43| Dos corazones rotos

De camino a la casa de Ella, no puedo evitar pensar en lo acontecido segundos antes de que llegaran los demás al departamento. Besé a Hussel. Decidí que sería ella con quien probaría la veracidad de la teoría de los besos que tantas veces había escuchado en el pasado, pero nunca pensé que eso significara terminar en esta situación. Sin darme cuenta, llevo una de mis manos hasta el lugar donde estuvieron los suaves labios de Hussel no hace tanto.

La sensación del primer beso todavía continúa latente.

—¿Te pasó algo en la boca? —pregunta Sabrina, que se encuentra a mi lado en los asientos traseros del taxi, tomando mi mano para examinarme—. ¿Te sorprendió que te besara?

¿Me besó en algún momento? Por un segundo me siento mal por no recordarlo. Lo único que recuerdo claramente es lo mismo que no desaparece de mi cabeza.

—No me pasó nada.

Hago que me suelte y me concentro en seguir mirando por la ventana. Hace poco ha comenzado a llover, lo que significa que necesitaremos quedarnos en casa de Ella al menos hasta que esta cese, ya que no hemos traído paraguas ni nada para guarecernos. Supongo que Sabrina no pondrá objeciones a eso.
Mientras estamos en el taxi, aunque el trayecto no es tan largo, por alguna razón, a mí se me hace eterno. No tenía planeado venir aquí, no voy a negarlo, pero ahora que estoy en camino, no puedo evitar sentirme un tanto eufórico. Ella es alguien muy importante en mi vida, a pesar de no haber estado viniendo.

Cuando el vehículo se detiene frente a la casa gris de tres pisos, sé que no hay marcha atrás.

Sabrina camina conmigo hasta la entrada bastante emocionada. Ella es una de sus mejores amigas de la infancia, así que su reacción es entendible, aunque en los últimos meses no hayan estado tan en contacto. El timbre de la casa retumba en mis oídos y, como siempre, es la madre de Ella quien nos recibe. La señora nos invita amablemente a pasar mientras nos cuenta lo feliz que le hará a su hija nuestra visita, sobre todo la mía; habla también sobre mi ausencia en las últimas semanas, lo cual nuevamente me recuerda a la causante de esas faltas. Una vez que nos instalamos en la sala, la señora Penny le ordena a uno de sus empleados que nos traiga algo de beber antes. Varios minutos más tarde, dos vasos de limonada helada aparecen frente a nosotros.

Le doy un sorbo. Una vez más, el recuerdo de Hussel bañándome con este líquido en Bend aparece en mi mente. Esbozo una sonrisa al recordar ese momento y sus cuarenta y ocho disculpas siguientes. La señora, al verme, se muestra extrañada y posteriormente me pregunta si hay algún problema con la bebida. Le digo que no, antes de que anuncie que Ella ya está lista para recibirnos. Apenas termina de hablar, su hija hace su aparición por detrás de nosotros con una amplia sonrisa, que se ensancha más al verme.

Me acerco a ella para ayudarla a desplazarse más rápido, sosteniendo las manillas de su silla de ruedas.

—Raphie, feliz cumpleaños —dice, apretando mi mano sobre su hombro—. Ingrato, te olvidaste de mí.

—Siento no haber podido venir.

Ella menea su otra mano, callándome.

—Ahora estás aquí, eso es suficiente para mí.

Cuando termina de saludarme, procede a hacerlo con Sabrina, quien tenía razón, Ella está muy feliz de vernos. Tal vez debí haber venido antes, eso la habría puesto igual de alegre. Luego de los saludos, la señora Penny me pide de favor que lleve a pasear a Ella por el patio de su casa mientras sirven la comida, así que obedezco y la conduzco hasta el exterior, pero ella protesta.

—Venga, no estoy cuadrapléjica, puedo movilizarme por mi cuenta.

Ella sufrió un accidente automovilístico hace unos años cuando se dirigía en un taxi al trabajo de su madre, accidente en el que casi pierde la vida; no obstante, en vez de eso, el resultado final fue la pérdida de movilización en ambas piernas sin muchas oportunidades de poderla recuperar, según los médicos. Sin embargo, eso no significa que por el simple hecho de no poder caminar le guste que le estén haciendo favores. Es algo que admiro de ella: a pesar de todo es una chica fuerte y sigue adelante sin necesidad de ayuda.

Cuando acomoda su silla a un lado de la fuente, yo me siento en el borde de esta, de modo que quedamos frente a frente para poder hablar de lo que sea que quiera hablar. Antes de empezar este bimestre solía venir a este lugar casi a diario, era parte de mi promesa a Ella. El día que despertó después de su accidente, los médicos le dieron la fatídica noticia con respecto al no poder caminar. Al principio, estalló en llanto y echó a todos de su habitación del hospital. A todos, excepto a mí. Todavía manteníamos una relación cuando eso se dio y precisamente ese día en casa de su madre yo la estaba esperando para tener nuestra primera cita formal como dos jóvenes normales. No obstante, con el rostro empapado en lágrimas, Ella terminó nuestra relación ese mismo día asegurando que no quería atarme a una persona que no podría dedicarle el tiempo de antes, una persona que ahora iba a necesitar cuidado en casi todo.

Una persona discapacitada.

A cambio de eso, me ofreció su amistad. Y yo le prometí que no la dejaría sola, que sería yo quien le dedicaría parte de mi tiempo. Ella me lo agradeció y aquí estamos. He hecho todo lo posible por seguir cumpliendo mi promesa, sobre todo porque a Ella parece hacerle bien recibir visitas de sus amigos.
Aunque sean personas como yo, que no tengo mucho que decir. Eso es algo natural en mí y Ella lo sabe muy bien, por lo que es quien se encarga de poner tema de conversación.

—¿Qué me cuentas de la escuela?

Muchas cosas nuevas para mí han sucedido en este bimestre. Para empezar, acepté ser una especie de profesor de una compañera con la que nunca antes había entablado conversación para ayudarla a pasar los exámenes con el fin de que también esa ayuda fuera recíproca y me sirviera para aprobar los exámenes de idiomas que ponían en peligro mi promedio; lo que me trajo algunos problemas, por supuesto. Segundo; fui descalificado en el concurso más esperado por todo Midtown gracias a esa misma persona y su incapacidad de mantenerse en un solo lugar; para colmo fui bañado en limonada helada ese mismo día; luego fui insultado por un animal parlante y por ella misma en el comedor frente a toda la escuela; y para finalizar con la lista interminable de sucesos no planificados... Tuve mi primer beso con esa persona. Nadia Hussel.

Debería... Debería regresar y darle una explicación que sé que le debo. Hice mal en irme sin decirle nada.

Tan solo pensar en todo eso hace que me distraiga un breve instante, pero logro recomponerme y resumir todo lo anterior con una simple frase:

—Me ha estado yendo bien.

—Mira tú esa humildad, señor cerebrito —se burla Ella, riendo—. ¿Alguna novedad con respecto a los exámenes?

Medito unos segundos.

—Llegó una nueva competencia de intercambio.

—Con seguridad le ganas —afirma mostrándome su puño para darme ánimos.

Después de eso, ella se encarga de ralatarme todo lo que ha hecho en los días que no estuve viniendo. Según cuenta, retomó las clases de pintura y piano, y además de eso, después de terminar sus estudios que lleva desde casa, planea pedir plaza en la universidad de la ciudad, que es donde tenía pensado hacerlo yo también. Del mismo modo, me cuenta que papá y mamá vinieron a visitarla hace poco y le contaron sobre mis nuevas amistades y que, según ellos, estoy siendo cada vez más amable. Cuando dice eso, no puede evitar reírse, pues sabe lo malo que soy cuando de amabilidad se trata.

Y Hussel puede dar fe de ello.

Sigo escuchando mientras habla cuando, de pronto, se queda en silencio sin razón. La observo de inmediato para averiguar el motivo y me encuentro con su mirada puesta en mí. Está más seria que nunca.

—Raphie, ¿todavía me quieres?

Su pregunta me toma por sorpresa.

La quería cuando sufrió el accidente, incluso después de eso; no tengo dudas sobre ello. Siempre le he demostrado que es alguien especial para mí, siempre he tratado de estar a su lado en sus mejores y peores momentos, forma parte de mi compromiso con ella, además de que nuestra amistad lleva años. El hecho de que me pregunte si es que aún la quiero me parece un poco osado. Por supuesto que lo hago.

Así que se lo digo.

—Me alegra escucharlo —musita tomando mis manos entre las suyas. Luego, cierra fuertemente los ojos en el preciso momento en que se dirige a mí—. Lamento mucho haber terminado nuestra relación...

Ese tema, que quedó en el pasado para mí, trae una expresión triste al semblante de Ella, así que le resto importancia para que vea que no estoy enojado con ella por lo que hizo.

—Está bien, somos amigos.

—Raph, no lo entiendes —replica. Es la primera vez que me llama como suelen hacerlo los demás; ella siempre prefirió "Raphie" antes que cualquier otro diminutivo, pero ahora al haber usado el que normalmente escucho, todo recuerdo de hoy regresa a mi mente—. Yo te quiero, tú me quieres...

Me concentro cuando escucho su última frase. No entiendo a qué se refiere, o tal vez algo en mí no quiere entender.

—¿Qué...?

Ella da un gran suspiro antes de continuar.

—Intentemos retomar lo que dejamos.


Cuando, después de unas horas, estoy de regreso en mi condominio, me detengo un momento en la acera fuera del edificio para pensar en lo que acaba de pasar. La propuesta de Ella me habría alegrado el día si hubiera en cualquier otra ocasión y años atrás; sin embargo, por algún motivo, esta vez me ha dejado pensativo. Después de la comida que nos sirvieron, comencé a despedirme. No quise esperar a que la lluvia cesara para regresar, salí de allá sin importarme que pudiera mojar mi ropa. Salí sin darle una respuesta a Ella.
Cualquiera en mis zapatos no hubiera dudado en corresponder a sus sentimientos, otro le hubiera dicho que sí sin pensárselo, pero yo no soy así de precipitado. Al menos, no cuando de esos asuntos se trata.

Lo cierto es que no quiero lastimar a Ella con mi forma de ser. No creo que alguien tan alegre y risueña como ella querría estar a mi lado siendo como soy, tan distante, serio y de pocas palabras. Muchas veces no sé cómo interpretar mis propios sentimientos ni mucho menos sé cómo interpretar los de los demás. ¿Cómo podría estar con alguien siendo de ese modo?

Dentro del ascensor, apoyo mi cabeza sobre los espejos mientras espero llegar a mi destino y poder descansar un poco. Afortunadamente, la lluvia casi había cesado cuando salí, por lo que solo mi cabello está un poco húmedo. Cuando llego a mi piso, me doy cuenta de que he olvidado mis llaves, así que la única opción que me queda es tocar el timbre. Espero unos segundos a que la puerta se abra, pensando que ya no encontraré a nadie de los que estaban hace horas, pero la figura de Hussel aparece frente a mis ojos.

De la sorpresa por verme, se le cae lo que lleva en la mano, que resulta ser dinero. Antes de que sea ella quien se incline, soy yo el que lo recoge y deposita sobre su mano.

Ahora que la tengo delante es momento de disculparme por haberla besado. Lo hice sin su consentimiento y eso no estuvo bien. Incluso para mí, que siempre he sido tajante con ella. Tan pronto como termino de expresarle mi disculpa, en su rostro cruza una expresión de aflicción. No entiendo, creí que una disculpa era lo que quería escuchar.

—Me gustas.

Apenas la escucho, mi determinación se va a la basura.

Doy unos pasos hacia ella para expresarle lo que, quizá, no he querido decirme ni a mí mismo. El solo hecho de que la haya besado no fue por simple gusto; quería hacerlo. Tal vez desde hace mucho. No obstante, el recuerdo de Ella me detiene cuando estoy a punto de hacerlo y es el que me obliga a interrumpir lo que Hussel pretende agregar a su confesión. Una palabra suya más y lastimaré a una persona.

—No sigas —la corto de pronto.

La expresión en sus ojos cuando me escucha es indescriptible. Casi puedo reflejarme en ellos, que se vuelven más brillosos bajo la tenue luz del pasillo. Sin esperar nada más de mi parte que pueda afectarle, se da la vuelta con la intención de marcharse. La detengo para preguntarle por qué lo hace, por qué ahora, por qué de esa manera, por qué yo. Al ver que no me responde durante varios segundos, decido acortar la distancia entre los dos y acercarme hasta donde está, pero ella se vuelve antes de que lo haga.

Me da una mirada nostálgica que no concuerda con la sonrisa que me dedica.

—No lo sé, tal vez confundí las cosas.

Eso me alivia un poco. Temía lastimarla.

—No vuelvas a hacerlo —le aconsejo. Ella me observa extrañada y, con un tono de voz casi inaudible me pregunta el qué—. Confesarle tus sentimientos a la persona equivocada.

Tan pronto como termina de escucharme, veo una lágrima resbalar por su rostro.

—Es lo que eres —acusa, limpiándose el rostro con el dorso de su mano—. Todo este tiempo pensé erradamente que eras el indicado, pero no es así. Siempre fuiste la persona equivocada.

—Hussel...

—No, déjame terminar —pide con los ojos rojos—. Nunca he significado nada para ti, ¿verdad? Pero por supuesto que no —ríe de manera sarcástica—. Primero me besaste, dándome el mejor regalo de cumpleaños que haya recibido en toda mi vida, y luego terminaste con mi felicidad y con todo cuando te fuiste a verte con tu novia, esa es la principal prueba de ello. Si no fuera porque me dolería golpearte, lo haría. Créeme. Te golpearía una y otra vez por hacerme esto. Simplemente sal de mi cabeza...

Mientras solloza, se apoya en mi pecho. Sus lágrimas humedecen en un instante mi sudadera. Estoy a punto de rodearla para hacer el intento de consolarla, pero no puedo llegar a hacerlo. A causa de sus acusaciones, los demás; Ralph, Stephen, Nadine y Alessandra salen de la sala para ver qué es lo que pasa. Cuando nos ven, la primera persona que se acerca es Turner, quien me aparta de su amiga de un empujón y sale con ella de mi casa. Nadine se va con ellas dedicándome una mirada desaprobatoria. Stephen y mi hermano niegan con la cabeza de igual manera.

—Le rompiste el corazón a la mejor amiga de la matona de Midtown —comenta el primero, haciendo referencia a su enemiga—. Prepárate para ser golpeado por una chica por primera vez en tu vida, yo ya conozco la sensación.

Lo ignoro. Me doy media vuelta para mirar por el pasillo del edificio y ver si es que Hussel todavía está cerca.

—Raphael —rezonga mi hermano. Por su tono de voz sé que esta vez habla en serio. No estoy de humor para escuchar sus sermones—. Elegiste a Ella, ¿no?

Ciertamente esta no es una competencia. No he elegido a nadie, no tengo por qué hacerlo. Y es eso lo que respondo.

—Si la quieres, ¿por qué le haces eso?

—No le he hecho nada a Ella.

—Hablo de Nadia.

Jamás pensé que terminaría así; no imaginaba que esa sería su reacción, tampoco pasó por mi mente que confesaría sus sentimientos tan de repente. No estaba preparado, porque oír eso de los labios de Hussel fue como recibir una inesperada descarga. De esas que fulminan.

Ahora seguro debe estar odiándome.
Ahora estoy odiándome a mí mismo por ser el culpable de su sufrimiento.

•••

ACTUALIZACIÓN TEMPRANO PARA QUE VEAN QUE SOY BIEN BUENA :3

Y este es el capítulo narrado por Raph (que cuenta como mini-maratón porque son dos capítulos seguidos escritos el mismo día).

Aclaración para las personitas que odian al sabelotodo: La razón por la que Raph no acepta a Nadia es porque si lo hace, de alguna manera lastimará a Ella (sí, así se llama la chica y se pronuncia "Ela" xd), que es alguien muy querida por él. Y eso es lo que él no quiere, no quiere que ella piense que él la rechaza por su condición de discapacitada :(

Además, si somos un poco objetivos, la que se confesó primero fue Ella :0

Está bien, está bien, yo ya me iba... D:

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