19| Rumores y un desliz
Wowowowow. ¿Será esto un sueño? ¿Parte del final de DDC (solo veteranos entenderán el chiste)? ¿O es que Mich de verdad decidió volver después de más de un mes a causa de sus oraciones? Bueno, pues, obviamente lo último.
Deposite sus reacciones por aquí.
¿Cómo han estado, mis amores? Antes que todo, quiero disculparme con ustedes por haber dejado medio abandonada mi cuenta y por consiguiente esta historia, pero sucede que, como ya muchos saben, estoy en la universidad y estas últimas semanas han estado llenas de trabajos, exposiciones y los benditos parciales. No voy a negar que he tenido algunas horitas libres que he malgastado viendo alguna que otra serie :( pero de verdad que no me entraban muchas ganas de escribir. Aún así, ya tenía avanzado este capítulo y solo era cuestión de terminarlo. Y pues hoy día me dije: "Ya son varios algodoncitos que me dejan mensajitos de que me extrañan a mí y a mis historias, ¿qué tal si los premio hoy con un nuevo capítulo? Y bueno, ya saben el desenlace. Así que aquí estoy con el capítulo 19 de BTM.
Ha sido escrito con mucho cariño para todos ustedes, así que denle mucho amor y compártanlo y comenten cuanto quieran <3
El silencio que se forma en el salón dura aproximadamente diez segundos. Diez largos segundos en que uno a uno, mis compañeros presentes van mirándose entre ellos, tratando vanamente de buscar una respuesta a lo que acaba de pasar, cuando lo que sucede es que ni yo misma encuentro una explicación. Todo estaba bien hasta que escuché mi nombre salir de los labios del chico más inteligente de mi clase, y no para algo bueno.
Raph sabe perfectamente que odio con mi vida las matemáticas, ¿por qué querría ir yo a un evento que lleva esa molesta palabra en su nombre? Empiezo a pensar que todo lo ha hecho a propósito, para que se cerciore de si es que he aprendido algo a su lado o le he hecho perder el tiempo. Tal vez quiere demostrarse a sí mismo que es bueno enseñando o qué sé yo. Ya no sé ni qué pensar.
Tengo puestas sobre mí las miradas de todos mis compañeros, impidiéndome de poder concentrarme.
Observo a Ale mirar la escena con semblante aburrido, como si no le interesara el rumbo que va a tomar la conversación entre Raph y el profesor, y a su lado, Stephen, muy por el contrario, nos mira con interés. Como si tampoco se hubiera esperado lo que acaba de suceder. Vaya, ya somos dos.
No es normal que el gran Raphael Thompson solicite mi presencia a su lado durante los tres días que duran las olimpiadas. Más que nada, porque todos suponen que él no me soporta en lo absoluto, que no termino de caerle bien y eso hasta yo lo pensaba. Y sigo pensando. El profesor se aclara la garganta antes de reaccionar ante lo que acaba de pedir su mejor estudiante.
—¿Disculpe? —rezonga, apoyando una de sus manos en su escritorio—. Me parece que no lo escuché bien.
—Lo hizo —interrumpe Raph—. Solicité a Hussel como la persona que me apoye en las Olimpiadas y eso sonó bastante claro.
Oír de nuevo su petición me hace tragar saliva. Casi podría jurar que el profesor también acaba de hacer lo mismo; él cree con firmeza que voy a echar todo a perder y que haré quedar mal a Midtown frente a las demás escuelas competidoras. En otras palabras, está convencido de que soy un desastre andante.
—Thompson, yo aprecio mucho la preocupación que debe tener por su compañera, por sus notas y por el desastre que es y siempre ha sido —siento las manos de Raph tensarse sobre el escritorio mientras escucha al profesor—, pero entienda que Hussel está privada de ser partícipe de estas Olimpiadas.
—¿Por qué?
—A ella se le asignará otra tarea.
¿Qué? Un momento, todo estaba bien hasta que habló de la posibilidad de dejarme un trabajo. No puedo permitir que haga esto solo porque sí; yo no quiero participar en las Olimpiadas, no quiero ser el apoyo de Raph, no quiero nada que tenga que ver con matemáticas. No quiero que el sabelotodo decida por mí.
Estando a punto de tocar el hombro de mi compañero para pedirle que desista de su absurda idea, vuelve otra vez a interceder a mi favor.
—Está bien, señor Smith, pero quiero que sepa que, si no cuenta con la participación de Hussel, tampoco cuente con la mía.
Dicho eso, sucede algo insólito: Raphael Thompson, aún en sus cinco sentidos, se pone de pie, toma sus cosas y abandona el salón en medio de la clase. Pero, instantes después, ocurre algo más insólito que eso: yo voy tras él.
Estoy más que segura de que todo el salón ha visto la escena y debe estar creando historias sobre nosotros en sus cabezas, pero no me importa. No me importa en lo absoluto. En este instante, lo que me interesa es hablar con Raph y preguntarle cuál es su interés en arruinarme la tranquila vida que llevo. No necesitaba yo que me sugiriera como apoyo en ese evento o que usara eso como excusa para ver si es que he aprendido o no. ¿Qué le costaba preguntarme y ya? ¿O es que ni para eso me quiere dirigir la palabra?
Mientras camino por el pasillo de la escuela en busca de su polera azul, siento un ardor inexplicable en los ojos. No me puedo permitir llorar por algo tan absurdo como esto. Doy un suspiro hondo para calmarme y continúo mi camino esperando encontrarlo.
¿Cómo es posible que tan rápido lo haya perdido de vista?
Hace un momento lo tenía a menos de cinco metros y ahora es como si se lo hubiera tragado la tierra. No lo culpo; hace dos años Raph pertenecía al equipo de fútbol de la escuela junto a Stephen, pero luego se retiró y, ante esto, el segundo sabelotodo de la clase se pasó al equipo de Lacrosse. Es precisamente por esta razón que mi compañero tiene las piernas ágiles para caminar como si estuviera corriendo o huyendo en este caso.
Pero aquí entre nos, ¿a dónde iría Raph a desconectarse de la realidad?
Llevo una de mis manos a la cabeza pensando mientras recupero el aliento después de la casi persecución, hasta que la respuesta llega instantáneamente a mi cabeza. ¡Ya lo tengo! No hay un mejor lugar donde el sabelotodo estaría en este momento. Me doy media vuelta y camino esta vez en dirección al lugar que no visito desde hace dos bimestres. Ese que de seguro ya ni recuerda mi presencia. La señorita encargada tal vez tampoco se acuerde de mí o tal vez sí, pues la última vez que estuve allí fue cuando los de noveno me tomaron el examen. En buena hora me echaron de su grupo, de lo contrario, no habría considerado solicitar la ayuda de Raph.
De pie frente a la puerta de la biblioteca me remito a tratar de ver a través de las paredes cristalizadas si es que él está ahí, escaneo el lugar creyendo que tengo la visión de Terminator. Una sonrisa se forma en mis labios cuando compruebo que el sabelotodo está en el interior. Haciendo acopio de mi fuerza de voluntad, obligo a mis piernas a moverse para ingresar; se siente tan raro apenas pongo un pie adentro, que emito una mueca como si estuviera preparándome para recibir un golpe.
Unos segundos después me doy cuenta de que estoy llamando mucho la atención, así que trato de actuar natural mientras camino con dirección a una mesa situada en la esquina izquierda de toda la biblioteca.
—Te encontré —sorprendo a Raph tomándolo por los hombros cuando está de espaldas.
Varios "sh" se oyen, recordándome donde estoy. Dejo caer mis cosas en el asiento situado a la derecha de Raph apenas digo eso. Él, al parecer, se sorprende por mi presencia, pero omite hacer alguna clase de comentario. O eso pensé.
—¿No deberías estar en clase?
Tiene razón, pero él también está en falta. Es decir, prácticamente se evadió de una clase en las narices del mismísimo profesor Smith, aquel que lo venera como si fuera un santo o algo parecido.
—No soy la única que debería estar en clase —contraataco en susurros al igual que ha hecho él. Este levanta la mirada del libro que estaba leyendo y me observa—. Raph, no es necesario que hagas lo que estás haciendo.
—Leer es necesario.
—Sabes que no me refiero a eso, yo no quiero ir a las Olimpiadas.
—¿Por qué? No es un viaje turístico, Hussel, te servirá mucho para los bimestrales. Esos temas vendrán en los exámenes.
Por algún motivo que aún me pregunto, me cruzo de brazos frente a él para mostrarle que algo no está yendo bien.
—¿Eso significa que ya no me vas a poder ayudar? —pregunto como si por fin hubiese dado en el blanco. Su silencio confirma mis sospechas—. Ya no podrás, ¿verdad? —Más silencio—. Bien...
Me pongo de pie dispuesta a irme. Lo sabía, sabía que en cualquier momento iba a decirme que ya no podría ayudarme, que buscaría cualquier excusa para echarme de su vida. No sé por qué siento como si estuviéramos terminando una amistad que ni siquiera se ha concretado. No sé por qué se siente así. Me acerco hasta donde está, pero solo para recoger mis cosas que dejé en el asiento a su lado, pero él interrumpe mi acto de huir cuando vuelve a hablarme.
—No te adelantes —enuncia aclarándose la garganta—, no he dicho que no podré.
Tan pronto como lo escucho, me vuelvo, tiro mis cosas y, de la emoción, me lanzo a abrazarlo. Literalmente. Por poco y se cae del asiento debido a mi peso, pero es lo suficientemente rápido como para mantener el equilibrio ante mi efusividad, aunque logra recibir mi abrazo por la espalda. Cualquiera que nos viera pensaría que somos una pareja más de adolescentes, pero no es así. Teniendo eso en cuenta, me alejo de Raph como un resorte. El hecho de saber que no va a dejar de enseñarme me sube el ánimo, cambia por completo la expresión en mi rostro.
Dudo un poco antes de tomar una decisión.
—Está bien.
—Está bien, ¿qué? —cuestiona un confundido sabelotodo, acomodándose la ropa que acabo de arrugar debido a mi arrebato, pues no he soltado algún preámbulo acerca de mi resolución.
—Voy a ir contigo al concurso, seré tu apoyo y ángel guardián.
No sé si he empezado a imaginar cosas o no, pero me parece ver una media sonrisa en el rostro de Raph ante mi broma. Vestigio de sonrisa que desaparece en cuanto ve que le estoy sonriendo yo también. Él aparta la vista de mí como si estuviera avergonzado, y yo me siento igual.
Rayos, creo que lo estaba contemplando admirada.
Después de la escena en la biblioteca, Raph y yo regresamos al salón cuando la clase del profesor Smith ya ha terminado. No hablamos mucho en el camino, pero sí lo suficiente como para comprobar lo que más me temía: Raph tiene a esa persona especial. A esa persona especial por la cual me dejó al cuidado de Ralph ayer, desentendiéndose de su labor de ayudarme.
Lo sé porque le pregunté a donde había ido ayer y su semblante cambió de una manera que no esperaba, hasta podría decir que sus ojos se iluminaron tan solo por el simple hecho de recordar. Eso para mí fue suficiente y no quise insistir en el tema. Así que sí, definitivamente Raph tiene a alguien y creo que lo más razonable ahora es... tratar de descubrir quién es esa persona.
Apenas llegamos al salón, dejo mis cosas en mi asiento para después dirigirme hasta donde Ale y pedirle que me acompañe al comedor. Ella con la mirada me agradece el gesto pues, al parecer, Stephen la estaba agobiando. Todavía no se acostumbra a la presencia de Boward, pero sé que hace en esfuerzo ya que sabe que es por mi bien. Así paso más tiempo con Raph y tengo muchas más probabilidades de aprender lo necesario para los exámenes.
—Así que la roca con cerebro tiene novia y tú te mueres por saber quién te lo ha robado —recapitula la morena frente a mí mientras se lleva el tenedor a la boca. Hago una mueca de desagrado al escucharla decir lo último—. Es broma, de acuerdo. Pero ¿cómo podrías lograr eso?
Sinceramente, solo una idea descabellada ha pasado por mi cabeza hasta el momento. Idea que posee como protagonistas a mi mejor amiga y a cierto adolescente hablador que tiene por compañero de pupitre. Sé que no es el mejor plan, pero podría ser de mucha ayuda si es que Stephen nos brinda alguna información, por más mínima que sea. Está claro que eso no estará fácil; sin embargo, si quiere llevarse bien con Ale le conviene cooperar.
Ante mi incesante mirada y el desvío que hago de esta hacia la mesa donde se encuentra su peor enemigo, Alessandra Turner parece leer mis pensamientos y, con toda la seguridad del mundo, pronuncia un fuerte, sonoro y claro:
—Ni lo sueñes.
Hago un puchero ante su negativa, pero no parece funcionar. Vaya, esto se veía venir. Sé perfectamente que para Ale sentarse al lado de Stephen es ya hacer todo un esfuerzo, pues ella no lo soporta. Nunca le ha caído bien el mejor amigo de Raph.
—Por favor, Ale, es solo hacerle una pregunta.
—Mientras menos le dirija la palabra al locutor de radio, se acostumbrará a no hacerlo él tampoco —gruñe—. Por cierto, creo que no te conté que me volvió a quitar la pulsera.
—¿Qué?
Compruebo que esta ya no se encuentra en la muñeca de Ale.
—Me tomó desprevenida mientras estaba en las prácticas del equipo y no pude evitarlo, así que olvida tu absurda idea. No le hablaré, simplemente aprovecharé cualquier descuido suyo y lo haré escarmentar.
Resoplo frustrada.
Genial. No cuento con la ayuda de mi mejor amiga. ¿Qué se supone que haga ahora? A mi alrededor, mis demás compañeros se encuentran degustando sus almuerzos, mientras yo ni siquiera he tocado el mío. No es como que tenga demasiado apetito tampoco.
Disimuladamente, echo un vistazo rápido hacia la mesa donde siempre suele sentarse El Triángulo. Sabrina está acomodada al lado de Raph y frente a ellos está Stephen conversando amenamente con ellos. Ninguno de los tres nota nuestra existencia cuando están juntos, pero creo que es hora de acabar con eso. Tal vez si me acerco y trato de integrarme y ganarme la simpatía de la castaña consiga algo.
Alessandra parece leer mi mente y prever mis intenciones, porque chasquea los dedos para que le preste atención y me mira con cara de "ni lo pienses". ¿Tan evidente soy?
—Está bien, tú ganas, prefiero tratar de hablar con Boward en privado a que hagas el ridículo en público y me arrastres contigo —cede, rodando los ojos—. Le haré creer que pienso devolverle su preciado diario y luego recuperaré mi pulsera.
Sonrío victoriosa.
Ale por poco y me levanta el dedo. Sé perfectamente que en sus adentros debe estar soltando palabrotas contra mí, pero sé también que así son las verdaderas amistades, a menudo estas requieren de sacrificios que uno no se imagina.
Ya cuando el horario del receso termina, ella y yo volvemos a nuestra aula con paso lento, pues no es nuestra prioridad en este momento escuchar a algún profesor hablar. En el pasillo, nuestros demás compañeros nos hacen compañía sin siquiera sospecharlo.
Ellos están avanzando a un paso delante de nosotras, riendo, disfrutando de la vida contando chistes y algunas chicas cuchicheando. Viéndolas, de un momento a otro, mi mente rebobina a días atrás en que una de las presentes hacía comentarios negativos de Ale, relacionándola con Stephen. No pretendo acusarla porque, vamos, sería muy infantil de mi parte, pero recordar esto hace que preste atención a sus nuevos murmullos. Mi mejor amiga no parece entender lo que pasa cuando me detengo un instante para no levantar sospechas de que las estoy escuchando, pero en lugar de detenerse a preguntármelo, decide hacer lo mismo que yo.
Así que nos detenemos a medio pasillo y logramos escuchar algo que sorprende a Ale tanto como a mí. Según mi compañera, Stephen y Sabrina han empezado a salir. Esto causa tanta conmoción en mí que emito un para nada desapercibido "¿qué?", que solo ocasiona que algunos compañeros se giren a vernos. Ya cuando han olvidado mi arrebato de hace un instante, empiezo a cavilar en voz alta.
—No tiene sentido, pero si él quiere que...
Me detengo en seco al percatarme de lo que estaba a punto de decir.
—Él quiere que, ¿qué?
Ale levanta una de sus cejas, suspicaz.
Rayos, por poco y se me escapa el favor (si es que se le puede llamar así a su sucio chantaje) que me pidió Stephen que le hiciera. Favor que, de por sí, incluye a Alessandra. No estoy segura de si debería decírselo, no lo pienso ayudar después de todo y no le veo lo importante. Además, ella me ha demostrado que cualquier cosa que tenga que ver con Boward no le importa en lo absoluto.
No obstante, Ale continúa mirándome con curiosidad debido a que todavía no le he respondido. En este momento deseo que un ángel venga a salvarme del interrogatorio que sé que me espera.
—Hussel, ahí estás. El señor Churchill quiere verlos en su oficina. —La voz del profesor Smith suena, sorprendentemente, como música para mis oídos. Es la persona menos indicada que ha llegado en el momento indicado. Aun así, logro prestar atención a lo que ha dicho.
—¿Verlos?
—Sí, a ti y a Thompson.
Oh, no. No quiero volver a la dirección de nuevo. Mucho menos si es con Raph, ya que a este paso pensará más que yo soy la causante de todo lo malo que le pasa.
—Pero... —busco en mi repertorio de excusas disponibles alguna digna para la ocasión, hasta que doy con la indicada—, tengo clases.
Claro, Nadia, ¿desde cuándo a ti te importan las clases?
—La reunión con el director es más importante, señorita.
Y sí, muy en contra de mi voluntad, soy prácticamente obligada a seguirlo hasta la dirección en compañía de Raph, quien tampoco entiende el motivo de nuestra citación. Hasta donde sé, ninguno de los dos ha hecho algo malo y no hay ninguna razón concreta para que nos hayan mandado a la dirección sin siquiera explicarnos el porqué. Mientras caminamos siguiendo al señor Smith, me permito dirigirme al sabelotodo que tengo al lado, tocándolo del brazo. Él gira su cabeza en mi dirección en cuanto lo hago y me mira directamente a los ojos; y eso es suficiente para que, sin motivo alguno, olvide lo que pensaba decirle.
Estupendo. ¿Qué pasa contigo, Nadia?
Antes de pensar en una posible respuesta, ambos nos vemos obligados a detenernos antes la abrupta pausa en el camino que hace el profesor. Por poco y chocamos con él. Pero claro, ya estamos aquí.
El señor Smith, haciendo acopio de sus buenos modales, toca la puerta de la oficina del director antes de invitarnos a pasar. Miro a Raph antes de dar el primer paso; él no lo hace. Sin mirar a ningún lado más que a adelante, se introduce en la habitación en donde, sentado detrás de un escritorio, se encuentra sentado de manera imponente el director Churchill. Este nos observa mientras nos abrimos paso a través de las dos sillas que siempre suelen haber para casos como citación de padres, charlas con el dirigente, reuniones entre profesores, etc. Una vez que nos sentamos, Raph es el primero en hablar.
—Señor Churchill, ¿qué es eso tan importante que tiene que decirnos? Estamos en horario de clase.
—Déjeme decirle, joven Thompson, que siempre lo he considerado un alumno responsable en todo lo que hace, destacado entre sus demás compañeros del mismo grado y sumamente cuidadoso respecto a su reputación. —Hace una pausa dramática, desviando su mirada hacia mí—. Sin embargo, han llegado a mis oídos ciertos rumores que lo involucran con su compañera Hussel aquí presente.
Mi atención, que se había ido por un segundo contemplando una hormiga merodeando por el borde del macetero de uno de los adornos florales de la oficina, se centra en lo que acabo de escuchar y no puedo evitar sorprenderme.
—¿Qué? —expresamos el sabelotodo y yo al mismo tiempo.
El señor Churchill mira al señor Smith y este asiente.
—Ya sabemos que quieren ocultarlo, pero es mejor que nos lo digan, porque de igual manera nos enteraremos —masculla el profesor, cruzándose de brazos. Acto seguido, deshace su movimiento y lleva una de sus manos al hombro de Raph mirándolo con gesto melodramático—: Thompson, eres uno de nuestros mejores estudiantes, dentro de unos días nos representarás en las Olimpiadas matemáticas que organizará la escuela High Tower, no distraigas tu mente en otras cosas.
Mi compañero, más desconcertado que sorprendido, solo atina a ponerse de pie, en señal de que algo no está yendo bien.
—No tengo nada con ella —asegura. Yo asiento. Es verdad, entre nosotros no existe nada de lo que ellos piensan. Pensar en un posible romance con Raph es una utopía.
—Thompson, ya sé que es por esa razón que quieres que sea ella quien te acompañe como apoyo...
—No. —La paciencia de Raph parece haberse terminado, ya que cambia su tono de voz casual a uno más severo—. Estoy diciendo la verdad. Ni siquiera me gusta.
Observo su rostro mientras lo dice sin ninguna clase de titubeos. Se ve tan firme al terminar de decir aquello, que cualquiera creería que es cierto. Sin embargo, parece darse cuenta al instante de lo que acaba de hacer, del tono y las palabras que acaba de emplear al referirse a mí.
Intenta resarcirse, pero ya es tarde. Ya lo he escuchado. ¿Por qué me ha afectado que lo asegure como si nada, si solamente lo veo como un amigo? Pues, sea cual sea el motivo, no voy a hacerlo notar. No digo ni una palabra más hasta que finalmente nos dejan marcharnos sin poner alguna clase de objeción a la última aclaración de mi compañero. Tal parece que el tono firme y seguro que usó Raph para referirse a sus sentimientos por mí, logró convencer al señor Churchill y al profesor Smith de que en verdad ni siquiera soy lo suficientemente atractiva como para gustarle a alguien como él.
¿Y eso a mí que me importa? No he tomado como una ofensa lo que dijo en la oficina del director, porque no creo que lo haya dicho con intenciones de ofenderme, pero tampoco, bueno... tampoco es que lo haya tomado como un cumplido. De todas maneras, yo lo que quiero es la amistad de Raph, no alguna clase de relación que incluya romance o algo por el estilo.
¿Por qué, entonces, escucharlo se sintió como una puñalada? No tiene sentido alguno.
En los pasillos de Midtown lo único que se escucha ahora son los pasos que damos Raph y yo casi al mismo tiempo, mientras caminamos de vuelta al salón de clases. Ninguno de los dos ha dicho nada, pero sé a ciencia cierta que ambos tenemos ganas de decir algo. Lo digo porque cuando salimos, él me miró y se veía con ganas de querer dirigirse a mí, aunque finalmente no lo hizo. Ni yo. A veces el silencio comunica más que las palabras. Y aunque Raph sea silencio y yo palabras, en este momento, estamos bien como estamos. Cada uno sumido en sus propios pensamientos.
Al llegar a las afueras de nuestra aula, doy un suspiro pesado, para después seguir con mi camino y tocar la puerta para solicitar permiso para entrar; sin embargo, algo detiene mi cometido. O, mejor dicho, alguien.
—Hussel. —La voz de Raph se me hace tan suave, tan impropia de él, que escucharlo me provoca algo en el estómago. Pero a pesar de eso, no me vuelvo para que no vea lo que ha provocado en mí su acción—. Lo que dije en la oficina del director hace un rato... No es cierto.
•••
Yo, después de la última frase de este capítulo: ¡Ajfldjsldpdh! ¡¿Ghsjsdfr?! ¡Wplgmsrt! 😭❤
PREGUNTA DEL DÍA: ¿A quién extrañaron más, a Nadia, a Raph, a Ralph o a Mich? Pregunta seria, ah.
Gracias por leer. <3
No olviden pasarse por "Buscando tu atención", la historia de Ale y Stephen que también va a estar 7u7
Besosss.
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