44| Es lo que quería

Los siguientes días de la semana me las paso en mi habitación lo más que puedo; ya sea durmiendo, comiendo o contándole mis penas con lujo de detalles a mi fiel e inseparable mascota parlante, quien, a pesar de todos mis continuos esfuerzos, todavía no ha logrado olvidar dicho nombre que me he esforzado demasiado por no pronunciar por las noches cuando la luna es testigo único de mi inevitable tristeza. Decir ese nombre en voz alta significa revivir lo pasado. Hacerlo me trae recuerdos que no quiero evocar; sentimientos que quiero reprimir, un dolor en el pecho que no quiero sentir y una vista borrosa que no quiero tener. No otra vez. Es verdad eso de que la primera decepción amorosa siempre es la más devastadora; yo lo sé ahora. Muchas veces me jacté de las chicas que hacían un drama por el simple hecho de haber terminado su relación con sus novios; bueno, el sabelotodo no fue ni de cerca un prototipo de novio para mí, pero sus palabras me dolieron más que cualquier otra cosa. Fueron como espinas clavándose en mi piel.

"Confesarle tus sentimientos a la persona equivocada".

Sus palabras aún se repiten en mi cabeza cada vez que cierro los ojos. No es simplemente lo que dijo o quién lo hizo, es cómo lo dijo. Parecía estar tan seguro de su afirmación que me dolió que ni siquiera se diera cuenta de la verdad que se escondía detrás de mi confesión. ¿Es tan malo que una chica sea quien dé el primer paso? Muchos pueden pensar que es sinónimo de oprobio para toda la población femenina ser quien confiese sus sentimientos, pero yo no lo veo así. Esos convencionalismos han muerto para mí; murieron desde que decidí enfrentar al sabelotodo (a quien solo le sirve el cerebro para cosas de matemáticas) y decirle lo que siento por él, o, por decirlo de otra manera, decirle lo que me provoca su sola presencia. Me gusta.

Debería empezar a transformar esa oración en pretérito. Debería dejar de hacer aspavientos con mis sentimientos.

Desde nuestro ulterior encuentro en el que salí de su casa literalmente con un mar desbordando de mis ojos, no he vuelto a verlo; tampoco he querido hacerlo. Mi estado emocional todavía sufre cierto desequilibrio, esas han sido las palabras de Ale. Ella ha estado viniendo a visitarme desde que comenzó esta semana, siempre maquinando cómo hacer escarmentar al "tarado sabelotodo" que es como bautizó al causante de mi llanto.

Yo no he querido decirle nada, no porque quiera que me vengue o algo por estilo, sino porque sé que cuando Ale se enoja o planea algo con tanta determinación debo irme con cuidado. Sé, de la misma manera, que es capaz de hacer lo que yo no me atreví a hacer ese día en que me di cuenta de que él todavía no ha olvidado a esa chica de nombre Ella. Que en su corazón aún quedan rezagos de su amor del pasado. Todo ese numerito (dicho en palabras de Ale) solo me debe servir para fortalecerme y enseñarme el lado oscuro del romance. Por un instante creí que estaba exagerando y casi menciono su inexperiencia si es que de chicos hablamos, ya que ella nunca ha estado con ninguno y además, por lo que puedo deducir, tampoco le ha gustado ninguno. Pero ella tiene razón: tengo que detenerme. Llegar a esa conclusión ha hecho que esté más callada de lo normal y que ni siquiera haya podido reírme con el programa cómico que mis padres suelen ver por la noche de vez en cuando. Es como si algo en mí se hubiera apagado.

Hoy es el cuarto día de nuestra semana de vacaciones, lo que significa que el tiempo que nos dan para descansar luego de haber realizado nuestros exámenes se ha pasado bastante rápido. Faltan tres días y todo volverá a ser como siempre fue. Tendré que volver a la escuela y enfrentarme a mi realidad. Debo dejar todo sentimiento luctuoso atrás, lo sé, nadie se ha muerto por querer a alguien. No obstante, mi corazón se niega a borrar ese nombre de siete letras. ¿Cómo puedo hacerlo y empezar de nuevo? Necesito respuestas rápido; respuestas que, por cierto, hasta el momento no encuentro. Tampoco es que haya un manual sobre cómo olvidar a alguien, lo que dificulta el proceso. Es decir, al inicio del bimestre no esperaba terminar en esta situación. La alegre y jovial Nadia Hussel creía, ingenuamente, que lograr conseguir la amistad del chico más inteligente de su clase con quien nunca antes había cruzado palabra era un simple reto y ya. Creía que ahí quedaría todo. Desamor y desilusión eran tan lejanos en otra época de mi vida hasta que él entró en ella.

Soy una cobarde. Ni siquiera me atrevo a pronunciar su nombre.

Tengo que parar con esto. No debo permitir que algo así acabe conmigo o se lleve mi felicidad. De ninguna manera. Si Michael Hussel me viera y supiera el estado en el que me hallo sumida se decepcionaría de mí. Papá siempre me ha enseñado a ser una chica fuerte y segura de sí misma, así que debo honrarlo levantando la cabeza y saliendo adelante. Eso es. Si esa persona no me quiere, no veo por qué tenga que estar sumida en un estado de melancolía aislada de todo y de todos.

Mi mejor amiga, la morena más temida del salón se ha encargado en cuerpo y alma a levantarme el ánimo de todas las maneras que se le han ocurrido. El día que le sucedió a mi cumpleaños, llegó de visita a mi casa e hizo uno de sus intentos conmigo. En primer lugar, para ser sincera, no sé cómo consiguió una de las copias de seguridad de las llaves que mi padre guarda en un lugar secreto (que claramente ya no es tan secreto) y que abren la puerta que separa la casa de la cochera de la casa; lugar donde descansa una de sus más preciadas posesiones: su camioneta ploma.
Yo estaba llorando (soy una llorona, ya lo he dicho antes). Ale me ordenó que me recostara en el techo del carro con mis codos apoyados sobre este y logró entrar en él. Mis lágrimas cayeron sobre el parabrisas.

—Sabía que tu padre podía ser muy predecible —dijo Ale silbando. De seguro había encontrado el repuesto de las llaves del carro que papá suele guardar en la sombrilla—. Escucha bien, Nadia. ¿Ves eso?

Yo no sabía de lo que estaba hablando hasta que prosiguió.

—Tus lágrimas —aclaró y yo bajé la mirada hacia el cristal donde se podían apreciar algunas gotas. En un segundo sentí el carro encenderse. Quise bajarme por temor a tener un accidente, pero Ale me advirtió que no iba a poner en marcha la camioneta, además de recordarme que no había manera de hacerlo, ya que estábamos en la cochera a puertas cerradas. Luego de eso, encendió el limpiaparabrisas y este hizo su labor de limpiar mis lágrimas del cristal delantero—. Así de rápido —siguió Ale, mientras las dos manijas seguían limpiando— debes limpiar tus propias lágrimas.

Quise llorar de nuevo.

—Lo sé.

Me sequé el rostro, todavía pensando en la peculiar manera de Ale de lidiar con mi situación, pero aprecié su preocupación.

—Necesitas ser tu propio limpiaparabrisas.

Es verdad que ella suele ser un témpano de hielo con todos los que la rodean (incluso muchas veces lo ha sido conmigo), pero ese día sentí que por un segundo dejaba su frialdad habitual de lado y trataba de consolarme a su manera. Eso me ha tenido de mejor ánimo. Tengo que demostrarle que sus esfuerzos no han sido en vano.

Con ese pensamiento en la cabeza me levanto de mi cama dispuesta a cambiar el gris de mis días. Ya he tenido suficiente. Después del desayuno, merodeo por cada rincón de mi casa sin saber muy bien qué hacer, hasta que Nadine, acompañada de Ralph, viene a visitarme de sorpresa y junto a él son quienes se encargan de hacerme reír con sus comentarios y sus bromas. Parece que se están llevando muy bien; más que bien diría yo. ¡Aquí me huele a que hay algo! Ahora que recuerdo... ellos dos de besaron, ¿no? Durante toda su estadía en mi casa, observo los movimientos y expresiones de ambos tratando de encontrar algo que los delate o que confirme mis inteligentes sospechas. Stephen también hace su aparición luego de un rato, como siempre de hablador. Mi mejor amiga, que llega después que él ignora su presencia y trata de centrarse en mí y en mi recuperación emocional. Así, entre visitas, charlas, bromas y juegos van pasando los días hasta que las vacaciones terminan.

El indeseado lunes llega a mí, y de esa manera mis vacaciones terminan más rápido que cualquier otra época del año.

Hoy es ese día que tanto he temido. Ese día que he estado viendo en el calendario con tanto temor cada día de la semana. A pesar de eso, heme aquí, bien uniformada y, aparentemente, más que lista para continuar con mis clases como lo venía haciendo desde antes de los exámenes. Estoy puesta de pie en la acera frente a la puerta del colegio viendo como los demás estudiantes regresan a clases riendo y bromeando entre ellos, con todas las energías del mundo, cosa que yo no tengo.

¿Debería faltar hoy? Me lo pienso un milisegundo. Claro, por qué no. Es solo un día, no afectará mi promedio. Me doy media vuelta con la intención de marcharme, pero alguien me toma de los hombros y se encarga de hacerme girar hacia la escuela otra vez.

—Eh, señorita, ¿a dónde cree que va?

Es Stephen. Tan inoportuno como siempre.

—A la escuela.

Mi mentira queda más que en evidencia, dado que para ir a mi casa se necesita ir en la dirección contraria a la escuela, que es precisamente lo que estaba haciendo. Soslayando ese pequeño detalle, Stephen se dirige a mí.

—¡Qué coincidencia! Yo también iba para allá —manifiesta con ironía, como si supiera perfectamente que pensaba irme a cualquier otro lado y no a nuestro centro de estudios—. Ven, soy tan amable que te dejaré caminar en mi compañía hasta la puerta de tu salón que ¡oh coincidencia! es el mío también.

Por más que me niego rotundamente a ir acompañada de él, el castaño hablador hace caso omiso a mis quejas y se encarga de conducirme hasta nuestra aula en contra de mi voluntad. Como todavía no ha tocado el timbre que indica el inicio de clases, todos mis compañeros se encuentran esparcidos en la habitación hablando entre ellos de lo que hicieron en su semana de vacaciones. Por un segundo me imagino hablando con mis compañeros sobre todo lo que pasé en mis bonitas vacaciones. El sueño de toda chica, a que sí.

Aparto mis irónicos pensamientos cuando la figura del sabelotodo de la clase aparece en la puerta del salón, justo por mi lado. Es como si lo hiciera en una martirizante cámara lenta que me permite apreciar cada uno de sus movimientos. Es tan hermoso... No, Nadia, ¡alerta roja! Me obligo a mí misma a disipar esos pensamientos de mi cabeza. Mi reacción tiene justificación, no es que me guste derretirme por el solo hecho de observarlo. No lo he visto desde aquel sábado y hacerlo ahora solo me recuerda el motivo de mi temor por empezar las clases. Raphael Thompson rápidamente se da cuenta de mi presencia, pues su mejor amigo, que se encuentra detrás de mí, se encarga de llamar su atención gritando su nombre y agitando su mano para que lo note. En vez de eso, sus ojos claros se posan en mí, pero al instante los aparta. De seguro piensa que lo odio o algo por el estilo, pero no es así. Tengo que saber entender cuando un chico no me corresponde; eso no significa que tenga que guardarle rencor o algo similar. Pues, al parecer, el sabelotodo piensa que es así.

Y Ale piensa lo mismo, ella todavía sigue planeando cómo vengarme.

—¿Adivinas quién se quería escapar? —comenta Stephen a un distraído Raphael, quien no parece estar intentando adivinar la respuesta, ya que es muy evidente—. ¡La pelirroja! Por suerte la encontré en la entrada y me aseguré de que no faltara a sus clases tal y como me...

—Ya va a tocar el timbre —interrumpe el sabelotodo a lo que el castaño pretendía relatar.

Entrecierro los ojos hacia este, pero en ese momento, tal y como lo predijo, el timbre que indica el comienzo de las clases se oye por toda la escuela provocando que el sabelotodo ingrese al salón sin más, siendo seguido por su elocuente amigo, que se disculpa antes conmigo por no poder seguir deslumbrándome con su presencia debido a que ya es hora de entrar y escuchar nuestras lecciones. Suelto un resoplido de resignación e imito su acción, acomodándome luego en la carpeta que normalmente solía ocupar con Ale al final del salón. Ella todavía no llega.

Pasan unos minutos en que me arrepiento con todo mi ser de haber venido. Hoy toca la primera clase con el profesor Smith, ese añejo docente que me odia más de lo que yo odio a los cursos de números. Es decir, demasiado. Incluso antes de que arruinara la participación de Midtown en las Olimpiadas organizadas en Bend, Smith ya me tenía en la mira. Él sabe muy bien que el curso que dicta no es de mis predilectos, y que siempre he preferido dormir antes que escucharlo hablar. Solo espero que hoy, que ya he dejado de sentarme adelante, se olvide de que me tiene como alumna.

Dispuesta a levantar mis notas desde hoy en adelante, comienzo a sacar de la mochila mis libros, cuadernos y todos los materiales necesarios que he considerado pertinente traer. Bolígrafos de colores, con brillo, plumones y post-it's se esparcen por toda mi carpeta. Abro mi cuaderno y me dispongo a escribir la fecha en el momento en que la puerta del salón se abre, adentrándose a través de ella el causante de que mi celular esté casi completamente malogrado. Mis demás compañeros lo saludan apenas lo ven. Soy la única que no le presta atención.

Continúo con mi labor de decorar la hoja de mi cuaderno, mientras la voz del profesor se escucha de fondo. Como no lo estoy escuchando, no sé de lo que está hablando. Supongo que algo que tenga que ver con matemáticas.

—Señorita Hussel. —Cuando escucho mi apellido, levanto la mirada encontrando a todas mis compañeras con un brazo levantado—. Acabo de preguntar a quién le gustaría realizar un trabajo en parejas con su compañero Thompson y cómo verá usted ha sido la única que no ha levantado la mano, lo cual me llama la atención ya que pensé que se habían hecho muy buenos amigos.

No encuentro qué responder. De hecho, yo también tenía la ligera esperanza de que fuera así.

—Yo...

—¿Le gustaría realizar este trabajo? Creo que, considerando sus notas, usted lo necesita más que sus otras compañeras.

Sin querer, mi mirada se sitúa en Raphael. Gran error, Nadia.

—No creo que sea buena ide...

—Perfecto. Ambos trabajarán juntos.

De inmediato las demás chicas comienzan a quejarse de que por qué yo, si ni siquiera levanté la mano, pues trabajar con el sabelotodo y con Stephen es el sueño de todas. Y ahora es cuando se supone que debo decir que trabajar con Raphael Thompson no forma parte de mi listado de sueños, ¿verdad? Estaría mintiendo. ¿A quién trato de engañar? Todavía me gusta. Es demasiado pronto como para decir que ya lo superé, pero esto no significa que haya olvidado que el que tampoco supera rápido es él.

Una vez que termina de martirizarme, el profesor se encarga de formar las demás parejas para el trabajo que piensa dejar. Ahora que lo pienso, considerando que se trata de matemáticas, la ayuda del sabelotodo no me vendría nada mal.

—Para comenzar, siéntense con su pareja asignada.

Dios mío. Para eso no estoy preparada.

¿Tengo que pararme e ir a sentarme con él? No, estoy bien aquí. ¿Debo decirle que venga? Tampoco suena como una buena idea. ¿Qué debo hacer? Es que ni siquiera sé qué decirle. Cielos, todos acaban de levantarse para cambiarse de sitio. Empiezo a ponerme nerviosa.

—¿Puedo?

La voz de Raph se oye cerca y no tardo mucho en darme cuenta de que está de pie al lado del asiento que queda a mi costado. Su pregunta es porque mi pierna está estirada y apoyada sobre el otro asiento. Verlo hace que mi ingenuo corazón comience a bombear con un poco más de fuerza que hace unos minutos. Basta.

Retiro mi pierna para que se siente.

Por un lado me alegra que haya sido él quien vino hasta mí, pero mi lado razonable impulsado por Ale me advierte que sea cuidadosa. Ya me rompió el corazón con unas simples palabras; no debo darle otra oportunidad de hacerlo por segunda vez.
Nos mantenemos en silencio hasta que la hoja que debemos resolver entre los dos en menos de media hora nos es entregada. Me tomo mi tiempo de revisarla, mientras Raph observa mis movimientos con su cabeza apoyada en un brazo. Doy un suspiro para darme calma antes de dirigirme a él por primera vez después de más de una semana.

—Yo haré estos problemas, si quieres los revisas cuando los termine para que compruebes si están mal o no.

La única cosa que miro mientras hablo es la hoja con los problemas.

—Hussel.

—Lamento si trabajar conmigo es lo último que querías, yo no lo decidí así. —Raph vuelve a pronunciar mi nombre para que lo deje hablar, pero vuelvo a interrumpirlo—. Aún así, voy a tratar de resolver estos problemas lo mejor que pueda...

—Nadia —dice esta vez. Oír mi nombre salir de sus labios hace que me calle al instante—. Es lo que quería.

•••
Capítulo en honor a que mi hermoso Perú 🇵🇪 ganó el partido de ayer (y también porque ya era tiempo de leer a #Naph; ah, espera así no era, era #Rella xd) También porque tardaba unos días mas y me linchaban D:

Les adelanto que dentro de poco Nadia conocerá a Ella. SE VIENE LA TERCERA GUERRA MUNDIAAAAL D:

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