C12: Briller.
>>C H A P I T R E 1 2: B R I L L E R.<<
París, Francia.
Actualidad.
El día se había tornado brutalmente aburrido. Había conseguido librarse de Chloé y los demás y ahora estaba en la tranquilidad de una de las muchas aulas abandonadas de la escuela. La conocía como a la palma de su mano y aprendió los atajos y pasadizos en un abrir y cerrar de ojos. Cuando no andaba tramando planes vengativos o viajando de un lado a otro en busca de respuestas, le gustaba relajarse leyendo o pintando. Antes no apreciaba la maravilla del arte, prefería los deportes rudos, pero ya muchas cosas habían cambiado, tantas que a veces olvidaba quien era. Llevaba consigo la caja de pinturas y los lienzos, podía pasarse horas ahí, escuchando música para relajarse...
Por desgracia, la paz no duraba eternamente.
Casi perfora el lienzo con el pincel cuando lo vio aparecerse a mitad de pasillo con ese odioso airecito de príncipe. No lo había visto, por lo que le dio la oportunidad perfecta de escabullirse y tratar de esconderse hasta que aquel pretencioso se fuera de regreso, no quería hablar con él ni saber porque demonios había regresado a ese tiempo específicamente.
Caminaba lo más normal que podía y lo más rápido, dio una vuelta rápida por los casilleros y chocó con la adormecida Marinette Dupain. Tendrá que evitar a toda costa que esos dos se toparan. No era el mejor de los momentos y para la chica tampoco.
En ese momento, ella sólo quería meter la cabeza en un balde de agua y dormir hasta morirse ahogada o simplemente morir en un eterno sueño, como La Bella Durmiente. Arrastrando los pies y sin inmutarse con cada recuerdo que llegaba tras un estornudo, abrió la puerta de su casillero y aventó los libros en un gran estruendo. Ya ni siquiera le daba importancia a las voces que martilleaban en sus oídos. Llegó a la conclusión de que era esquizofrénica. Dejaría de jugar a la detective, al carajo.
— ¡Dupain!— Marinette contó hasta diez, antes de girarse para hablar con el sonriente rubio frente a ella. La sonrisa se desvaneció en cuanto la vio. –Cielos, te ves terrible.
— ¡Gracias, señor perfección!— exclamó, limpiándose la nariz— ¿Te parece lindo decirle eso a una chica?
—Sólo soy honesto— se defendió—, y parece que te pasó un tráiler por encima.
—Se llama resfriado, cerebrito. Y si me disculpas, debo ir a clase...— Adrien la detuvo. Marinette ni siquiera intentó apartarlo, estaba cansada de pelear. Sólo agradecía que Nino no la hubiera visto así o la habría bombardeado de preguntas que ella no sabría responder. El resfriado la había atacado tan repentinamente como una flecha de un cúpido vengativo.
—Deberías ir a la enfermería— le dijo, con preocupación. La azabache río con torpeza. Adrien hasta olvidó al patético intento de principito que se andaba paseando por la escuela.
— ¡Estoooy bien!— Adrien la sujetó por los hombros y examinó con atención su rostro. Lo primero que hizo, fue corroborar que llevaba puesto los aretes y el costoso reloj. Unas peculiares ojeras rojas rodeaban los orbes azules y sus labios se veían amoratados. Además, su piel quemaba con el tacto y tenía pequeños brillos dorados por todo el cabello y en la ropa — ¿Por qué me miras así? – preguntó, entre risas nerviosas. La postura defensiva se había desvanecido. – Es como si nunca antes me hubieras visto.
—No es un resfriado normal— gruñó el rubio—, parece que Tinker Bell o Edward Cullen te cagaron encima.
— ¡Genial! Un diamante en bruto es mi resplandor...—tarareó— Las hadas son bonitas... Edward no, pero es ardieeente— balbuceó—, siempre lo preferí a él. Los hombres lobo no me van... Bueno, en realidad esa saga no me gusta en lo absoluto, pero bueno, ¡que vivan los vampiros! – Se acercó a Adrien, quien no la apartó. — Tienes nariz de cerdito, como Chloé— Marinette volvió a reírse—, pero a ti no se te ve tan mal. Aunque tú no me caes bien, creo que tienes un problema con tu ego, y eso arruina el espectacular trasero que te cargas...— Adrien le cubrió la boca, no toleraba seguir escuchándola, por mucho que quisiera saber que pensaba de él. Conocía perfecto los síntomas del resfriado mágico y aunque no era igual que el de los hechiceros, el de los viajeros podía ser igual de embarazoso.
Estaba tan concentrado recordar la cura, que solo sintió los dientes de Marinette enterrarse en sus dedos. Agradeció que el pasillo estuviera vacío.
— ¡IUUUUGH!— chilló la azabache—. Tu mano sabe a sal, seguro estaba sucia. No quiero que me digas que tenía, ya me imagino lo solo que debes de sentirte y a lo que recurres.
— ¿Qué rayos...?— salían pequeñas gotitas de sangre. Adrien la miró con indignación, respiró hondo y se armó de paciencia. – Dime, Marinette, ¿estabas así en la mañana?
— ¡No! Incluso estuve en el invernadero con Nino...— Una sonrisa ausente se dibujó en su rostro, que comenzaba a tener más brillos que simulaban pecas. Igual que varicela, pero más glamurosa. Adrien frunció los labios en cuanto escuchó el nombre del moreno— Empeoré hace media hora y siento que no puedo detener la verdad que brota de mi boca cual presa descompuesta, maldita sea, extraño mi casa. Y ahora estoy irreverente e irracional. Me gusta el sonido de la doble "r" es como un ronroneo.
—Sí, a mí también— la cogió de la mano, Marinette la sacudió con disgusto. Adrien volvió a tomarla. Marinette le dio un manotazo. — ¡Oye!
—Estoy vulnerable— sollozó—, y no puedo creer que trates de aprovecharte de esto.
— ¡Carajo, Marinette!— Adrien volvió a tomarla por sorpresa— Yo nunca me aprovecharía de ti.
Tal vez fue el tono con el que habló o la sinceridad de aquellos ojos color verde moco, o que su cabello parecía estar peinado como El padrino, o que la había llamado por su nombre sin usar ese acento falso de sofisticación, para Marinette todo era demasiado confuso en ese momento, pero le creía. No estaba para metáforas rimbombantes.
Todavía le costaba creer que estuvieran hablando como viejos compinches.
Ja, "pinche" era una grosería en otro país, aunque no lograba recordar cual.
—Está bien— susurró, obediente. Adrien la soltó lentamente.
—Tienes que acompañarme, pero prométeme que no gritarás. – Marinette se colocó un cierre imaginario. –Genial.
Adrien volvió a intentar tomarla de la mano, pero la azabache lo evitó con una agilidad extraordinaria. El rubio ya ni siquiera suspiró. Ya moría de ganas de ver como Marinette perdía el control total del equilibrio y la proporción espacial
—Si vuelves a intentar tomar mi mano, rubiecito, voy a morderte más fuerte que antes y te conocerán como el chico de los cuatro dedos. — Sus ojos estaban envueltos en polvillo dorado, creando una imagen hipnótica y digna de una fotografía. Pequeñas estrellas se prendían y apagaban aleatoriamente. Marinette se percató de que Adrien ni siquiera parpadeaba al verla. — Me das miedo.
—Deberías verte, tú sí que das miedo... Aunque, hace mucho que no veo a uno de los nuestros enfermo, siempre es una tragedia encantadora, ¿puedo tomarte una...?
— ¡Deja de mirarme!— lo empujó con el hombro, avergonzada. Estaba segura de que podría ponerse en el lugar de alguna bola de discoteca y nadie notaría la diferencia.
—Si tú estuvieras en mi lugar, tampoco podrías apartar la mirada... Porque brillas y brillas tan lindo.... —Canturreó, alegremente. Marinette no supo como responder.
—Claro que sí, yo jamás voltearía a verte por voluntad propia. — Marinette mentía, pero Adrien no tenía por qué saberlo. –Y ahórrate, por favor, alguna respuesta altanera.
—Como diga la señorita— la azabache sonrió, Adrien también. La tensión no se había marchado, pero sí se había aligerado — Oye, ¿y no te interesa saber porque es tan importante que vayas a la enfermería? Porque brillar no es lo suficientemente válido.
—Da igual, puedes dar una cátedra si quieres, no oiré la mitad de lo que dices.
—Nuestro resfriado puede hacernos vagar de forma involuntaria a lo largo del tiempo— ella le quitó importancia con la mano, eso no era ninguna novedad— con la excepción de que no podemos regresar en periodos prolongados.
— ¿O sea...?
—Te puedes quedar estancada en esa época hasta que tu resfriado se vaya.
— ¿Y cuánto dura esto?
—Semanas, meses, años... Por tu expresión deduzco que no imaginabas que fuera tan importante.
— ¿Años? ¡No quiero quedarme para siempre en la época de la Segunda Guerra Mundial! ¡O que me asesinen por brujería en el siglo dieciocho!
—No creí que eso te fuera a afectar, después de todo y por lo que tengo entendido, tú ya llevas viajando a la deriva desde que llegaste.
—Tú me mentiste, me habías dicho que con los aretes todo se solucionaría y tendría control de mi misma, ¡pero...Oh, desgraciado! Todo empeoró.
— ¡Oye! No culpes a los aretes, seguro fue tu culpa enfermarte por no cuidarte correctamente. No eres invencible; el frío, el calor y las diversas enfermedades de las épocas a las que has viajado también te afectan, ¿acaso tu mamá –pasó saliva con dificultad, mientras recordaba como era su respectiva mamá con él cuando era pequeño—nunca te dijo que llevaras suéter y que no hablaras con extraños?
—En este momento suenas igual a ella.
—Es un don.
Siguieron avanzando. El camino a la enfermería era más largo de lo que parecía en el mapa que tenía descargado en su celular. Un verdadero laberinto.
Observó sus manos, cubiertas hasta las cutículas de destellos dorados, simulando guantes como los que usaba Michael Jackson. Su cabello comenzaba a verse más azul de lo usual, similar al de Coraline Jones. Comenzaba a comparar todo lo que se le cruzaba en el camino.
Casi podía escanear los objetos que decoraban la escuela. Fechas y datos se amontonaban encima de las piezas, que brillaban en tonalidades rojizas con pequeñas motas negras cada que ella les prestaba atención. Una especie de Wikipedia andante ¿También funcionaría esa visión en los exámenes? Se volvería la mejor de la clase...
—Es pasajero.
Adrien ni siquiera la miró cuando rompió el silencio, seguía con la vista al frente.
— ¿El qué?
—Lo que ves, no durará.
— ¿Tú lo ves?
—En este momento... Nah, pero es mejor así. Hay cosas que no se tienen que saber. Nunca es bueno tener tanto conocimiento, las personas serían más peligrosas de lo que ya son. Roban lo que consideran valioso y luego se les vuelve una costumbre. – Adrien se estiró y movió el cuello, relajando los músculos. Tocó su anillo, que se había vuelto oscuro repentinamente. –Destruyen cosas.
—Me gusta creer que yo puedo arreglarlo— musitó Marinette.
—Tal vez puedas.
Al fondo del pasillo se encontraba la puerta abierta de la enfermería. Una pequeña instancia de paredes y techos blancos, unas pocas sillas rusticas y camillas. Marinette se apresuró a tomar asiento, comenzaba a sentir nauseas. Adrien se recargó en la puerta, mirando el reloj colgado encima del escritorio.
—Parece que la enfermera no está— observó Adrien—, es su hora de su almuerzo.
— ¿Y no podríamos ir al futuro? Ya sabes, a la hora que ella vuelva, en lugar de esperar.
—No sé quién sea tu mentor, pero no podemos ir al futuro. Sólo al pasado y al presente.
— ¿Y por qué? ¿No es más emocionante saber lo que pasará mañana?
—Si viajas al pasado, el presente se vuelve el mañana. No necesitamos más.
— ¿No te gustaría ver si en el futuro tendrás familia? ¿Si ganarás la lotería...? ¿Si estarás vivo o muerto?
—Estoy seguro de que en algún momento moriré, y si hoy en día no tengo familia, pero me sobra el dinero, ¿qué hay de diferencia entre el futuro y el ahora?
— ¿No tienes familia?— Marinette se acomodó en el asiento, mirándolo con inquietud.
—Claro que la tengo— siseó el rubio, de repente a la defensiva—, pero eso no significa que los quiera.
—Pues yo amo a mi familia— comentó la chica, recordando el cálido sentimiento que la recorría cada que pasaba tiempo junto a sus padres. No tenía hermanos, pero no le importaba, los tres eran todo lo que necesitaban. – Es realmente triste que tú digas eso de la gente que te cuidó.
—Yo tengo entendido que tener una familia es tener alguien que cuide de ti a pesar de todo, no alguien que solo te llena la cuenta del banco. Así que puedo decir lo que yo quiera sobre mi familia y mi "triste" vida, al fin de cuentas a ti yo te importo una mierda, ¿verdad?
— ¡Oye! Eso no es verdad, tú no sabes cómo te veo yo.
—Créeme que no hace falta, Marinette, tu expresión lo dice todo...
Marinette lo frenó en seco y Adrien la miró de mala gana.
—No vas a poner palabras en mi boca que yo nunca he dicho, ¿entiendes? Puede que seas un poco odioso, engreído y orgulloso, pero no eres una mierda... Hasta el momento no y lo digo en base a lo que yo he vivido contigo, ya sea voluntario o no. Los demás vivieron cosas contigo, les hiciste daño, pero (y por mucho que duela admitirlo) a mí no me has hecho nada, al contrario, has tratado de ayudarme, justo como en este momento, así que por un momento y porque la cabeza me explotará, cállate.
Adrien no lo dudó ni dos veces. La situación se había tornado un tanto incomoda, sus voces seguían en el aire, por el eco que causaban los altos techos. Marinette empezó a bostezar. Todavía le costaba trabajo creer que siempre que se metía en problemas era Adrien el primero que aparecía para ayudarla.
Sus parpados, igual de brillantes que el resto de su cuerpo, se volvían cada vez más pesados.
—Eh... ¿Por qué mejor no te acuestas en lo que esperamos? – sugirió el rubio.
—Te tomaré la palabra.
Marinette caminó hasta una de las camillas mientras Adrien rebuscaba entre los gabinetes en busca de un suero y otras tantas medicinas. El rubio se sentía más animado por la plática que había tenido con la azabache, pero seguía charlando consigo mismo sobre otra chica que no dejaba de confundir su mundo. Una chica prohibida.
¿La quería? No, definitivamente no.
¿La necesitaba? Sólo para satisfacerse.
¿Se preocupaba por ella? Ni en lo más mínimo. Nadie se preocupaba por Chloé. Ni siquiera ella misma, no se respetaba. Marinette era otra historia completamente diferente...
Cientos de preguntas que no resultaba una novedad rondaban por su distraída mente. Se repetía sus respuestas hasta que se convencía de que sus actos impuros eran para un buen próximo, una solución. Cargaba ya demasiadas cosas en sus hombros y tenía un día bastante aburrido por delante.
Se enredó en el hilo de sus pensamientos hasta que un estornudo ensordecedor lo hizo despertar. Instintivamente, sus dedos se enroscaron sobre el fino anillo plateado. No fue necesario tomar una pose de superhéroe, porque la misma azabache menuda y gruñona que lo apodó Beyoncé, ahora estaba a punto de dormirse. Su cuerpo se relajó al instante en cuanto la vio.
Se acercó sin pensarlo hasta casi estar encima de ella. Ni siquiera lo miró o se molestó en darle un insulto. Se arropó con la sabana, mientras usaba un pañuelo para la nariz y se dedicó a relajarse.
Adrien sintió como las palabras se le atoraban en la garganta.
Fue Marinette quien habló primero.
—No entiendo porque sigues aquí. —Tenía la voz gangosa y opaca.
—Solo quería saber si te sientes bien. —Marinette lo examinó cuidadosamente. Una sonrisa burlona apareció en su rostro. Adrien se sintió expuesto — ¿Qué?
—¿Ahora eres un buen samaritano?
—Yo no sólo soy un buen samaritano, soy un Dios generoso.
—Todo el mundo dice que eres la maldita perfección andante—dijo, con dulzura—, pero no es así.
El rubio abrió la boca, totalmente indignado.
— ¿Diiiisculpa? – preguntó, pero para ese momento ella ya había sucumbido al sueño.
Se veía tan tranquila que le provocaba envidia.
Le hubiera encantado quedarse ahí, en la calma de la enfermería, pero debía atender asuntos que involucraban al príncipe de los estúpidos. Antes de irse le colocó la medicina y se encargó de cubrirla bien. Sólo necesitaba descansar y se pondría mejor.
Salió derrapando del lugar, ahora más decidido. No fue difícil encontrarlo. Resaltaba tanto como brillaba Marinette. Vestía como uno de los chicos de The Breakfast Club y a pesar de eso se veía como un cortesano moderno. Lo saludó con una alegría fingida y Adrien lo arrastró del brazo hasta entrar a un baño de hombres vacío. El chico se sentó encima de los lavamanos, mientras que el ojiverde cerraba con seguro.
—Nathanaël, ¿qué demonios haces aquí?
>>París, FRANCIA<<
-¿?-
(N/A: Colocar la canción de multimedia)
Se miró en el reflejo de la bañera y le recorrió un escalofrió cuanto notó lo pálido de su semblante.
Llevaba días sintiéndose extraño. Sabía a la perfección que era externo al ambiente toxico de la casa, era algo más complejo, diferente. Las lagunas mentales, los mareos, los constantes dolores de cabeza que hacían que todo empezara a girar hasta volverse un tornado de imágenes que nunca antes había visto en sus cortos años de vida. No era un síntoma de la adolescencia, era justo como entrar al centro de un agujero negro, donde la única luz visible era la del glorioso pasado.
OH THAT BOY'S A SLAG
THE BEST YOU EVER HAD
THE BEST YOU EVER HAD
IS JUST A MEMORY AND THOSE DREAMS
WEREN'T AS DAFT AS THEY SEEM
Todo había empezado hace tres años, cuando llegó a esa mansión de los horrores, cuando intercambió miradas por primera vez con quien se suponía que debía llamar padre. Los síntomas se intensificaron con el paso del tiempo y justo esa noche, la de su cumpleaños número catorce, mientras una manada de adolescentes con las hormonas al tope bailaban y gritaban sin control en el salón, él se encontraba encerrado en el baño, tratando de calmar esa agitada respiración que se intensificaba conforme se acercaba la media noche. Escuchó que varios tocaban la puerta, tratando de hacerlo salir para disfrutar del evento, pero ni siquiera era capaz de responder.
Sentía que algo andaba mal, que no era el mismo. Que no era él.
Había voces dentro de su cabeza, discutían, se insultaban. Se agarró el cabello con las dos manos, desesperado, cansado, harto. Experimentaba la frustración con cada segundo, como si algo lo estuviera empujando fuera de su cuerpo. Gritó con fuerza, como quien trata de levantar pesas por primera vez. El ruido al exterior sonaba tan lejano, la bocina de donde salía la música parecía estar hundida bajo el agua...
Cayó de rodillas, se golpeó con las baldosas azules del baño. Algo estaba succionando su alma desde dentro. Se aferró con fuerza al borde la bañera y al estúpido reloj que tenía colgando del cuello como regalo de cumpleaños.
Había visto la película de El exorcista millones de veces y en ese preciso momento, él se sentía poseído. Estuvo seguro de que se desmayó un par de minutos. En esa oscuridad, en esa soledad que se sintió eterna y asfixiante, estuvo seguro de que había vuelto a nacer.
Cuando volvió a despertarse, los temblores habían desaparecido, al igual que esa extraña sensación de vacío en el pecho. El reloj brillaba en un potente tono verde, como el amuleto de un mago que ha tratado de proteger a su portador. Sus extremidades temblaban en descontrol total.
Volvieron a tocar la puerta. Era la voz de Chloé.
—¡Van a partir el pastel, Adrien! —gritó, con ese insoportable tono de superioridad.
—¡Ya voy...!—apenas y pudo reconocer su voz. Ni siquiera podía controlar sus movimientos. Se observó de nuevo en el reflejo de la tina. Había una chispa, algo diferente en sus ojos, algo que aclamaba justicia, libertad, pero también un inmenso sentimiento de tristeza y rabia, un reflejo azul que coloreaba el centro del iris derecho que antes no estaba. El reflejo le sonrió con complicidad. Ahora eran un equipo, dos caras de una misma moneda. Y el primer paso, era atacar desde dentro.
FALLING ABOUT
YOU TOOK A LEFT OFF LAST LAUGH LANE
YOU JUST SOUNDED IT OUT
YOU'RE NOT COMING BACK AGAIN.
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