Chapitre 5: Au terrier.
¿Obsesionada con los gifs? ¿dónde? <3
~Chapitre 5: Au terrier.~
OOO
Londres, Inglaterra.
-1959-
—¿Acaso no sabes lo que es tener tu propia vida?— El muchacho se acercó de forma amenazante. Él no retrocedió.
—Tengo tanto derecho como tú a salir. —Declaró.
—Pero no a seguirme, coprófago—escupió, con sorna.
—Eres tan patético, que no perdería mi valioso tiempo en ti—replicó el otro, sintiéndose más pequeño a pesar de que eran de la misma estatura. Una de todas las características físicas que compartían.
—¡Ya encontré el problema! Es por la decisión de papá, ¿verdad?—se burló.
—Oh, no te hagas el sorprendido. Resulta estúpido que él haya decidido que tú seas...
—Tú eres estúpido—lo interrumpió, empujándolo contra la pared.
—No tanto como tú. —Le regresó el empujón.— Sabes que las leyes del código son inquebrantables.
—Bueno, si tú estuvieras en mis zapatos, podrías ser el tonto que cumple las reglas al pie de la letra. Pero, para tu desgracia, yo he sido el elegido para esto—se encogió de hombros. Altanero como siempre.
—Yo también podré hacer lo mismo que tú algún día.
—No, no podrás. Uno por familia, ¿recuerdas?
—Hay otros medios para conseguirlo—aseguró.
—¿Y qué harías? —su tono se volvió torvo.— ¿Asesinar?—la curva de su sonrisa le hizo enfurecer— ¿Violar?
—Bien sabemos que tú eres capaz, pero yo no. Papá está equivocado, tú solo provocarás el caos. Estoy seguro de que has hecho las dos cosas. —El muchacho soltó una carcajada. La débil luz que se filtraba entre sus cortinas le daban un destello plateado a la mirada ártica.
—Se debe disfrutar de la vida, ¿y qué mejor que hacerlo cuando quieras y sin miedo? Puedo revivir este momento una y otra vez, cuando quiera, como yo lo pida. Puedo decidir si vives o mueres. Veamos cómo compites contra esto.
—Eres una copia.
—No, yo soy el original. Tú sólo eres una maldita basura que no hace más que estorbar.
—Le diré a papá.
Le restó importancia. No deseaba seguir hablando con el fracasado de su hermano.
—¿A quién crees que le haría caso?
OOO
Francia.
-¿¿¿???-
—¿Qué te dije? No servía de nada correr.
Marinette se cubrió la cabeza con las manos. Su falda se había roto de la parte de los muslos y le dolía todo, incluida la nariz, que comenzaba a tener una ligera hemorragia. Los estúpidos lentes de laboratorio solo empeoraron la situación, pues el cristal se rompió, cortando sus mejillas. El dolor era lo de menos. Estaba angustiada y a la merced de un desconocido. Seguramente estaba hecha una asco de todas partes.
Su mente comenzaba a crear alocadas teorías conspirativas.
¿Acaso era posible morir en el pasado? ¿Cómo? ¡En esa época ni siquiera existían sus bisabuelos! ¿Su cuerpo explotaría? ¿Se evaporaría? ¿Se volvería agua o polvo? ¿Sus padres la volverían a tener? De ser así, ¿reviviría? ¿Adquiriría poderes?
¿De que servía ver tantas series y películas si no tenía esas respuestas?
—¿Quieres ayuda o planeas seguir en el suelo desangrándote?
Esa voz no sonaba amenazante, sino dulce como el aroma de la lavanda. Entrecerró los ojos, podía resultar un engaño.
¿Qué garantizaba su seguridad?
—Estoy bien aquí, gracias—contestó entre dientes, mientras escupía un poco de la tierra que había tragado por accidente. Antes muerta que en manos de un alocado hombre maquillado con harina de trigo.
—No seas orgullosa y dame la mano, no permitiré que sigas ahí para que alguien más te encuentre y...
—¿Y?
—Te pase lo mismo que le pasará a nuestra amada reina— bromeó—, ya sabes, perder la cabeza.
Marinette se levantó de un salto.
El muchacho enfrente suyo la saludó con entusiasmo. Tenía un flamante cabello rojo y grandes ojos turquesas. No llevaba la fea peluca blanca y eso le sentaba bien, pues, en medio del paisaje lúgubre, era como recibir un pincel con pintura listo para manchar todo a su paso.
Su tez era tan pálida como el papel y de apariencia tan delicada como la de un recién nacido.
Llevaba un traje con corbata de gasa y calcetas altas. Era bastante guapo, un poco dócil y con un toque femenino bastante sutil en su postura, pero muy atractivo a su manera. Marinette pensó que, de ser comparado con una pintura, sin duda estaría en un museo de gama alta como el Louvre. Y ella podría pasarse horas contemplándolo.
Sus mejillas enrojecieron, cosa que el desconocido no notaría debido a la sangre que comenzaba a secarse en círculos y lineas desordenadas.
—¿Estamos en la época de María Antonieta?— el pelirrojo asintió.— Eso significa que dentro de poco será la Revolución, ¿verdad?
—Has estudiado, ¿no? —la azabache esquivó su mirada. No, no había estudiado en lo absoluto, y eso que su examen de historia sería dentro de una semana más. —Con tu expresión, puedo concluir que no.
—Pues no, no me hace falta.
El joven mozo se cubrió la boca, para que notara su sonrisa.
—¿Me estás diciendo que, sabes que puedes viajar en el tiempo y aterrizar en cualquier parte y/o lugar, y no te has dado a la tarea de informarte sobre la historia de tu país?
Marinette se lo pensó un momento. Todo eso sonaba tan difícil de creer; casi tanto como que las Kardashian no tenían botox hasta en el cerebro.
—Eh, me parece que eso es justamente lo que no he hecho.—Le dedicó una sonrisa sincera, repleta de sufrimiento.
Hasta que asimiló sus palabras.
¿Qué...?
—¿Cómo es que sabes que no soy de aquí? ¡Para empezar! ¿Cómo es que tú...?
—Para empezar, deberías calmarte un poco—el pelirrojo se acercó a ella y tomo con suavidad, como el tacto de una pluma, su rostro con ambas manos. Estaba tan cerca, que la calidez de su respiración le llegaba a la frente. Comenzó a limpiarle el rostro con un pañuelo que había sacado de quién sabe dónde y no parecía alterado por su mirada de pánico.— Si yo fuera un espía, ya habrías revelado tu identidad.
Marinette se sintió culpable. Aquel muchacho imponía respeto y seguridad, así que se dejó hacer.
Uno a uno, retiró las espinas y los pedacitos de vidrio que se enterraron en su piel.
El cielo estaba gris, el jardín plagado de plantas espinosas y el viento repleto de murmullos espectrales, ni hablar de lo acelerado de su palpitar.
Y a pesar de todo eso, sintió paz.
—¿Quién eres?—susurró, mientras levantaba la cabeza para ver aquellos ojos pacíficos.
—Me llamó Nathanaël, a tus servicios.— Apartó uno de sus rebeldes mechones cobalto. Su tacto era tan sedoso como lo imaginó. Marinette se sintió un poco macha, pues era menos refinada y educada que el joven que le ofreció ayuda. Pese a eso, no podía negar que su aura expiraba valentía.
Nathanaël. Lindo nombre.
—Soy Marinette— se presentó, un tanto nerviosa.—¿Cómo es que sabes que puedo...?
—Es fácil—sonrió el pelirrojo— basta con ver tu vestimenta, la tela con la que está fabricada tu falda no ha sido inventada todavía. Ni hablar de la manufactura de los zapatos de cuero, o la bata. O del peinado... Digamos que lo has dejado demasiado fácil como para haberte descubierto al azar.
—Soy nueva en esto—Nathanaël soltó una risita.— Ni siquiera entiendo cómo es que, luego de diecisiete largos y normales años, este don haya salido a la luz.
—No es como tal algo de genética... O bueno, un poquito si. Es un poco lioso de explicar.
—Y de creer—añadió Marinette. — Hablar contigo al respecto me hace sentir menos loca.
—Vaya, no creo que lo hayas pasado bien.
—¡Ni que lo digas!— Nathanaël la miró con interés. Marinette se alegraba de poder liberar sus pensamientos.— Nadie se ha tomado la molestia de explicarme nada.— Recordó a la niña bajita de cabello rojo que solo le había causado problemas.
—¡Pues estás con el chico correcto!—celebró él, señalándose con un movimiento rítmico de pulgares. —No eres la única en esto.
—¿Tú también puedes...?
—Por defecto—respondió—, tienes suerte de que yo te haya encontrado, otros no son tan condescendientes.
—¡¿Hay más?!
"Y yo que comenzaba a sentirme especial..."
—Varios, de todas partes del mundo. Unos cientos, no unos miles, cada uno tan diferente del otro, tan particular... Como la forma de un copo de nieve. De diferentes entornos y clases, colores, razas, religiones. Cuando tienes la habilidad, no te conviertes en marginado de una comunidad, porque pasas a pertenece a otra. Claro que, varios ya están muertos, otros pocos vivos... Pero bueno, somos selectivos.
—Que inspirador—dijo, de forma honesta.— Y, de casualidaaad..., ¿habrá manera de dejar de hacerlo o controlarlo?
—Me encantaría explicarte todo, pero aquí no es el momento ni el lugar. Dentro de poco mandarán a la guardia para hacer la patrulla nocturna y nos matarían de encontrarnos aquí—la guió por los hombros en dirección a la salida. Conforme Nathanaël hablaba más, demostraba mayor seguridad y menos timidez que en un principio. Resultaba agradable. —Y tienes que curarte esas heridas, o dejarán marca.
—Bien, ¿a dónde vamos?
—A un refugio—Marinette aceleró el paso. Los pájaros trinaban a lo lejos.—¿Te gustan las rosas?—preguntó su nuevo compañero.
—No son mis favoritas, pero creo que son muy hermosas.
—Es bueno saberlo...
Un ruido similar al trueno retumbó a lo lejos. Escuchó gritos agudos y chillidos. Nathanaël se detuvo. El caos reinaba del otro lado.
—¿Sabes qué acaba de pasar?
El pelirrojo guardó silencio y la acercó más. Estaba atento a su entorno y sujetaba con una de sus manos un pequeño reloj de bolsillo que colgaba de su cuello. Marinette lo imitó y como dos suricatas que salen por primera vez al mundo, se dedicaron a observar todo en el mayor silencio posible. Marinette estaba tan asustada, que el dolor que le causaban sus nuevas cicatrices le era indiferente.
—Sígueme.
OOO
París, Francia.
-Actualidad-
—¡Déjame salir, Alya!
—¡Que no! No debes ser tan arrebatado, esperaremos a que Marinette regrese y, entonces, hablaremos con ella al respecto. Deberá cuidarse.
—¡Pero Alya!— los ojos aceitunados de la morena se ensombrecieron.
—No. Esperaremos a que nos llame. Te meterás en problemas.
—¿Y eso qué? Ya soy mayor de edad.
—¿Y por qué sigues comportándote como un niño?
El muchacho se cruzó de brazos y se dejó caer en el suelo alfombrado. Comenzaba a impacientarse. Alya, en cambio, estaba haciendo sus deberes en el cómodo escritorio. Con la postura impecable, los pantalones deportivos sin ninguna arruga y la máxima concentración en el movimiento de sus manos.
Se trataba de la tarea de Informática y programación de la Era Digital. La habilidad de la pelirroja.
—¿Me pasarás el reporte luego?—preguntó Nino, pero su amiga no le prestó atención.
De igual forma terminaría copiándolo. La memoria de Alya era increíble, como una cámara fotográfica. Bastante útil en los exámenes.
En cambio, él estaba tratando de controlar sus impulsos.
Subió las mangas del suéter gris del uniforme. Sus brazos conservaban todavía las cicatrices y pequeños moretones.
Nunca se había avergonzado de ser como era. Distraído, bromista, crédulo... Demasiado noble como para sospechar de todo.
Alya lo miró. Nino abrazaba sus rodillas. Sus brazos estaban desnudos. Casi nunca dejaba que se vieran. Sintió escalofríos al verlos.
Nino estaba concentrado, miraba el techo y la pared una y era vez.
Había buscado tantas formas de vengarse, que todo resultaba patético. Ya encontraría la manera. Los haría sufrir, pagar todos sus actos crueles en contra de las minorías. Lograría matar su mentalidad racista y ególatra. Recordar sus rostros, repletos de desprecio, no hacía más que llenarlo de impotencia.
Los había visto antes, humillando a los niños que recién ingresaban al instituto. Había un grupo en cada grado. Él salvó a unos cuantos algunas veces. El persobal no escuchaba sus quejas.
¿Y cómo hacerlo? Eran pocos, de familias promedio, sin grandes influencias en la política o en el mercado.
Desanimado, el moreno empezó a jugar con su reloj, de latón y cadena opaca. Todos tenían uno, todos debían usarlo siempre. Era parte del reglamento. Un pequeño fetiche del director, tal vez.
No tenía mucho de que el reloj había dejado de funcionar. Las manecillas ya habían dejado de girar. Su período de duración fue muy corto.
Ya estaba demasiado cansado como para mandarlo a reparar. Pediría otro.
Revisó su celular y cambió la canción que sonaba en el reproductor. Llamó a la azabache, pero marcaba fuera de servicio.
¿Qué estaría haciendo Marinette?
Debía asegurase de que no estaba en las manos de las serpientes.
—Alya, iré por un poco de comida.
—Ajám—musitó, sin prestarle atención.
Nino salió del cuarto, apresurado. No resultaba difícil encontrar a los arios, siempre andaban llamando la atención o molestando a los demás. Resultaban odiosos.
Y, en efecto, ahí estaban. En el patio central.
Se armaría de valor para enfrentarlos. O, mínimo, de enfrentarlo a él.
Ya no eran amigos.
OOO
Francia.
-¿¿¿???-
—¡No te detengas!
—¡Eso intento! No puedo ver bien...
—Sólo un poco más y podremos llegar...
Nathanaël se puso de rodillas. La presión era palpable.
—Ven, tenemos que pasar por aquí—señaló un orificio entre los arbustos. Marinette no pudo evitar sentirse como la afamada Alicia que cae a la madriguera del conejo.
El pelirrojo avanzó, pero la chica no estaba tan segura de querer seguirlo.
¿Y si ya no había manera de regresar?
—¡Marinette! ¿Qué estás esperando?
—Ya, ya voy...
Con el corazón en la garganta, un nudo de ideas y la gran incertidumbre cubriendo sus espaldas, siguió al pelirrojo, escuchando el crujir de las ramas que se cerraban detrás suyo, como si aquel agujero nunca hubiera existido.
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¡Buenas, buenas, pequeñas mariposas!
Está historia participa en el proyecto "Stop Hate MLB". ❤️
Estoy muy feliz porque ya se acerca Navidad y el especial... ¡Y todo! ¿Ustedes no?
Me gustaría ver sus teorías locas por aquí ;)
En fin, estrellitas y comentarios son bienvenidos.
Un abrazo.
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