Capitulo VI

Qui-Gon trató de concentrarse en el oculto mecanismo de la escotilla, pero le fue difícil mantener la calma. El agua pronto estaría sobre su cabeza.

La mano del Maestro Jedi alcanzó su sable de luz, lo desprendió de su cinturón y activó la hoja. Con un solo giro circular, hundió el sable de luz en la escotilla metálica, empujándolo por entre su marco dañado. Mientras la abollada escotilla caía al suelo de la siguiente cámara, Qui-Gon saltó de cabeza por entre el hoyo. Un crujido sonó de su cinturón mientras aterrizaba al interior de la cámara seca. Había golpeado accidentalmente su propio comunicador.

Se puso rápidamente de pie y levantó los restos de la escotilla. Atascó el metal cortado de vuelta al hoyo justo cuando el agua comenzaba a derramarse hacia la cámara.

Con la escotilla cerrada, Qui-Gon retiró su respirador e inspeccionó sus nuevos alrededores. Se paró en una gran cámara subterránea. Sutilmente iluminada por barras de luz, el cuarto de paredes de roca olía a polvo y podredumbre. En el centro de la cámara, tres pilares se alzaban desde el piso rocoso hacia el cielo raso adoquinado.

—Uhmmm —gimió una voz detrás de un pilar. Corriendo alrededor de la columna, Qui-Gon encontró a un alienígena semiconsciente tirado en el piso. Una pequeña criatura reptilesca de escamas amarillas con un pronunciado pico estaba vestida con una túnica. Su pie izquierdo estaba encadenado al pilar y le faltaba su brazo derecho a la altura del codo.

—¿Estás bien? —preguntó Qui-Gon mientras revisaba el pulso del alienígena. A esa proximidad, Qui-Gon pudo darse cuenta que el brazo de la criatura había sido arrancado recientemente.

—Oh, estoy bien —rugió el alienígena— excepto que los droides cortaron mi mano y me encerraron aquí de por vida.

Los ojos de Qui-Gon se abrieron.

—¡¿Los droides te cortaron el brazo?!

—Estaban tratando de sacarme información —dijo el alienígena con un suspiro—. No es gran cosa. Soy un kloodaviano. El brazo crecerá en un par de días.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Qui-Gon.

—¡Yo debería estar formulando esa pregunta! —gruñó el kloodaviano—. Soy Boll Trinkatta. Propietario de esta fábrica de naves. Pero mis droides se volvieron locos y tomaron el mando. No sé cómo, pero alguien debió haberlos reprogramado. Los droides me trajeron aquí y me dejarán morir.

Antes que Qui-Gon pudiera hacerle algunas preguntas más a Boll Trinkatta, un droide de mantenimiento de ocho brazos salió de uno de los otros pilares. Ocultándose fuera de vista, había esperado el momento exacto para atacar. Cada uno de sus ocho brazos contaba con una herramienta diferente, incluían un taladro de luz, un cortador de fusión, un macrofusionador y un rastreador de potencia. Extendiendo sus apéndices, el droide aceleró su paso y se dirigió directo hacia el Maestro Jedi.

Cuando el droide estaba casi encima de su presa, Qui-Gon saltó a un lado. Incapaz de detenerse a tiempo, el droide se estrelló en la pared rocosa. Cayendo desde el muro, los ocho brazos del droide se arrastraban mientras trataba de recuperar su equilibrio y ponerse en posición de ataque. Antes que el droide pudiera disparar su cortador de fusión, el sable de luz de Qui-Gon brilló y se arqueó en el aire, cortando al droide por debajo de sus ocho hombros. La cabeza y hombros del droide cayeron de su cuerpo, enviando una lluvia de chispas hacia el cielo raso. Estrellándose contra el piso, el droide quedó inmóvil.

Alejándose de los restos del droide caído, Qui-Gon se acercó a Trinkatta, que aún se inclinaba contra el pilar. Con sorpresa en sus ojos, el kloodaviano comentó:

—¡Sólo un Jedi se mueve así de rápido!

—Mi nombre es Qui-Gon Jinn —dijo el Maestro Jedi. Mirando a Trinkatta a los ojos, Qui-Gon fue al grano—. Una mujer vino aquí a inspeccionar tu edificio —continuó manteniendo la discreción de no mencionar el nombre de Adi Gallia—. Me dirás dónde puedo encontrarla.

Trinkatta miró a Qui-Gon pero no respondió.

—Estás en graves problemas, amigo —continuó Qui-Gon—. Sé que estás vendiendo cincuenta cazas droides. Quiero la identidad del comprador. Llévame al cuarto principal de control de la fábrica.

—¡No… no tengo que decirte nada! —insistió Trinkatta. Qui-Gon no sabía si el kloodaviano era arrogante o tenía miedo de responder sus preguntas. Confiando en la Fuerza, Qui-Gon intentó hacer hablar al alienígena.

—Me puedes decir todo —lo persuadía mientras hacía un suave gesto con su mano.

Los labios reptilescos de Trinkatta se retrajeron en una bien intencionada sonrisa.

—Los kloodavianos somos inmunes a los trucos mentales Jedi —declaró—. Pero contestaré tus preguntas si me desencadenas.

—Hecho —acordó Qui-Gon.

Mientras el Maestro Jedi se disponía a abrir el candado, con cuidado para no herir la pierna del kloodaviano, Trinkatta habló.

—No sé nada de una inspectora inmobiliaria. Es posible que haya sido capturada por mis droides después de que me encerraron.

—¿Qué hay de la ubicación de tu cuarto de control droide? —preguntó Qui-Gon.

—Está en el nivel diecinueve de la tor

re de observación, al otro lado del espaciopuerto de la fábrica.

Abriendo un delgado grillete en el pie de Trinkatta, Qui-Gon preguntó:

—¿Y quién ordenó los cincuenta cazas droides? —Trinkatta tragó saliva, nervioso por responder esa última pregunta.

—Los… los construí para la Federación de Comercio.

—¿La Federación de Comercio ordenó esto? —dijo Qui-Gon con sorpresa—. Pero este planeta no está para nada cerca de las rutas de la Federación de Comercio. ¿Por qué te encomendaron construir esos cazas droides?

—No sé por qué me escogieron —admitió Trinkatta—. Todo fabricante de naves en la galaxia sabe que los xi charrianos tienen un contrato de exclusividad para construir cazas droides para la Federación de Comercio. Cuando los neimoidianos me dijeron que me querían para instalar motores de hiperimpulso en los cazas, protesté. ¡Al día siguiente mi piloto de pruebas desapareció! Tenía miedo de que si no seguía las órdenes de la Federación de Comercio, me harían desaparecer a mí también.

—¿Dónde están los cazas droides ahora? —preguntó Qui-Gon.

—¡Ojalá supiera! —graznó Trinkatta—. Eso es lo que mis propios droides disfuncionales seguían preguntándome cuando me encerraron. Alguien robó los cincuenta cazas. ¡Cuando los neimoidianos se enteren, me matarán!

—Nos preocuparemos por la Federación de Comercio luego —comentó Qui-Gon mientras retiraba el grillete de la pierna de Trinkatta—. Tus droides apagaron las chimeneas de la fábrica y todo el complejo se está llenando de humos. ¡Si mi amiga está en el edificio, morirá a menos que la rescatemos!

—Me ofrecería a ayudar —gimió Trinkatta— pero no soy bueno para ti con este brazo inútil. —Apuntando su pico hacia un estrecho pasillo, dijo—: Este corredor conduce al cuarto de montaje de naves. Puedes abrir las chimeneas desde la cámara de operaciones de montaje. Desde allí, tendrás que cruzar el espaciopuerto hasta la torre de operación y el control principal droide. Espero que encuentres a tu amiga.

—Puedes quedarte aquí —dijo Qui-Gon calmadamente—. Si los humos te alcanzan…

—¡Puedo cuidarme! —replicó el kloodaviano—. Tengo un túnel secreto que conduce fuera de la fábrica. ¡Mejor vete mientras puedas!

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