punto de terminar. ¡Ya solo nos queda el epílogo! ❤️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top