59| El mejor regalo
"Nuestra verdadera cita".
Aquella frase se reproduce una y otra vez en mi cabeza hasta que termino de asimilarla. Así que eso era... Y yo pensando que veníamos aquí para aprovechar la tenue luz del lugar y así poder enrollarnos sin testigos. ¿Hay algún problema con mi mente? Después de todo, tengo mis razones para pensar en eso, ya que desde que empezó nuestra relación apenas nos hemos dado unos pocos besos. Y no es que me esté quejando o algo por el estilo; me gusta Raph y me encanta estar con él. El hecho de que tenga sentimientos hacia mí ha sido, probablemente, un regalo divino. El único problema aquí es mi mente perversa. ¡Y mis mejillas sonrosadas que no dejan de evidenciarme! Mientras ruego internamente que Raph no haya advertido mis pensamientos, trato de pensar en una respuesta adecuada a lo que me acaba de preguntar. ¿Que si estoy lista? ¡Por supuesto que lo estoy! Y más si eso significa pasar más tiempo a solas con él.
Dejando atrás a los invitados, al elenco de actores de la película, a los señores Thompson e incluso a nuestros amigos, Raph y yo bajamos las escaleras que desembocan en un pasadizo deshabitado que nos lleva después hasta la otra salida del Teatro, la que le da la espalda a la puerta por la que nosotros ingresamos. Una que no está llena de cámaras ni de gente apuntándonos con micrófonos, para alivio mío.
Siendo honesta, desconozco todo lo va a pasar de ahora en adelante. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza salir con Raph después de ver la película. En mi ingenua mente había imaginado que mi cita con él iba a ser cuando, saliendo del Teatro, fuéramos a cenar con su hermano y sus padres para celebrar el lanzamiento de su nueva película. Según yo, esa iba a ser nuestra gran cita. Ahora veo que no es así; ahora solamente somos Raph y yo. Lo sé, no tengo expectativas muy altas cuando se trata de cosas de parejas, pero es porque no cuento con demasiada experiencia que digamos. A medida que caminamos por las calles que rodean al Teatro en donde se acaba de presentar Running Away hace menos de diez minutos, la gente que pasa por nuestro lado se queda observándonos por más tiempo del normal, como si nos conocieran pero no recordaran nuestros nombres. ¿Es porque hemos aparecido en televisión? ¿O, porque, debido a nuestra vestimenta, pareciera que acabáramos de escaparnos de una boda? Ya ni siquiera estoy segura, pues apenas me acabo de dar cuenta de que en verdad este vestido blanco con el que he venido parece de novia moderna; y al estar Raph con traje simula al novio. De todos modos, a él este detalle no parece importarle.
Todavía sigo sin saber hacia dónde nos dirigimos. Raph no quiso decirme una palabra, ni siquiera alguna pista, así que nuestro destino es un misterio para mí. Lo único que él ha dicho, para calmar de alguna manera mi curiosidad, es que el lugar está cerca al teatro así que no necesitaremos ninguna clase de transporte.
—¿Y tus padres? —pregunto de repente al recordar que nos fuimos sin avisarle a nadie—. ¿Qué pensarán cuando vean que no estás?
—Ralph se encargará de eso.
Su respuesta tan impávida me sorprende, pero no me tranquiliza del todo.
—¿Y la prensa? ¿Hablarán mal de ti por desaparecerte de la nada en este día tan especial?
—No pienso en eso.
Tal vez él no, pero yo sí; no quiero que se lleven una mala imagen suya solo por estar conmigo. Quizá debimos tener más cuidado antes de retirarnos, como despedirnos o incluso pedir permiso para hacerlo. Después de todo, tanto Raph como yo somos menores de edad y muy aparte de que hoy estaba programada nuestra cita, también es un día importante para sus padres.
—Pero y si...
—Hussel —interfiere él deteniéndose de pronto y haciéndome detener en el proceso—. Olvídate del resto por un momento. Es nuestra primera cita, ¿recuerdas?
Asiento lentamente.
De acuerdo, dejaré de pensar en los demás y me concentraré en aprovechar este tiempo con mi sabelotodo novio. Él se pone de pie delante de mí sin decir nada más cuando accedo. Yo lo miro a la expectativa, esperando que haga o diga algo más. Es entonces que me doy cuenta de dónde nos hemos detenido. Estamos frente a la pista de patinaje sobre hielo más grande de la ciudad. Desde donde nos encontramos de pie se puede leer el gran cartel del lugar que nos saluda: "Welcome to Iceland Park". Solía venir aquí cuando era una niña, era uno de los lugares favoritos de Zach, hasta que un día declaró firmemente ante mis padres que nunca quería regresar y así fue. Ya no se volvió a incluir este lugar en la lista de opciones para salidas familiares, por lo que yo tampoco volví a poner un pie aquí. Y ahora, casi diez años después, estoy de nuevo en este lugar.
Y con Raph. ¿Existe algo mejor que eso?
No puedo ocultar mi emoción, incluso desde antes que entremos ya estoy dando pequeños brincos eufóricos. El interior no ha cambiado casi nada, todavía sigue estando a un lado de la recepción el gran dibujo en la pared de una pareja patinando juntos de la que Zach y yo nos solíamos burlar diciendo que era demasiado cursi y que el primero de los dos que terminara así le debería un auto al otro. Bueno, supongo que después de esta noche le deberé un auto a mi hermano.
Cuando nos acercamos a pagar por nuestras entradas, la señorita que atiende me observa de pies a cabeza antes de chasquear la lengua en señal de desaprobación. Sé por qué; estoy con un vestido elegante (casi de novia), quién sabe si por eso no se me permite la entrada. Mi semblante decae ante dicha posibilidad y estoy casi segura de haber hecho un puchero, pero entonces milagrosamente la mujer se apiada de mí y me dice que si algo llega a pasar no será su responsabilidad. Entendiéndose por "algo" que el color de mi ropa interior quede expuesto a todos los visitantes de la pista. Yo le digo que tomo la entera responsabilidad de mis actos antes de recibir mi entrada. Lo cierto es que no me preocupa mucho, porque traigo panties.
Una vez que estamos autorizados para entrar, Raph y yo nos dirigimos hacia una zona donde más personas entre adolescentes, adultos y niños están reunidas colocándose los patines. Yo le manifiesto a Raph que soy muy buena patinando para que sepa un poco más de mi vida e incluso le cuento mi historia con este lugar. Cuando estoy lista ya con los implementos necesarios, él me ayuda a estabilizarme. Algunos minutos después nos dan el aviso de que ya podemos ingresar a la pista con el nuevo grupo. Raph y yo ingresamos con total confianza dispuestos a disfrutar de nuestra cita. Lo siguiente que pasa es que pierdo el equilibrio y por poco caigo de rodillas, pues el sabelotodo me sostiene del brazo impidiendo que me lastime. No puede ser. ¿He olvidado como patinar? Raph parece burlarse de mi rostro estupefacto.
—Excelente patinadora —repite mis palabras de hace un rato dando vueltas alrededor de mí, claramente mofándose.
—Por supuesto —contesto dando un paso y usando mis brazos para equilibrarme—. Ya verás, podrás ganarme en matemáticas, pero no en esto, sabelotodo. Te alcanzaré.
Él me observa incrédulo, patinando de un lado a otro. Sin esforzarse por mantener el equilibro ni preocupándose ante una posible caída.
—Aquí estoy, Hussel.
Luego de que termina de hablar, se desplaza hasta el otro lado de la pista incitándome a hacer lo mismo. Está más lejos de lo que pensé. ¡Eso es trampa!
—Bien, allá voy —declaro resignada tomando vuelo dispuesta a llegar hacia él lo más rápido posible. Es decir, a mi alrededor los niños presentes incluso hacen maniobras que yo no podría hacer con toda mi experiencia. Yo no me puedo quedar atrás, por supuesto que no. ¿Qué se han creído? Solo vean cómo lo hago.
Mientras me desplazo con diligencia hacia donde está Raph, lo observo esperándome y sonrío triunfante, pues no me he caído ni he tambaleado. Entonces me doy cuenta de algo: ahora no sé cómo frenar. Raph parece notar esto un poco tarde; lo compruebo cuando ambos terminamos en el piso de la pista con varias miradas posadas sobre nosotros. No sé si por preocupación, para reírse por lo bajo, por curiosidad o porque... Un segundo después reacciono. ¡Mi vestido! El sabelotodo actúa más rápido que yo esta vez y lo acomoda tan pronto como puede para evitar que alguien pueda verme. Después de eso, me lleva hasta la salida de la pista.
—¿Estás bien? —pregunta mientras me coloco los tacos de nuevo—. Lo siento, hacer que me alcanzaras fue una mala idea.
Yo le respondo que estoy bien y que no hay nada de qué preocuparse, pero él no se queda tranquilo. Cuando salimos del lugar todavía no deja de preguntarme si es que me he lastimado o si siento algún dolor. Es verdad que chocamos y caímos sobre la gélida pista de patinaje, pero la peor parte se la llevó él pues yo prácticamente le caí encima.
—Estoy bien, Raph, de verdad —repito por enésima vez.
Él niega con la cabeza.
—Esta debe haber sido la peor cita que hayas tenido —sigue hablando, ignorando lo que digo—. Lo estuve planeando todo el día de ayer, incluso le pedí ayuda a Ralph ya que él tiene más experiencia en estas cosas. Hicimos un listado de los posibles lugares a los que podría llevarte y me pareció que este lugar te gustaría. Se supone que sería especial y ahora...
—Es especial, Raph —expreso interrumpiéndolo—. Gracias por hacer esto.
Le doy un beso en la mejilla.
Él me abraza.
—Hussel, olvidé decirte algo —dice en medio de nuestro abrazo. Levanto mi rostro para hacerle ver que le estoy prestando atención—. Estás hermosa.
Después de eso sus labios se funden con los míos. Es una sensación maravillosa. Cada vez que Raph me besa pierdo la noción del tiempo, literalmente me derrito en sus brazos. Dar el primer paso es algo sumamente impropio de él, tanto que ser yo la persona con la que hace todo primero me acelera el corazón. Por supuesto que no dudo en corresponderle y transmitirle todo lo que me hace sentir a través de mis besos; como lo estoy abrazando, me aferro a su ropa para apegarlo más a mí. Cuando nos separamos, juntamos nuestras frentes sin separarnos. La vista que me regala a continuación es digna de fotografiar: sus labios ligeramente rojos e hinchados, sus pupilas dilatadas y sus ojos fijos solo en mí.
Se ve tan adorable. Si tan solo pudiera verlo así siempre... Un fugaz pensamiento se me viene a la cabeza en ese preciso momento.
—Ya sé a dónde podemos ir ahora —le suelto. Él me observa extrañado.
Lo tomo de la mano y hago que me siga. Como este lugar me es familiar, recuerdo perfectamente lo que hay a sus alrededores. Es así como, unos minutos más tarde, llegamos a un centro comercial en el que hay una cabina de fotos instantáneas que siempre quise visitar con alguien que no fuera yo misma y mis muecas infantiles. Sonrío al ver que hay solo una pareja por delante de nosotros esperando para entrar. Al parecer no nos tardaremos mucho. Raph observa el lugar y espera pacientemente conmigo con sus manos puestas dentro de sus bolsillos. Una vez que la cabina queda libre, entramos nosotros. Coloco una moneda y le pregunto cómo deberíamos posar primero. El sabelotodo me observa en silencio una micra de segundo antes de abrazarme de costado para la primera foto. En la segunda toma determino besarlo en la mejilla mientras él mira la cámara un poco sorprendido; para la tercera salimos besándonos en los labios y la repetimos en la siguiente para tener los dos la misma fotografía.
—Toma —le extiendo la última imagen de nosotros—. Te lo regalo como recuerdo de nuestra primera cita.
Él la toma y se queda viéndola.
Ciertamente esta es una de las primeras cosas que yo le obsequio, pues en el pasado siempre fui yo la que obtuvo cosas de él, como sus audífonos negros (que yo malogré) y el radio que me regaló hace poco. Creo que hoy por ser un día especial ameritaba que eso cambiara de alguna manera.
—Es el mejor regalo.
Sonrío. Estoy por acercarme a él para tomar la iniciativa yo esta vez y besarlo, pero una voz me obliga a detenerme.
—¿Raphie? ¿Nadia?
Aún sin volverme, ya sé de quien se trata.
***
Like por la cita fail de este par JAJAJAJA
Aquí es cuando todo se pone mejor muajajajaja.
Bueno, eso. El capítulo está sin corregir porque tengo sueño y un terrible dolor de hombro. #PrayforElHombroDeMich.
No duden en votar y comentar.
Nos leemos, babes.
Mich.
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