Chapitre 7: L'éssai
Especial parte 1 :D
¡Feliz Año Nuevo!
Chapitre 7: L'éssai.
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La mansión estaba en total calma. Las puertas cerradas a cal y canto. La luna colándose a través de los enormes ventanales y las gruesas cortinas cubiertas de polvo.
Él se levantó de su cama, una enorme construcción de madera con sábanas tan duras como rocas. Nunca se acostumbraría a su cama, ni a su cuarto, ni a su familia. Dio vueltas tratando de encontrar un lado frío entre las sábanas, pero todo estaba hirviendo. El sudor se deslizaba por su espalda y se fundía con su piyama, excesivamente costosa y estorbosa. Frustrado, se quitó todo el piyama hasta quedar en ropa interior. Una delgada playera y un bóxer viejo, muy holgado. Sintió el frío colarse entre sus dedos y refrescar su cuello. Acarició una de sus pulseras, esa que su mamá le había hecho con tanto cariño. Le fue imposible no sentirse melancólico y solo. Excesivamente solo. El cuarto que le habían asignado era enorme. Techos altos y ventanas que llegaban a ellos. Sus pisadas siempre resonaban en el interior. Otros días era tan helado como el invierno en Rusia y otros, resultaba asfixiante. Ajeno, igual al cuarto de un hotel.
Dónde vivía antes, compartía habitación con otro par de muchachos a los que su madre había dado refugio de las calles. El cuarto era pequeño, cálido y miles de aromas se mezclaban en uno. Posters, dibujos y fotografías decoraban las paredes. Nunca estaba en orden. Y tenían literas. Los extrañaba mucho; Jim y Bruno. El primero, el menor de los tres y el segundo, el mayor. Eran buenos amigos suyos y por las noches, cuando se suponía que estaban dormidos, abrían las ventanas y se deslizaban por el tejado para llegar al suelo. Corrían a la laguna y se quitaban todo hasta que el agua terminaba vistiéndolos. Las luciérnagas revoloteaban a sus alrededores y jugaban, se contaban secretos.
—Un día, cuando seamos grandes y tengamos nuestros empleos, le compraremos una casa mejor a nuestra madre—decía Bruno, mientras brindaban con vasos repletos de jugo de uva.—Y entonces podremos callarle la boca a todos esos niños bobos del colegio particular.
—¡Aleluya!—añadía Jim.
Él reía. Odiaban a esos niños ricos que llevaban siempre corbatas almidonadas y lujosas loncheras con almuerzo preparado por exclusivos chefs. Su grupo y el de esos ricachones siempre tenían peleas. Detestaba su forma despectiva de mirarlos.
Jamás imaginó ser parte de aquel grupo. Y juró por su vida, jamás ser como ellos.
—No cambies mucho, ¿eh?—advirtió Jim, el día en que se marchó a la fuerza para dejarlos a su suerte. Los tres contenían las lágrimas; los tres seguían vistiendo de negro. Todavía estaban de luto. El rubio lo abrazó con fuerzas, mientras Bruno no apartaba la mirada del guardaespaldas malhumorado que esperaba a su hermano para llevárselo... Para siempre. Lo arrancarían de raíz.
Estaban en la entrada de la casa. Bruno tendría que empezar a trabajar para poder mantener a Jim. Los tres eran buenos chicos, de piel lechosa, pequeñas pecas y buenos modales. No merecían ser separados.
—Lo prometo, no lograrán cambiarme.—Jim sonrió y sus ojos avellana brillaron.
—Eso dicen todos—replicó Bruno, sus ojos celestes estaban ensombrecidos por la pena—. Serás de los ricos, tendrás el dinero asegurado. Y nos olvidarás.
—No los olvidaría nunca. Ustedes son mi verdadera familia...—aseguró el rubio—Mamá nos querría juntos.
—Pero ella ya se fue. —Se fundieron en un abrazo.—Y tanto Jim, como yo, sabemos que tienes una buena oportunidad. Tu padre no puede ser tan malo...
—Él nunca se preocupó por mí, me dejó con mamá a nuestra suerte. Él jamás será llamado padre.
—Vale, pequeño torbellino, —revolvió su cabello, con cariño.—Mientras te acostumbras a toda la hipocresía de aquel mundo, sabes que siempre tendrás un hogar en el barrio humilde de París.
—Tal vez me obligarán a cambiar de apellido... Me prohibirán verlos...
—¡No importa! Te encontraremos y, cuando seas mayor y puedas elegir con quién vivir, vendrás. —Ya era tarde, se le había escapado una lágrima. Jim se mantenía positivo. —Te queremos, hermano.
—Y yo a ustedes.
Los días de verano siempre eran los mejores.
Prendían fogatas y bailaban a la luz de la luna. A veces, invitaban a los demás niños de la cuadra y terminaban compitiendo en carreras y apostando en el póquer. Niños felices que comían tierra y se ensuciaban el cabello con hierba. Jim y Bruno siempre fueron como sus hermanos, su madre los trataba por igual. Le gustaba la vida cuando era un chico más del montón.
No ahora.
Su madre nunca se había atrevido a tocarles un pelo para hacerles daño. Era creyente de los castigos simples y los valores morales, aptitudes que esa clase de gente no conocía. Ahogó un sollozó al recordar cómo estaba ahora su espalda, cubierta de cicatrices. Aquel hombre no le era simpático. Si pudiera regresar el tiempo, hubiera cambiado todo. Habría huido con sus amigos a un lugar lejos de aquel monstruo sin piedad.
Nunca comprendió porque no tenía padre. Su perspectiva cambió. Siempre era señalado, el hijo de una simple chica que se metió con un hombre casado. Su padre jamás estuvo ni estaría orgulloso de él. Un bastardo, un parásito. Sin dudas, prefería nunca haberlo conocido.
Ahora, tenía que idear un plan para vengarse. Algo malo que obligara a ese señor a regresarlo a su antiguo hogar. Escaparse no era una opción, la casa estaba repleta de cámaras que rodeaban el enorme perímetro. Estaría castigado de nuevo antes de haber puesto un pie en la banqueta del vecino.
¿Qué podía hacer un niño de once años? Nunca había tenido la intención de dañar a nadie...
Y ahora estaba aquella niña odiosa que no soportaba su presciencia. Si no fuera porque compartían la misma nariz y cabellos, no tendrían nada en común. Cuando lo vio llegar a la casa, lo ignoró por completo. Hasta que, de un momento a otro, había decidido que era igual a un dolor en el culo aún sin haber intercambiado palabra. Su "padre" tampoco era tan generoso con ella, los castigos eran parecidos.
Pero, a diferencia, el señor la complacía en todo. Todo. Una mimada niña de papá con hipnóticos ojos gélidos como cualquiera de los polos. Casi parecía que no lamentaba la pérdida de su madre, una señora que, probablemente, lo hubiera odiado. A veces le daba miedo la indiferencia con la que la niña hablaba del tema. No le importaban sus padres. Todo lo contrario a él, que seguía llorando como un débil—diría Bruno—cada noche al recordar la sonrisa de su mamá.
Tal vez, podría empezar a llevarse bien con ella, ¿no? Y sacar provecho de todo. La venganza costaba.
Un plan a largo plazo, pero un plan al fin y al cabo.
OOO
-París, Francia.
Actualidad.-
Miércoles. La última clase del día. Un día nublado. Ya habían guardado sus carpetas. Estaban impacientes por marcharse.
—El proyecto se entregará el lunes. La redacción y su respectivo ensayo y análisis. Quiero leer algo decente para unos jóvenes de preparatoria, no como la vez pasada...—se escucharon unas risas al fondo, probablemente del recuerdo de una jugarreta. Incluso Alya, que era muy reservada, había sonreído con ganas. Marinette lamentó no haber estado en ese entonces. Hasta que recordó los viajes en el tiempo y deseó no haber llegado nunca.
—¡Profesora! ¿Es composición libre? ¿O debe de ser sobre un tema en específico?—preguntó Sabrina, la sirvienta personal de Chloé. Todos aguantaron la respiración.
—Mmm... Aún no estoy segura de que el grupo merezca un privilegio como ese—explicó la profesora. Se escucharon quejidos. A Marinette le daba igual, aunque parecía que resultaba muy importante poder escoger el tema, por lo que apoyaba la moción.— ¿Qué me garantiza madurez de su parte?
—Por favor, profesora—pidieron sus estudiantes al unísono. La profesora se lo pensó unos minutos, mientras guardaba todas sus cosas en un maletín gastado.
—De acuerdo, composición libre, pero...— interrumpió el suspiro de alivio—, yo los pondré en equipos para la siguiente presentación anual.
De nuevo, todos empezaron a replicar, y a quejarse en voz alta.
—¡Eso es injusto!
La profesora comenzó a golpear la mesa con su palma, para acarrear el silencio.Volvieron a quedarse callados. Marinette no creía que eso fuera tan malo... Hasta que vio la mirada repleta de tensión que había entre Nino y Adrien. Alya le dio un pequeño codazo, llamando su atención.
—Madame Bustier suele ponernos en equipo con quien menos nos llevamos. Su excusa es: "Podrán ser un organismo singular al final de curso"—imitó su tono pretensioso—. Pero de eso nada, sólo disfruta de la masacre y de los chismes, con decirte que incluso hay evidencia fotográfica—le explicó en un susurro. Ahora la hija de los panaderos comprendía. —En resumen, es un poco perra.
Su amiga aguantó una risita. Jamas imaginó que Alya diría algo así ¡Y mucho menos a un profesor!
—No lo parece—comentó la chica de cabellos azulados. Alya se encogió de hombros. Era más divertido hablar entre ellas que luchar en una guerra que ya tenían perdido.
—¡No, profesora! ¿Le cuesta demasiado dejarnos elegir? —aquel chico vietnamita, Kim, se había levantado. No pertenecía al club de Chloé, pero los rubios lo apoyaron. La profesora sonrió con superioridad.
—Si les permito elegir el tema, yo elegiré los equipos. Si quieren elegir el tema, pero que no haya equipos, entonces el ensayo será para mañana. Y si no hacen nada, de todas formas haré equipos.—Levantó la barbilla, estaba consiente de que sus alumnos la estaban torturando de miles de formas inimaginables dentro de sus mentes, pero lo soportaría. Así se ganaba el respeto o seguirían burlándose de ella por ser la profesora más joven. —He de recordarles que el proyecto equivale cuatro puntos de su calificación.
Nino, sentado en la parte alta del salón, pasó saliva con dificultades. El examen equivalía a los seis puntos restantes y estaba seguro de que no le había ido bien, como a la mayoría de la clase. Necesitaba esos puntos.
Alya miró a Marinette, insinuándole un: "¡Te lo dije, es una bruja!" Y Marinette no podía estar más de acuerdo.
—¿Habrá modo de negociarlo, madame?— todos guardaron silencio. Chloé se había levantado de su asiento, para sentarse en frente. Su largo cabello platinado lo llevaba en una coleta alta, adornada con una diadema. Se encontraba tranquila e impecable. Marinette miró de reojo a ese lado del salón. Adrien se notaba indiferente ante el llamado de atención de su... loquefuera. Tal vez se lo quedó viendo demasiado tiempo, porque sus ojos se toparon con los suyos. Momento incómodo. Se giró lo más rápido que pudo antes de que alguien más pudiera notarlo.
Chloé continuó hablando:
—Diga sus cláusulas y se las haré cumplir.
La profesora hizo un mohín con los labios hasta que se formó un rictus amargo.
Estaba claro que esa niña no quería quedar como una Robin Hood justiciera ante la clase. Sólo quería salirse con la suya.
No resultaba ser algo nuevo.
—No aceptaré sobornos, señorita Bourgeois. Y por cada intento de alguno, la extensión del trabajo aumentará.
Marinette se mordió los labios. Estaba a punto de presenciar un nuevo estilo de pelea. En su casa, si alguien desafiaba a los maestros, se ganaban unas buenas nalgadas por malagradecidos y maleducados.
En la ciudad no, tal parecía que los alumnos mandaban a los profesores. No sabía a cuál apoyar. La profesora no le agradaba del todo y Chloé... Ni hablar.
—¿Quiere una oficina propia?
—Serán diez cuartillas.
Empezaron las quejas. Sus compañeros abuchearon.
—¿Un aumentó de sueldo?
—Trece cuartillas.
Adrien aventó su silla.
—Chloé, detente.—Le advirtió, pero ella no le hizo caso. No podía controlarse. Era como si su lengua tuviera vida propia.
—¿Una plaza permanente?
La profesora Bustier temblaba. La estaba provocando. Desafiaba la autoridad con una cosa tan estúpida, que pesaba el doble.
—Quince cuartillas.
Todos parecían estar a punto de levantarse a golpear a Chloé. Incluida la maestra.
Tanto Adrien como Marinette se dieron cuenta de eso.
Joder, ni siquiera la retaba por un buen motivo.
—Ah, ya sé—Chloé chasqueó la lengua. Tenía ojos y oídos en todas partes. Informantes. Lo sabía todo y gustaba de esa sensación de control. La profesora abrió los ojos.— ¿Quiere que le consiga un cuarto lejos de los demás para que pueda estar con su novio sin que sus gritos suenen hasta los dormitorios?
Ahí estaba. Un detonante.
¿Por qué demonios alguien disfrutaba de eso? ¿Por qué? Ni siquiera Chloé lo sabía.
Insolencia, idiotez. Instinto suicida.
Parecía haberse arrepentido de sus palabras. Su rostro se volvió totalmente rojo y triste. Aquello no duró. La profesora le aventó un libro. Ochocientas páginas, pasta dura y gruesa. Perfecto para dejar inconsciente a un ex novio luego de una larga pelea.
Chloé lo evitó por los pelos. Comenzó a chillar. Sus gritos y el llanto sonaban muy lastimeros como para ser dedicados a una causa tan absurda. Lloraba por algo más, un recuerdo, un vacío. Marinette Dupain sabía exactamente como sonaba el llanto de alguien que perdió algo más importante que un lindo moño o mascota. Sally lloró así cuando no la dejaron ir al baile. Ella lloró así cuando entró al colegio. Su madre lloró así cuando perdió a su futuro hermano. Algo andaba roto con Chloé y ella pudo verlo por una fracción de segundo.
Madame Bustier se lanzó encima suyo.
A Marinette le dolió la cabeza. Todo era muy caótico.
Su corazón empezó a latir con fuerza y las náuseas llegaron. Alya, que había sacado el celular y había empezado a grabar, estaba cada vez más borrosa.
Por instinto volvió a buscar a cierto rubio. Tampoco se veía muy bien. Su piel tenía un tono verdoso. Susurró algo que no logró entender. Todos se habían levantado para intentar separarlas o aumentar más la dimensión del conflicto. No era novedad que hubieran peleas.
El reloj que colgaba de su cuello empezó a taladrar en sus oídos con el odioso click, clock.
Se dejó caer.
Esta vez, aterrizó sobre algo. O mejor dicho: Alguien.
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¡Hoy celebramos el Año Nuevo...! ¿No es emocionante?
Quiero agradecer todo su apoyo, este año crecí muchísimo como escritora y todo se debe a ustedes ❤ Son lo máximo.
Mañana publicaré el otro capítulo ;) Como saben, leo sus teorías 7u7
¡Cenen mucho y celebren el doble! ❤
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