57| Sentimientos

Suelto un enésimo suspiro más mientras observo con fascinación el radio que Raph me obsequió, el cual habitualmente permanece sobre mi mesa de noche, al lado de mi lámpara. Cualquiera que me viera pensaría que estoy contemplando una reliquia sagrada de alguna civilización del pasado, pero lo cierto es que, para mí, esto significa más que eso. Sé a ciencia cierta que Raph no es de esas personas que acostumbra regalar cosas a los demás; yo misma tuve que pedirle que me regalara sus audífonos hace semanas, porque no nació de él hacerlo; sin embargo, ahora el hecho de que haya tomado la iniciativa de darme este objeto me emociona de sobremanera.

Ruedo sobre mi cama mientras espero una respuesta de su parte ante mi sugerencia. La idea de tener una cita se me ocurrió hoy mientras veníamos de camino a mi casa luego de que, una vez más, mis pensamientos quedaran en evidencia frente a él, pero no me atreví a pedírselo en persona por miedo o vergüenza. O tal vez ambas cosas. Estoy al tanto de que, probablemente, Raph no haya tenido una verdadera cita en su vida (aquí es cuando mi mente prefiere omitir que alguna vez estuvo con Ella). Me lo confirma los minutos que se está tardando en responder a mi sencilla proposición. Por un segundo pienso que quizá de la impresión se le cayó el radio y por eso no puede seguir comunicándose conmigo. Tratándose de él, ¿sería viable considerar esa pequeña posibilidad? Estoy a punto de enviarle otro mensaje para comprobar mis conjeturas, pero justo entonces se oyen algunos carraspeos producidos por el aparato que ponen en aviso al oyente de que está por recibir una respuesta. En efecto, finalmente consigo escuchar la voz de Raph.

—¿Estaría bien mañana?

Casi me caigo de mi cama al procesar su respuesta. ¡Por mí sería hoy mismo! Inmediatamente tomo el radio para contestar de la manera más calmada que me es posible.

—Claro, ¿dónde nos vemos?

Me cuesta horrores disimular mi emoción; solo espero que él no lo haya notado.

—Yo iré por ti —zanja, luego de unos segundos que parecen horas. Suelto un chillido de victoria que, claro está, él no oye, dado que no tengo el botón presionado—. ¿A las siete estaría bien?

Aun cuando me encuentro inmersa entre las nubes y los corazones que salen de mi cabeza al imaginarnos a Raph y a mí juntos en nuestra primera salida oficial como pareja, la realidad me golpea como si yo fuera un saco de box, y me recuerda el toque de queda impuesto por mis padres. Nadie puede estar fuera de la casa después de las nueve de la noche. Rápidamente me pongo a hacer cálculos matemáticos, es decir, para algo tienen que servir: si Raph y yo salimos a las siete, solo tendríamos dos horas para pasarla juntos, restándole a ese par de horas el tiempo que nos tomaría ir y regresar del lugar al que escogiéramos, algunos minutos de plática y el infaltable margen de error, nuestro tiempo se vería reducido casi en su totalidad.

Intento explicarle todo eso a Raph, pero él me interrumpe con un nuevo mensaje.

—Hussel... No será un día cualquiera.

Me ruborizo de manera involuntaria. Por supuesto que no lo es.

—Lo sé.

—Será la premiere de una nueva película de mis padres —agrega, reventando de esa manera mis globos y corazones imaginarios. Así que a eso se refería. No puedo evitar entristecerme de repente—. Y quiero verla contigo.

A estas alturas, el sensor Anti-Tono-Amable-De-Raph ya es historia.

Cuando nuestra conversación finaliza, todavía sigo sonriendo tontamente como si él pudiera verme. Sin embargo, al instante una preocupación desplaza mi trance. ¿Qué se supone que me voy a poner mañana por la noche? Corro, sin pensarlo, hasta mi armario y me abro paso entre las perchas tratando de buscar algo que vaya acorde con la ocasión. A medida que descarto todas las opciones disponibles, las voy tirando sobre mi cama hasta que se forma en ella lo más parecido a una montaña de ropa.

Nunca he asistido a un evento parecido en el que se involucre a la prensa. Las reuniones en la empresa de papá siempre han tenido de todo, menos lo anteriormente mencionado. Y hasta donde sé, según me dijo Raph, mañana se presentará "Running away", un film de acción que tendrá a los señores Thompson como protagonistas. Desconozco de qué se trata esta, pero conociendo el historial de rodaje de los padres de Raph, su especialidad son las películas relacionadas con temas de mafia, investigaciones policíacas, misterio y crímenes.

Ya lo sé, el escenario no será para nada romántico, pero con tal de pasar ese tiempo al lado de Raph, para mí está bien.

Para tratar de ver la situación desde una perspectiva un poco más seria, decido marcarle a Ale, quien rechaza mis llamadas mandándome mensajes automáticos de que no puede responderme en este momento y que me llamará después. Recién entonces caigo en cuenta de que todavía está en horario de trabajo. Cielos, de seguro más tarde me soltará una regañada monumental bastante característica de ella. Un poco resignada, vuelvo a acomodar mi ropa en el interior de mi armario. En el proceso descarto por segunda vez cada una de las posibles opciones. ¿Por qué nada me parece adecuado? No es que acostumbre yo a vestir de forma extravagante, solo que siento que por tratarse de una situación especial, mi vestimenta debe ser también algo especial.

Tal vez la solución es comprar ropa.

Rebusco el tercer cajón de mi cómoda, encontrando en el fondo de este la pequeña alcancía en forma de pez que me regalaron hace años. En ella guardo parte de mis ahorros (la otra parte la tengo a la mano y siempre termino gastándola). Con todo el dolor de mi corazón, la envuelvo entre algunas prendas de ropa y la lanzo al piso. Cuando retiro la envoltura, su contenido queda al descubierto. Es menos de lo que esperaba que hubiera, debo admitirlo, pero al menos me alcanza para un vestido decente. Recojo los billetes y las monedas y hago a un lado el desastre. No tengo tiempo para limpiarlo ahora. Tengo que comprar el vestido hoy mismo. Mañana no podré, siento que me quedaré sin tiempo si no tengo todo listo hoy.

Bajo las escaleras de mi casa saltando y me encamino hacia la puerta. Antes de salir, Zach, que se encuentra usando su laptop en la sala, me pregunta adónde voy. Había olvidado ese pequeño detalle. Suelto un suspiro dispuesta a decir la verdad, no tiene caso que mienta. Además de que tampoco es necesario.

—Voy al centro a comprar ropa.

Él asiente sin mirarme, con su atención centrada en la pantalla de su portátil. Se ve que ha preguntado solo por preguntar.
Después de eso, por fin consigo salir de mi casa. Tengo muy claro a qué centro comercial en especial me voy a ir de compras, aunque hacerlo signifique tomar dos líneas de autobuses distintas y, posiblemente, un taxi.

Las puertas automáticas de Saffari me dan la bienvenida luego del largo camino recorrido para llegar. Lo primero que hago al ingresar es dirigirme hacia el área que le corresponder cubrir a Ale para fingir que soy una clienta y que me pueda acompañar a elegir qué comprarme. Cruzo varios corredores llenos de gente hasta detenerme cerca a las cajas en las que atienden sus colegas más cercanas del trabajo. Al verme, me saludan disimuladamente en la lejanía. Eso llama la atención de Ale, quien se vuelve para ver a quién se dirigen sus amigas. Al percatarse de mi presencia, se acerca a mí y procede a tratarme como una clienta. Ese siempre es nuestro juego, de lo contrario, ella ya me ha advertido que su jefa las tiene a ella y a sus otras compañeras en la mira.

—¿En qué puedo ayudarle?

—Ale —digo por lo bajo—. ¿Sabes qué podría usar para asistir a una premiere?

En ese momento, uno de los encargados del lugar, regido por su jefa, pasa por nuestro lado y Ale tiene que disimular otra vez.

—Yo creo que... —Se pasea por el lugar hasta dar con un sencillo vestido color blanco bastante bonito—... este le quedaría bien.

—¿Estás segura? No estoy yendo a una boda —cuestiono, emulando sus palabras de hace varias semanas atrás.

Ella, en respuesta, me empuja amistosamente hasta dentro de uno de los probadores. Asoma su cabeza por la cortina y por fin puede quitarse la máscara aunque sea por unos segundos.

—Me has preguntado qué podrías usar, ahí tienes mi respuesta. Ahora, pruébatelo para que veamos qué tal te queda.

Dicho eso, retira su cabeza del probador y me quedo completamente sola en el interior. Me decanto por obedecer. Sobre todo porque el vestido no se ve nada mal. Una vez que lo tengo puesto, me veo de cuerpo completo gracias al espejo que hay dentro. Ale, un poco impaciente, me pregunta si ya estoy lista. Le digo que sí y al instante corre la cortina para poder verme.

—¿Lo ves? Te dije que te quedaría bien.

—Es cierto, me gusta.

Empiezo a imaginarme con este mismo vestido puesto cuando esté frente a Raph y una sonrisa emerge en mis labios. Mi reflejo me advierte de eso.

—¿Lo llevas?

—Sí, claro, solo déjame sacar el dinero y... ¡¿2000 dólares?!

Leo la etiqueta del vestido y casi me caigo de espaldas. El precio de este vestido tiene un cero más de la cantidad de dinero que he traído. ¿Cómo puede un vestido costar tan caro? ¿Qué tiene encima? ¿Joyas? ¿Está hecho a base de la misma tela de la almohada de los reyes de Dinamarca? Encima es un vestido sencillito.

—Cállate, que estás conmigo y tengo la solución.

—No entiendo —articulo aún bastante confundida.

—Hoy estoy encargada de entregar la "Tarjeta del Saffarino feliz" a los clientes regulares del centro comercial al azar —enarco una ceja—. Lo sé, el nombre es ridículo, pero con esta tarjeta obtienes un 80% de descuento en cualquier compra hasta dentro de veinte minutos. La promoción expira hoy mismo, menudos tacaños.

Hago mis cuentas mentalmente.

—De todos modos, solo tengo 200 dólares y necesitaría 400.

—Yo te presto lo restante. De verdad, Nad, ese vestido te queda genial. Vas a ver que la Roca con cerebro no se podrá resistir.

Siento mis mejillas calentarse ante el propósito del comentario.

—¡No trato de seducir a Raph!

—De acuerdo, entonces buscaremos otro vestido para ti. A ver, ¿cuál podría elegir? —se pregunta ella misma en voz alta mientras camina por los pasillos de la tienda. Luego, escoge uno de color verde limón con un escote hasta el ombligo y me lo muestra—. ¡Aquí está! Y está solo 199 dólares.

Mi cara de horror está para esculpirla.

Retrocedo al mismo tiempo que le digo que ella gana y que me entregue de una buena vez la dichosa Tarjeta del Saffarino feliz. Es gracioso, porque es la primera vez que compro algo aquí con mi propio dinero. Normalmente, mis padres o Ale eran quienes terminaban pagando por mí. Finalmente, Ale se sale con la suya y termino comprando el vestido (a medias). Esta era mi mayor preocupación, porque si se trata de zapatos, de esos tengo en cantidad. Incluso me atrevería a decir que estoy contando también con los de mamá, ya que ella y yo somos de la misma talla, así que por eso no hay ningún problema.

Mañana es el día.

Mañana luciré este vestido frente a Raph.





No sé si soy yo o realmente este día se está pasando bastante lento y lleno de sucesos malos para mí. Primero, porque perdí el autobús que suelo tomar habitualmente temprano; luego, cuando ya me había subido al segundo, me di cuenta de que había olvidado traer la tarjeta para el pasaje y por poco el chofer me echa a patadas de su unidad por hacerle perder el tiempo; tuve que bajarme y regresar a casa para sacar la dichosa tarjeta y, al volver a la parada, el siguiente autobús se tardó una eternidad en aparecerse. Consecuencia: llegué tarde a la escuela. Corrección, no tarde, tardísimo. Hace más de media hora que la clase ha empezado y yo acabo de llegar. El profesor que está dictando el curso felizmente no es Smith, ya que él no me habría permitido la entrada considerando la hora. Me habría soltado alguno de sus sarcásticos comentarios frente a la clase entera y me habría cerrado la puerta en la cara. Eso es, él me odia. Me odiaba incluso desde antes de hacer que descalificaran a Raph en las Olimpiadas Matemáticas.

Trato de olvidar aquellos insignificantes eventos y me concentro en mostrar un mejor semblante, aunque la situación no lo amerite. Hoy es mi cita con Raph. Nada podría arruinar este día tan maravilloso.

—Johnson, Collins y Hussel, pasen a la pizarra, por favor.

Creo que hablé antes de tiempo.

En contra de mi voluntad, me pongo de pie al igual que mis otros compañeros. Ale me da ánimos desde su posición y yo trato de no parecer sorprendida. Estando frente a la pizarra, sé que estoy en el campo de visión de Raph. Y estamos en clase de números. ¡No puede ser! Lo último que quiero es decepcionarlo. El profesor nos hace entrega de un plumón para resolver ante la clase un ejercicio cada uno. Mientras me dicta el que me corresponde, intento traer a mi mente todo lo aprendido con Raph. Desde las fórmulas hasta la teoría.

Los otros dos compañeros que han salido conmigo ni siquiera tienen reparos en empezar a resolver el problema que les han asignado. Y eso me pone más nerviosa. Destapo el plumón y me coloco en posición de escribir. De pronto siento que comienzo a recordar. Hago cálculos, saco raíces, resuelvo fracciones y realizo todo tipo de operaciones matemáticas en mi mente, hasta que, según yo, consigo dar con la respuesta. Al igual que Johnson y Collins, me dirijo hacia mi sitio cuando termino.

El profesor se encarga de verificar si es que los problemas están bien. Al llegar al mío, lo estudia y termina diciéndole a mis compañeros que la respuesta es correcta. Casi grito de la emoción; creo que es la primera vez en meses que resuelvo un ejercicio correctamente al salir a la pizarra. Ale también me felicita, antes de añadir a su comentario que ya sabe por qué estoy de tan buen humor.

—Te lo dije, hoy es tu presentación oficial a la familia de la roca —asegura ella cuando salimos al descanso entre clases.

—No es así, es nuestra primera cita.

—¿Viendo una película de acción? —pregunta como si fuera algo extraño. Luego suelta un carcajada—. Supongo que en vez de besos habrá golpes, ¿no?

Ruedo los ojos. Estoy por contestarle algo relacionado al tema, pero entonces veo a lo lejos a Ed e intento llamar su atención para saludarlo. Hace mucho que no hablo con él, porque no se ha dado la oportunidad de que me lo cruce. Ale, al darse cuenta de eso, me cubre la boca y me conduce en la dirección contraria.

—Ni se te ocurra llamarlo —pide como si en vez de tratarse de Ed se tratara de Stephen—. Se ha estado comportando un poco raro conmigo. No, gracias. Lo quiero lejos.

—Raro, ¿cómo?

—Por ejemplo, después de la obra, en la reunión que organizó Hopkins, hizo de todo para poder sentarse a mi lado. Y me estuvo hablando de él y fue todo muy raro. Hasta me preguntó si es que había algo entre Boward y yo.

Ale niega con la cabeza luciendo irritada de solo recordar. ¿Será posible que a Ed también le guste? Bueno, digo «también» porque creo que para nadie es un secreto que Stephen también siente algo por ella. ¿O me equivoco? Mejor no pienso en eso.

•••

Del buen humor que traigo conmigo, termino dejando más brillantes de lo normal todos los platos y cubiertos que me tocan lavar cuando terminan mis clases. Incluso tarareo canciones mientras cumplo con mi labor. La pareja de novios que también realiza la limpieza conmigo me miran extrañados por mi disposición. Intentan bromear conmigo, burlándose de mi entusiasmo, pero yo solo puedo sonreír y sonreír.

—¿Y a esta qué bicho le picó? —pregunta la chica mientras me muevo de un lado a otro como si estuviera en un baile real.

—Tal vez ese bicho.

Ambos estallan en carcajadas.

—Imposible, con el novio que tiene dudo mucho que hayan pasado siquiera de los besos de pico —extiende sus labios en forma de trompa de elefante en son de broma, burlándose.

Ni siquiera con esos comentarios tan obscenos logro salir de mi burbuja. Todo hasta que...

—No suelten esa clase de comentarios tan a la ligera de nuevo —amonesta la voz de Raph, que ha venido en mi rescate, apareciendo por la puerta que conecta la cocina con la salida del comedor y no con la sección donde están las mesas—. A mí me da igual lo que digan, yo lo digo por ella.

La pareja, al reparar en el oscuro semblante que desprende de Raph, decide quedarse callada. Yo termino de enjuagar el último plato y me quito los guantes de protección dispuesta a marcharme. Recojo mis cosas antes de acercarme hasta donde el sabelotodo, que me observa aún serio, pero que no duda en tomar mi mano y sacarme de ese lugar dejando atrás a ese par de burlones. Eso solo dura tan solo hasta que salimos de la escuela, porque después me suelta y coloca sus manos en sus bolsillos. Por alguna razón, siento que algo no anda bien. Parece como si...

—Raph, ¿estás enojado? —pregunto al notar que no ha dicho nada en los cinco minutos que llevamos caminando.

—No.

—¿Seguro? —insisto, deteniéndolo. Él asiente muy firme en su respuesta. Ante eso, tomo su rostro entre mis manos y lo obligo a mirarme a los ojos; sin darle tiempo a decir o hacer algo más, le planto un beso sobre sus labios—. ¿De verdad?

Sé que le sorprende, me lo confirma el color de sus mejillas, pero aún así no borra la expresión seria de su rostro. Ni me devuelve el abrazo. Le hago pucheros para que confiese y termina cediendo.

—Pudiste haberte defendido. No dejar que digan esas cosas de ti.

No puedo impedir que se forme una sonrisa en mi rostro al escuchar el motivo de su enfado.

—¿En serio estabas enojado por eso?

Vuelve a asentir.

No puedo decirle que no me defendí de aquellos comentarios porque estaba en la luna pensando en él y en lo que pasaría en nuestra cita de hoy, así que opto por la opción más factible (y más tentadora): le doy otro beso como respuesta, pero esta vez en la mejilla. Él, por fin, me devuelve el abrazo.

—¿Por qué estás tan feliz? —me pregunta al verme tan sonriente cuando nos separamos.

—Porque he descubierto que el frío sabelotodo de mi clase tiene corazón.

Claramente lo digo en broma; desde hace días he comprobado que tiene sentimientos. Hacia mí, me refiero.

—Y es tuyo ahora.




•••

Este cap es como una introducción a lo que será, según Nadia, la primera cita oficial de pareja con Raph, que se verá en el siguiente capítulo. 🤭

CURIOSIDAD DEL MOMENTO: Tengo mi playlist en random y empezó a sonar "Señorita" xd

¡Gracias por leer!

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