C9: Un long couloir. (Pt. 1)

C H A P I T R E 9

<<U N   L O N G    C O U L O I R>>

ooo

Ellos se habían evaporado en el aire como dos gotas de agua bajo el ardiente sol del desierto de Arizona.

Justo frente a sus ojos, sin explosiones moleculares o nubes de humo repletas de chispas mágicas. Sólo ya no estaban, igual que con un parpadeo.

Pero la profesora estaba demasiado ocupada peleando con Chloé y el resto de la clase, como para percatarse del hecho inexplicable que acababa de acontecer.

Alya miró a Nino, más asombrada que atemorizada. El ambiente se volvió denso, los movimientos más lentos, y los sonidos se volvieron una especie de mensaje subliminal indescifrable que erizaba la piel. Un espectáculo demasiado tétrico, casi aterrador.

Las personas se quedaban quietas, avanzaban o retrocedían conforme lo que pasaba en otro tiempo, en otra línea. Muñecos cuyas vidas dependían de los acciones de los viajeros del tiempo. Chicos desaparecían y reaparecían de un momento a otro. Sus vidas, mortales, podían llegar a ser insignificantes como las de un insecto.

Y es que cada presente era producto de un milagro, un hecho divino en el que la más mínima variación en el pasado pudo haber cambiado todo.

Alya trató de gritar, su estómago se retorció cuando sintió un jalón. Nino trató de correr para ayudarla, pero él tampoco podía controlar sus movimientos. Estaban asustadísimos y sus demás compañeros no parecían darse cuenta de que todo se estaba regresando. La voz de la morena quedó atascada en su garganta.

Sus ojos se pusieron en blanco una milésima de segundo, borrando recuerdos y restaurando otros, creando nuevos, conservando lo imprescindible.

La memoria se recetaba según el aleteo de una frágil mariposa que podía llegar a provocar un huracán.

El sol se ocultó tres veces.

Y luego, todo volvió a empezar.


-OOO-

París, Francia.

Actualidad.

Reaparecieron en uno de los armarios de limpieza, en una silenciosa explosión de humo que llegaba a picar la nariz.

Marinette Dupain Cheng se apartó rápidamente de sus brazos y golpeó sin cuidado una de las cubetas de metal, provocando un efecto dominó bastante aparatoso. Adrien la detuvo con fuerza antes de que armara un mayor estruendo. Los ojos de la chica seguían sus movimientos con inseguridad. Estaban muy juntos e incómodos. Tanto así, que la pierna del rubio se entrelaza con la suya en un tacto estremecedor, levantando un poco de la falda que permitía ver un buen pedazo de suave piel pálida. Por mucho que el rubio tratase de no mirar en esa tentadora dirección, resultaba casi inevitable.

Cualquier otra chica del instituto estaría deseosa de estar encerrada en un armario diminuto con el guapísimo chico prodigioso que ahora tenía una mano en su espalda. Todas menos Marinette, como en cualquier cliché.

Ahogó un quejido cuando, atrás suyo, Adrien se inclinó más, cortando el inexistente espacio entre ellos.

— ¿Qué haces?— preguntó, en apenas un hilo de voz.

—No encuentro el interruptor de luz.

—Me estás aplastando. —Se quejó.

—Dame unos minutos.

Adrien se las arregló para abrir la puerta, buscando la manija a tientas en la oscuridad. Comenzaba a sentirse inquieto.

Si tan solo pudiera olvidar aquellas imágenes y sensaciones del futuro, todo sería distinto.

Los dos salieron del pequeño armario y se acostumbraron a la luz; fue cuestión de unos segundos para que Marinette siguiera con lo suyo: La paranoia, confusión e incertidumbre.

— ¡Insólito! ¡Esto es insólito! —exclamó, con incredulidad. Adrien la dejó desahogarse.

No dejaba de dar vueltas a su alrededor, mirándolo como a un experimento en proceso. Adrien puso los ojos en blanco. No era la primera vez que pasaba algo así, pero resultaba agotador.

—Tú eres tan amargado—comentó ella, sin pelos en la lengua—, que no puedo creer que seas capaz de hacer algo tan genial.

—Y tú eres tan patosa—contraatacó—que me sorprende que también tengas la habilidad.

Marinette abrió la boca hasta formar una perfecta "O" de indignación.

—Eres cruel.

—¿Y te has escuchado?—Adrien estaba ofendido.—No juzgues sin conocer, no todo es lo que parece.

—He escuchado lo suficiente de ti—bufó, entre dientes.

—¿De verdad crees en los rumores? —habían empezado a susurrar, estaban en un pasillo y el resto en clases, los atraparían si gritaban. —Son inventados por gente que no sabe que hacer con sus patéticas vidas y luego los patéticos chismosos van y lo expanden...

—El otro día hablé contigo, antes de que tus guardaespaldas descerebrados golpearan a mi amigo—el rubio suspiró. No llegarían a nada discutiendo. La rutina de amor/odio en donde los protagonistas se llevaban como perros y gatos no iba con Adrien.

—¿Sabes? Olvídalo, ahora sígueme.

—¿Cómo puedo confiar en ti? Eres como un... No sé, algo raro. Tan bipolar como el clima.

—Pues tampoco te conozco, niña, pero no puedo permitir que andes viajando de un lado a otro poniéndonos en riesgo.

—¿En riesgo?—Adrien se acercó hasta su oído, le provocó cosquillas. Marinette incluso olvidó que la llamó "niña" en cuanto los vellos de su nuca se erizaron. Su cercanía la hizo sentir un cosquilleo. Desprendía calor, poder. Adrien irradiaba magia hasta por los ojos, profundos como dos bosques prohibidos y tentadores para los aventureros.

—A los que tenemos el poder.

Aturdida y antes de poder hacer algo, ya la estaba arrastrando a un rincón solitario. Se dejó hacer hasta que bajó de las nubes. Qué vergüenza.

Le pisó el pie por accidente y él se aguantó un quejido.

—Ten—le aventó unos pequeños aretes plateados que rebotaron en el suelo como piedras que chocan contra el agua. Marinette lo fulminó con la mirada. Y pensar que ya estaba reconsiderando su juicio. — ¿Qué esperas para levantarlos?

Marinette suspiró y acomodó los brazos sobre el pecho. Adrien miró aquella zona levemente y retiró la vista cuando sintió las mejillas coloradas. La chica no se percató de eso, su atención se centraba en despreciarlo.

—No sé si realmente eres el Adrien que creo conocer—empezó—, ni tampoco sé si creas que soy como las demás chicas a las que puedes tratar como perros y conquistarlas con joyas, ¡pero no levantaré eso, porque tú no me mandas!

Adrien la miró mal, si las miradas mataran...

Pero tenían carácter y valoraba eso. Además de que seguía ejerciendo presión en... Suficiente, debía bajarle a sus hormonas.

—¡Bien!—Marinette había logrado ponerlo nervioso. Como pretexto, se agachó para recogerlos y se los dio en la mano de forma brusca, sin siquiera mirarla. Seguro que estaba sonrojado hasta la médula. — Póntelos.

—La palabra mágica.

—Crucio—sonrió con ironía, pero al ver que a su compañera no le hizo gracia rectificó: —Por favor.

La parisina aguantó las ganas de emocionarse por la referencia a su saga favorita.

—¿Ves? No cuesta nada ser amable—se colocó los aretes— ¿Para qué son?

Adrien sólo se encogió de hombros y sus labios susurraron un calmado "Espera y verás."

Un hormigueo recorrió su cuerpo.

Una fina capa invisible, tan ligera como la escarcha, la cubrió de los pies a la cabeza. Alrededor de sus ojos, su cabello, sus dedos.

La magia que correteaba de un lado a otro golpeándola en el pecho o en las manos para poder salir de forma descontrolada, se había apaciguado. Su corazón dejó de latir a esa velocidad descomunal y pudo respirar con la confianza de que, al dar un paso, no aparecería en medio de una guerra mundial en alguna parte del mundo. Aquel nuevo amuleto le daba paz, una hermosa tranquilidad.

—Te ayudarán a controlarte, a tener más dominio. Incluso incrementan tu poder y te dan nuevas habilidades, ¿no es genial?

—¿Y tú por qué no llevas un par?— Adrien hizo un puchero cuando Marinette ignoró toda la información que le había dado.

—Yo—levantó la mano y la movió como en aquella canción de Beyoncé—tengo un anillo.

Because if you liked it

Then you should have put a ring on it...

Marinette empezó a reírse. Adrien también sonrió levemente. Pronto, los dos estallaron en carcajadas, como si aquella canción emanara del aire. Las tensiones se relajaron.

Casi como en aquellos futuros días...

—Me debes un favor, recuérdalo.

—Pues, gracias, Beyoncé.

—¡Ah, rayos! ¿Ahora me llamarás así?— ella se encogió de hombros con inocencia. De pronto, él ya no parecía tan odioso. Puede que incluso fuera otro humano normal sin tendencias a ser un semidiós. —Encontraré un apodo para ti y no te gustará.

Marinette le restó importancia. Estaba feliz, ya no más saltos azarosos en el tiempo. Era la primera vez que le dedicaba una sonrisa. Fue suficiente para que estuviera a punto de perder el control de sus acciones.

Metió las manos en los bolsillos de su pantalón, para evitar acercarse y atraerla a sus brazos. Se vería muy obvio.

Pero ella no parecía darse cuenta.

Nunca se daba cuenta.

—Ya lo veremos. —Le guiñó un ojo y se marchó con pequeños brincos de alegría. Sus rizos azulados se movían de un lado a otro, junto con la falda a cuadros. El rubio se aferraba a los recuerdos, a las visiones. Si aquellos flashbacks que tenía cada que cerraba los ojos, fueran ciertos...

Adrien se pasó la mano por el cabello. Mierda, estaba muy acalorado.

Necesitaba una ducha.

-OOO-

—Y luego de que fuera a la enfermería, ¿qué pasó con Chloé y la profesora?

Alya estaba a su lado, las dos estaban en su respectivo dormitorio. La morena apartó la vista de su libro y levantó ambas cejas, incrédula.

—¿Fuiste a la enfermería? —le preguntó, con modulada curiosidad.

—Sí, cuando Chloé por poco muere a causa de ese enorme libro...

—¿Qué la Queen B. casi muere? ¿Y por leer un libro? Joder, que sabía que era un poco tonta pero nunca creí que su cerebro no lo aguantaría... —Y luego, la chica de lentes comenzó a reírse.

Algo andaba diferente con Alya. Con todo el mundo.

— Eh, fui a la enfermería porque he tenido fallos en la memoria— Alya asintió, desinteresada — y me ayudaría mucho que me recordaras qué pasó el miércoles.

— ¿Te refieres al de la semana pasada? —parecía que la posibilidad inminente de que su compañera pudiera tener Alzheimer no era de motivo de preocuparse. Se quitó los anteojos y se talló los ojos, necesitaba un respiro.

Marinette la miró asombrada. Sus sospechas comenzaban a tomar más fuerza.

—No, me refiero ayer.

Alya sacudió la cabeza, sin poder creerse lo que estaba oyendo. Casi logró sonreír.

—Marinette ayer fue domingo, hoy es lunes. —Válgame, que aquella chica campirana sí era un poco rara.

— ¿Qué?

— ¿Quieres que vayamos por algo de comer? Te vendría bien, estás pálida. Bueno, tú eres pálida, — aclaró— pero ahora pareces un fantasma.

Adrien, la había hecho retroceder casi toda una semana entera.

¿Por qué?

—Sí, creo que tienes razón...

"Aquel mentiroso, primero hace que empiece a confiar en él y ahora... No debí seguir sus consejos. No, no, no."

Alya caminaba a su lado, meneando la cabeza al ritmo de la música que sonaba en sus audífonos. Marinette simplemente avanzaba con el ceño fruncido.

Como aquel gato de internet, con los grandes ojos azules entrecerrados y los bigotes encrespados. La parisina era la viva imagen del Grumpy Cat.

Nino, que estaba comiendo tranquilamente en una solitaria mesa en un rincón, dejó la cucharilla en el aire y las saludó con entusiasmo. Estaba rodeado de libros y papeles, en un desorden relajado. Aquel chico siempre tenía una hermosa sonrisa contagiosa, pero esta vez no fue suficiente para tranquilizar a la azabache.

— ¿Quieres que vayamos con Nino o necesitas tiempo a solas?— preguntó Alya, con paciencia. Marinette se encogió de hombros. Le daba igual. Su compañera basaba sus conversaciones en preguntas.

Sólo le dolía la cabeza de pensar que todo volvería a repetirse.

— ¿Qué tal?— una gran sonrisa iluminaba su rostro. El Dj, apartó su mochila y cuadernos para que ellas pudieran sentarse. La chica de anteojos sacó de su bolso un emparedado de queso.

—Todo estable, ¿y tú?—respondió Alya, por las dos. Sin embargo, al moreno no le pasó desapercibido el rostro tristón de su nueva amiga.

—¿Qué mosco te picó?— bromeó.

"Adrien nosésuapellido Beyoncé" pensó, sonriendo un poco ante su broma local.

—Ninguno... Eh, ¿qué tal el almuerzo?

—Regular, como siempre... —Nino jaló del suéter de Alya, ignorando por unos segundos a Marinette, que continuaba armando descabelladas teorías en su mente.

— ¿Qué?—inquirió.

—¡La nueva canción de The Space ya salió!— Alya sonrió. Marinette nunca la había visto sonreír de una forma tan sincera y entusiasmada.

—¡Genial! ¡Seguro que será número uno en las listas! ¡Cómo siempre! —Chocaron los puños. Su amiga renovó su interés.

—¿De qué canción hablaban? ¿The Space? —preguntó, escéptica.

—¿Vives debajo de una roca?— bromeó Nino, tomándole el pelo, como siempre.—¡Es el mejor grupo existente! Sus canciones son otra onda, otro mundo.

—Gracias a ese grupo Nino y yo nos volvimos amigos, ¿recuerdas?— terció Alya, aun sonriendo. — Probablemente, si no hubiera tenido aquel incidente, no hablaría con nadie aún...

—En resumen—concluyó Nino— The space es lo mejor que pudo habernos pasado, ¿o no, amiga?

—¡Pero claro que sí! — Marinette sonrió, mirando confundida como sus amigos intercambiaban nombres de canciones con tanto entusiasmo como lo harían unos niños pequeños al compartir dulces.

— ¿Te gustaría escuchar el álbum con nosotros?— la invitó Nino. Pero Alya le dedicó una mirada que suplicaba un: "Por favor, por favor, di que no". Marinette sonrió con picardía mientras un nuevo shipp surcaba por su mente.

—Tengo mucha tarea, Nino, tal vez luego.

El moreno la miró con los ojos entrecerrados.

—Vamos en el mismo salón, Marinette, y no tenemos tarea.

Alya soltó un gran suspiro. No fue la excusa más brillante.

—Pero, yo soy nueva—se apresuró la chica, con suficiencia— y tengo que ponerme al día.

—Vaya manera de salvar tal respuesta— bufó Nino.

Marinette se encogió de hombros, robándose una de las papas fritas a su amigo. Él relajó el gesto, le era imposible enojarse con ella.

Necesitaba una buena siesta. Pensándolo bien, siempre necesitaba dormir. La excusa que daba cada que la señora Dupain, su amada madre, la regañaba por dormir tanto, era que la adolescencia resultaba agotadora. Joder, ser adolescente era lo más cansado del mundo. Tanta presión, tantas nuevas responsabilidades... Definitivamente, esforzarse por ser como los demás esperaban que fueras acababa no solo con su autoestima, con su espíritu.

Y, en cierto punto, era verdad.

OOO

Londres, Inglaterra.

-1965.-

Con esfuerzo y dedicación, logró abrir un agradable despacho en un privilegiado edificio inglés con una larga trayectoria en la historia, un hecho que él más que nada, valoraba. Ahora, formaba parte de un gran bufete de abogados, una extensión de "The Law Society". Estaba orgulloso de él mismo, pues, siendo tan joven, había logrado lo que muchos no conseguían en varios años.

Colgó su diploma de "la ciudad de las agujas de ensueño", Oxford, en el centro de la pared.

Respiró profundo y se permitió sentirse superior a su hermano por primera vez en su vida. Algo que sus padres jamás le permitieron. No dejó que la melancolía lo invadiera, después de todo, ser el primero de la clase en graduarse era algo que celebrar, con o sin su familia apoyándolo. Apretó los puños, su padre ni siquiera se interesó en saber la fecha de la ceremonia, estaba demasiado ocupado practicando con su gemelo favorito como para ir a las aburridas ceremonias de los comunes. Y su madre había preferido ir al salón a que le arreglaran su largo cabello dorado, que a estar con su hijo durante el discurso. Claro, ellos no tenían la menor idea de lo competitivo que fue la universidad para poder quedar él por encima de todos sus compañeros, ni lo más difícil aun que fue ingresar sin referencias. Bien, ya no le importaba tanto, si el resto de la familia Blanchett prefería vivir en su burbuja de magia, estaba bien.

Se volvería un reconocido abogado a nivel nacional y olvidaría la inferioridad que el odioso narciso le implantó durante su juventud.

Estaba ansioso por empezar a laborar, tenía todo bien organizado en carpetas por orden alfabético y un brillante teléfono rojo en su escritorio, que utilizaría para recibir las llamadas de sus clientes.

Justo ese día, había empezado con las entrevistas para contratar a su futura secretaria. La idea le emocionaba, buscaba la excelencia.

Su ánimo fue decayendo con el paso de las horas. La mayoría de las aspirantes eran bastante hermosas, sí, pero ineficientes. Adolescentes con ropa ajustada que sólo sabían preparar café o té. No le agradaban las personas que no buscaban superarse a sí mismos. Necesitaba poder trabajar con el aguien, con la seguridad de que  podría pedirle ayuda si el caso se llegaba a complicar demasiado.

Sólo quedaban otras cuatro aspirantes. Bebió de su taza de chocolate caliente y se estiró en la silla. Leyó el nombre de la siguiente.

—¿Madeline Monnet?

Una chica, joven, cabello castaño, amplia sonrisa y gran portafolios rojo entró al despacho.

"Que no sea otra de aparador, por favor..." pensó, mientras tomaba asiento frente a él.

—¡Un gusto conocerlo, señor Blanchett!— se estrecharon las manos. – Traigo conmigo mi currículo y las referencias de trabajos previos, también traigo la boleta de calificaciones— hablaba muy rápido— primera de la clase de Cambridge. Me encantaría poder trabajar con usted, sé hablar diversos idiomas, mis padres son franceses pero me críe aquí y....

Él no sabía si sonreír o procesar todo. Simplemente, no sabía que pensar. Ella era como un torbellino de sonrisas y buenos deseos.

—¿Qué edad tiene, señorita Monnet?

—Tengo veintiuno, ¡pero espero que mi edad no sea un problema! Siempre he sido muy avanzada en la escuela y estoy dispuesta a demostrar la madurez que usted requiera para...

—No soy tan viejo, señorita, soy solo un año mayor que usted.

—¡Pe-perdón! Es sorprendente lo tanto que ha logrado siendo tan joven y yo espero lograr aprender...

—Ah, vale, vale, una pausa, por favor—aquella chica había conseguido sacarle una pequeña risa. Madeline se ruborizó mientras él leía rápidamente sus amplias recomendaciones. Impresionante, pero demasiado entusiasta para su gusto.

Dos minutos en silencio y eso fue todo. Le regresó el grueso folder con todos sus papeles. La sonrisa de Madeline se desvaneció.

—Te llamaré si te quedas con el puesto, ¿de acuerdo? – le dijo, con amabilidad. Pero la castaña ya había renunciado a esas posibilidades.

—Claro... Gracias por su tiempo.

Se levantó con inseguridad. Claro, fue demasiado desconsiderada, no lo había dejado hablar. Madeline no dejaba de reprenderse mentalmente por sus actos. Abrió la puerta, con ganas de golpearse contra ella.

—Señorita Madeline...— volteó a verlo. Esos ojos celestes del señor Blanchett eran...—, no se desanime, todavía no tengo nada decidido. Debo de pensar y reconsiderar todo.

Madeline le sonrió con timidez. Con esa sonrisa, tal vez no era necesario reconsiderar nada.

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