Chapitre 1: Roses.

Chapitre 1: Roses.

Marinette esperaba afuera de la oficina del director. De nuevo.

Enderezó la postura, un poco más nerviosa que la vez pasada. Esta ocasión, sus padres no la acompañaban. Revisó sus zapatos, negros y brillantes, sin polutas de polvo; su cabello, perfectamente peinado y divido en tres secciones, dos partes al frente y una atrás, cayendo con gracia por su espalda; la falda, planchada y recta. Y la cereza del pastel: El reloj viejo colgando de su cuello.

Bueno, al menos no volvería a ser impuntual.

El director la había mandado a llamar con la excusa de que él mismo se encargaría de llevarla a su salón el primer día y a enseñarle su dormitorio, el que compartiría con una chica, para su suerte, pues algunos más eran mixtos y ella no se sentía preparada para dormir en el mismo espacio que un muchacho. 

La puerta se abrió con un ruido chirriante y por ella salió una de las muchachas rubias que había visto la semana previa en el patio. Tenía un largo, muy largo cabello pálido y ojos gélidos que no se dignaron a verla. La chica pasó de largo, con los puños apretados y los tacones perforando el suelo.
Marinette la siguió con la mirada hasta que dobló la esquina, meneando sus caderas y hablando entre dientes sobre  el nuevo celular de la compañía Apple que su padre no le había querido comprar.
Hasta el momento, tenía la idea de que todos en la cuidad eran unos dramáticos sin remedio que sé preocupaban por cosas estúpidas como la cantidad de autos y joyas que poseían.
Ella estaba feliz con su viejo nokia, indestructible como una piedra volcánica. No necesitaba nada más...

—Señorita Dupain—una señora, no muy grande, de cara agria y moño pulcro, salió del despacho. Al momento, la hija de los panaderos dejó de pensar en modelos de celular y se concentró en la asistenta que le tiraba malas vibras con esa expresión de desprecio.—Puede pasar.

Con movimientos calculados, siempre procurando actuar de forma decente e impecable, entró a la oficina. Su madre le había dicho que debía demostrar que no por provenir del campo era inferior  que ellos. Y no pensaba quedar como una idiota, así que agradeció a la desdichada mujer antes de que le cerrara la puerta en la cara.
Aparte de dramáticos, groseros. Los citadinos no dejaban de sorprenderla.

El aroma a madera llenó sus fosas nasales. El director sonrió al verla pasar. Al menos, alguien le sonreía. Su primera impresión se había transformado para bien y le trataba con amabilidad. La única persona cuerda hasta el momento.

—Buenos días, señorita.

—Buenos días señor director.

—Puede llamarme Gabriel, si le gusta.—Marinette se mordió los labios, no creía adecuado llamarlo por su nombre.

—Prefiero decirle señor, si no le incomoda.—"Gabriel" empezó a reírse. Tenía una risa muy contagiosa, así que no dudó en unirse.

—Tienes un sentido del humor muy particular, niña—Marinette se encogió de hombros, inocente.—Me agrada.

Merci—El director Gabriel rodeó su escritorio para a acortar la distancia. Marinette retrocedió unos pasos.—¿Para qué me necesitaba? ¿Ya tiene mi horario?

—En efecto, he de decirte que estás en el mejor grupo del instituto.

—Eso es... Increíble, señor.

—Lo sé—aceptó, arrogante.—Ven, sígueme, tu clase empezará en diez minutos.—La tomó del hombro. Marinette se puso tiesa, no acostumbraba el contacto físico con gente que no fueran sus padres.—Es por aquí.

Caminando como las múltiples estatuas que decoraban el colegio, recorrió media institución con una mano del director en el hombro y otra en la cintura. Maldijo mentalmente, ¡podía caminar perfectamente sola! Estar con el director no hacía más que llamar la atención de todos y romper esa fina capa invisible que tenía puesta. Pronto, los pasillos se llenaron de rumores sobre la nueva alumna.
La mayoría se conocía desde que andaban en pañales y ahora una intrusa se colaba entre ellos. Marinette bajó la mirada, lo que menos quería era ser la pieza que sobraba en el rompecabezas y ahora todos la miraban como a un bicho.

—No te preocupes, la gente suele temer a los desconocido—la animó Gabriel, dándole pequeñas palmaditas.—Es especial, señorita Dupain. Yo que usted no le dejo intimidar por un par de miradas críticas.

—¿Usted cree?

—Por supuesto, los adolescentes suelen ser crueles al principio y es conforme el paso del tiempo que todo va mejorando—el hombre suspiró.—El tiempo. Una cosa tan maravillosa e intrigante...—parpadeó varias veces, justo como si un recuerdo le llegara a la mente.—En fin, hemos llegado, está será su clase durante el resto del año.

Los dos habían llegado a un salón de ventanas altas y techos abovedados. El director tocó la puerta, Marinette pasó saliva. Los nervios la estaban consumiendo.

—Buenos señor director, qué sorpresa verlo—saludó la profesora en turno, con una sonrisa más perturbada que realista. Los estudiantes que se encontraban adentro guardaron silencio, varios de ellos asomándose para poder ver qué sucedía. Su mirada verdosa recayó en la adolescente de cabello azul. Hizo un mohín con los labios.—¿A qué se debe su visita?

—La alumna Dupain se integrará con ustedes durante este año.

La profesora abrió los ojos de la impresión. Tenía unas marcadas ojeras que ensombrecían su rostro joven. Marinette sonrió.

"Buena impresión, buena impresión. Busca encajar..."

—De acuerdo, entonces, señorita, pase por ahora mientras yo hablo con el director.

La chica obedeció y entró al aula. Una sala espaciosa con sillas altas de maderas antiguas y metales oxidados. Contrario a su anterior escuela, ya no tenían pizarrón de tiza sino uno blanco de plumones y proyector.

Sus nuevos compañeros no dejaron de mirarla.
Podía escuchar cualquier tipo de comentario, desde a los que les valía un rábano hasta los que ya se encontraban criticando su timidez.
Respiró profundo, debía mostrarse segura. Se aferró más al maletín. Recorrió el lugar con la mirada.

Chicas y chicas de todos los colores y variedades copiaban los apuntes de la pizarra. Se detuvo en la rubia de la mañana.
Estaba sentada junto a una pelirroja de anteojos y le gritaba cosas, apurándola a copiar su apunte. Marinette odiaba a esa clase de personas.
La rubia volteó en su dirección. Ya no era tan bonita como hace rato. Tenía, mejor dicho, cara de estar oliendo mierda todo el tiempo.
Por un impulso suicida, Marinette decidió sostenerle la mirada. Azul y azul colapsaron.
La rubia levantó las cejas con superioridad y le susurró algo a la pelirroja, que sonrió a duras penas. Y luego, comenzó a correr la voz a todos los que la rodeaban, seguidas de carcajadas crueles.

Se estaba burlando de ella.

—Bien, jóvenes—la profesora volvió al escritorio y, de nuevo, todos guardaron silencio—les presento a su nueva compañera, la señorita...

—Dupain—completó ella.

—Eh, sí, la señorita Dupain —la rubia resopló por lo bajo.—Siéntate junto a Césaire. Césaire, levanta la mano por favor.

Con un quejido, una chica morena de las primeras filas levantó la mano. Marinette caminó hasta donde la chica estaba. La morena la ignoró olímpicamente cuando intentó preguntarle su nombre de pila. De hecho, la ignoró por el resto del día.

Al parecer, hacer amigos no sería tan fácil como creía.

OOO

La hora del descanso había llegado más rápido de lo que ella hubiera querido. El receso era el peor martirio para los estudiantes nuevos.

Cuando la campana sonó y todos los alumnos salieron disparados hacía la puerta, ella se quedó ahí. Sola.
Con la cabeza sobre el pupitre.
La ola de melancolía y rechazo le estaba golpeando duro.

No se permitía tener pensamientos egoístas, pero le dolía sentirse desplazada. Siempre había tenido alguien, amigos por todas partes.
Sus amigos, sus mejores amigos, estaban en casa. Junto a sus padres. Todo lo que amaba.

Tenía ganas de llorar. Y aunque el nudo de la garganta se apretaba cada vez más, se contuvo. No quería parecer un moco con ojos rojos cuando todos volvieran. Ya era demasiado malo de por sí ser la novata. Debía aprender a ser fuerte, solo llevaba un día ¡No se dejaría vencer!
Se calmó lo suficiente, ya había gastado minutos importantes pensando en su mala suerte.

Mejor aprovechar el tiempo.

Sacó su libreta y comenzó a estudiar, debía estar preparada para cualquier examen sorpresa y mantener la beca...

—¿Qué haces aquí?

Aquella pregunta la tomó desprevenida. Una chiquilla de cabello rojo la observaba divertida desde la puerta. Se veía demasiado grande como para ir en secundaria y pequeña como para ir en preparatoria.

—Perdón, te he espantado.

—No, está bien.

—Bueno, ¿y qué haces aquí? ¿No deberías estar con tus amigos?

Oh, genial, ¿cómo explicaba que no tenía ninguno?

—Estoy ocupada hoy.

La pequeña meneó la cabeza, con una carcajada.

—Eres una pésima mentirosa. Es obvio que estás sola porque no tienes a nadie.

Sus mejillas se encendieron de rabia, ¿qué le importaba?

—Jódete—masculló entre dientes, sin importarle que se tratara de una niña.
La pelirroja frunció el ceño.

—No soy sorda, ¿sabes?

—Aleluya, pues. Felicidades por eso.

—Ahora entiendo porque no tienes amigos.

—Claro, debe ser porque soy tan divertida que pocos me toleran.

La niña se acercó más a ella hasta sentarse a su lado. Sus ojos eran de un curioso tono negruzco con motas azules. Marinette se cubrió mejor con el chaquetón. De repente, un frío se abrió paso por el aula.

—¿Ya te dieron tu reloj?—al ver las cejas levantadas de la adolescente, la desconocida añadió:—Entiendo, eres nueva.

—Sí, pero dime, ¿qué tiene que ver si ya me dieron el reloj o no?

—Es cuestión de tiempo.

Tiempo, bendito tiempo que todos halagaban.

Ambas se quedaron calladas, en un silencio incómodo y pesado.

—Debo irme,—anunció la mocosa (como le había apodado la adolescente) luego de revisar su reloj de muñeca—nos veremos luego, Marinette. Tú decides si quieres seguir sola.

—¡Oye! ¿Cómo es que sabes mi nombre...?

La niña continuó con su camino, sin detenerse. La ojiazul dudó un segundo en ir tras ella o quedarse. Tras pensarlo dos segundos más, decidió hacer lo primero.

Necesitaba respuestas.

Marinette guardó de forma apresurada sus cosas en el maletín y salió corriendo para alcanzarla.
Por evitar perder de vista a la extraña niñita, no se fijó por donde caminaba.

—¡Fíjate!—chilló la rubia de la mañana. Ambas chocaron cuando Marinette dejó de ver la melena roja de la extraña por causa de repentino un mareo. Cerró los ojos un segundo, para recuperarse.
Al abrirlos, la rubia la miraba con odio. Había tirado su teléfono. —Ya veo que eres una inútil y torpe boba—ladró, levantando el móvil.—¡Y yo que pensaba ir a buscarte al salón para que no estuvieras sola! —se lamentó, como si le hubiera traicionado o cortado algún mechón de cabello. Marinette no dijo nada mientras la rubia examinaba su teléfono. Conforme más teclas apretaba, nuevas líneas de rabia se dibujaban en su rostro, perfectamente maquillado.—¡Aparte de todo, lo has roto! ¡Eres una perra!

Marinette alzó los ojos al cielo.
Primer día y ya tenía un problema con la Abeja Reina del colegio, ¿más cliché no se podía?

—¡Hey! Fue un accidente, yo no quería... Si quieres, puedo pagártelo.

—En tus sueños podrías pagar un teléfono como éste. Se nota a leguas que eres una becada—su rostro se iluminó como si hubiera hecho el descubrimiento del siglo.
—Ya decía yo que tenías aspecto de mustia ¡Es obvio que me tienes envidia!

—¿Envidia?—preguntó Marinette, casi riéndose. No podía creer que estuviera discutiendo con una... Hueca, el primer día de clases por un simple descuido ¡Ni mucho que la llamara "perra" sin conocerla! No habían intercambiado palabra antes, no sabían  ni el nombre de la otra. Era un simple celular, no la cura del cáncer. —No te conozco. Jamás te envidiaría.

—¡Ni siquiera tú te crees eso! No vales la pena, no sé que estupidez estaba pensando cuando consideré unirte a mi grupo—La rubia la empujó contra la pared. Marinette le devolvió el empujón.—¡Suficiente! Una simple campesina como tú no puede meterse con alguien como yo.

—¿Quieres comprobarlo?

Las falsas pestañas de la muchacha aletearon, incrédulas. Tenía una voz que asimilaba al chillido de una ave de rapiña. En cualquier momento podrían salirle alas para irse en busca de carroña.

—Te estás metiendo con una Bourgeois, ¿sabes qué significa?—la amenazó, acercándose de forma peligrosa. —Yo que tú me andaría con cuidado.

—No creas que tus amenazas me asustan...

—¡Chicas, chicas, basta!

Lo que faltaba.

El rubio de una semana atrás llegó con las manos levantadas en su dirección. Se detuvo al ver a la azabache de brazos cruzados. Sonrió de medio lado cuando la Bourgeois pateó el suelo, moviendo de manera curiosa su nariz diminuta.

—¿Buscando problemas, Chloé?

"Tiene nombre de chica fácil" pensó Marinette, al ver como Chloé negaba con la cabeza en un movimiento exagerado, mientras se acomodaba el moño y los lentes sobre la cabeza.

—¡Es ella! ¡Lo juro, Adrien!

Adrien saludó con entusiasmo a la chica nueva.  La hija de panaderos no se había dado cuenta de que el muchacho iba en el mismo salón que ella.
Tal parecía que no se acordaba del pequeño cruce de miradas de la semana pasada. Su sonrisa inocente y traviesa hizo comprender a Marinette que él no era nada parecido a la diva de anteojos blancos.

—Linda diadema, me gustan las mariposas—le dijo, en un susurro pícaro.—Me parece que todo esto es producto de un grave error, ¿no?

—¡Ja! Error, —comentó la Bourgeois, con sorna—es evidente que lo hizo a propósito.

—Chloé—la rubia lo miró con ojos suplicantes—por favor, cállate.

Marinette se rió con ganas cuando Chloé se puso más roja que el trastero de un mono.

—Tienes como diez celulares, ¿qué más da perder uno?

—¡Pero, Adrien...!

—Vete, los demás nos esperan. Yo arreglaré las cosas.

Chloé le dedicó una última mirada asesina a la chica para después marcharse dando tumbos.
Si seguía haciendo corajes de ese tipo, se enfermaría del hígado.

—Es una chica complicada—comentó Adrien—no es un lindo modo de iniciar tu primer día, ¿verdad?

—No, en realidad no ¿Siempre es tan...?

—Siempre es Chloé—le guiñó un ojo.—¿Cómo te llamas? Dudo mucho que  Dupain sea tu nombre.

—Soy Marinette—se estrecharon las manos.—Un gusto.

—Lo mismo puedo decirte.

Era un poco mas alto que ella, delgado y con una apariencia impecable. Marinette no pudo evitar seguirte numerando sus cualidades.

—¿Chloé es tu amiga?—preguntó, apartando su mano, que había durado demasiado tiempo entrelazada con la de Adrien. Probablemente no debería haber preguntado, pero la curiosidad siempre fue una de sus debilidades.

—Es complicado.

—Comprendo, no debí preguntar.

El chico negó, algo cohibido.

—Todos siempre preguntan lo mismo, es normal.

—Ah.

Seguro que era novio o amigo íntimo de Chloé , ¿acaso no podía estar buscando algo más imposible? Él miró en otra dirección.

Silencio. Maldita sea, debería mejor sus aptitudes para socializar. Buscó algún tema del qué hablar, pero no se atrevía a continuar con la conversación. En casa, no hablaba con chicos que no fueran sus amigos y ninguno era tan guapo como el rubio.

—Gracias por la ayuda—terminó diciendo.

—No hay de qué—se encogió de hombros—. Te recomiendo que andes con cuidado, ella no suele quedarse de brazos cruzados—le advirtió a modo de despedida—¡Bienvenida al Colegio!

Adrien se marchó a dónde su... "Lo que fuera" lo esperaba. Tenía sentido que estuvieran juntos, eran demasiado similares en ciertos gestos. Únicamente cambiaba el color de los ojos y el trato con la gente. Piezas que encajaban y se complementaban.
Si fueron educados del mismo modo, ¿qué volvió a Chloé tan insoportable?

Tomó asiento en una banca de piedra, mientras sacaba un emparedado de su bolsillo. Debía analizar la situación.

¿Qué hubiera sucedido si no hubiera ido tras la mocosa? ¿Estaría bromeando con Chloé y sus amigos?  ¿Seguiría sola?  Seguro que no, la rubia ya había dicho que planeaban incluirla.
Mordió el sándwich con rabia, si esa tonta niña pelirroja no hubiera llegado a perturbar su calma, ya no estaría comiendo en compañía de las gárgolas.
Buena la hora en que decidió seguirla.

Pronto, la mirada del séquito de Chloé se clavó en ella. Se dio la vuelta, pero esa sensación seguía en su nuca.
Irritada, se levantó de ahí para buscar un mejor lugar donde disfrutar de su almuerzo.
Con disimulo, caminó hasta una de las puertas del fondo, no quería ver ni hablarle a nadie.
La puerta se trabó al principio, desgastada por el paso de los años. Le dio una pequeña patada y se introdujo en ella. Todo estaba en calma.
Avanzó por un pasillo solitario y sombrío, con vidrios empañados y polvorientos. Le gustaban ese tipo de ambientes. La hacían sentir como detective.

Se sentó en el suelo, acompañada de telarañas y otros insectos. Estaba acostumbrada a ellos, pues en su hogar prevalecía la naturaleza y sus variantes.

Siguió disfrutando de su comida. No podía dejar de pensar en Adrien.
Tenía algo extraño en él.

—Son todos tan raros—pensó en voz alta—y mezquinos. No sé cómo lograré encajar...

Tick, tock, tick, tock.

El reloj que llevaba colgando del cuello había comenzado a sonar cada vez más fuerte. El palpitar de su corazón se fundió con el tick del instrumento.
A regañadientes y recordando las palabras de la niña, prestó más atención al simple reloj.

Pequeño, compacto y ligero, se abría y se cerraba, con un pequeño espacio para guardar una diminuta fotografía. Si no hubiera sido por las manecillas, bien podía haber pasado como un yo-yo.
Parpadeó seguidas veces cuando creyó ver un espectro electromagnético en el aura del reloj. Levantó una ceja, seguro que le estaba afectando la oscuridad.

Hizo ademán de levantarse, no fuera que las clases ya hubieran comenzado y ella se diera el lujo de faltar el primer día.
De forma brusca y poco elegante, se puso de pie.

O lo intentó.

Un repentino dolor de cabeza la hizo tambalearse sobre el suelo. Se agarró el cráneo con los brazos, era un dolor insoportable. Como si un pico de montaña se hubiera clavado en ella.
Cerró los ojos y reguló su respiración. Se recargó en la pared.
El "golpe" le dolió en cada parte de su ser.

Todo se volvió tan borroso, que los dedos de sus manos se volvieron borrones blancuzcos que la penumbra consumía cada vez más. Quiso gritar, algo le estaba pasando.

—No grites—susurró algo en su oído. Y era "algo" porque esa voz escalofriante no la creía capaz de pertenece a un ser vivo.—No llores.

Demasiado tarde.

Estaba temblando del miedo y llorando, sobre todo.

—Ya pasará, siempre pasa.

—No quiero que pase—respondió, en apenas un susurro corto. Sus articulaciones se habían adormecido y, poco a poco, fue perdiendo la conciencia.

OOO

—Debes prometer encontrarla.

—No puedo prometer nada.

La adolescente abrió los ojos de golpe, impulsada por las voces.
Marinette no comprendía, ¿quiénes estaban hablando? Se levantó, ya recuperada. Estaba en un pasillo largo repleto de cuadros y espejos. No recordaba haber llegado a ese lugar.

—Ya te dije, cuenta conmigo.

—Sabes que no confío en ti.

—Somos hermanos, deberías hacerlo.

Se acercó a una de las puertas, donde dos hombres hablaban a un tono alto y acelerado. Se escondió entre una de las armaduras de exhibición y una puerta que se encontraba entreabierta. La sensación de que se encontraba en el lugar equivocado era inquietante. No debería estar allí.

—¿Tú qué vas a saber de hermandad?

—Créeme, sé lo suficiente. No es justo lo que les haces.

No les hago nada.

—Claro que sí, te apuesto a que alguno está viéndonos ahora mismo. Y lo comprobaré.

Cuando la parisina escuchó los pasos veloces de uno de ellos, decidió correr en la dirección opuesta. No quería que creyeran que se encontraba espiando para fines malos.

—No hay nadie.

—¡Claro que sí! —insistió.

Se metió, a marchas forzadas, debajo de un escritorio, pidiendo que no la encontraran.
Solo a ella se le ocurría meterse en esas situaciones.
Guardó silencio y abrazó sus rodillas. Debajo del escritorio, un extraño olor a rosas le picaba en la nariz. Un olor tan potente y floral que podía sentirse en el aire. Un olor aterciopelado que logró tranquilizarla.

La puerta se abrió y los dos hombres entraron al cuarto donde había buscado refugio.  Solo podía ver sus zapatos, de cuero rojo. Uno de ellos se agachó para buscar debajo de los muebles. Cerró los ojos, a la espera de la reprimienda.

Nunca llegó.

Volvió a abrirlos.

Se encontraba de nuevo en el solitario pasillo. Sudorosa, agitada, adolorida.

¿Qué había ocurrido?

OOO

Marinette no se sentía dispuesta a acudir a clases. Decidió ir a su cuarto y descansar un poco. No creía necesitar ir a la enfermería, seguro fue una simple pesadilla con tendencia realista. Sí, solo eso. Era lo más seguro.
Un sueño.
Dormiría un rato y después estudiaría para reponer la clase perdida. Todavía le dolía la cabeza.

Dejó su maletín en una de las sillas. Dispuso que la cama de su compañera era la que tenía posters al lado.
Con un bostezo, se tiró sobre su nueva cama. Algo le molestaba en la espalda.

Se levantó de nuevo. Sobre su colchón, había un ramo de rosas. Nunca en la vida alguien le había mandado flores. Había una nota en ellas, acompañada de un pequeño frasquito de perfume rojo.

"¿Te han gustado las rosas? Me alegro, no quería que siguieras triste.
No te preocupes, Marinette. En poco tiempo  la vida te sonreirá de nuevo.
Sé que ya te han dado la bienvenida, pero no he podido hacerlo yo.  Cuentas conmigo.
Te protegeré."



¡Buenas, buenas!

¿Qué tal? Espero les haya gustado.
Quiero aclarar que yo no soy de ese tipo de escritoras que van directo al grano y ponen lemmon en cada capítulo con cualquier tipo o tipa por "X" o "Y" razón. Me gusta crear una historia para cada personaje, una atmósfera y un trasfondo.
Así que os pido paciencia.
Os prometo que valdrá cada segundo. Solo quiero que disfruten al máximo de esta experiencia.

Estrellitas y comentarios son bienvenidos.

Un abrazo.

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