48| Reflejos

Siento que alguien me lleva en sus brazos sin muchas complicaciones hasta algún lugar desconocido, razón por la que me alarmo e intento hacer un gran esfuerzo por abrir los ojos para poder enterarme a dónde me llevan. Por supuesto, no logro hacerlo del todo, pero al menos puedo darme cuenta de que estoy siendo cargada por un chico. El aroma que desprende de su ropa me es familiar y me trae de cierta manera algunos recuerdos, aunque no logro evocar cuáles. La poca luz presente tampoco me permite ver de quién se trata, aunque no sé por qué me siento, de cierta manera, un poco segura.

Un momento.

Apenas la palabra «chico» se termina de procesar en mi cabeza, mi mente parece recordar lo que pasó antes de que me bajara del estrado. Raph estaba... ¡Raph estaba aquí! Él me escuchó cantar; me estaba mirando también. Seguramente sabrá a estas alturas que la canción, quiera o no, tenía que ver con su relación con Ella; quizá ya sabe lo mal que me hizo encontrarlos hoy y descubrir que no soy la única que lo quiere o que gusta de él; Ella también lo hace. Y, de la misma manera, él la quiere a ella.

Cielos, ¿por qué tuve que subirme a ese estrado y tomar ese micrófono?

Desde que empecé este bimestre he hecho cosas que me han perjudicado incluso más que mis acciones del pasado. Debo escapar de aquí antes de toparme con Raph o habré ganado el Récord Guinness a la chica que más vergüenzas ha pasado en su vida frente al chico que le gusta. Con eso en mente, me remuevo entre los brazos de la persona que me sostiene para poder librarme e ir a esconder la cabeza en el primer arenal que encuentre, pero eso solo ocasiona que quien sea que me tenga en su poder reafirme su agarre en mí dándome a entender que no piensa soltarme.

Me asusto de inmediato. ¿Por qué no me deja ir? Si se tratara de una persona que amablemente se preocupó por mí al verme en el estado en el que estoy, sin problemas me dejaría marchar. Quizá es una mala persona, tal vez alguien que se quiere aprovechar de mí ante mi deplorable e indefenso estado.

Comienzo a temer por mi vida.

—Por favor, no me hagas daño...

El desconocido traga saliva.

—Esa no es mi intención —responde y su voz es apenas perceptible.

Como ya he dejado de cantar, los encargados de la música se han encargado de poner canciones a todo volumen y es por eso que me resulta imposible poder escucharlo bien. No obstante, su respuesta me tranquiliza un poco. De algún modo ya no siento miedo, sino curiosidad por descubrir quién es esta persona. ¿Por qué no encienden las luces? Eso sería de mucha ayuda, pues sería más fácil que Ale me encuentre. En ese momento una duda aparece en mi cabeza: ¿Este chico me habrá escuchado cantar? Tal vez sabe que fui yo y me ayuda porque entiende mi situación. Si así fuera, estaría más que agradecida.

Me pregunto qué es lo que habrá pensado Raphael al verme de pie frente a toda la gente presente. ¿Le habré parecido una demente? Considerando cómo estaba cantando es posible que sí. Es decir, bastaba con ver la cara de los presentes como para saber que lo estaba haciendo tremendamente mal. Pero, ¿cómo es que él terminó aquí? No creo que sea tan solo una coincidencia; hay miles de karaokes en la ciudad, incluso mejores que al que hemos venido Ale y yo, no puede haber venido de casualidad precisamente a este lugar casi a la misma hora que yo.

De alguna manera, siempre que quiero huir de él, termina apareciéndose en mi camino. Su presencia en mi vida en los últimos días ha sido más que recurrente.

¿Cómo espero, entonces, poder superarlo? Ale tenía razón, debí quedarme a esperarla en la barra sin chistar. Debí haber escuchado sus consejos de chica seria y madura. Hacer oídos sordos a lo que me dijo solo me ha traído más problemas.

—Quiero desaparecer.

Inconscientemente, escondo mi cabeza en el espacio que hay entre el cuello del desconocido y su hombro. Todavía no estoy sobria al cien por ciento y no me estoy preocupando por lo peligroso que estos acercamientos pueden resultar para mí en mi estado. Siento que él se tensa al hacer yo eso y me avergüenzo entonces por mi atrevimiento, pero no me aparto. No pienso mucho en las consecuencias que me puede traer. Lo único que me atormenta ahora es el hecho de haber visto a Raph.

—¿Por qué?

—Tal vez así me libre de la vergüenza que estoy sintiendo —me quejo en voz alta para que el desconocido pueda escucharme—. Yo estaba cantando con muchas ganas hasta que llegó ese sabelotodo tonto a distraerme. —Empiezo a reírme por, según yo, el gran insulto hacia Raph que ha salido de mis labios—. Hasta mi mascota sabe que es un tonto.

Una sonrisa emerge en mis labios al recordar a Presidente, pero justo en ese momento aparece en mi cabeza el recuerdo del casi-beso con Raph que se dio precisamente gracias a él. Mis mejillas comienzan a sentirse calientes.

—Yo diría que le preocupó verte en este estado.

Vuelvo a reírme al escuchar al tipo que me tiene cargada. Cómo se ve que no lo conoce; a Raph solo le importa una persona. Le vale un rábano lo que los demás sientan, él solo se interesa por una sola persona, y es lo que respondo.

—Él solo se preocupa por Ella —replico con voz somnolienta, creo que ya me está dando sueño de nuevo—. Lo hubieras visto hoy en la tarde; se acercó a ella tan solo para decirle: "¿Qué pasó? ¿Te lastimaste?" Y yo me volví en Nadia La Invisible.

Me causa gracia el hecho de que imito la voz de Raph cambiando todas las vocales por la letra "i", hasta suelto una carcajada. De pronto todo empieza a parecerme gracioso. Aunque lo que pasó hace unas horas me dejó con un ánimo por los suelos, recordarlo ahora no parece tan malo. Incluso tengo más ganas de reírme.

Siento que el desconocido me sostiene con más fuerza hacia él una vez que termino de hablar. Si alguien nos encontrara en este momento diría que me está abrazando o, en el peor de los casos, intentando estrangularme. Quién sabe. Bueno, prácticamente yo también lo estoy haciendo; mis brazos están rodeando su cuello. A estas alturas creo que no tiene caso oponer resistencia; me siento demasiado débil, tanto que si el desconocido me colocara sobre el piso para liberarme, podría desvanecerme.

—¿Por qué te quedas callado, Desconocido?

Bostezo.

Que se haya quedado callado de pronto me molesta, tal vez porque estoy esperando que me dé la razón. El chico que me sostiene, de repente, deja de caminar por un corto periodo de tiempo cuando me escucha, pero luego sale por un pasillo que por fin tiene luz. Cierro fuertemente los ojos debido al efecto que esta acción me causa, pero solo durante unos segundos, porque luego vuelvo a recobrar la vista normalmente. Solo en ese momento levanto la cabeza para observar a la persona que me ha rescatado de ese lugar tan oscuro.

Qué vistas, Dios mío.

—Porque no soy un desconocido, Hussel; soy Raphael.

Oh, cielo santo.

Eso es lo que creo escuchar antes de volver a dormirme.




Horas más tarde, cuando recupero nuevamente el conocimiento, lo primero que veo es a Ale observándome fijamente, como queriendo comprobar si es que sigo viva o no. Tan pronto como me doy cuenta de eso, regresan a mi mente como golpes de mi consciencia algunos recuerdos de lo que pasó hace unas horas. Yo había tomado vino (¿quién se embriaga con un solo vaso? Bueno, ¡ese vaso contaba como si hubieran sido cinco!), es decir, no era tan consciente de mis acciones y además... alguien me tenía en brazos.

¿Es verdad o lo imaginé? ¿O tal vez lo soñé? Guardo la ligera esperanza de que sea lo último.

—En serio no entiendo por qué te empeñas siempre en hacer el ridículo —me reprocha Ale apenas se da cuenta de que he recuperado el sentido. Está enojada, eso se nota a años luz. Pero tiene razón, yo la desobedecí, quise beber como sea y terminé cantando ya no sé ni qué canción frente a todo el público que estaba presente.

Dadas las circunstancias, creo que ya gané el Récord Guinness de vergüenzas hace mucho, no es algo de lo que me pueda librar ni de lo que me sienta orgullosa.

Agacho la cabeza consciente de que esta vez es mi culpa. En realidad, ¿cuándo no lo ha sido? Siempre han sido mis malas decisiones las que me han llevado a situaciones similares. Trato de disculparme con Ale lanzando la primera frase de disculpa que me viene a la mente. Luego de eso, me llevo ambas manos hasta las sienes para sobarlas y ver si es que así se me va el dolor de cabeza. Justo en ese instante reparo en que no estamos en mi casa, ni en mi habitación, sino en la de Ale. He estado pocas veces en este lugar, de hecho, no vengo desde que ella empezó a trabajar por las tardes ya que no ha estado teniendo mucho tiempo desde que eso pasó, pero todo sigue remotamente igual. Ella se aproxima hasta donde estoy y me entrega una taza de café; tomo un primer sorbo y el aroma de la bebida me da cierta tranquilidad.

Continúo bebiendo sin replicar.

—¿Por qué estamos aquí?

—¿Acaso querías que a tus padres les diera un ataque al verte en el estado en el que estabas? —pregunta abriendo las cortinas y dejando entrar la luz solar a la oscura habitación. Yo niego con la cabeza en respuesta a su pregunta, por lo que ella prosigue—: Y eso que aún no has escuchado lo peor de todo...

Palidezco. ¿Es que puede haber algo peor?

—¿Qué es "lo peor"?

Hago una cuenta regresiva mentalmente esperando oír su respuesta. Tres, dos, uno...

—Raphael estuvo ahí —confiesa aún dándome la espalda; a causa de su respuesta, me atraganto con el sorbo de café que acabo de dar.

Sumándole al hecho de que el sabelotodo haya estado en el karaoke, las palabras de Ale, eso solo significa que hice una cosa: el ridículo. Exactamente como ella lo dijo. No confío en mí misma estando ebria, ni siquiera sobria puedo decir que tomo las mejores decisiones. Lo más seguro es que ayer haya terminado por avergonzarme una vez más frente a Raph yo misma.

—Creo que me cambiaré de escuela —murmuro, esperando recibir un comentario reconfortante de parte de Ale. Algo como "no es para tanto" o "ni lo menciones". Por supuesto que no es lo que recibo.

—Yo lo haría si fuera tú.

—No ayudas —gimoteo dejando la taza sobre la mesa de noche para después cubrirme completamente con el edredón.

¿Qué hice mal para merecer tantos momentos embarazosos? Es decir, soy bastante amigable, ya no me meto con nadie, ni mucho menos ocasiono disturbios en la escuela. Soy, en palabras más simples, la bondad personificada; definitivamente, tener esos títulos no es suficiente. ¡Rayos! Si por mí fuera, no regresaría a la escuela en meses. Al menos hasta que cierta persona olvide que me escuchó cantar frente a mucha gente sin ningún tipo de preocupación sobre cómo pueda haber sonado.

Sé que canto fatal. Saber eso es suficiente; incluso aspirar helio antes de cantar habría sido mejor para mí, considerando mis malas habilidades para el canto.

—Y Nad —continúa Ale, interrumpiendo mi perorata mental. Algo me dice que lo que me tiene que decir no es algo bueno; a veces ella se suele guardar lo peor para el final—: Él fue quien te llevó cargada hasta el taxi. Ahora que lo pienso, parecías estar muy cómoda entre sus brazos —añade, negando con la cabeza. En serio que debería considerar la opción de dejar Midtown—. ¿Qué hablaron antes?

La impresión al oír su última pregunta reemplaza por un instante todo sentimiento de vergüenza instalado en mí. ¿Raphael y yo hablamos ayer? Imposible, lo recordaría de ser así, ¿no? Lo poco que consigo evocar en mi cabeza es que me moría de sueño y que no encontraba a Ale por ningún lado. Sé que bajé del estrado para ir en su búsqueda, pero no recuerdo haberla hallado ni haber hablado con ella. Haciendo un esfuerzo sobrenatural, a mi mente llegan imágenes difuminadas de alguien sosteniéndome, pero no sé a ciencia cierta de quién se trata. Entonces, ¿esa persona era Raph?

Debajo del edredón, cierro los ojos tratando de recordar algo más. Nada.

—No puedo recordarlo.

De verdad no logro hacerlo.

Una eternidad después, Ale y yo llegamos a la escuela cuando la primera clase ya ha comenzado. Esto porque primero tuvo que acompañarme temprano a mi casa para que me aseara y me cambiara de ropa. Además, me tardé una vida tratando de buscar algo que me permita pasar desapercibida en la escuela hoy. No quiero ser notada por cierta persona a quien le encanta sentarse en la primera fila del frente, claro.

El profesor que se encuentra dictando su curso nos permite la entrada un poco fastidiado; sin embargo, mientras avanzamos por el pasillo entre las carpetas de los demás, se encarga de darle un sermón a la clase exhortándoles a no caer en comportamientos como estos. Todo escuchan en silencio. Me tranquiliza haber vuelto a mi carpeta que queda al final del salón, esto impide que pueda estar en el campo visual de esa persona que se lleva todo mi raciocinio sin ninguna clase de esfuerzo. En este lugar puedo escabullirme de las miradas de los demás.

Suelto un suspiro para darme ánimos. Saco de mi mochila mis libros y cuadernos del respectivo curso y me dispongo a copiar lo de la pizarra. Escribo la fecha en la esquina superior derecha de la hoja correspondiente y, al reparar en ella, abro más los ojos con preocupación. Faltan pocos días para la presentación de la obra teatral de la que formo parte. Ayer falté al primer ensayo, lo que significa que esta vez Ale y yo estamos obligadas a quedarnos después de clase. Recordar eso hace que me recueste sobre la carpeta preguntándome por qué me tienen que pasar estas cosas.

—Como saben, la mezcla homogénea de una o más sustancias disueltas en otra sustancia en mayor proporción da como resultado una solución química —explica el profesor, señalando los gráficos en la pizarra, pero yo estoy muy ocupada pensando en otras cosas como para prestarle la suficiente atención—. Esta solución está compuesta por soluto y solvente, que son...

En ese momento, siento que alguien me codea levemente. Es Ale. Me acomodo bien sobre mi asiento cuando me doy cuenta del motivo.

—Señorita Hussel. —Me pongo de pie al escucharlo—. ¿Está prestando atención? —pregunta desde la parte frontal del salón de clases. Asiento no muy segura—. La felicito, entonces por favor, explique a la clase qué es una solución.

Lo que necesito para mis problemas.

—¿Una solución? Ah, sí. Una solución...

Debí leer mis apuntes de Química en vez de irme a embriagar ayer. Tenía que haber sabido que algo como esto sucedería. Este profesor es conocido por preguntar a la clase cada vez que tiene oportunidad, porque alega que un alumno responsable viene a clase leyendo sobre el tema previamente y no tiene reparos en poner una nota reprobatoria si no le responden correctamente. Ya tengo bastantes rojos en mi registro de notas en este curso como para que quiera agregar otro. Oh, no. ¡Piensa, Nadia!

—Una solución es... —repongo, pero mi frase queda a medias.

Desde adelante alguien levanta su mano. Alguien de El Triángulo, por lo que el profesor le cede la palabra. Esa persona responde correctamente, por supuesto. Después de eso, el profesor se olvida de mi distracción y me ordena sentarme. Agradezco a Stephen por haber respondido.

El resto de la clase no centro mi atención en nada que no sea lo que el profesor está explicando. No quiero arriesgarme a otra vez ser interrogada de repente y tampoco saber la respuesta. Ale participa cuando el profesor hace preguntas a la clase y se gana varias felicitaciones de parte del docente. Somos tan diferentes; yo no me atrevo a levantar la mano ni para pedir permiso para ir a los servicios higiénicos. De acuerdo, tampoco es como que esté en condiciones de hacer eso.

Cuando el reloj que cuelga en una de las paredes del salón indica que la última clase del día ha terminado, el timbre suena recordándole al profesor que ya tiene que marcharse. Una vez que lo hace, vuelvo a recostarme sobre mi carpeta mientras escucho el bullicio que provocan mis compañeros antes de retirarse también. Hoy no puedo irme, tengo que quedarme a los ensayos de La bella y la bestia. Ale se recuesta al igual que yo mientras despotrica contra Boward por haberla metido en este lío.

—Vamos, Ale —digo cuando ya todos se han ido y solo quedamos ella y yo—. Tenemos que ir al teatro de la escuela para los ensayos.

Con pasos lentos no dirigimos hacia allá. Cuando llegamos, la profesora nos recibe con un sermón por haber faltado ayer, pero luego nos entrega los guiones y nos manda a nuestras posiciones. Algunas chicas de decoración comienzan con sus típicos suspiros escandalosos al ver a Stephen entrar al teatro. Este las ignora a todas ellas, como si no existieran, y lo único que hace es acercarse a su pareja en la obra. Por supuesto, Ale lo manda a volar en un santiamén, pero esto solo hace reír al castaño.

—Muy bien, todos a sus posiciones. Ensayaremos esta parte leyendo los guiones para evitar que nos tome mucho, pero apréndanse sus líneas para el próximo ensayo.

Todos asentimos.

La escena que se va a representar ahora es cuando la bestia es apuñalada por Gastón (es decir, yo) y está en su lecho de muerte en brazos de Bella. Ale rueda los ojos antes de arrodillarse y sujetar a Stephen como es debido, quien se sorprende tanto de su acción que se olvida de leer el guion. Al ver esto, la profesora se aclara la garganta para hacerlo reaccionar. Todos permanecemos viendo la escena, pero mientras ellos lo hacen yo voy caminando por el estrado del teatro sin mirar por donde paso. En el momento que ambos protagonistas tienen que acercarse bastante el uno al otro, noto que Stephen se sonroja debido a lo cerca que queda del rostro de Ale. Al parecer, ella no le está tomando importancia al hecho de que se odian, sino que esta siguiendo el guion al pie de la letra.

Tan distraída estoy viendo eso que no noto que estoy al borde del estrado y doy un paso más hacia atrás. Esto ocasiona que caiga y me doble el tobillo. Caigo sentada de un lado a la parte más baja del teatro. Algunos compañeros se acercan apresurados hacia mí para ayudarme, pero entonces escucho una voz que les dice que él se encargará de hacerlo.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Él me guiña un ojo.

—Tu hermano me dijo que estarías aquí —responde, abriéndose paso entre los que me rodean—. Ahora, si me disculpan, la llevaré a la enfermería.

Aidan me toma en brazos sin ninguna complicación y me lleva en silencio a las afueras del teatro. Debo admitir que su presencia aquí me ha sorprendido, pero no me molesta tenerlo aquí. A pedido suyo, lo guío hasta la sala de la enfermería, en donde me sienta sobre una de las camillas. Al ver que no hay nadie, se dirige a mí.

—Bien, llamaré a alguien para que te atienda —manifiesta. Asiento antes de verlo salir del cuarto.

Miro a mi alrededor recordando la vez que quise obligar a Raph a tomar pastillas para cólicos menstruales porque no quería que sintiera dolor por los golpes que tenía en el rostro. Por poco olvido que esa fue su primera vez involucrándose en peleas en esta escuela. Sacudo mi cabeza e intento dejar de pensar en él. Observo los rincones de la enfermería, hasta que alguien sale de detrás de uno de los biombos que separa la camilla en donde estoy con otra. Al principio no le tomo importancia porque pienso que es otro estudiante que está esperando a la enfermera, pero luego me doy cuenta de que no es así porque tiene puesta una bata blanca.

—Tú, ¿por qué...?

—El profesor de Química me pidió que apoye en la enfermería hasta que la enfermera se recupere de su resfriado —responde como si nada; luego, parece darse cuenta de algo—. ¿Qué te pasó?

Dirijo mi vista hasta mi tobillo.

—Me caí y creo que me lo torcí.

Bien, Nadia. Actúa natural. Nada de reincidir en errores del pasado.

Raph me mira como pidiéndome mi autorización para tocar mi tobillo y revisarlo. No digo nada, solo hago un ligero movimiento de cabeza.

—Solo es un esguince, pero no hay desgarre de tejidos.

—¿Qué puedo hacer?

—Reposar y usar hielo.

Es gracioso que use la palabra «hielo» cuando lo describe a él perfectamente.

—No pude encontrar a la enfermera, pero me dijeron que había alguien aquí que...

Aidan deja de hablar al ver a Raph.

—Ya me revisó. No te preocupes, no es nada grave.

Intento bajarme de la camilla, pero él me detiene.

—¿Segura que no te duele mucho? —cuestiona con semblante preocupado. Toma mi rostro entre sus dos manos sorprendiéndome y me obliga a mirarlo a los ojos para que no le mienta—. Si te duele, solo dime y te llevaré en brazos hasta tu casa.

Antes de que pueda responder algo, veo el rostro de Aidan transformarse en uno de dolor. No tardo en darme cuenta del porqué: Raph acaba de usar el martillo de percusión en mi rodilla izquierda, que es la pierna en donde sufrí el esguince. La respuesta involuntaria hace que levante la pierna golpeando sin querer a Aidan en sus partes nobles debido a su cercanía.

—¡Oye! —se queja él ante el sabelotodo, por ser el causante de que haya sido golpeado.

—Solo me aseguro de valorar sus reflejos.

Dicho eso, nos da la espalda y se dedica a ordenar los implementos de la enfermería.

Sonrío cuando una tonta idea en respuesta al comportamiento de Raph pasa por mi cabeza. ¿Acaso lo hizo para alejar a Aidan de mí?




***

Sí, me tardé una eternidad, lo sé. Me disculpo con ustedes por eso. Admito que no he tenido la suficiente inspiración para escribir, además he estado ocupada con los estudios y con los exámenes que mencioné. No todos fueron la misma semana, es más, tengo uno la próxima semana :( pero a pesar de eso quise aprovechar que va a ser feriado largo en mi país para publicar este capítulo. ¡Espero que les haya gustado!

PREGUNTA DEL DÍA (29/08/19): ¿Alguien notó el mensaje subliminal en el gif de Nadia que está en el apartado "Reparto"? Al parecer no son observadores xd

En fin. No olviden dejar sus votos y comentarios, que los leo toditos. <3

Nos leemos luego,

Mich.

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