15 | La primera ficha

El escenario de un Busan envuelto en el manto oscuro de la noche se repitió con bastante exactitud. El clima seguía cálido y la ciudad tan desierta como la recordaba si bien el local donde servían el café con helado y la tienda de pinturas habían cambiado de ubicación. También lo había hecho el cruce grande del semáforo, que ahora se encontraba cerca de los callejones que llevaban al restaurante de los farolillos rojos pero no le di demasiada importancia hasta que entré y descubrí que Jimin no estaba allí.

Maldita Teoría del Caos.

Por su culpa tuve que recorrer muchas calles, hasta que no me quedaron más palabras malsonantes en el vocabulario que soltar, y meter la cabeza por todos y cada uno de los bares, clubes y demás que me crucé.

Malditas variaciones.

Di con él tras una larga hora de peregrinaje, en un modesto local apartado del centro. Estaba igual. Solo, rodeado de botellas de soju, sollozando y con la cabeza escondida entre los hombros caídos, en una de las mesas. Mas, sin embargo, mi sensación al verle fue más intensa y bastante más dolorosa que la de la primera vez.

Deseaba abrazarle. Besarle cada lágrima. Decirle que todo estaría bien, que yo había llegado hasta allí para él y que juntos lo superaríamos todo. Ansiaba acariciarle, mimarle, cuidarle. Velar por su felicidad, aunque fuera un imposible. Que supiera que le quería.

—Buenas noches. —Me coloqué en la mesa de al lado y busqué al camarero, que abrillantaba los vasos tras la barra—. Me gustaría una botella de soyu, por favor.

La trajo. Después se hizo el silencio. Uno muy denso en el que me dediqué a marear el alcohol mientras mi mirada se perdía en la imagen llorosa de Jimin. Me empezaba a dar cuenta de lo difícil que me iba a resultar hacer lo que tenía que hacer, entre otras cosas, porque no era lo que quería. Pero, claro, al Destino lo que yo deseara o dejara de desear le daba lo mismo.

Me tragué un vaso. ¿Qué buscaba? Que la persona que amaba estuviera bien, ¿no? Eso bastaba. Dos vasos. ¿Qué debía lograr para ello? Evitar que entrara en Butterfly. Tres vasos. ¿Cómo? Tirando una primera ficha diferente, nueva. Cuatro vasos...

—¿Necesitas algo?

La pregunta de Jimin me dejó con los labios pegados al borde del cristal, sin beber. Había dejado de llorar y sus pupilas amarronadas me observaba con curiosidad.

—Me estás mirando mucho y...

—Ah, no, discúlpame —me apresuré a excusarme—. No pretendía incomodarte. Es que he notado que has tenido un mal día y estaba pensando en si podría ayudarte.

—No. —Volvió la vista a su vaso—. Gracias.

—Pero la bebida se lleva mejor en compañía.

Todo fluyó en un orden similar. Tras varios intercambios desde la distancia, me dejó sentarme en su mesa y aceptó también mi propuesta de brindis motivacionales. El camarero, un tipo alto de rictus parco, protestó por la hora de cierre pero, al igual que la otra ocasión, le pagué un extra, se conformó y abandonamos el lugar en torno a las tres y media de la madrugada, rumbo a la playa.

—¿De dónde eres, Yoon Gi? —se interesó Jimin, nada más pisar la arena—. No pareces conocer las calles de Busan.

—Soy de Daegu. —Los pies me arrastraron al murmullo de la brisa. El océano se extendía en una masa inmensa difícil de discernir pero presente a través de su arrullo ventoso—. Crecí allí pero ahora vivo en Seúl por estudios.

—Yo también resido en la capital. Fui a estudiar Bellas Artes aunque no ejerzo de ello. Trabajo en un supermercado y reparto comida en restaurantes.

Ya; lo sabía. Su vida laboral era difícil.

—Deberías pensar en retomar los pinceles —le recomendé, sin rodeos—. Bellas Artes es una profesión que muy pocas personas son capaces de hacer.

—Puede pero no es fácil obtener contratos.

—Entonces trabaja por tu cuenta —insistí—. La calidad de lo que hagas hablará por ti y te traerá clientes.

Se quedó en suspenso, masticando la idea. Mi sugerencia le había llegado.

—Y, por cierto... —Señalé el montón tumbonas, apiladas a lo lejos, antes de dar un giro completo a mi actitud y echar a correr hacia ellas—. ¡Si llego antes que tu a los colchones me pagas por el brillante consejo!

—¿Eh? —Le sentí movilizarse, raudo, tras de mí—. ¡Yoon Gi, eso es trampa! ¡No puedes disponer algo así sin avisar!

Improvisé diversas tontadas, a cual más infantil. Nos reímos. Bromeamos. Y, en el transcurso, Jimin dio un traspiés. Le sujeté. Sus ojos se clavaron en los míos. Un fuerte deseo por acariciar sus labios me envolvió.

—Cuidado —susurré—. Casi te caes.

—Sí... —La respiración se le aceleró. El brillo de su mirada me gritó a voces que le besara—. Perdón.

—No te preocupes. —Le solté y, con el pecho revuelto, me apresuré a cambiar de tema—. Fíjate que de tanto correr me ha entrado hambre. Vamos a ver si hay alguna tienda de veinticuatro horas por aquí.

—Pues...  —Su tono a decepción me pesó tanto en el alma que tuve que hacer malabares mentales para no lanzarme a comerle la boca—. En la esquina... Ahí me parece que hay una...

Permanecimos juntos hasta las cinco y media. No encontramos ningun lugar abierto pero, con la excusa de buscarlo, charlamos mucho. Me preguntó por Daegu así que le enseñé fotos de mi casa y de mi barrio, le hablé de mi familia y de las amistades y aficiones que había perdido al trasladarme a Seúl y él, contra todo pronóstico, me habló de su hermana y de sus padres también. Hasta que la ruta nos llevó, como si de un imán se tratara, a las puertas de la estación de tren.

—Mi camino se desvía aquí. —Me detuve frente a los cristales de la entrada—. Dentro de media hora sale mi tren a Seúl.

—¿Te vas? —La expresión de Jimin palideció—. Quiero decir... Sé que me has dicho que estudias en el hospital y eso pero... No sé... Esperaba que estuvieras de vacaciones y poder verte otro día.

Yo también.

—Solo he venido por unas horas —expliqué—. Hice una ruta exprés con la idea de respirar aire fresco.

—Entiendo. —Agachó la cabeza—. Claro.

Mierda; en verdad estaba siendo duro. Una parte de mí me pedía que me hiciera el tonto y que repitiera la relación, tratando de cambiar otras piezas como, por ejemplo, lo concerniente a Jung Kook. La otra, sin embargo, me recordaba que eso era precisamente lo que Jimin había intentando hacer conmigo y no había salido bien. Además, Seok Jin, con su metáfora sobre los dominós, ya me lo había dejado caer: solo cambiando el inicio se podía generar un escenario nuevo sin riesgo.

Tenía que marcharme.

—Jimin, antes de irme, me gustaría decirte algo. —Me le acerqué, despacio—. Quizás te suene extraño pero me parece que has estado demasiado pendiente de tu alrededor y te has olvidado de ti mismo —proseguí—. Puedes equivocarte. No pasa nada porque todos los hacemos pero no permitas que otros te hagan ver que no eres valioso o que no merece la pena luchar por tus sueños.

—Es que... —me respondió en un hilo de voz—. Tu no sabes lo que...

—Sé que eres hermoso  —le corté—. Muy hermoso.

Me incliné sobre él. Mis labios se posaron en su frente, en un beso tranquilo con el que pretendí infundirle cariño y serenidad. Se asió a las mangas de mi camisa. Le acaricié la mejilla.

—Por favor, sé feliz —murmuré.

—Y tu, Yoon Gi —contestó, con los ojos acuosos—. Sonríe todos los días.

Entré a rastras en la estación. Despedirme de Jimin me había dejado hecho un asco, desanimado y hundido como nunca. Todo parecía haber acabado y, al margen de mi duelo ante la pérdida, no podía parar de preguntarme si de verdad estaría bien. ¿Había hecho lo correcto? No tenía esa sensación. Para nada.

—No lo dude, señor Min. —Nam Joon me pasó el billete por la rendija de la ventanilla antes incluso de que me diera tiempo a saludarle—. Ha sido la decisión más acertada.

—Ahora mismo no me lo parece.

—Quizás porque a veces los caminos correctos lastiman al elegirse.

No contesté. Me limité a revisar el número de vagón y a atravesar la compuerta giratoria, rumbo a un andén semi desierto con la intención de subir al transporte, que ya esperaba en la vía.

¿Llegué a hacerlo?

Sin duda. Sentí el ruido del arranque y el traqueteo de los raíles al adquirir velocidad. Pero cuando abrí los ojos no había tren ni estación ni parecía haber viajado a ninguna parte. Me encontraba en el despacho del hospital, dormido sobre la mesa, con el ordenador encendido y una historia clínica a medio escribir.

—¿Aún sigues aquí? —La voz ronca de mi tutor, el señor Choi, me hizo dar un bote en la silla—. Ya son casi las ocho. Vete a casa. Si te quedan cosas por apuntar, hazlo mañana.

Yo... Esto...

Miré la pantalla. Había dejado a medio narrar una sesión con una tal Kim Haru Ha, que no me sonaba de nada.

—Sí, doctor Choi. —Me apresuré a cerrar el archivo—. Ya me voy a casa.

Y lo hice, por supuesto. Aunque antes entré en la zona de los pacientes y me asomé por el ventanuco rectangular de la habitación de Jimin. 

Para mi alivio, estaba vacía.

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