C14: Nous parlons de l'avenir


C H A P I T R E 14: 

Nous parlons de l'avenir.

El colegio por la tarde cobraba tanta vida que casi parecía normal. Los estudiantes que ya habían terminado la jornada escolar paseaban por la escuela con sus amigos, disfrutaban de la calma de las instalaciones o trataban de vivir romances escolares. Los clubes de actividades extracurriculares estaban a reventar. La música trataba de derrumbar las puertas con una sutileza casi imperceptible.

¿Y qué estaba haciendo Luka? Espiando, en compañía de Alya y Nino, a la tal Sabrina Raincomprix.

—Ahí va de nuevo a la biblioteca—gruñó con aburrimiento.

—Pues vamos allá.

— ¿No deberíamos buscar a Marinette?— comenzó a jugar con las pulseras que se ceñían a sus muñecas, mientras Nino le robaba las palabras. Alya ajustó más sus binoculares, atenta al frente. Los dos chicos se notaban bastante aburridos.

—No, ya leíste su mensaje: Está en enfermería.

— ¡Precisamente por eso! Los amigos van a visitar a sus amigos cuando están mal...

—Ella no quería que fuéramos, ¿no sabes leer?— Alya comenzaba a alterarse, era como la mamá del equipo.

— ¡Cállense! No me dejan ni oír mis propios pensamientos.

Alya y Nino dejaron de discutir. Últimamente se percibía un extraño peso que colgaba encima de ese par, como una conversación que habían abandonado a la deriva y que lo posicionaba en el medio. Los momentos en los que se divertían eran contados comparados con las disputas diarias que empezaron desde que Nino admitió su interés por la chica de coletas. Luka también se había fijado en ella cuando recién llegó, pero fue lo suficientemente inteligente como para apartar esos sentimientos a tiempo y no arruinar al grupo con problemas como ese, en donde Alya por fin había liberado esos celos y donde Nino estaba más ciego que un gusano. Sabía perfectamente que esos dos eran el uno para el otro, sólo que no era el momento para que lo supieran.

Siguieron a la pelirroja y se instalaron en una mesa que les permitía ver con claridad desde su posición. La chica se veía emocionada y no contuvo dicho sentimiento cuando se encontró con un muchacho en la zona más recóndita de la biblioteca. Los tres amigos entrecerraron los ojos, nunca antes habían visto a ese muchacho.

— ¡Tengo información!—informó Sabrina, orgullosa. —Es sobre el señor Gabriel, el director.

— ¡Ulalá!—respondió el otro, interesado— ¿Y qué es?

—Al parecer, tiene una pequeña obsesión (por no decir otra cosa...) por Marinette, una de las estudiantes.

Los tres amigos contuvieron un grito ahogado. Nino fingió vomitarse, Luka puso más atención y Alya se estremeció.

El chico misterioso también se removió en su lugar, incómodo.

— ¿Y lo dices por qué...?

—Le da un trato peculiar—Brina se inclinó en un susurro—: Habla de ella incluso con sus hijos. O con Chloé, al menos.

—Es...

—Ya sé, muy poca cosa, pero eso no es lo único que quería decirte —Sabrina sonrió—porque de camino para acá escuché a Adrien hablando con un tal Nathanaël.

— ¿Quién es?

—No es estudiante de aquí, te lo aseguro. Pero esa no es la mejor parte...— Sabrina había comenzado a escribir a toda velocidad en su libreta— El día de hoy se confirman mis teorías.

—Anda, suéltalo zanahoria.

— Los relojes— señaló el propio— son mágicos.

Alya soltó una risita burlona, pero de los tres espías era la única que sonreía.

— ¿En qué aspecto?

—Cuando Adrien y ese chico tocaron los suyos desaparecieron ¡Como una teletransportación! Cómo...—Sabrina lo miró más atentamente. El muchacho se encogió de hombros con inocencia. — Como tú ¡TÚ! Tú lo sabías todo este tiempo y no me ayudaste.

—En mi defensa, no podía hacerlo... No puedo cambiar nada de aquí, amiga, no si quiero salvar mi pellejo. Tú debes descubrir todo, yo sólo te impulsé a hacerlo.

Luka y Nino miraron con renovado interés al posible viajero del tiempo sentado a unos cuantos metros. Resultaba increíble. Alya puso los ojos en blanco, no podía ser cierto.

—Entonces... Entonces es real—la ilusión de su voz resultaba esperanzadora, como quien espera una carta de aceptación de la universidad. Temblorosa, tocó su propio reloj y cerró los ojos, pero no ocurrió nada. El muchacho frente a ella soltó una falsa tos.

Esa ilusión de minutos atrás se volvió tristeza, como de quien lee un "Lo sentimos, no ha sido aceptado. Puede intentar el año siguiente"

—Es real, aunque no para todos.

Sabrina bajó la mirada. Llevaba años buscando respuestas con la esperanza de formar parte de ellas, pero no, era normal, era común. Tenía una increíble puerta frente a ella repleta de maravillas, pero nuca obtendría la llave. Sintió deseos de gritar, llorar, lanzar ese inútil reloj por la ventana...

— ¿Por qué? ¿Por qué yo no?

—Porque, para empezar, nada de esto debería existir—el chiquillo le dedicó una sonrisa de consuelo. Le enseñó su reloj, que había empezado a brillar con intensidad —O al menos, no de este modo. Siempre hay fallas, siempre se altera un poco el mundo... Y alguien debe terminar con esto.

Hubo una pausa, la suficiente para que el grupo de espías ordenara todas las pistas. Dejaron de oír la conversación de Sabrina y el muchacho para decidir qué hacer.

— ¿Saben qué? Chicos, esto se está volviendo una completa locura, no debimos seguirla, nosotros... Miren, Marty McFly, el protagonista de una de las películas más icónicas de nuestra niñez, lo había vivido por ser precisamente eso: Un personaje.

Alya había comenzado a retroceder, con el corazón en un puño. Había entrado en el famoso estado de la negación. Luka y Nino asintieron. Estaban analizando la situación, todo se estaba saliendo de control. Pero el hecho de que la magia fuera real daba la explicación a un montón de fenómenos que antes no tenían explicación. Y, cómo en todo, siempre habían dos lados: Uno bueno y uno malo. Los tres sacaron sus relojes. Alya lo llevaba como cinturón, Nino como llavero y Luka a modo de pulsera. Pero no se veían diferentes, se veían igual de normales que siempre.

—Brina mencionó que consideran a Marinette especial, eso significa que ella es clave de esto.

—Tenemos que hablar con ella...—Nino no alcanzó a terminar la frase. Había tanto silencio que se podía escuchar el sonido de sus corazones golpeteando con más intensidad. En ese momento llegó otro mensaje de Marinette.

"Ya terminé de hablar con Alix, ¿dónde andan?"

El improvisado grupo guardo silencio.

¿Debían ir y contarle todo de una vez o esperar?

Leyeron el mensaje por segunda vez. Intercambiaron miradas.

No respondieron.

Medio despierta y medio moribunda, Marinette se las arregló para convencer a la enfermera de que ya podía irse a su dormitorio en cuanto confirmó que el entrometido de Adrien ya no estaba vigilándola bajo los efectos del suero. Cuando despertó ya era bastante tarde, eso de las siete. Realmente le impresionaba el hecho de que el rubio hubiera insistido tanto en quedarse, aunque tenía lógica suficiente porque ella era capaz de terminar en la prehistoria sin saber cómo volver. Agarró sus cosas, colocadas sin delicadeza encima de una fría charola metálica, con un objetivo en mente. No creía que el colegio tuviera un buen personal, y confirmó sus teorías en cuanto la enfermera le dio el pase de salida sin rechistar, acompañado de una falsa sonrisa que trataba de ocultar su evidente espanto al verla brillar como una piñata bajo la luz de la luna.

Tal vez daba la suficiente lástima como para convencerla, porque definitivamente seguía destilando destellos hasta por el trasero, pero ella no era nadie para saberlo ni Marinette alguien para contarlo.

El suero que Adrien le suministró era similar a lo que se podía imaginar de la morfina, pero mucho más sutil; adormeció sus dedos y la lengua hasta darle una buena dosis de risas y ahora mismo hablaba como un oso de caricatura que se golpeó contra un tronco hasta no sentir los músculos del rostro. Bien podría publicar sus síntomas en algún sitio web de medicina para que la mandaran al manicomio por parte de los doctores egresados de Harvard.

Se las arregló para llegar a su habitación apenas tropezando un poco con las columnas que decoraban los pasillos. Estaba segura de que había dejado un largo camino de diamantina anunciando su senda. Se quitó el estorboso uniforme y, todavía en un limbo, se observó atentamente en el espejo. Adrien tenía razón, verla era hipnótico, como si su piel fuera un manto estrellado que se preparaba para la llegada de un nuevo día.

¿Cómo demonios podría ir a ver a Alix así?

Miró su reloj, aquel que tantos problemas le causaban y comprobó que tenía como mucho media hora antes de que llegara Alya y la viera. Sacudió los brazos y un poco de su diamantina particular se añadió a su colcha azul pastel.

Cuando tenía seis años sus padres solían regañarla diariamente por no lavarse los dientes. Para ser honestos, le daba mucha flojera hacerlo. Ni siquiera alcanzaba a mirarse en el espejo ni el lavabo, pues era muy pequeña. Así que prefería cenar un buen plato de su cereal favorito e irse directito a la cama.

Sus padres no tardaron en darse cuenta de aquella falta de disciplina luego de su primera visita al dentista, que le detectó varias caries prematuras. Al llegar a casa le dijeron que sí continuaba sin lavarse los dientes le quitarían sus juguetes favoritos. Así que se las ingenió para engañarlos.

Únicamente hacía falta encerrarse unos minutos en el baño, mientras se lavaba el rostro, y humedecía el cepillo de dientes para que sus padres, al buscar evidencia, lo encontraran mojado. Fue muy astuta, pues esa práctica funcionó hasta la siguiente visita con el dentista luego de seis meses. Había encontrado un modo de burlar a la autoridad, autoridades que resultaban ser adultos y no adultos cualesquiera, se trataba de sus padres. Encontró una (mala) solución a sus problemas, ni siquiera sabía porque pero estaba dispuesta a seguir defendiendo su causa a toda costa, aunque no fuera lo más conveniente para su propia salud. Se había engañado a sí misma para hacerse creer que hacía lo correcto... Hasta que creció y se dio cuenta que invertir un poco más de tiempo en cosas que no parecían valer la pena daban buenos resultados.

Quien la viera sin dudas la votaría para ser la chica de "Mejor sonrisa" del anuario escolar (título que, en efecto, ganó en su viejo colegio), sin imaginarse los años turbios en donde había pasado por toneladas de tratamientos dentales en busca de reparar el mal que se había hecho, además del uso de aparatos que la hicieron obtener el apodo de "Metállica" igual al grupo musical.

Había superado todo aquello, había dejado de mentirse a ella y sus padres, había conseguido sentirse mejor con ella misma hasta formar esa determinación y seguridad. Total, de los errores se aprendía y de las mentiras más.

Pero aquella chica del espejo no se parecía en nada a ella. Y el brillo que la empapaba no tenía nada que ver. Sonrió un poco, siempre que pasaban esa clase de cosas corría a refugiarse en su dormitorio y se la pasaba pensando sobre sus errores. Tal vez era hora de dejar de preocuparse y ocuparse.

Ya llevaba un periodo engañándose sobre qué todo estaba bien, aunque esa mirada, asustada y afligida que amenazaba con desbordarse, la contradecía. Se veía frágil, incluso ausente. No veía momento en el que pudiera irse de aquel lugar para volver a la tranquilidad de siempre. Su corazón no había dejado de bombear a toda prisa desde que cruzó el umbral de la entrada, con dos gárgolas guardianas como únicos testigos de su metamorfosis: Mariposa brillante y libre a oruga que se perdía entre la masa del follaje arbóreo hasta desaparecer.

Los viajes en el tiempo se habían vuelto las caries de su vida. Agujeros que aparecían lentamente de un momento a otro, ensombreciendo aquel espacio y succionando un pedacito de su vida. No encontraba un modo de tapar esas caries y dudaba mucho de que la respuesta le fuera a caer del cielo.

Recordó la promesa de Alix, las respuestas se acercaban, pero no estaba segura de querer oírlas.

Decidió qué tal vez era buen momento de llamar a sus padres, tal vez la extrañaban tanto como ellos y podría sincerarse respecto a lo sola que se sentía por ratos. Pediría consejos y estaría dispuesta a escuchar sus sermones. Estornudó varias veces seguidas en lo que sonaba el timbre de llamada antes de ser enviada a buzón. Volvió a llamar ¿Y si ellos no querían hablarle? ¿Y si estaban más felices en casa sin ella? ¿Y si...?

"¿Marinette?"

— ¡Mamá, hola! —al otro lado de la línea se escuchaba de fondo el típico y adictivo sonido del funcionamiento de la maquinaria de la panadería. El cálido lugar que en invierno resultaba lo mismo que darse una ducha en chocolate caliente y que en verano se volvía él sauna perfecto para después darse una placentera escapada al lago de aguas frías. Marinette suspiró, mientras sus recuerdos se amontonaban uno sobre otro.

"Mi niña, ¿cómo va todo?"

La azabache se pensó su respuesta, al final se encogió de hombros y varios brillos aterrizaron en la colcha blanca. Seguía viéndose como si se hubiera puesto todos los iluminadores de Sephora.

— Todo va, nada más.

Hubo una pausa, los pasos de su madre se oían distantes. Andaba de aquí para acá cocinando. Probablemente su padre estaba atendiendo el mostrador.

"Tú padre y yo estamos muy contentos con tus calificaciones."

El hecho de que su madre no hubiera indagado más en cómo estaba le parecía extraño. Sabine era una experta para adivinar si estaba mal aunque dijera lo contrario y se aseguraba de hacerla sentir mejor. Al menos, así había sido antes de que ella entrara al colegio.

—Me alegro mucho, fue un poco difícil adaptarse...

"Perteneces ahí, Marinette, es tu lugar."

—No lo creo así, mamá, no me siento...

"Claro que sí, tú llegaste ahí por una razón y es por tu propio bien, te lo digo yo."

— ¿Eso crees?

"Totalmente, confía en mí—ruidos, pisadas, la voz de su padre llamando a su esposa— Debo irme, cariño, han llegado unos clientes que desean una cotización para un pastel de bodas... Te queremos."

Que la cortaran así fue como recibir un puñetazo de rechazo, sin embargo, lo entendía, eran cuestiones de negocios, no personales. Se las arregló para responder, haciendo todo lo posible por respirar de manera calmada.

—Yo los quiero más, mamá.

Sabine ya había colgado. Sus ojos se nublaron por las lágrimas inminentes. Estornudó, cerró los ojos con fuerza...

— ¡Que largo día!— Marinette pegó el grito al cielo cuando, al parpadear, la chiquilla de su primer día de clases apareció sentada en la cama de Alya, con la cabeza colgando por el borde de la cama y los pies recargados en la pared. El largo cabello rojo se esparcía por la alfombra como la mancha de un crimen. La niña le regaló una amplia sonrisa. – Perdón, no tenía la intención de asustarte.

Las luces de la habitación comenzaron a parpadear y las velas aromáticas de  Alya se apagaron de un soplo.

— ¡Ah, carajo!— se llevó la mano al pecho, para cubrirse y agarró con la otra la blusa de su escuela para taparse el resto del cuerpo, la niña sólo levantó las cejas. Se limpió las lágrimas que habían resbalado por su rostro – Por poco me da un infarto.

—Me di cuenta, te pusiste igual de roja que mi cabello— Marinette se mordió el labio mientras ella se reía. — Te queda bien el dorado, pero por el tono de tus ojos yo usaría brillos plateados, ¿no crees?

—No me gustan tus visitas, la última vez las cosas salieron mal.

—Me di cuenta, te puse nerviosa y me disculpo por eso.

— ¿Tú? ¿Disculpándote? –Preguntó, con un tono escéptico. — Te recordaba un poco más irritante y menos amable.

—Meh, aprendí mi lección.

—Por lo visto no, porque volviste.

La niña aplaudió mientras se enderezaba y cambiaba de posición.

—Tus observaciones son acertadas. Pero me criaron dos personas que siempre lucharon por hacer oír sus voces. Mi padre ayudaba a los demás, mi mamá también tenía ese deseo de justicia. Juntos trataron de darle voz a los inaudibles. Así que ni modo, les salió el tiro por la culata porque voy a hacer algo para hacerme oír.

— ¿Y qué tienes que decir?

—Mira, estamos hablando del futuro... —Por primera vez, la sonrisa de la pelirroja tembló al verle. Meció sus pies, iba vestida como una típica niña de los ochentas— Y significa que debes luchar. No sabes todavía para qué, ni por qué... Pero cuando se te presente la oportunidad debes tomarla.

—Sigo sin entenderte...

—Marinette— se acercó hasta poder tomarle las manos, estaba temblando. La azabache creía que no podía tocarla, la había tachado de fantasma todo este tiempo. Pero era corpórea y sus enormes ojos azules expresaban una tonelada de deseos. Se le hacía familiar, pero no sabía de dónde. — Debes prometerme que harás lo posible por obtener la verdad.

— ¿Qué verdad?

—Es algo muy largo de explicar...— Marinette apretó con más fuerza sus manos, tan cálidas y suaves. Le transmitieron paz. Unos cuantos polvillos dorados se pegaron al vestuario de la niña— Y no puedo darte las respuestas, yo...— soltó un gran suspiro— No sé, ¿te gustaría verme otra vez algún día? ¿Te gustaría darme un futuro?

—Sí— aseguró, con honestidad. De pronto, ya no quería que esa niñita odiosa se fuera.

—Entonces busca justicia, no sólo por mí, piensa en tu familia, en tus amigos, en la vida que merece mejorar.

—No te entiendo.

—Lo harás, créeme.

Marinette volvió a estornudar. La niña desapareció.


>>Londres, 1969<<

—Entonces, agente Wilde, ¿cree que sea conveniente que yo me vaya de aquí?

El agente asintió, mientras Madeleine continuaba preparando su equipaje, no muy segura de que fuera lo correcto. Ya era enero, por el invierno comenzaba a calmar sus aguas. Eso significaba que ya iban tres meses desde que habían acusado a su jefe del crimen que cometió su hermano.

—Ya sabe que usted está en riesgo, si la trasladamos de ubicación podríamos empezar la investigación sobre la persona de la nota y sobre el asesinato, ya que parecen estar relacionados.

—Es que yo ya le dije quien escribió la nota. Es un amigo— aseguró.

—No le creo, si así fuera me daría el nombre. Me parece que usted está encubriendo a alguien— la acusó, de brazos cruzados. Maddy desvió la mirada, el oficial estaba en lo correcto. Pero, en su defensa, el corazón no decide de quien enamorarse y ella haría lo posible por mantener todo en calma hasta que le fuera posible averiguar si el amor que ella sentía también era bilateral. – Y sabe que es verdad.

— ¿Qué quiere que le diga? No me creerá de todos modos quien es el inocente y quién no.

—Puede que de buenas a primeras no, porque soy un hombre de evidencias, pero si cooperara un poco todo sería más fácil y el inocente se salvaría, ¿no lo cree? – Maddy lo examinó con atención. Sus ojos eran confiables y eran iguales a los de su amado... Mismo color, misma honestidad, misma chispa. El oficial tenía razón, no estaba ayudando a dar con la verdad.

—Entonces, ¿cree que si me voy a París con usted las cosas mejorarán?

—La familia Blanchett se trasladó a la capital de Francia y como sabe nuestros principales sospechosos son los dos hijos de ese matrimonio. Los gemelos...

—Sí, esos mismos. Uno es inocente, oficial, de verdad, persiguen al equivocado.

—Espero que tenga razón, señorita Monnet— El oficial sonrió con timidez, tenía una sonrisa agradable— porque muchas veces los sentimientos nos nublan el juicio.

—Le prometo que no permitiré que sea así, de verdad. También me gusta que los malos reciban su merecido castigo— La sonrisa que le regaló se mostró frágil, sin embargo esa chispa destellante de sus ojos revelaba audacia.

—Bien, porque nuestro avión nos espera para la media noche. Desde este momento estoy en la obligación de protegerla a todas horas, espero que no le moleste.

—Háblame de tú, si es así como lo dice entonces pasaremos mucho tiempo juntos. — Maddy le extendió la mano a su nuevo camarada, el oficial abrió mucho esos ojos acuosos. Wilde apretó su mano con suavidad, temiendo lastimarla.

De acuerdo, Madeleine.

El apretón duró más de lo esperado. Incomodos, los dos rieron con nerviosismo.

—Será mejor que te espere a fuera— dijo el oficial, mirando a sus zapatos.

—Sí, sí, yo... Eh, seguiré empacando.

Volvieron a mirarse fijamente antes de que la puerta se cerrara detrás del pelirrojo. Maddy suspiró. El viaje traería cosas buenas, trataba de convencerse de eso. Se alejaría de todo lo que conocía para obtener un futuro mejor. Siempre había querido visitar París... Sólo que de la mano de su amado jefe y no acompañada de un oficial de policía. Los giros de la vida no dejaban de sorprenderla.

"Tal vez sólo me verá siempre como su fiel secretaria, pero no me importa... Tu nombre saldrá limpio" pensó, apretando la nota de advertencia contra su pecho. Continuó empacando con más entusiasmo.

A lo lejos, en algún callejón solitario de Londres, el reloj que le había otorgado antes de que él escapara comenzó a brillar al ritmo de sus latidos, iluminando el sucio contenedor.

El hombre apretó el reloj, mirando el sombrío cielo índigo, con la esperanza de que Madeleine lograra encontrarlo algún día.

Y, justo con la llegada de ese rayo de esperanzas, un ruido aparatoso acaparó su atención. Conocía a la perfección la silueta que se acercaba a él, porque era un reflejo de la suya. La sonrisa ladeada de su hermano y su característico hoyuelo le dio un frío saludo.

—Hasta que al fin te encuentro. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top