C9: Un long couloir. (Pt. 2)


C H A P I T R E 9:

-U N   L O N G   C O U L O I R-

PARTE 2

...


París, Francia.

Catorce años. No podía creer que era su cumpleaños número catorce. Eso significaba que llevaba tres años viviendo con la familia "perfecta", que de perfecta no tenía nada más que la apariencia.

Estaba sentado en el comedor, rodeado de paquetes con moños celestes y ruidosas envolturas holográficas. No tenía ni la más mínima idea quienes los habían enviado, probablemente amigos del señor de la casa, que trataban de quedar bien con el jefe. A esas alturas, le daba igual. Sólo quedaba esperar a que sus compañeros llegaran para la fiesta de la tarde. Su primera fiesta sin adultos. Todavía costaba creer que el señor hubiera aceptado tal cosa, ni que hubiera suspendido las clases para sus "amigos". Las comillas se volvieron un elemento crucial en su vida. Tal vez se sentía culpable de tratar a su único hijo varón como un pedazo de basura, o estaba cansado de estar discutiendo todo el rato con él y había accedido a concederle su primer capricho, uno de muchos. Un modo de aceptar que ya era uno de ellos. Otro eslabón en una cadena de oro con uniones podridas.

Desayunaba tranquilamente en uno de los extremos de la enorme mesa del comedor, con la única compañía de su reproductor de música conectado a sus nuevos audífonos. Si Jim o Bruno lo vieran en esos momentos, estarían decepcionados de ver en lo que se había convertido su querido Torbellino. Sin ganas  sinceras de vivir, sin ganas de continuar existiendo o despertando. Un aura gris lo rodeaba día y noche, y portaba siempre una careta de superficialidad que rápidamente lo había posicionado en la cima de la pirámide de popularidad. Pero era valiente.

Lo suficientemente valiente para no cortarse las venas dramáticamente hundido en una bañera dejando un legado de viejas cintas, que en todo caso, dedicaría únicamente a su padre. No, él era más valiente que eso. Soportó la muerte de su adorada madre— la mujer por la que daría la vida para tenerla de regreso—, la separación de sus hermanos, y las terribles jornadas de torturas y golpes. A esas alturas un insulto virtual o rumores estúpidos le pasaban por las bolas. Y de eso era lo único que podía sentirse honrado: Había pasado por tanto... Que lo que podía llegar en un futuro ya era nada. Sonrió antes de beber el licuado de fresa, él debería ser un ejemplo a seguir, un modelo. La soberbia comenzaba a intoxicarlo, pero no se sentía culpable en lo absoluto por tener todavía un poquito de amor propio.

Masticaba el creme brulee con cara de pocos amigos, y estaba sonando A Hard Day's Night en esos momentos, cuando llegó ella pavoneándose como una gallina borracha, presumiendo su diminuto vestido nuevo. Amarillo como el resto de su ropa, aquel horrible color que le causaba nauseas.

No la había invitado por voluntad propia a la fiesta, pues no tenía muchas opciones, lo habían obligado.

Dispuesto a ignorarla, continuó con lo suyo, pero ella en lugar de sentarse en su lugar de costumbre, se acercó a él con una sonrisita jocosa. No acostumbraba a tenerla tan cerca. La fragancia que despedía era como un montón de monedas, oro líquido. Siempre encontraba un modo de llamar la atención.

El rubio volteó a verla sin mucho interés, pocas veces habían intercambiado palabras en la escuela y su interacción era nula en la casa. Aunque, de por sí, los dos se la pasaban casi todo el tiempo en el internado.

—¿Qué?— Ella se encogió de hombros. Él solo rodó los ojos.

—Tengo unos amigos que traerán un poco de...— se acercó más a él, demasiado. Pasó el creme brulee con dificultad. Nunca había estado tan cerca de una chica, mucho menos de aquella malcriada. Nunca había notado lo carnosos que eran sus labios – Ya sabes, diversión.

—¿Qué clase de amigos tienes?— cuestionó, con una ceja levantada, por alguna razón, no se alejó de ella. La rubia volvió a encogerse de hombros. Le gustaba la cercanía, le recordaba el calor.

—Amigos que pueden volver memorable tu fiesta. –Comentó, con aire travieso. 

—¿Por qué tratas de ser amable conmigo?

—Porque creo que es aburrido estar aquí sin hacer nada todo el tiempo, ¿no estás cansado de ser un mueble más?— contestó, con obviedad. Se levantó con la elegancia altanera que la caracterizaba. Ella tenía razón, estaba cansado de ser ignorado todo el tiempo o de ser tomado en cuenta sólo para los castigos. Creyó que sólo él se sentía igual que el papel tapiz.

 La miró marcharse. Ella nunca formó parte directa de su plan de venganza y liberación, había considerado que no valía la pena luego de haberlo intentado un par de veces sin éxito. Sin embargo, analizó que ella parecía (no era un hecho, puesto el señor era peor que un enigma milenario) importarle a su padre.

Todo se decidiría aquella noche, en la fiesta.

OOO

París, Francia.

Actualidad.

Alya agarró dos tazas humeantes y las colocó encima de la charola. Nino no tardaría en llegar. Había planeado minuciosamente un discurso convincente y relajado que la ayudaría a parecer una chica normal, justo como ella quería aspirar a ser. No estaba del todo convencida de que quería ser igual al resto, pero cualquier opción era más viable que abrazar sus diferencias y exponerse ante el mundo.

Marinette, por otro lado, continuaba en el cuarto, leyendo con cara de pocos amigos uno de los libros de matemáticas, pasando apuntes a pequeñas tarjetas azules en una caligrafía despreocupada.

—Entonces...—empezó Alya, modulando su voz. Miró a Marinette de reojo, ¿por qué tenía que ser tan adorable sin esforzarse? Suspiró en silencio, tal vez si seguía pasando tiempo con ella, podría pegársele un poco de su encanto torpe que parecía gustarle a Nino.

—¿Mmm?— musitó la otra, maldiciendo a Baldor mentalmente,

—En cuanto Nino llegue...

Marinette dejó a un lado el grueso libro y le sonrió con picardía a la morena, quien rápidamente evadió su mirada y se colocó uno de los delicados collares dorados que guardaba con recelo en un brillante alhajero plateado.

—Yo ya me habré esfumado, tranquila. No te arruinaré la cita.

Alya negó rápidamente.

—¡No es una cita!— Odiaba mentir, aunque su vida se basaba en un engaño. Se refugió en el reflejo de Marinette, que abrazaba sus piernas como una chiquilla emocionada.

—Alya, van a escuchar un álbum ¡Juntos! , preparaste bocadillos, te has cambiado el uniforme y quieres que los deje solos—. La morena se cubrió el rostro con las manos—. Eso me suena a cita.

—¡Pero yo no...! —¿Por qué seguía esforzándose en mentir.

—No tiene nada de malo, ¿sabes? Nino es bueno, es dulce. —Alya la miró sobre sus gafas—. Me alegra que por fin estés tratando de avanzar con él.

—Yo no estoy... Bueno, sí, pero no... ¿Soy muy obvia?—Su voz se convirtió en un diminuto hilo agudo que sólo le provocó una pequeña risa a su compañera. Alya estiró los brazos, estaba tensa.

Nunca se imaginó estar hablando de chicos con ella.

—No mucho, pero tengo instintos.

Alya suspiró, admitir que Nino le agradaba podía ser demasiado para su enorme orgullo.

—Y tú, ¿por qué estás estudiando matemáticas?

Marinette se encogió de hombros.

—Algo me dice que el profesor hará un examen sorpresa dentro de poco.

—Eres una rareza, ¿lo sabes?

Marinette estuvo a punto de contestar, pero el sonido de alguien tocando a la puerta las sobresaltó a las dos. Alya le indicó que saliera por la otra puerta y, a la carrera, Marinette guardó su material de estudio dentro de una mochila. Salir por la escalera para emergencias era mejor que esconderse en el closet.

Escuchó la voz de Nino del otro lado de la puerta. Un tímido "hola" y la puerta cerrándose.

—Entonces, ¿Marinette no vendrá?

OOO

Biblioteca. Odiaba a Sabrina por obligarla a acompañarla a la biblioteca.

Y no precisamente porque leer no fuera de su agrado. Todo lo contrario.

Le molestaba que la vieran ahí.

La pelirroja caminaba de un lado otro como un pez en el agua, acumulando libros en un carrito. Chloé la había anotado sus peticiones en un papel, así los libros prestados estarían bajo el nombre de su amiga y no de ella.

Sabrina y Adrien se habían empeñado en saltarse el almuerzo, alegando que la cena iba a estar mejor. Una mentira colosal, pues la comida de los lunes siempre era un asco a todas horas. Se arrepentía de haberles hecho caso, su estómago suplicaba por alimento.

—¡Sabrina!—cacareó, aburrida. — ¿Vas a tardar mucho?

—¡Ya casi!—contestó, con la cabeza metida en una estantería. — ¡Lo tengo!—exclamó, orgullosa, mientras levantaba un pesado libro de tapas aterciopeladas. Chloé ya lo había visto antes, Adrien siempre sacaba información de ahí.

—¡Ssssh!—la silenció el bibliotecario. Un hombre arrugado cuál pasa y malhumorado como un ermitaño solitario. Sabrina enrojeció en la penumbra.

—¿Y eso qué es?—susurró Chloé, conteniendo su interés.

—Es un libro de investigación, anomalías y esas cosas, cosas extrañas que ocurren ante nuestros ojos... ¿Has visto Gravity Falls?—Chloé asintió, esperando que Sabrina ignorara el hecho de que veía una serie infantil. —Pues es algo así, pero esto... Esto es real.

—¡Por favor, Sabrina! Nada de esto es real, no seas crédula. —La chispa de los ojos verdosos de la pelirroja se desvaneció. Y, aunque Chloé se esforzara por no interesarse en esa clase de cosas, una parte de ella quería que todo eso, la magia, fuera real, alcanzable para todos. No solo para los privilegiados.

Sabrina, reuniendo todo el coraje que pudo conseguir, se armó de valor para retarla por primera vez.

—Esto es real, y lo demostraré, Chloé.

Ambas chicas salieron en completo silencio del lugar. La peste mágica le dio directo en la cara a la rubia conforme pasaba cerca de algunos estudiantes que ella sabía que tenían el poder. Había una sola cosa en el mundo que el dinero de su familia no podía comprar y aquella cosa era lo que más anhelaba desde lo más profundo de su corazón.

Los odiaba, los odiaba a todos.

Porque quería ser como ellos y no podía. Frustración. Poder desperdiciado. Inútil. Tenía ganas de desquitarse. Ya se colaría en el cuarto de Adrien más tarde. Él era lo más cercano que tenía al poder.

—Chloé, ¿estás bien? ¿Quieres ir a la enfermería? Te ves mareada.

Arrugó la nariz, ¿y cómo no estarlo? Con todo ese olor nauseabundo pretencioso todo el tiempo en el aire, como un perfume barato de mal gusto.

—Da igual, Sabrina— bufó de mala gana—, al final del día son solo cuentos para niños.

OOO


Marinette estaba adormilada, acurrucada en un pequeño rincón de la biblioteca. Sus ojos picaban y la espalda le dolía por la incómoda posición, sin embargo, no sabía si podía llegar a su cuarto con la seguridad de que no interrumpiría nada. Tampoco imaginaba a su amiga capaz de haber logrado esa especie de "algo", pero era mejor no arriesgarse.

Así que ahí estaba, en su refugio.

—Niña, cerramos esto dentro de diez minutos—dijo el señor Mittchenks, el bibliotecario. —Será mejor que ya no vengas a dormirte aquí.

—Sí, gracias... —sus pasos sonaron más distantes. Observó a su alrededor.

Enormes estanterías que se extendían hasta alcanzar el techo, y filas de gruesos libros viejos. La penumbra resultaba un poco atemorizante. Y casi podía ver sombras sin dueño caminando por el lugar en un silencioso pero inquietante ambiente nocturno. Justo como si la escuela fuera uno de esos castillos viejos y embrujados.

La madera crujía y era la única estudiante que se encontraba a esas horas. Estaba del todo seguro que era una infracción de reglas nivel vandalismo. Si no se marchaba ya, el bibliotecario la correría a patadas.

Aunque había algo, un algo que la obligaba a quedarse. Tal vez fuera el hecho de que moqueaba un poco, seguro que se debía a los bruscos cambios de temperatura a los que se había sometido. Chan, chan chan...

Un resfriado.

¡Claro! Tenía que ser. Se levantó a regañadientes. Le encantaría seguir durmiendo durante horas y horas. El malhumorado bibliotecario la esperaba en la entrada de la biblioteca, con las llaves en mano para cerrar el lugar y evitar que los alumnos se metieran a destruirlo durante la noche en alguna especie de protesta hippie.

—Debería haberte reportado—masculló entre dientes, con aquella voz de viejo árbol sabio. Marinette lo miró en silencio.

—¿Y... por qué no lo ha hecho? —el señor Mittchenks resopló.

—Porque entiendo que es difícil ser el nuevo, ¿no, niña?

Marinette asintió. Le daba igual que la llamara niña, a veces seguía sintiéndose como una. Incluso extrañaba el modo burlón de su padre al dirigirse a ella como "pequeña panaderita".

—Sí, señor.

—Será mejor que vayas corriendo a tu habitación y sin desviarte, o podrías tener encuentros desafortunados con algunos adolescentes mentecatos, de esos vagabundos desagradables. —Casi podía verse una sonrisita socarrona a través de la espesa barba plateada. Marinette sonrió. Los señores como él siempre le parecieron enciclopedias andantes.

—Estoy casi segura de que mis compañeros son tan vagos, que les daría pereza salir de noche. — La sonrisa del bibliotecario se extinguió.

—Has caso del consejo, chiquilla, estos pasillos son muy peligrosos y más en la oscuridad. Deberías irte corriendo ahora mismo, así estarás a salvo.

—¿Por qué?— no se le ocurría una pregunta mejor.

—Porque los muchachos...—el señor Mittchenks se encogió de hombros y observó el reloj que colgaba de su cuello. —Porque sí.

Sabía que ya no tenía caso hacerle preguntas, no las respondería. Giró sobre sus talones, luego de haberse despedido, y emprendió el complicado camino rumbo a su cuarto. Era bastante fácil perderse de día, y de noche era toda una osadía, pero se negaba a ceder al miedo. En especial por las estatuas que decoraban la estructura, aquellos ojos salvajes seguían sus pasos con insistencia.

Sólo esperaba que Alya y Nino la hubieran pasado bomba, porque el presentimiento de que algo malo le pasaría se atoraba en su garganta.

Existía la contraparte, la optimista, en donde todo saldría bien.

Estornudó. Sonó tan fuerte que pensó haber despertado a toda la escuela. Si un resfriado quedaba en duda, ahora se confirmaba.

—Vaya mala suerte...— susurró, limpiándose la nariz con una servilleta que llevaba para emergencias. Se arrepintió de hablar en voz alta, tenía la sensación de que alguien le respondería. Continuó avanzando a paso lento, pero seguro, por el pasillo. Se escuchaban murmullos, se contaban secretos.

Recordó que en su casa en el campo, para llegar a su cuarto tenía que pasar por un pasillo larguísimo en donde el interruptor se encontraba hasta el principio del recorrido. Durante años, cuando apagaba el interruptor, sólo podía correr con todas sus fuerzas hasta llegar a su habitación, donde estaría segura de todos los fantasmas que existían. Sin embargo, ahora una voz interna le decía que lo prudente no era correr.

Otro estornudo, otro más. Su corazón latía con fuerza, esperando el momento en el que alguien le dijera "Salud"; ahí si correría como alma que lleva el diablo.

Los cuentos tenían razón: Una escuela durante el día daba miedo, pero en la noche se volvía una pesadilla. La madera crujía, helaba. Igual que el concreto.

Sólo tres cuartos más y podría llegar a las escaleras, de ahí correría a su habitación y no habría problemas. Agradecía que Alya y Nino la obligaron a memorizar el mapa, o terminaría durmiendo en el patio. Faltaba tan poco...

—Es cuestión de tiempo.

Marinette se detuvo. Mierda. Alguien habló, alguien estaba hablando.

"¿Alguien vivo? ¿Alguien muerto?"

Con su mala suerte, prefería al muerto.

La encontrarían, la delatarían, la expulsarían. Se quedó quieta, tiesa como un palo.

—Yo diría que te has obsesionado con la palabra "tiempo".

—¿Existe mejor concepto?

Marinette caminó con cautela hasta una de las columnas. Uno nunca era el completo protagonista de la historia, ni de su propia vida y ella lo sabía perfectamente. En esa misma escuela, cada estudiante tenía sus sueños y sus miedos, cada estudiante cometía sus propios errores y hacía verídicos sus placeres. Miles de historias que se conectaban a la vez. Una enorme red de datos tan grande como el universo.

Tal vez sólo eran alumnos mayores, de esos que se escapaban a fumar un poco de hierba en la helada oscuridad, o los obsesionados con la astronomía que hablaban sobre agujeros negros. Incluso, podía tratarse de amantes apasionados o solitarios incomprendidos.

Cualquier opción era mejor que estar cerca de un par de... ¿De qué? Nunca había creído totalmente en lo sobrenatural, o no hasta que pudo ver cómo eran las calles de un Londres de los sesenta.

Los dos se quedaron en silencio, podía escuchar sus respiraciones. La chica soltó una risita contagiosa y dulce. Marinette casi sintió ternura.

—Eres un idiota, Chat.

Gracias, hermosa Lady.

Se armó de valor para afrontar a sus posibles compañeros, respiró hondo y siguió avanzando, con los ojos cerrados. Como si cerrarlos fuera una especie de absurdo escudo.

Cuál fue su sorpresa cuando, al abrir los ojos, el pasillo que segundos antes estaba desértico, ahora estaba a reventar de alumnos. El sol estaba en su máximo esplendor, y todo se veía como un gran espejismo. No estaba aquel filtro gris que se vivía todos los días, no. Todo era vivo, colorido, y las sonrisas radiantes de los alumnos se veían demasiado artificiales, muy... Felices.

Esta vez no le costó deducir que había vuelto a viajar en el tiempo, la pregunta era: ¿Cuánto lo había hecho? ¿Había retrocedido o avanzado? ¿Años, meses, días?

Nadie parecía percatarse de su presciencia. Nunca había sido popular, ni siquiera en broma, pero estaba segura de que tampoco era un fantasma.

¿O sí?

¿De qué servían los aretes que le dio Adrien si seguía viajando de un lado a otro? Seguro había sido otra de sus mentiras, claro, no podía confiar en una diva andante. Podía oler la gomina para el pelo a diez metros de distancia, ni hablar de la colonia.

Siguió avanzando. Las chicas llevaban moños altos y lindos zapatos de charol. Los chicos llevaban sus Walkman conectados. Los noventa, tal vez.

Estornudó.

Todo se desvaneció. Y de pronto, se encontraba de nuevo en la soledad del pasillo. La teoría más lógica que llegó a ella, fue que el resfriado alteraba la... (¿Habilidad?) Magia o lo que fuese su poder.

Recordaba que en algunos libros, los personajes podían tener visiones. Era la respuesta más lógica.

Antes de ponerse a gritar por lo desesperante que era no poder controlar su vida, mandó al diablo todo intento de ser cautelosa y comenzó a correr.

Abrió la puerta de su habitación en ataque de estornudo tras estornudo, visión tras visión.

Cerró la puerta detrás de ella y se recargó en la madera. Otro estornudo más. Se dejó caer en el suelo, con los ojos cerrados. Su respiración agitada no era lo único que se oía.

Escuchó un sollozo. La lámpara que tenían en la mesita de noche estaba encendida.

—¿Alya?

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¡Hola! <3 

Me alegro mucho de estar de nuevo por aquí :D Tenía este capitulo desde hace una semana, pero quería tener listo una parte del siguiente antes de publicarlo. El siguiente tendrá un poco (mucho) salseo, pero es hora de que esto se vuelva picante. 

Perdonen si hay algún dedazo, pero es que estaba escribiendo como loca y aunque revisé como tres veces ya no sé si se me pasó algo :((

No sé ustedes, pero creo que hay material para teorías, ¿no? *guiño, guiño*  Espero leer alguna que me haga volar la cabeza. 

Como siempre, ¡estrellitas y comentarios son bienvenidos!

(En especial comentarios, son como combustible 7v7)

Un enorme abrazo y gracias por leerme. 


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