Extra #1: Lejos de ella
Dagfinn Haraldsson.
Ese es el nombre de mi compañero de habitación de la residencia (para estudiantes de intercambio que asisten a Wilfrid's Catholic School) en la que me estoy quedando. Al principio cuando lo vi pensé que me había tocado un compañero más que extraño, pues su fluidez en el idioma no era la mejor de todas y apenas se le entendía, pero con el pasar de los días él mismo explicó que es debido a que su lengua materna es el noruego y, aunque su padre sí es inglés, toda su vida ha vivido en dicho país. Yo solo asentí ante su explicación, aun cuando no se la había pedido. Él, al igual que yo, está en segundo semestre de penúltimo, así que nos cruzamos en varias clases a lo largo de la semana.
Me recuerda mucho a Stephen, es igual de sociable que él e incluso sobresale en lo que concierne a notas. Lo único malo de todo es que habla demasiado, no desaprovecha ninguna oportunidad para expresarme cada cosa que pasa por su mente, sea de mi interés o no. Una de ellas, que las inglesas son bonitas y deslumbrantes, pero a la vez muy frías, creídas e indiferentes. Esto porque el primer día de clases al que asistimos juntos (porque nos tocó la primera sesión en el mismo salón), al único que las chicas de nuestro curso saludaron fue a mí, mientras que a él lo ignoraron. Yo solo les respondí el saludo con un ligero asentimiento de cabeza y me senté en la carpeta que Sabrina un día antes me había dicho que había separado para nosotros, pero el asiento de mi costado lo ocupó Dagfinn en su lugar, pues a ella le tocaba estar en otra clase.
Estudiar en esta escuela es el doble de pesado que estudiar en Midtown. Después de clases, tenemos talleres, aparentemente voluntarios, pero obligatorios para mí. Smith se encargó de que nos inscribieran en más de uno, con el fin de que Sabrina y yo podamos integrarnos más y forjar alguna amistad con nuestros compañeros. Está obsesionado con que distraiga mi mente y me olvide por un momento de cualquier cosa que me ate a Midtown. Por mi parte, con los únicos que he tenido ocasión de hablar es con Dagfinn (porque no tengo más remedio) y con Sabrina. No soy precisamente amante de las charlas extensas. Mientras me encamino en compañía del noruego hacia el famoso taller de pintura y dibujo, este me pregunta por la chica con la que me vio platicando en el descanso de las clases. Era Sabrina. En respuesta a su interrogante, le manifiesto que ella es una amiga con la que vine de intercambio y eso es suficiente para que este empiece a preguntarme por su nombre, gustos, situación sentimental y otras cosas que ni siquiera yo sé. Él dice que como no es inglesa, cabe la posibilidad de que Sabrina no sea creída ni mimada, y pueda aceptarlo como su amigo. Me pienso la respuesta. No sé si a ella le agrade la idea de que ande ventilando su nombre o cualquier información sobre ella a cualquier estudiante que me lo pida. Debido a eso, termino solo diciéndole lo primero.
—Qué bonito nombre —manifiesta, mientras nos acomodamos cada uno frente a un lienzo.
Procuro no emitir algo en respuesta. Tan solo me limito a escuchar las indicaciones de la nueva encargada del taller, que nos da la bienvenida y nos dice que por ser su primer día en esta escuela, el dibujo de hoy es libre. Como si eso no fuera más difícil. No tengo nada en mente que quiera dibujar. Seguir una indicación habría sido más fácil para mí.
—Hola, te llamas Raphael, ¿no? —me aborda de repente una compañera que está sentada frente al lienzo de mi derecha. Asiento—. ¿Me podrías ayudar a hacer un trazo? Soy muy mala para estas cosas.
—Yo también.
—Oh, entonces te ayudo yo. Por mí no hay problema.
Antes de que responda, la desconocida se pone de pie, hunde el pincel en pintura verde y se coloca más cerca a mi lienzo. Cuando se inclina un poco para pintar en él, parte de su cabello reposa sobre mi hombro y su rostro queda más cerca al mío de lo que me gustaría. Su acto me incomoda demasiado. Inmediatamente me hago para atrás.
—Puedo hacerlo solo, gracias —aseguro para que entienda el mensaje y regrese a su sitio. A mi izquierda, Dagfinn observa la escena con diversión y me levanta un pulgar con disimulo incitándome a aprovechar la situación.
—Ya veo... —comenta la chica apartando su pincel—. Me llamo Yvonne, por cierto, y me encantaría que pudiéramos ser amigos. Me pareces una persona genial.
—Hey, ¿yo también puedo unirme?
Dagfinn se incluye a sí mismo en la conversación desde su asiento, que no está nada lejos del mío. Ella duda un poco de si aceptarlo o no, pero termina haciéndolo al sospechar que es mi amigo.
—Hoy en la noche hay una fiesta en casa de una amiga, ¿quieres ir? —vuelve a insistir, mirándome.
Me pienso una respuesta certera que haga que se detenga de una vez. No quiero que se ilusione o pase por su mente que entre nosotros podrá haber algo más que una amistad, que, visiblemente, es lo que espera de mí. He venido a esta escuela con un solo propósito, y con una sola persona en mente.
—No puedo, aprovecho las noches para hablar con mi novia. Una fiesta no vale la pena como los minutos que paso con ella.
Yvonne se queda en silencio al escucharme. Pasados unos segundos, asiente, se disculpa y regresa a su sitio avergonzada. Escucho que murmura algo con sus amigas del costado, pero no me importa. Al menos he logrado lo que me proponía: que me deje en paz. Dagfinn también se queda callado al reparar en mi expresión y continúa con su labor sin emitir algún comentario con relación a lo que acabo de confesar. Yo, por mi parte, lo único que consigo dibujar sobre mi lienzo es un loro usando como base la mancha verde que ya había sobre mi lienzo. Lo nombro Presidente en honor a la mascota de Hussel. Cuando la encargada pasa por mi sitio se extraña por el nombre del animal, pero no pregunta el motivo. Lo que sí hace es felicitarme por haber terminado entre los primeros. Al pasar por el dibujo del noruego, la señorita no puede evitar reírse suavemente. Dagfinn ha utilizado simples palitos para referirse a las personas en su dibujo. Como lo haría un niño de primaria.
El taller termina cuando todos concluyen sus dibujos. Salgo del salón sin esperar a nadie y me encamino hasta la residencia. Al llegar, todo está oscuro. Enciendo las luces para conectar mi celular al cargador y así poder gastar la batería hablando con Hussel. Me pregunto qué habrá hecho el día de hoy. Y si sabrá lo mucho que me hace falta. Me tumbo en mi cama con ambos brazos flexionados y miro el techo de la habitación mientras pienso en el tiempo que resta para que regrese a mi ciudad. Dagfinn, mi compañero de cuarto, parece estar disfrutando más esta experiencia que yo. Ha hecho, incluso, más amistades en el mismo tiempo que llevamos asistiendo a la misma escuela. Dice que conocer gente es su especialidad.
Justo cuando evoco su nombre en mi mente, la puerta de la entrada se abre y él aparece con dos latas de Coca Cola compradas en la máquina expendedora que hay en el pasillo. Me lanza una a mí, que la atrapo antes de que me caiga en plena cara. Irónicamente, le agradezco la molestia y me dispongo a abrirla. En este momento, beber algo helado no me viene nada mal. El noruego hace lo mismo y se acomoda sobre su cama mirándome de frente. Parece dudar un momento de sí dirigirse a mí o no, y escucho que murmura algo en lo que supongo que debe ser su idioma natal, porque de lo que dice no logro entender nada.
—¿En serio tienes novia? —suelta de un momento a otro. Así que eso era.
—Sí.
Él se sorprende al oírme. Al parecer, en verdad estaba escuchando música mientras yo hablaba con Hussel y no fingía hacerlo para espiar nuestras conversaciones.
—No lo puedo creer. ¿Es bonita? —pregunta, antes de probar otro sorbo de su bebida. Asiento y le enseño una de las tantas fotos que Hussel y yo nos tomamos en nuestras caminatas por el parque los días antes de que me fuera. La que tengo de fondo de pantalla en mi celular, para ser más específico—. Vaya, sí que lo es. Ya decía yo por qué rechazabas a las rubias de la escuela, a ti te van las pelirrojas.
Levanta su lata como si estuviera brindando y la mueve simulando haberla chocado con la mía.
—Ella es especial.
—No sabía que podías sonar tan romántico —se burla, poniéndose de pie—. Pero está linda, ¿no tendrá una hermana?
—Tiene un hermano, si quieres le digo que te lo presente.
Él hace una mueca de asco y me lanza su almohada.
—Paso, prefiero que me presentes a la chica de la mañana.
Ruedo los ojos y me dispongo a mirar la pantalla de mi celular. Faltan diez minutos para que sea la hora que Hussel y yo hemos acordado para llamarnos. Se ajusta al horario que ambos tenemos, pues ella dice que los exámenes de fin del primer semestre han comenzado y tiene que estudiar para no quedarse atrás. Mientras contemplo la imagen en la que ella sale sonriente conmigo a su lado, no me percato de que Dagfinn se asoma e imita mi acción. Incluso suelta un suspiro burlesco.
—De verdad me da mucha curiosidad saber cómo empezó su historia —exclama, tirando su lata vacía al tacho de basura—. ¿Cómo se llama?
—Nadia.
—Vaya, hasta su nombre es bonito. —Lo observo de inmediato al reparar en su tono, aunque sé que lo hace a propósito solo por molestar—. Oye, pero tú tranquilo. A mí me van las castañas.
No respondo algo más. Desconecto el celular del cargador y me preparo para marcarle a Hussel, pues ya falta poco. Nuestras videollamadas se dan a través de Whatsapp, pues es nuestro medio más fácil de comunicación. Con una seña le pido a Dagfinn que guarde silencio porque ya voy a empezar a hablar con ella. Este asiente, pero en cuanto escucha que estoy hablando me hace señas para que se la muestre y la salude. Accedo solo porque promete callarse después de que lo haga. Como ya he pasado unas semanas con él, recuerdo algunas de las frases que me ha enseñado en su idioma, así que reconozco lo que le dice a Hussel en noruego. Simplemente la está saludando. Ella, lógicamente, no entiende nada, pero yo me encargo de explicarle que solo le ha mandado un saludo.
Después de eso, Dagfinn hace una mueca de cerrar sus labios como un cierre y saca su portátil de su mochila para jugar videojuegos. Es muy adicto a eso de los juegos de disparos y ya ha declarado en diferentes ocasiones que su juego favorito en la vida es Call Of Duty, y que debería jugar con él en nuestros tiempos libres. A pesar de ello, cuando se trata de estudiar, es muy comedido y sabe priorizar. En el fondo, tengo que admitir que no me molesta que me haya tocado un compañero como él. A pesar de que le guste llamar la atención de nuestras compañeras cuando estoy con él.
Hussel lo ahorcaría si lo supiera.
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