C18: Les passagers.
Al salir de la oficina, mientras la secretaria le deseaba unos amargos buenos días, tuvo una sensación extraña, agridulce. Sintió el miedo adueñarse de su garganta y aprisionar su cuello, como una cuerda invisible. Su corazón palpitaba al ritmo del reloj que se encontraba a la misma altura y comenzó a marearse. La cuerda apretaba cada vez más, como si haber concretado el pacto con el director fuera su perdición.
Siguió caminando hasta llegar al final del pasillo, intentando ignorar su paranoia, no quería iniciar a unir cabos sueltos donde no los había. Eran demasiadas responsabilidades, el dolor de cabeza se intensificó más. Comenzó a escuchar gritos desgarradores, no entendía como un grito humano podía llegar a ser tan desesperanzador. Definitivamente, no tenía tanta imaginación como para pensar siquiera en cómo podía alguien llegar a una situación así. Un embriagador olor a hierro y sangre mezclados le revolvió el estómago, se sentía agradecida de no haber tenido tiempo de desayunar, porque definitivamente habría vomitado todo.
Y, justo en el momento en el que sintió el jalón que la elevaba en el aire para otro brinco en el tiempo, dos pares de manos la sujetaron con fuerza hasta obligarla a regresar. Una parte de ella se encontraba sorprendida, no pensaba que eso fuera posible. Tal vez el director le estaba brindando protección, después de todo mencionó que era pieza clave para que todo volviera la normalidad. Las visiones y olores desaparecieron. Sus ojos luchaban por abrirse, pero no podía, se estaba recuperando. La llevaron cargando como a un saco de patatas hasta la parte trasera de las gradas del gimnasio vacío, nunca lo había pisado fuera del horario de clases. Probablemente se cansaba tanto con los viajes porque tenía una pésima condición física.
Siguió luchando por recuperar el control de su cuerpo un minuto más, un minuto eterno e insoportable donde todo estaba en penumbras, pero conforme los segundos corrían, podía escuchar con más claridad las voces de un puñado de adolescentes asustados. Se sintió un poco aliviada de no ser la única con problemas.
Cuando sus párpados dejaron de pesar como yunques se y acostumbró a la escasa luz, el rostro sonriente de un pelirrojo le dio la bienvenida con un cariñoso abrazo. Le correspondió aliviada, con mucha fuerza, se sintió muy tranquila. Era agradable verlo otra vez.
—Nathanaël, ¿qué...?
— ¿Hago aquí?— la interrumpió, riendo con nerviosismo— Ya sabes, lo de siempre, dando un paseo.
La chica lo observó con atención mientras se inclinaba con dulzura para acomodarle los mechones de cabello que se le habían escapado de su emblemática diadema de mariposa, que había diseñado antes de marcharse de casa. Marinette se fijó más en sus ojos, tan azules, tan transparentes.... Podía jurar que los había visto antes.
Escuchó un gruñido a sus espaldas, se separó del pelirrojo y rápidamente se encontró con la mirada molesta de Nino y Adrien, la mirada curiosa de Sabrina, la sonrisa tímida de Alya y la mano de un desconocido de cabello azul dándole unas palmaditas en la espalda. Todos estaban callados, observándola tan entretenidos como si estuvieran en un zoológico de criaturas exóticas. Meditó por un minuto antes de aproximarse al rubio, decidida.
—Lo que me dice Nath no me parece creíble— acusó, con las manos bien firmes en las caderas. –Tú me dijiste que no podíamos viajar al futuro y, aunque admito que Nath se ve como cualquier otro adolescente de la época, él no pertenece aquí.
—Es que... mira, hay una excepción en letras pequeñas, es un pequeño vació legal— explicó, ansioso. – Y de verdad no puedes ir al futuro. No al tuyo, por lo menos, así que muchos no le ven uso.
— ¿Qué quieres decir?
Adrien intercambió una mirada interrogante con el pelirrojo. Los demás sólo escuchaban atentos.
—Significa que debes estar muerto en el futuro al que quieras ir— suspiró Nath— y tampoco puedes ir en un futuro cercano, mínimo un siglo después y para ese entonces todas las personas a quienes quieres ya están muertas también.
Silencio otra vez. No dejaba de sorprenderse con las reglas de ese mundo. Pero, entonces, ¿cómo es que el director Gabriel había logrado llegar al futuro si su presente era relativamente cercano? No tenía sentido. El vacío legal estaba fuera de la razón.
—Déjame entenderlo, en teoría tú estás...
—Muerto, desde mil setecientos ochenta y nueve. – Se hizo un incómodo silencio, su voz salió inesperadamente aguda cuando añadió: — ¡Viva la revolución!
—Esto es ridículo— se giró a ver al resto de sus amigos, sus ojos estaban demasiado abiertos, tal vez ellos no deberían saberlo. — Obviamente es broma, no creerán que esto es real, ¿o sí?
—Marinette—Nino levantó la mano, como si estuvieran en un salón de clases— nosotros ya sabemos.
Se acomodó la gorra, nervioso. No podía ni mirarla a la cara, no se creía capaz. En ese momento, todos aquellos que no tenían el don estaban mirando al suelo como si tuviera escondido el secreto de la vida. Rubio y pelirrojo intercambiaron miradas de complicidad. Marinette se dejó caer al suelo y se plantó ahí, en completa negación. Todo se estaba volviendo muy complicado.
Al ver a sus amigos se cuestionó si ayudar al director era lo correcto.
¿Qué pasaría con ellos? ¿Sus vidas cambiarían? ¿Se conocerían? ¿Ella existiría?
—¿Es broma? —preguntó con una amplia sonrisa, que se borró de inmediato en cuanto vio que la azabache puso los ojos en blanco. Tal vez era verdad, tal vez no lo recordaba. Que doloroso era eso. —Soy Luka, soy tu amigo—explicó, con paciencia.
—Te ves amable y todo, pero yo no te conozco.
—Siempre estuvimos los cuatro, Marinette—dijo Alya, tratando de aclarar la situación. —Número par.
—Es cierto—confirmó Nino.
La de ojos celestes respiró profundamente. Lo que estaban diciendo no era más ni nada menos que la evidencia de que sí hacían una cosa o cambiaban otra se veían consecuencias. La llegada de Luka era la prueba que hacía falta. Hace unos días estaba jugando a los tres mosqueteros con sus dos amigos y ahora eran un cuarteto de cuerdas.
—¿Y tú? —se dirigió a Sabrina—¿Ahora eres nuestra amiga? ¿Dejaste a Chloé?
—No y no, quería respuestas y ya las tengo... La mayoría. Ahora soy parte de esto.
Marinette sintió alivio. Al menos sabía que en cualquier versión de la historia Sabrina y Chloé seguían siendo las mismas. Para ese momento, que algo fuera estable resultaba reconfortante.
—¿A qué le llamas "esto"? —Con cada pregunta, la frente de la colegiala se arrugaba un poco más.
—Ahora somos equipo—anunció Nino, orgulloso. —Y me refiero a los normales, no a la pareja de locos —Adrien suspiró al ver que se refería a él, aunque Nath se veía muy entretenido, extrañaba la compañía de otros adolescentes.
—¿No crees que necesitarán toda la ayuda posible? Al fin y al cabo, como has dicho, son n-o-r-m-a-l-e-s—Adrien hizo tanto énfasis en la palabra que sonó extraña. El moreno se acercó con actitud amenazante, sin embargo, el chico no retrocedió.
—Sigues siendo un arrogante insoportable—le guiñó un ojo, disfrutaba de sacarlo de sus casillas. Aunque Nino no lo supiera, Adrien había tratado de borrar la mayor parte de los malos recuerdos que el grupo elitista causó, casi con éxito.
—Vive con eso, amigo.
—¡NO SOY TU AMIG...!
—Sigo sin entender nada y, honestamente, ya me estoy cansando de sentirme una completa ignorante—Marinette se cruzó de brazos, con actitud demandante. No le importó interrumpir la frase de Nino. —¿Por qué tendríamos que formar un equipo? ¿Acaso hay alguien que quiere matarnos o una malvada bruja que planea envenenar a todos en la cena con manzanas o ruecas? ¿Acaso nos atraparán en una torre para usar nuestro poder a su gusto? Obviamente no, amigos... Y Sabrina, lo mejor sería que olvidaran que saben esto y vivieran felices, como yo lo era antes de llegar a este colegio maldito ¡Maldito! Empaquen las maletas y olviden que me conocen, al parecer sólo cargo problemas, ya no quiero ser responsable de las cosas malas que pasan—Su líder nata había salido a la luz, por desgracia, con una idea equivocada. Esa dulce Marinette del campo ya no existía. En su lugar había una renovada confianza que se hacía más intensa cada que tocaba sus aretes, que usaba de pretexto para decir lo que pensaba.
Tenía miedo de seguir alterando el presente ¿Y si ella había cambiado las cosas en su casa sin darse cuenta? ¿Y si impidió la llegada de su hermanito? Sus padres nunca la perdonarían, no toleraría decepcionarlos, no podría, ya los vio sufrir una vez, lo último que quería era seguir viendo cómo la vida los agarraba a bofetadas. O, ¿qué tal qué en cualquier realidad era hija única? Nunca lo sabría. Apretó los puños, conteniendo las ganas de gritar con todas sus fuerzas. Todas las miradas estaban clavadas en ella, atentos a sus palabras, digiriendo la dolorosa verdad. Al ver a todos ahí, a su alrededor, algo en su interior le decía que ese era el camino correcto, que no debía apartar a sus amigos, pero se negaba a seguir por esa ruta. Ya le había hecho caso una vez a esa voz en su interior y había terminado en aquel colegio. Ya no más.
—¿Acaso te estás escuchando? —Todos voltearon en dirección a Alya, que se ruborizó al sentir tanta atención sobre ella. Rápidamente recuperó la compostura y, detrás del cristal, miró fijamente a los ojos turquesas de la chica que llegó para cambiar las cosas. Reunió confianza, inhaló sus miedos y exhaló seguridad—Yo soy pesimista, pero tú no. Tú eres esa clase de chica que trae cambios y son buenos... Si intentas cambiar para mal todo se irá a la mierda. Nosotros incluidos. Y entiendo, realmente lo hago, que todo esto suena más que loco, imposible o fumado, como quieras decirle. Pero ya no es un juego y todo lo que hagamos puede alterar las cosas, depende de ustedes—señaló a los tres viajeros— mantener la normalidad a pesar de ser lo contrario al significado de la palabra.
—¿Qué significa "normal" para ti? —Marinette se había levantado, estaban frente a frente. Todavía recordaba el primer día de clases, la versión en donde Alya la había ignorado por completo, como si supiera que hablarle voltearía al mundo de cabeza. Y ahora ahí estaba, tratando de hacerla entrar en razón.
—Normal, es poder dar un paso y recordar que lo diste—intervino Nino, mirando de soslayo al rubio. —Es ir a la escuela y quejarse de los exámenes.
—Es preocuparse por tonterías, hacer bromas, hacer amigos.
—Es saber que lo que conoces no desaparecerá.
—Y, también, es volver a donde perteneces—suspiró Nathanaël, con la cabeza gacha. —Por eso, te ayudaremos.
—¿Ayudarme?
—No eres feliz así—habló Adrien en un tono de obviedad, como si le leyera la mente todo el tiempo, con esa profunda mirada boscosa que provocaba la perdición de cualquier mujer a la que mirara. —Nadie lo es.
El silencio fue suficiente para rectificar esa acusación. La colegiala se relajó un poco al no sentirse tan sola como creía. Miró las expresiones de sus compañeros, todas eran diferentes cuáles copos únicos de nieve que se funden los unos con los otros. Tenían miedo y el miedo siempre los mantenía alerta. El miedo se encargó de unirlos. Atentos y expectantes a los nuevos juegos que la vida les obligaría a jugar. Guardaron silencio por lo que pareció una eternidad, un silencio en donde las respiraciones dejaron de ser tan controladas y donde los suspiros que exhalaban una esperanza aumentaban de frecuencia.
Un aire dulzón comenzó a expandirse por encima de sus cabezas, emanaba de Marinette. En forma de un delgado hilo, tal nebulosa dorada se entrelazó entre los miembros del nuevo equipo, que parecían no darse cuenta del suceso. Era el destino escribiéndose justo frente a sus ojos.
Marinette abrió la boca, maravillada, pero fue incapaz de decir algo. Instintivamente miró a Adrien, quien siempre le daba respuestas, y le guiñó un ojo. Sus finos labios del color del melocotón se abrieron para susurrar un cómplice "déjate llevar". Tal vez era necesario empezar a seguir ese consejo de una vez por todas.
La neblina dorada del destino, que comenzaba a parecerse más a la cadena del reloj que colgaba de su cuello, estaba casi por terminar su recorrido invisible cuando una voz chillona interrumpió con él tan necesitado momento de paz. La burbuja se vio pinchada cuando la furiosa Chloé Bourgeois aterrizó en el círculo exigiendo una explicación. Nathanaël miró al techo con expresión fastidiada, al igual que el resto.
—¿Creen que soy estúpida? —Cruzó los brazos por encima del pecho y meneó la cintura con indignación. La falda diminuta se movió descontrolada por una fracción de segundo, junto con la brillante cabellera. Sus ojos helados lanzaban avalanchas de rabia y su boca se frunció en un rictus amargo. Tenía el aspecto de novia intensa que acaba de descubrir una infidelidad que le dejó un deseo profundo de venganza al verse marchitado su corazón. A pesar de todo eso Chloé seguía siendo muy bonita, Marinette no lo ponía en duda, pero lo de bonita lo tenía de pesada y odiosa al cuadrado.
—Pues...—dijo Alya, con una sonrisa traviesa. No sabía qué causaba más gracia, la expresión de la Bourgeois o el recién adquirido humor de la morena.
—¡A ti no te pregunté! —Azotó el tacón del zapato con fuerza, igual que un niño al hacer un berrinche. — Sabrina, Adrien... Creí que eran muchas cosas, menos traidores.
—Yo no te traicioné, Chloé—aclaró Sabrina, con rapidez y una temblorosa voz. —Lo prometo.
—Ah, ¿no? ¿Y el tablero de "investigación" que me señalaba a mí y a mi familia como principales sospechosos de tu burdo cuento de hadas?
Sabrina retrocedió unos pasos, intimidada. Para sorpresa de todos, Chloé no estaba gritando como le era costumbre, se trataba de un tema delicado así que lo mejor era no llamar la atención o descubrirían su escondite. Hablaba con rabia y fluidez, sí, pero no gritaba. El deseo de querer golpearlos a todos se transformó en decepción. Marinette fue testigo de cómo la cadena bailó por encima de ella antes de seguir su recorrido, para después ir y venir indecisa.
—Yo... Yo... —Sabrina se quitó los lentes, que se habían empañado. Sus ojos se volvieron más cristalinos. —Quería probar que tenía razón.
—Y claro que la tienes—todos contuvieron un grito de asombro al escuchar esas palabras—, pero no era conveniente que te enteraras.
—¿Tú ya lo sabías? —Chloé sonrió de forma sarcástica. El corazón de Brina palpitó con fuerza, sintiéndose avergonzada al creer que todo ese tiempo tuvo una ventaja sobre la Bourgeois. Pero no era así, la chica siempre iba dos pasos adelante.
—Pregúntale al rubio—comentó, cansada. —Mi hermano te puede aclarar todo, ¿no?
Los ojos de Marinette se abrieron al máximo. Tantas cosas de las que se venía enterando... Gabriel, el director, también era padre de Adrien. Su perspectiva cambió. Debió imaginárselo, tal vez era obvio. Y de todas formas la relación que mantenían esos dos no le daba buena espina, parecían todo menos hermanos. Su relación no era sana, era atroz.
Adrien se aclaró la garganta, mientras se ruborizaba ante sus ojos. Era la primera vez que rehuía ansioso de la mirada curiosa de Marinette.
—Chloé, ¿no crees que es mejor ir a clase? —sugirió, abrazándola por los hombros. La chica lo miró de mala gana.
—No hasta que forme parte del... —los recorrió a todos con una mirada despectiva, en especial sobre la azabache—, grupo de fenómenos.
—Ya quisieras tú pertenecer a ese grupo—espetó Nino, dando en el blanco— Porque se nota que te morirías por tener un poquito del poder que tiene tu hermano.
—Y me lo dices tú—caminó hasta acorralar al moreno. Alya apretó los puños. — Eres tan tonto que ni cuenta te das de que también tienes poder—levantó los brazos en señal de plegaria—¿Por qué la vida es tan injusta?
—¿Qué?
—También tú, Alyna.
—Soy Alya—corrigió, al borde de la paciencia.
—Como sea—ronroneó, meneándose sobre la punta sus zapatos de plataforma negra—Sí quieren que les explique van a necesitarme.
—No es cierto, estos dos—apuntó a Nath y Adrien—lo harán.
—¿En serio, Luka? ¿Crees que ellos lo saben todo? ¡Obvio no! Yo sé cosas, por años las he guardado. Tengo algo mejor que el dinero y es conocimiento. Así como mi traicionera amiga, yo llevo mi propia investigación.
—No tienes poder—le recordó Adrien, fastidiado.
—No, pero como ya dije... Soy algo así como una guardiana de secretos—admitió, orgullosa— Puedo oír lo que me plazca, ¿por qué creen que mi columna en la sección del periódico escolar siempre tiene noticias que ningún otro podría obtener?
—Precisamente por eso—intervino Marinette—¿Cómo esperas que confiemos en una chismosa?
—¿Y cómo esperas que confiemos en ti? —respondió, sonriendo más amplio—Todos nos conocemos desde hace años, tú eres la intrusa.
—Yo soy honesta.
—¿Ah, sí? —comenzó a caminar alrededor de ella, marcando territorio—¿Y por qué no les has mencionado lo que hablaste con mi padre en su oficina? —Lanzó la flecha al centro. Todos miraron a la azabache.
—Porque no fue importante—Las miradas regresaron a Chloé. Ella se alimentó de esa atención para reforzar sus acusaciones. Marinette mentía, aunque no sabía porque, pero sentía que hablar sobre lo del director Gabriel era un asunto delicado.
—Claro que lo fue, pueblerina—la abrazó por los hombros. Marinette se estremeció al tacto, tenía las manos heladas. — Él te mostró una parte de su pasado, te suplicó ayuda...—Sus ojos se encontraron, los de Chloé estaban oscuros, dilatados, como los de un tiburón que huele sangre, carecían de la chispa dorada de los suyos—: Hicieron un trato.
—¿Eso es verdad? —Dijo Adrien con urgencia, mirándola por primera vez a los ojos desde que salió de la oficina. Sus ojos ya no eran verdes. La arboleda había desaparecido y el océano turbio se apropió del bosque.
—Él necesita nuestra ayuda... Necesita de mí, yo puedo salvarlo—aseguró, viéndose en la necesidad de demostrar que no trataban con un enemigo. Alya y Nino intercambiaron una mirada de preocupación y Sabrina pasó saliva con incomodidad. Incluso Chloé se había ruborizado de repente, no sabía si por vergüenza o rabia. La mayoría de los presentes sabían lo extrañamente atraído que se sentía el director por la chica. —Créanme, sí hubieran visto lo que yo vi también estarían de su lado.
—Nena, tú sí que eres una ingenua, por no decirte ciega—soltó Chloé de sopetón. —¿No notas que siempre dice lo que quieres oír? Es su técnica infalible... La usó con mi madre luego de conocerla en el funeral de su primer marido, quien murió en un misterioso atraco a la alcaldía, la logró engatusar a tal punto que lo volvió parte del patrimonio Bourgeois. A ella la dejó en la ruina y cuando conoció a alguien más... —La abeja reina bajó la mirada, parpadeando para ocultar las lágrimas—se encargó de que yo ya no pudiera verla. La borró del mapa.
La cadena brillante terminó por envolverla también. La abeja reina se había unido a un juego sin instrucciones.
—Lo mismo pasó con mi madre—intervino Adrien, hablando con desprecio— Ella tenía dos hijos de un buen hombre que desapreció de la noche a la mañana en un accidente misterioso, obviamente el director aprovechó su debilidad y le prometió una vida mejor. En su lugar le dejó otro hijo y la volvió a abandonar, no fue capaz de reconocerme hasta que ella...—Su voz se perdió en el eco del gimnasio. Chloé se lanzó a sus brazos y el rubio no pudo evitar corresponder al abrazo. Marinette se mordió la lengua, incómoda de pronto. Alya lo notó.
"¿Celosa?" Le preguntó en silencio, con una intensa mirada de picardía que se acompañó de un movimiento de cejas, a lo que su amiga negó rotundamente con un ceño fruncido y las mejillas coloradas. Los dos rubios tenían un punto: No podía confíar ciegamente en Gabriel.
—Eeeeeeeeh, bueno—Nath carraspeó hasta que los rubios rompieron el abrazo. Luka se estremeció al ver la mirada rabiosa que Chloé le lanzó al pelirrojo cuando interrumpió el momento. El burgués levantó su reloj de bolsillo, cuyas manecillas corrían lentamente—Debo volver, la reina tiene una fiesta en media hora y debo estar presente.
—Y nosotros tenemos clase—murmuró Sabrina con tono de importancia, como si una clase de física pudiera compararse con una fiesta de gala.
Dicho esto, el pelirrojo realizó una elegante reverencia, le guiñó un ojo a Marinette y desapareció en un parpadeo. Nino aplaudió, pero fue Alya quién le dio un manotazo. La reunión se había dado por concluida.
Mientras poco a poco salían de las gradas para correr a sus respectivas clases, Adrien sujetó la mano de la azabache, retrasándose de los otros. Marinette se soltó sin muchas ganas.
—Marinette, yo planeaba decírtelo...—Adrien comenzó a enredarse con sus palabras, mientras la chica seguía caminando con firmeza.
—No me debes explicaciones, rubio—afirmó— ni siquiera somos amigos.
Adrien sonrió de medio lado, volviendo a detenerla. Ella seguía ruborizada.
—Suenas celosa.
—¡Ay, por favor! Ya hemos discutido demasiado y ya te he dicho que tú ego inflado elevará tu cuerpo hasta las nubes, nadie podrá bajarte de ahí y morirás por la presión de oxígeno. —Adrien casi ronroneó cuando Marinette lo miró con el ceño fruncido.
—Te queda bien la frustración, resalta tus facciones.
—Y tú tienes una sonrisita de gato bobo.
—Bueno, alguien debe ponerle un poco de humor a la rebelión ¿no crees?
Marinette suspiró. "Rebelión", una gran palabra que siempre iba acompañada de un cambio. En los libros un puñado de adolescentes sin experiencia conseguían salvar el día, ¿por qué ella debía ser la excepción?
Observó cómo sus compañeros se detenían para que los alcanzaran. Adrien y ella corrieron hasta quedar codo a codo. En silencio comenzó a enlistar sus cualidades. Le encantaba hacer listas, la tranquilizaba y ayudaba a ordenar sus pensamientos. Estaba el misterioso Luka, el valiente Nino, la astuta Alya, la intelectual Sabrina, la elocuente de Chloé y el indescifrable Adrien. Todos tenían carta de presentación con la cual defenderse.
Tocaron a la puerta del salón. Luka se había marchó a su respectiva clase. La profesora Bustier abrió a puerta, no se veía muy contenta de recibirlos.
—Ya llegó el grupo del cataclismo apocalíptico—anunció, de forma sarcástica. El resto de sus compañeros rio por lo bajo. —Siéntense antes de que dé aviso al director.
Los seis asintieron con prisas y trotaron hasta sus asientos. El tic tac del reloj de colgaba del cuello de Marinette comenzaba una cuenta regresiva, una especie de advertencia.
El tren de los problemas estaba saliendo de la estación y ellos eran los nuevos pasajeros.
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