28| Eres realmente molesta
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Camino en compañía de Boward hasta el comedor y rápidamente nos enlistamos en la fila del almuerzo.
—Mira a esa rubia de allá.
Stephen señala con la mirada hacia una estudiante de otra sección que se encuentra sentada en una mesa del comedor retocando su maquillaje con la vista puesta en un espejo que sostiene con la mano derecha; yo me giro solo para que no diga luego que no le hago caso, ya que siempre suelo ignorarlo cuando se trata de contemplar chicas o de admirarlas. Y él lo sabe bien. No me interesa mirar a ninguna. Después de escanearla y de haberla estudiado durante unos segundos, él se encarga de categorizarla en una escala del 1 al 10, otorgándole un 7.
Desde hace días ha estado tratando de buscar en cualquier chica algo que lo haga distraerse de lo que sea que esté pasando por su cabeza, pero no una distracción que consista en llevar una "relación", sino más bien, un estímulo agradadable a su vista que lo haga olvidarse de algo. O de alguien, quién sabe. Ese extraño comportamiento en él no ha hecho más que molestar de cierta forma a Sabrina, quien ha pedido una explicación ante el repentino interés de Stephen por fijarse en toda chica que se le presente delante, cuando antes no había sido así; además, pidió que le dijera el motivo de dicho comportamiento. Comportamiento que, cabe mencionar, extrañamente comenzó cuando intercambió su lugar con Hussel, sentándose con Alessandra Turner. Es por esa razón que nuestra mejor amiga de hace años, no está ahora con nosotros.
—Vamos, tienes que admitir que estaba muy linda.
—Es la décimo octava vez que te escucho decir lo mismo de una chica diferente en todo el día —respondo, mientras esperamos en la fila para recibir nuestros alimentos—. Sabes que si quieres hablar de algo, puedes decírmelo.
—¿A qué te refieres?
—He oído cosas sobre Turner y tú.
Él niega con la cabeza al oírme, pero sé perfectamente que algo oculta. Su rostro cambia de expresión, de una divertida a una seria.
—Lo que sea que hayas oído, no es cierto. Nos odiamos, ella a mí por quitarle esta pulsera —Me muestra la misma que lleva puesta en su muñeca—, y yo a ella por robar mi diario. Es todo. Oh, por cierto, robo que fue gracias a tu querida Nadia.
—No empieces.
No sé desde cuando ha cultivado la idea de molestarme con Hussel, pero lo cierto es que se ha vuelto costumbre en él. Y la verdad es que no me hace tanta gracia. Al parecer, se ha confundido de hermano. Solo eso explicaría esa idea tan errada.
Después de mi firme respuesta, se hace silencio entre los dos. No me molesto en sacar otro tema de conversación, sino que centro mi mirada en las mesas del comedor, tratando de buscar una vacía en la que podamos sentarnos cuando nos entreguen nuestra comida. La fila avanza despacio, aunque ya estamos cerca de ser atendidos.
Solo espero que no sea de nuevo hamburguesa con papas, refresco y puré.
—¿Cuándo me vas a hablar de ella? —Escucho que pregunta el que considero mi mejor amigo.
El hecho de que toque ese tema de manera imprevista me toma por sorpresa. Solo una vez me lo preguntó, y solo una vez me negué a hablar de ello. No obstante, supongo que es momento de hablar de eso con alguien que considero un hermano.
—Si quieres ahora.
Mi contestación parece asombrarle, ya que no es muy común que esté dispuesto a hablar de temas personales con alguien más; sin embargo, lo único que hace es asentir y esperar que la fila avance.
Cuando ya nos han hecho entrega de lo que más me temía (es decir, hamburguesa con papas, refresco y puré), Stephen sugiere que nos sentemos en una mesa que queda cerca a la puerta de salida del comedor, así que caminamos con nuestras bandejas en mano dispuestos a acomodarnos ahí. Debido a que el lugar está particularmente rebosante de estudiantes, se nos dificulta pasar por entre las mesas con la velocidad que a nosotros nos hubiera gustado. No obstante, es esta pausa en nuestro andar, la que me permite escuchar mi nombre provenir de un peculiar comentario.
—... Me refiero a que no te has dado cuenta de que te gusta Raphael.
Quizá habría pasado por alto el comentario dando por hecho que no soy el único Raphael en todo Midtown, y que tal vez se estén refiriendo a cualquier otro chico que, casualmente, se llama igual que yo; si no hubiera sido porque las personas que veo en la mesa de donde provino la voz, son personas que van a mi clase y que, de cierta manera, han entablado una conversación conmigo en algún momento. Sobre todo la persona que aún no me ha visto y que estoy seguro de saber quién es.
Así que todo indica que se están refiriendo a mí, y ante esto, no dudo en mostrar mi gran sorpresa mezclada con confusión.
—Que yo, ¿qué?
Veo que los hombros de Hussel, que se encuentra de espaldas a mí, se tensan al escucharme. Alessandra, que está frente a mí y que me ha visto antes, le advierte con la mirada a su amiga que hay alguien detrás de ella. Esta no tarda en volverse, de manera lenta, como temiendo verme ahí. Finalmente, lo hace solo para comprobar que en efecto estoy aquí y he escuchado todo. O bueno, lo más importante.
—¿Tú? —pregunta Hussel sin mirarme, casi titubeando—. No hablábamos de ti...
Stephen aprovecha mi distracción para acomodarse al lado de Hussel, dejándome así el asiento al lado de Turner. Frente a la chica a quien debo una nota aprobatoria en el curso de idiomas. Sin mucha emoción, termino acomodándome ahí.
—Por si acaso, hablábamos del sobrino del hijo del tío del primo de mi vecina que también se llama Raphael —manifiesta el nuevo tormento de Stephen, apenas me siento. Yo la escucho tratando de encontrarle lógica a su respuesta, pero antes de poder decir algo, es Boward quien se me adelanta.
—Mentirosa —contraataca él—. Ya todo el salón sabe que la pelirroja se muere por Raph.
Inmediatamente observo a Nadia para ver su reacción ante lo que acabo de escuchar, pero ella esquiva mi mirada, claramente avergonzada. Y eso se siente extraño. Permanezco en silencio para ver el rumbo que va a tomar la conversación, que no está yendo por buen camino ahora que lo pienso.
Veamos, ¿qué está pasando aquí? Hussel, como nunca, está desesperantemente callada. Y no hace el intento de mirarme ni hablarme, lo cual tratándose de ella ya es preocupante. Y ahora Stephen y Alessandra parecen estar a punto de matarse entre ambos.
—Te juro que voy a partirte la cara —espeta Alessandra, apuntando a Stephen con un tenedor.
—Pues aquí me tienes.
—¡Ya basta! —grita de pronto Hussel, llamando la atención de todos en el comedor, incluso la de los que sirven la comida. Después de eso, se pone de pie y desliza su mirada hacia Stephen—. Eres un idiota, y tú también, pero lo eres el doble —agrega mirándome a mí. Casi puedo notar como una lágrima resbala por su mejilla al insultarme. Tal parece que por fin se ha dignado a decirme todo lo que se estuvo conteniendo en el tiempo que pasó conmigo, y verla en ese estado de cierta manera me hace sentir culpable de sus lágrimas. Demonios—. Nunca has tenido siquiera un poco de consideración conmigo. Sabes bien todo lo que he hecho para ganarme tu simpatía o tu amistad y nunca te importó. ¿Quieres saber si me gustas? ¡Pues ni yo misma estoy segura! Pero, ¿y eso qué? ¿Te habría importado? No, ¿verdad? Como no te importo yo, ni nada que...
Interrumpo su acusación cuando, sin importarme que todos nos estén mirando, me pongo de pie de manera súbita y camino con determinación hacia donde se encuentra ella; segundos después, la sostengo de la muñeca con una mano y la conduzco hasta el exterior del comedor sin darle tiempo a negarse o a objetar algo.
A pesar de que, unos instantes después, intenta zafarse de mi agarre, no detengo nuestra marcha hasta asegurarme de estar lo más lejos posible de la población estudiantil de Midtown que con gusto quisiera enterarse de lo que ha pasado para divulgarlo a través de cualquier medio. Cuando llegamos a las bancas que están en el patio, cerca al laboratorio de química, la suelto. Al verla, me percato de que sus mejillas están rojas de la rabia e incluso sus ojos verdes están del mismo color, signos de que ha estado llorando. O aguantándose de llorar.
—Lo siento, pero tenía que sacarte de ahí. Es un asunto entre los dos, los demás no tienen por qué enterarse.
No obtengo respuesta de su parte por un largo periodo de tiempo. Tiempo que ella aprovecha para secar su rostro y mostrarse más tranquila. Yo me remito a esperar que diga algo, lo que sea, pues a mí no se me ocurre nada. Finalmente, con un tono de voz apenas audible, me confronta:
—Te odio.
Sé que no es verdad.
—No lo haces.
—Debería hacerlo —confiesa, como si se odiara a sí misma por no hacerlo—. Has sido muy mala persona conmigo y yo nunca te he hecho nada... Bueno, nunca he hecho nada contra ti.
Tal vez tenga razón, pero no acostumbro a ser amable con la gente que no considero parte de mi círculo amical. Eso es precisamente lo que ella estaba buscando. Después de escucharla, paso una mano por mi cabeza pensando cómo solucionar esto. No es como que sea mi prioridad, pero no me gustaría dejarla así. De modo que, aprovechando que mantiene su vista en el piso y no en mí, me acerco hasta ella y, para su sorpresa, coloco una mano en su mentón obligándola a mirarme. Mi tacto y cercanía parece ponerla nerviosa.
¿Será posible que de verdad haya desarrollado sentimientos por mí después de todo? Esa posibilidad se lleva todo el sosiego que me queda.
—Eres realmente molesta —enuncio, con sinceridad—. Hace poco me preguntaste qué eres para mí y tal vez no fui claro con mi respuesta. No te voy a negar que has sido en gran medida desesperante, y que me has provocado más problemas que los que he tenido que atravesar en mis 17 años de vida, pero a pesar de todo me has soportado y has seguido ahí tratando de hacer que te tenga confianza, que sea más amable y que sepa escuchar a los demás, así que supongo que eso es lo más cercano que tengo a mi concepto de amistad, pesada.
Ella me dedica una extraña mirada, como si no se hubiese esperado lo que acaba de escuchar. La verdad es que yo tampoco esperaba decir algo así, mas soy consciente de que en verdad la he herido. Por mucho que esa no haya sido mi intención desde un principio. Por esta razón, no me sorprendo cuando sus ojos brillosos me miran cargados de emoción.
—Entonces... ¿tregua?
Extiende su mano, esperando recibir la mía. Sé que esta decisión tal vez no le agrade a cierta persona, pero a estas alturas creo que debo tomar mis propias decisiones sin detenerme a pensar sobre a quién podrían o no agradarles, así que soslayo por un instante su imagen de mi mente.
—De acuerdo.
¿Cómo llegamos a esto? La respuesta es sencilla: Por más que quiera, realmente ya no puedo sacar a Hussel de mi vida.
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