21| Momento
Capítulo sin corregir. Si encuentran algún error por ahí, me avisan. No olviden votar y comentar. Besosss<3
Cuando el timbre del descanso suena, lo primero que hago es acercarme al afiche pegado en un mural que anuncia las esperadas Olimpiadas Matemáticas, este contiene toda la información necesaria para aquellos que van a asistir a dicho concurso, ya sea como barra o como participantes. Como en todos los años, es el profesor jefe de plana, el encargado de llevar al representante del colegio junto a su compañero de apoyo —yo, en este caso— hasta la mencionada ciudad en donde se realizará el concurso. Todos los gastos corren por cuenta de Midtown así que no hay problema con eso. Mañana es el día en que Raph y yo nos iremos para poder estar presentes en dicho evento.
—Así que la roca con cerebro y tú van a irse juntos —habla Ale, apareciendo a mi derecha, leyendo el afiche que estoy mirando con fascinación—. Tú no te rindes, ¿eh?
—Sabes bien que no fue mi idea —respondo dando un resoplido—. Además, no soy la única que no se rinde. ¿O acaso Stephen ya se rindió contigo?
Ella cambia su expresión sonriente a una de completa seriedad al oírme.
—Ah, no me hables de ese tarado. Aún no acepta ser mi esclavo, resultó muy digno el muy idiota. Tampoco me ha devuelto la pulsera que me quitó, resulta que ahora es él quien la usa en todo momento como si fuera de su propiedad.
Lo último me sorprende. ¿Stephen llevando puesta la pulsera de Ale? Él, que es prácticamente es el chico más codiciado y aclamado por las chicas de mi salón e incluso por el de otros, ahora lo único que hace es centrar su existencia en molestar a Ale. ¿Quién lo diría? Un momento, está más que claro que trama algo. Pero por supuesto, él lo único que quiere ahora es su posesión valiosa de vuelta.
Desde aquella vez en el comedor en que él se la llevó cargada cuando ella pensaba seguir leyendo fragmentos de su diario a todos los estudiantes que estaban presentes almorzando para ridiculizarlo, la rivalidad entre los dos se ha ido acrecentando. Ale no lo soporta y él solo se divierte molestándola. A pesar de sentarse juntos tienen una guerra declarada. Tengo un extraño presentimiento de que eso no va a terminar en nada bueno.
—Tal vez esté planeando algo.
—No sería el único. ¿Ya te dije lo que pienso decir en mi discurso de presentación del equipo?
Al principio no entiendo a lo que se refiere, pero después al verla a la cara, entiendo perfectamente. Demonios.
Ale es la encargada de presentar a su equipo de porristas en el juego de mañana. Donde todos, TODOS —estudiantes, padres, profesores, personal administrativo de la escuela e invitados— van a estar. Tal vez olvidé mencionarlo, pero siempre, al mismo tiempo que las Olimpiadas Matemáticas (cuando estas no se llevan a cabo en nuestra escuela), se realiza el Campeonato de Lacrosse en el que nuestro equipo compite con el de otra escuela para ganarse el premio y llevar a Midtown a escalar un puesto en la lista de las escuelas con los mejores jugadores. Es en estas circunstancias en donde entran en escena las porristas de la escuela y su dichoso discurso...
Exacto, Ale es una porrista de esta escuela y, peor aún, es la encargada de elaborar el discurso.
—Ale, no lo hagas —pido en voz baja, debido a que algunos compañeros han empezado a entrar al salón.
Ella sonríe de lado sabiendo que acabo de adivinar sus intenciones. Casi podría asegurar que su sonrisa es muy parecida a la de su peor enemigo. Es muy probable que esté pensando en ridiculizar a Stephen mañana, en pleno juego. Ella sabe perfectamente que aunque el castaño no es el capitán del equipo, es uno de los mejores jugadores y su puesto en la cancha es muy importante para él. Cualquier inconveniente el día de su juego puede ser crucial.
No obtengo respuesta de su parte. Ella se abstiene a responder y lo único que hace es apoyarse en la pared mientras saca una hoja arrugada de su bolsillo, la cual me extiende. No dudo en recibirla dispuesta a leer lo que dice en ella, no obstante, al intentar hacerlo, mis ojos no encuentran nada más que manchas de polvo y suciedad. Algo confundida, levanto la vista, pero Ale insiste en que vea lo que dice la hoja.
—Nadia, lo que quiero que veas está en el reverso.
Rayos.
Ale rueda los ojos ante mi torpeza. Yo hago un pequeño puchero pidiéndole paciencia y me dispongo a leer lo que dice en el obsoleto pedazo de papel. Centro de nuevo mi atención en lo que tengo frente a mis ojos. Un momento, aquí no dice nada, no hay nada escrito. En vez de algún mensaje escrito a mano que pensé que habría, hay dibujada la que parece ser una niña de unos cinco años. Trae dos coletas a ambos lados de la cabeza y tiene una extraña expresión de enfado. Juraría que es Ale de pequeña si no fuera porque sé que es imposible que Stephen la conozca de esa edad. Al lado de la niña está dibujado un niño que supongo es el autor del retrato —es decir, el mejor amigo de Raph—, con expresión de susto ante la presencia de la niña. Esta escena se me hace conocida.
¿Por qué parece como si fueran Ale y Stephen versión miniaturas?
—¿Ya lo viste? —pregunta la morena, caminando hasta donde yo estoy. Asiento, devolviéndole el dibujo—. Desde niño era cursi.
—Es muy tierno.
O bueno era. Por lo que veo ahora Stephen Boward es de todo menos tierno, eso explicaría el origen de su malvado plan, en el que por cierto requiere de mi ayuda.
—Por Dios, Nadia, eres desesperantemente benévola —manifiesta Ale con horror, guardando la hoja en el bolsillo de su pantalón—. Pero no importa. Al menos estás de mi lado.
—Claro. Somos mejores amigas.
—Ya, no empieces con sentimentalismos.
Me río negando con la cabeza.
Finalmente, el breve tiempo que nos dan para descansar, termina y poco a poco msi demás compañeros regresan al salón para continuar con las clases. Esto supone regresar a mi asiento al lado del iceberg andante también conocido como Raphael Thompson.
Todavía no le he perdonado lo de ayer en la tarde; además de dejarme otra vez en su casa tirada como si nada —lo cual se justifica porque estuve con Ralph—, no quiso escuchar mi explicación ante lo que pasó con Aidan y eso me tiene aún muy disgustada. Es que de verdad es muy irritante cuando se lo propone.
Las clases siguen igual de aburridas como todos los días, sobre todo las de matemáticas, la única diferencia es que el sabelotodo no ha estado participando en ninguna como acostumbraba. Eso sí que es un poco alarmante y nada normal. Por un momento pasa por mi cabeza que se deba a que estamos un poco distanciados desde ayer en la tarde, pero siendo realista dudo mucho que se trate de mí.
¿Qué se supone que deba hacer ahora? Cielos, no quiero que estemos en este plan de no hablarnos durante los tres largos días que dura el concurso, pero tampoco quiero ser yo la que dé el primer paso. Es decir, desde que lo conozco ese ha sido mi papel, no me hace gracia seguir protagonizándolo. Es como si él supiera que a pesar de todo lo que haga, yo siempre voy a estar dispuesta a tratar de remediarlo.
Pero alto, ¿qué voy a remediar yo si no he hecho nada?
Debería dejar esto por la paz, hacerme a un lado, disculparme con él por no poder ir como su apoyo mañana, desistir de mi absurda idea de hacerme su amiga y dejar todo este amargo y frío episodio de mi vida atrás. Debería, pero vamos, soy Nadia Hussel, la pelirroja más masoquista de la historia.
Esto significa que, muy a mi pesar, sé que si no lo hago yo —lo de dar el primer paso—, él seguirá como si nada, tan frío y cortante como siempre. No le importo, no le importo ni tan siquiera un poco y eso ya es un hecho. Todavía no entiendo por qué acepté acompañarlo al dichoso concurso, pero incluso sabiendo esto, aún guardo una pequeña esperanza en mi corazón de que Raph me acepte.
—Señorita Hussel, ¿todavía sigue en la Tierra?
Como era de esperarse, el profesor de Cálculo Básico me observa desde su escritorio en donde está apoyado. ¡A mí favor diré que mis ojos no estaban cerrados mientras pensaba!
—Oh, no, digo sí. —Las carcajadas de mis compañeros no tardan en aflorar—. Quiero decir, estoy aquí, en su clase, escuchándolo atentamente.
—Cómo no, que conste que no la mando a la dirección solo porque mañana se irá al concurso con su compañero.
Bendito Raph y su amor a las matemáticas.
Inevitablemente para mí, dirijo mi vista hasta mi derecha en donde está Raph. Para mi sorpresa, él también me mira. Claro, mi sensación de felicidad termina en cuanto me advierte por medio de susurros que tengo el botón de la blusa abierto permitiendo que se note mi brasier y parte de mis pechos. ¿Qué rayos? ¿En qué momento sucedió esto? Casi en un pestañeo me cubro el pecho en lo que me abotono la blusa. Qué vergüenza, por Dios.
—Oh, genial, dime que no viste nada —ruego, sintiendo mis mejillas calientes—. Bueno, tampoco es que haya algo que ver —Escucho a Raph emitir un sonido que interpreto como una ligera risa, luego me doy cuenta de por qué lo ha hecho—. Digo, sí que hay algo que ver, mucho que ver, pero no ahora ni aquí... Oh, Dios... Solo dime que no viste nada.
—No vi nada.
Su respuesta me tranquiliza. Al parecer nadie en el salón además de él ha notado el ataque cardíaco que acabo de sufrir.
—Gracias.
—Qué conste que solo estoy haciendo lo que me pediste.
—¿Qué?
El timbre de salida es la campana que me salva de seguir haciendo el ridículo frente a Raph. Es obvio que vio algo, tuvo que hacerlo para darse cuenta y avisarme de que llevaba ventilando el pecho en el salón de clases en pleno invierno. No volveré a usar blusas de este tipo. Es más, echaré esta blusa del mal al tacho de basura.
Mi sabelotodo compañero no dice nada antes de marcharse de aula acompañado de su grupo de amigos, mientras que yo me quedo guardando mis cosas. Ale se acerca a mí y es quien me acompaña hasta la salida de la escuela.
No sé por qué, pero siento como si el pequeño problema que acabo de tener hace un momento en plena clase de números hubiera sido una especie de reconciliación con Raph. Por fin me dirigió la palabra en todo el día y hasta creo que sonrió. Eso no se ve todos los días. Tal vez deba dejarme la blusa desabotonada más seguido. De acuerdo, es broma.
De camino a la casa de Raph voy degustando unas deliciosas papitas. Estoy más que lista para recibir la última lección de la semana, antes de enfrentarme a los bimestrales el próximo lunes. Después de eso, volveré a mi asiento de siempre al lado de Ale y todo volverá a ser como antes si es que no consigo ganarme la simpatía de Raph en el viaje de mañana.
Eso, el viaje de mañana es mi última carta.
Después de varios días de espera, es hora de marcharnos para competir con la escuela rival de nombre High Tower, la cual está situada en una ciudad vecina llamada Bend. El encargado de llevarnos a Hussel y a mí a nuestro destino es nada más y nada menos que el profesor Smith, su favorito. Es precisamente él quien nos ha citado en este lugar en el que lo estamos esperando desde hace más de media hora con nuestras maletas, sin tener noticias suyas. Como era de suponer, Hussel, tan inquieta como siempre, no ha dejado de hacerme preguntas como si yo supiera el paradero del profesor no teniendo ni siquiera un teléfono celular, lo cual es un poco molesto.
Ambos estamos expuestos en este momento al peligro de ser asaltados o en el peor de los casos secuestrados, pero incluso sabiendo eso, nos consuela el hecho de saber que, si eso llegara a pasar, Smith iría a la cárcel por negligente. Él debería estar llevándonos a Bend en este momento para estar a tiempo en el concurso, no haciendo otras cosas que le impiden llegar ahora. Nosotros no deberíamos estar en este solitario paradero sentados en estas bancas de madera con nuestros equipajes al lado. Lo único que faltaría para empeorar la situación sería...
—El cielo está más oscuro que otros días, ojalá que no llueva.
Hussel lee mi mente y se acurruca en la banca, rodeando su cuello con la bufanda roja que lleva puesta y acomodando la gorra que trae. Muevo mi cabeza para hacerle ver que la he escuchado, pero no digo nada. Debo estar atento a cualquier ruido extraño, por si se diera el caso de que alguien nos intente acechar. La poca gente que pasa a nuestro alrededor nos observa curiosa, supongo que porque sabe que a estas horas es ilógico que estemos en un paradero de un transporte público que solo trabaja hasta cierta hora. Hace ya varios minutos que la cabeza de Hussel reposa sobre mi hombro en señal de que se ha quedado dormida. Como es mejor que esté callada y en silencio a que me ande preguntando cada cosa que pasa por su cabeza, la dejo dormir.
Pasada una hora o poco más, me pongo de pie y la despierto.
—Vámonos.
Cargo en un brazo su mochila y en el otro la mía.
—P-pero...
Tomo a la obstinada de la mano para que deje de poner objeciones y la obligo a emprender el camino para volver a nuestras casas. Tal y como lo predijo hace varios minutos atrás, lentamente mientras andamos, comienzan a caer pequeñas gotas de lluvia que luego se transforman en grandes charcos grisáceos. En un instante ya estamos empapados y el gorro de Hussel le cubre hasta los ojos debido al peso del agua.
—Llama a tus padres, diles donde estás y pídeles que vengan a buscarte —digo cuando encontramos un lugar para guarecernos de la lluvia.
—Mi teléfono no prende, está empapado. Usemos el tuyo.
—¿Qué te hace pensar que el mío no estaría igual que el tuyo? De todas maneras, no tengo celular.
Ella resopla, se abraza a sí misma y, resignada, mira la lluvia caer. Yo hago lo mismo.
—Está helado, Raph —manifiesta de un momento a otro.
Lo cierto es que es bastante probable que estemos a 5 o 6 grados, lo cual no es tan alarmante si no fuera por la lluvia torrencial que no cesa.
Hace años leí que el cuerpo humano genera calor propio que puede intercambiar al tener contacto con otros cuerpos, pero dadas las circunstancias, dudo que pueda poner eso en práctica con Hussel.
Una luz anaranjada llama nuestra atención en medio de toda la oscuridad de la noche, y no es necesario ser sabio para saber que son las luces de la camioneta de Smith. Al vernos en la acera, debajo de un anuncio publicitario, baja la ventana del coche y nos invita a entrar. Estoy a punto de decirle con ganas todo lo que no le he dicho en tantos años que lo he tenido como profesor, pero la mano de Hussel sobre mi hombro me lo impide. Su cabello mojado, sus manos heladas y su cuerpo tiritando son los que me obligan a aceptar entrar al auto del docente en donde de pronto nos inunda el calor que afuera tanto necesitábamos.
Mi cabello aún está húmedo, pero supongo que las bebidas que nos ofreció Smith sirvieron de algo.
—Alumnos, les ofrezco una sincera disculpa, pero tuve un percance que me impidió llegar a tiempo.
Hussel y yo nos miramos por instinto. Ha pasado una hora desde que Smith nos recogió de la calle en medio del aguacero y ahora ella ya luce mejor. Al menos ha dejado de tiritar, aunque aún sigue tratando de calentar sus manos manteniendo presionando estas en el vaso de café caliente. Los dos estamos en los asientos traseros de la camioneta.
—¿Por qué viajamos de noche? —pregunta Hussel, tan imprudente como siempre. El docente nos observa a través del espejo retrovisor.
—Para ahorrar un día de hospedaje en el hotel.
—Menudo tacaño... —murmura, dando un sorbo al café que tan amablemente Smith nos ha ofrecido. Su comentario me causa un poco de gracia, pero no lo hago notar—. Casi muero de hipotermia por su culpa, como reparación civil debería aprobarme en su curso, yo nomás digo.
Las luces de la camioneta se apagan.
—Duerman, jóvenes. Con esta lluvia nos espera un largo viaje.
Obligo a Hussel a terminar su café para evitar que su bebida se derrame de imprevisto mientras estemos dormidos. Después de eso, divido los asientos entre los dos. Para ella es la parte de la izquierda, la mía es la derecha. Así es como quedamos por mutuo acuerdo luego de debatir quien podrá estirar sus piernas en los asientos para poder dormir más cómodo. Hussel gana, y ante eso no puedo refutar nada, sin embargo, ella promete no pasarse de su parte en los asientos. Y me hace prometer lo mismo.
Claro que una hora después de haberme dormido, me percato de que es ella quien no ha respetado la separación, ni el espacio y que su cabeza reposa tranquilamente sobre mi pecho.
•••
PREGUNTA DEL DÍA: ¿Cuál es su parte favorita de la historia hasta ahora?
Pásense por la historia de Ale y Stephen. La encuentran en mi perfil.
Mich.
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