Extra #2: Especial Navidad
Pataleo como una niña pequeña haciendo berrinche mientras hundo mis pies en la nieve que se ha formado en la acera frente al patio de mi casa. Parte de esta salpica en mi ropa y botas, pero no me importa. Estoy frustrada y, en cierta manera, triste. Debido a que la familia de Raph quiso pasar la navidad con ellos en Chicago, me veré imposibilitada de verlo mañana en la noche, y eso incluye que no podremos lanzar una linterna juntos como teníamos planeado durante todo el último mes.
Y con teníamos me refiero a que yo lo establecí, teniendo la certeza de que él no se negaría. Quiero decir, Raph nunca se niega a algo que le pido, casi siempre su respuesta es afirmativa, excepto cuando mi petición en cuestión va en contra de sus principios, como cantar en la vía pública con una guitarra teniendo una lata enfrente lista para recibir monedas, que fue algo con lo que le bromeé hace unas semanas. Solo entonces me dijo que ni siquiera lo pensara, y a mí me hizo gracia su expresión.
Imaginarme a Raph cantando... pagaría por ver eso.
Ahora nuestra cita navideña ha quedado en el olvido; él pasará la navidad al otro lado del país con su familia, y yo estaré aquí en esta tranquila y fría calle de Seattle extrañándolo. Eso significa que no nos podremos ver ni hoy ni mañana, dado que precisamente su vuelo sale temprano y tiene que tener todo listo para marcharse a primera hora de mañana. Ninguno de los hechos románticos que enlisté para realizar con él podrá ser cumplido.
No digo que esté mal que lo pase con su familia, de hecho, si mis abuelos no hubieran venido de visita esta semana, lo más probable es que conmigo habría pasado lo mismo, sin embargo, me frustra el hecho de no poder pasar nuestra primera navidad juntos.
Continuo pisoteando la acera hasta que me canso y me tiro sobre la nieve en el patio de mi casa. Acomodo mi gorro y bufanda para que la nieve no toque mi piel, dado que está helada. En mi espalda casi ni la siento. Literalmente, tengo dos juegos de ropa distintos debajo de mi abrigo. El invierno es una de mis estaciones favoritas, pero claro que no me gustaría enfermarme, además de que hace mucho frío. Observo el cielo nublado que la vista me regala, mientras internamente sigo quejándome y lamentándome.
Luego, llego a la conclusión de que no tiene sentido que continúe haciendo un berrinche mental, porque la decisión ya está tomada. Solo me queda apoyar a Raph como siempre y no generarle ninguna inseguridad o hacerle el día más difícil.
«Sé una buena novia, Nadia...» Me repito la frase como si fuera una fórmula matemática que quiero memorizar.
Extraigo, por mientras, de uno de los bolsillos de mi abrigo, la lista que hice para esta época del año pensando que estaríamos juntos. Si bien las anteriores resultaron ser un éxito (me refiero a las que me propuse antes de ser la novia de Raph), este podría considerarse mi primer fracaso. Suspiro un poco ya más calmada. Supongo que podría pasar mis ideas para realizarlas en San Valentín. ¡Eso es! Con el bolígrafo que también tengo en el bolsillo hago borrones y cambio «Navidad» por «San Valentín» en la lista. Hablo conmigo misma mientras trato de convencerme que eso es lo mejor. Cuando aparto la hoja de mi vista, me encuentro con el rostro de Raph mirándome desde arriba. Bueno, él está de pie y yo tumbada sobre la nieve.
Apenas lo veo, me dispongo a esconder la lista de nuevo en mi bolsillo.
—¿Interrumpo el monólogo?
—¡Raph! —Tan pronto me pongo de pie me lanzo a sus brazos—. Creí que no te vería hasta después de Navidad.
—¿E irme sin despedirme?
Hundo mi rostro en el agujero que hay entre su cuello y hombro. Esa parte está tan caliente y huele tan bien que podría quedarme así por meses.
—Te extrañé.
Él vuelve a depositarme sobre el piso y toma una de mis manos, luego, la levanta hasta la altura de su pecho.
—Yo también, Hussel —comenta, mirándome a los ojos—. Bueno, creo que eso explica mi presencia aquí.
Hace tres semanas, Raph llegó del extranjero. Sus estudios en la escuela de intercambio en la que fue admitido concluyeron, dándole así la posibilidad de regresar antes de lo esperado. Como siempre, sacó sobresaliente, y no solo eso, sino que llegó aprendiendo a hablar un nuevo idioma.
¡Ahora sabe un poco de noruego! Sospecho que dicho aprendizaje lo obtuvo de su compañero de habitación en la residencia, cuyo nombre en este momento no recuerdo.
No obstante, desde que llegó, solo nos pudimos ver en tres ocasiones; la primera, cuando llegó de sorpresa a rescatarme del mimo; la segunda, cuando quedamos en salir a comer hamburguesas; y la tercera, la vez que acompañé a su madre y a él a hacer las compras navideñas. La señora Kat es gran fan de esta época del año, tanto así que estoy segura de que, si por ella hubiera sido, habría comprado todo el pasillo lleno de productos de adornos y luces. Después de ese día, no volví a ver a Raph hasta el día de hoy. La noticia de que se iría me la dijo a través del radio que compartimos, porque es muy especial para nosotros que nos comuniquemos a través de él, pues más o menos así empezó nuestra historia. Luego de que me dijo lo del viaje, vine aquí a hacer berrinche. Si expresaba mi frustración en mi habitación, es muy probable que Presidente hubiera acabado repitiendo alguna de mis frases.
Igual, nada de lo anterior importa, porque Raph está aquí.
Tomo su precioso rostro entre mis manos, admiro maravillada sus ojos y sus labios y, luego de unos segundos de darme el valor necesario, le doy un beso. Él me responde al instante y vuelve a rodearme por la cintura, o lo que queda de ella, pues se pierde al estar debajo de tantas capas de ropa. Los labios de Raph son una de las mejores cosas que he probado. Cada vez que estamos juntos tengo tendencia a padecer taquicardia, es inevitable.
Un carraspeo provoca que nos alejemos velozmente, porque, por un segundo creo que puede tratarse de mi papá. Hace un rato salió con mamá a hacer las compras restantes para la cena de mañana, y aunque no creo que vengan tan rápido, no me quiero arriesgar a que nos encuentren representando estas escenas. Si bien papá ha aceptado a Raph como mi novio, lo único que no ha terminado de tolerar es que abusemos de nuestras muestras de cariño.
—Zach...
—Tormento, les dices a papá y a mamá que salí un momento a ver a un amigo —pide, colocándose unos cascos para el frío en las orejas y un gorro.
—¿No querrás decir «amiga»?
Se supone que mi hermano y una chica de último año están en andanzas. Bueno, él parece estar detrás de ella, pero de parte de la chica, a simple vista, no hay alguna respuesta alentadora. Según lo poco que he podido conocer de ella, es muy fría e indiferente. Podría decirse que mi hermano no le interesa, pero a mí no termina de convencerme. Pienso que a pesar de que ella es como Ale, solo que un año mayor, Zach podría llegar a conquistarla.
—Solo haz lo que te pido —ordena, jalando la parte delantera de mi gorro hasta cubrirme los ojos—. Y, ustedes, no hagan nada mientras estoy fuera.
Ambos, Raph y yo, nos avergonzamos ante la advertencia.
Unos segundos después, Zach se aleja caminando con prisa por la acera de al frente. Por si no fuera poco, la chica en cuestión vive a una manzana de aquí, lo suficientemente cerca como para que mi hermano la ande rondando como una mosca. No puedo evitar reírme cuando me imagino a Zach como a una.
El sabelotodo, a mi lado, me observa un poco confundido. Como siempre, me entran ganas de jugarle una broma para ver su adorable expresión avergonzada y asustada.
—Raph, tenemos la casa para nosotros solos —comento, dando un paso hacia él—. ¿Sabes lo que eso significa?
Él abre sus ojos de par en par, pero al instante recuerda que siempre me gusta burlarme de él, así que, apretando mis dos mejillas, me responde.
—¿Que podemos robarnos algunas galletas de tu mamá?
—Chico listo.
Antes lo hemos hecho, y son mis favoritas. Él también es un gran fan de esas galletas.
Unos minutos después, ambos estamos en la cocina de mi casa rebuscando los cajones de la alacena para encontrar el tesoro de mi madre, que, ya conociendo nuestros antecedentes, siempre las oculta en un lugar diferente. Es gracioso que alguien como Raph, un sabelotodo que a simple vista parece ser muy correcto y distante, haya incurrido en este tipo de actos. Ale lo llama «El síndrome de estar con Nadia Hussel»; dice que desde que Raph está conmigo ha adoptado muchas de mis costumbres, y no podría estar más de acuerdo. Y feliz.
—Aquí están.
Raph extrae la caja del compartimento más alejado del piso y se jacta de haberlas encontrado antes que yo, que estaba buscándolas en el cajón de más abajo.
—Gracias —intento sacar una galleta de la caja, pero él la levanta hacia lo más alto.
—La última vez te las acabaste todas.
—No es cierto.
—Sí lo es.
Raph se lleva una galleta a la boca y la disfruta en mi cara, tal como hice yo con él la vez pasada que estuvimos aquí en las mismas circunstancias. A pesar de que es la galleta la que debería provocarme, me invaden las ganas de morderlo a él.
Oh, por Dios, Nadia, contrólate.
Me palpo el rostro, sintiendo que me ruborizo.
Ruego para que Raph no haya notado el cambio en la tonalidad de mi rostro.
—¿Te pasa algo? —pregunta él, dejando la caja sobre la encima de la cocina y acercándose a mí—. Tu cara está... muy roja.
—Creo que... me va a dar gripe. Eso es.
Él entrecierra los ojos, dando a entender que no me cree nada.
—Nadia —me llama. Tan solo oírlo pronunciar mi nombre hace que mi corazón aletee con fuerza, como sucede cada vez que lo hace—, conmigo no tienes que avergonzarte de nada.
¿Ah, no? No creo que él sospeche lo que estaba pensando.
—¿En verdad?
—Claro que no, puedes ser tú misma conmigo.
No sé por qué, pero siento que él no tiene idea de los pensamientos que se forman en mi cabeza cada vez que lo contemplo por más de cinco segundos consecutivos. Quiero demasiado a Raph. Estoy consciente de que aún somos muy jóvenes, que nuestros caminos son susceptibles a separarse o tomar rumbos diferentes y que nada es para siempre, pero confío en que nuestros sentimientos son más fuertes que cualquier adversidad.
Me impulso hacia atrás y me siento sobre la encimera para no verme tan pequeña frente a él. Él tiene razón, debo ser yo misma cuando estamos juntos y no guardarme nada. No creo que Raph se burle de lo que pienso. Como máximo, podría sorprenderse o reírse por mis ocurrencias, pero dudo mucho que lo haga en mal plan.
Cierro mis ojos con fuerza y me decido.
—Te quiero, Raph —se lo hago saber de nuevo, sosteniendo una de sus manos—. Me gustas demasiado y, bueno, hace poco estaba pensando seriamente en morderte.
Cuando escucha lo último, se ruboriza, lo noto, pero también se ríe. Esa es una de las cosas que más aprecio de nuestra relación, que conmigo no tiene reparos en sonreír y mostrarme ese lado suyo. Qué bueno que en Midtown no sonreía a menudo, porque, de lo contrario, habría terminado por enamorar incluso a nuestros compañeros hombres.
—Ahora eres caníbal.
—Algo me dice que no sabes nada mal. ¿Te muerdo?
—Hussel... —Raph aprieta una de mis mejillas a modo de regaño o eso creo, aunque sigue la expresión de diversión en su rostro.
Yo me río y aprovecho para agarrar la caja de galletas que él dejó tan solo a unos centímetros de donde me encuentro. Le saco la lengua antes de probar una. Esta deliciosa como siempre. Él también saca una más y así, una tras otra, nos las acabamos. Son demasiado buenas como para guardarlas para después. Ya luego le repondremos, si es posible, dos cajas a mi mamá.
—Raph, ¿me llevas hasta la sala para ver clásicos navideños?
Él asiente, se da la vuelta y me ofrece su espalda. Así, haciéndome caballito, Raph me conduce hasta la sala. Yo apoyo mi cara contra la suya en el camino e inspiro su aroma, pues desde hoy no lo veré hasta después de Navidad o quizá unos días más. Quién sabe, solo estoy segura de que lo voy a extrañar como siempre.
De pronto, Raph se detiene intempestivamente a medio camino, como un coche al pisar el freno de golpe. Levanto la cabeza para descubrir el motivo de su abrupta detención y así es como veo a mi papá junto a mamá en la puerta de la casa con varias compras en mano. El rostro de papá es de pocos amigos.
Me aclaro la garganta y me bajo de la espalda de Raph.
—Feliz Navidad, señor y señora Hussel... —saluda él, claramente incómodo. El anticipo es porque no nos veremos mañana.
Mi papá se acerca hacia donde estamos.
—Feliz Navidad.
Literalmente, se hace un camino en el espacio que nos separa a Raph y a mí, y se dirige a la cocina con algunas de las compras que trajeron. Mi mamá rueda los ojos al verlo, pero también saluda a Raph. Le explico lo de la salida de Zach antes de que ella también nos deje a solas.
—Creo que ya debería irme.
Hago un puchero.
—¿Tan pronto? —suelto un suspiro—. ¿Es por mi papá?
Él niega con la cabeza.
—Debo empacar.
—Entiendo, saluda a tus padres por mí. Y a Ralph cuando lo llamen.
Lo acompaño hasta afuera en el pórtico, en donde le deseo una feliz navidad adelantada y que se divierta en Chicago con su familia. Conversamos un pequeño rato más, sentados sobre los peldaños de la escalera de la entrada. Cuando llega la hora en que se tiene que ir, él se pone de pie.
—Hussel, puedes.
Al principio no entiendo a qué se refiere, pero él me atrae hacia sí y me da un beso en la frente. Entonces recuerdo la pregunta que le hice hace rato medio en broma cuando estábamos en la cocina.
Sonrío mirando sus tentadores labios.
—Considéralo mi regalo de navidad.
—Cualquier regalo que venga de ti siempre será el mejor.
Sin miedo a que nos vean, me apoyo del primer escalón para quedar a la altura perfecta y poder besarlo. Por primera vez en mi vida, muerdo los labios de Raph como si fueran malvaviscos. Él no se queja.
•••
¡Feliz Navidad a todos les desea Michi desde Perú 🇵🇪 ! 🎄
Como les prometí en Instagram (y siguiendo sus órdenes porque ustedes eligieron a esta pareja para el especial), aquí les traigo el especial de Navidad de Raph y Nad con mucho amor y mordidas jaja
¡Pásenlo muy bonito y anímense! Que este Año Nuevo que ya se acerca esté lleno de éxitos y metas cumplidas.
Los quiere, Mich. <3
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