18| Inesperada petición

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Con mucho amor, Mich. <3


«A encontrarme con alguien... muy especial.»

¿Por qué no puedo dejar de pensar en eso que dijo Raph antes de salir?

Durante toda la película que vi junto a Ralph no pude dejar de pensar en ello, ni siquiera cuando él la pausó un momento con el objetivo de traer de la cocina algo para beber. Es como si su comentario se me hubiera quedado grabado en la mente, como si se repitiera en mi cabeza una y otra vez. Hubo algo en la manera en que lo dijo, sonó tan serio, tan seguro de lo que decía que no me quedan dudas de que realmente es alguien muy importante para él.

¿Será que Raph tiene a alguien especial? Es decir, a esa persona especial. Se supone que —como buena amiga que pretendo ser de él— debería alegrarme pensar que, al menos, hay alguien que derritió su corazón de hielo. Debería estar feliz por eso, ya que si ha encontrado el amor significa que ahora ve la vida de un color menos grisáceo, siendo aún más sencillo poder ser su amiga. Debería sentirme contenta, pero inexplicablemente no sucede así conmigo.

¿Será el motivo porque ahora no tendrá el tiempo suficiente para ayudarme y eso podría poner en peligro mi promedio? Quiero pensar que esa es la razón. Esa tiene que ser la razón.

Hace poco acabo de dejar su casa, después de haber visto una película con Ralph. Mientras estaba frente a la pantalla de la televisión, trataba de no desconcentrarme de lo que mis ojos estaban viendo, aunque no era tan sencillo. Ralph me comentaba sobre algunas escenas de la película que le parecían demasiado exageradas y casi dio un inexorable discurso que se podría considerar una crítica al filme, incluso hizo algunas bromas. Pero nada. Yo estaba en otro mundo y solo mi cuerpo físico estaba ahí.

Después de terminar la película, me despedí de él y salí prácticamente corriendo de su casa. Raph no volvió en todo ese tiempo. ¿Habrá estado con esa persona especial? Es lo más probable.

Mientras camino de regreso a mi casa, trato de tranquilizarme y pensar positivamente. Si Raph está saliendo con alguien es probable que deje de enseñarme para dedicarle más tiempo a esa persona, pero al menos así será feliz. Y yo no soy tan egoísta como para intentar robarle el tiempo que podría pasar con esa chica. Claro que no. Doy un suspiro para ya dejar de pensar en eso, que me ha tenido inquieta durante toda la tarde.

Mantengo mi vista al frente y mi paso firme, pero me detengo en seco al recordar lo que hice hoy. Abracé a Raph. Lo rodeé con mis brazos y estuve muy cerca de él como si ambos tuviéramos ese tipo de confianza, como si yo pudiera hacer eso. Fue un impulso que hasta ahora me reprocho. Tal vez ese es uno de los motivos por los que él ha decidido alejarse de mí.

Cree que lo veo con otros ojos, que tengo otras intenciones.

De acuerdo, tal vez estoy dramatizando mucho. Él todavía no me ha dicho nada sobre las clases en las tardes y no tengo por qué hacer un embrollo de todo. Mañana se lo preguntaré y si me dice que no, lo entenderé. Esta es la última semana que me queda antes de los exámenes que empiezan el próximo lunes.

Con Raph o sin él, aprobaré. Tengo que hacerlo.

***

—Nadia, ¿qué le pasó a tu hermano? —pregunta mamá como si Zach no tuviera una lengua para hablar y pudiera explicarle él mismo con lujo de detalles el porqué de su herida. Es este último quien finge una mueca de dolor que solo ocasiona que mamá me apremie en dar el motivo.

Hace un rato papá y mamá acaban de llegar del trabajo y, al ver que Zach tenía un moretón en el rostro, papá solo se dignó a preguntar si es que lo habían expulsado, recibiendo un no por respuesta. Ante esto, siguió su camino hasta su habitación ignorando el meollo de la situación. Mamá fue todo lo contrario, ella trajo del botiquín de la despensa todos los implementos de primeros auxilios necesarios para atender a su primogénito y se dispuso a tratar sus heridas.

Como era de esperarse, Zach no ha hecho más que quejarse y echarme la culpa, razón por la cual me veo en la obligación de defenderme disponiéndome a narrar los hechos tal y como sucedieron.

—Sucede que estaba yo en el pasillo de Midtown junto a Ale, cuando de repente...

—Su novio me golpeó.

—Raph no es mi novio —aclaro ante la suspicaz mirada de mi progenitora—. Él solo se defendió de tus insultos.

Zach se acomoda en su asiento y mira a mamá. Ella también lo observa a la espera de que me responda, ya que lo conoce y sabe que él no es de los que se quedan callados.

—Que yo sepa, el asunto era entre nosotros dos, él sólo se metió para defenderte.

No es cierto, él nunca haría algo así por mí.

—No es así —aseguro.

—Nadia, si estás saliendo con alguien sabes muy bien que, mínimo, debes traerlo a la casa para que tu papá le dé el visto bueno.

—Que no estoy saliendo con nadie —replico exasperada—. ¿Saben qué? Yo mejor me voy a dormir de una vez.

Mamá y mi hermano me observan mientras hablo, ambos sabedores de que no tengo antecedentes con ningún chico. Nunca he tenido novio y es triste admitirlo, pero es la verdad. Ninguno de los que chicos con los que alguna vez salí, y con quienes sí me hubiera gustado empezar algo serio, se atrevió a dar el primer paso de pedirme formalmente estar en una relación, por lo que lo único que hice yo fue tomarlos como algo pasajero. En ese entonces era yo una púber que quería parecer una rebelde sin causa, sobre todo porque no tenía buenas amistades antes y me dejaba influenciar con facilidad; sin embargo, cuando me di cuenta de que tenía que cambiar, acababa de conocer a Ale y ella parecía ser quien me ayudaría.

Gracias a Dios que Raph me conoce como soy ahora, porque de no ser así, me aborrecería. Más de lo que hace ahora.

Recordar esto hace que mi ánimo se sitúe por los suelos.

Habiendo dicho aquello, me encamino hasta las escaleras con la intención de dirigirme hasta mi habitación. Ni siquiera me detengo en la de papá para decirle que ya me voy a ir a dormir, sino que sigo de frente hasta adentrarme en las cuatro paredes de mi aposento. Estoy medianamente molesta. Molesta porque las palabras de Zach tienen mayor credibilidad que las mías frente a mamá. ¿Cuándo cambiará eso? Supongo que no muy pronto. Aunque papá muestra cierta predilección hacia mí, él no la hace tan notoria, no como mamá que si por ella fuera lo gritaría a los cuatro vientos.

Después de haberme puesto el pijama, me envuelvo entre mis sábanas e intento dormir. Cierro mis ojos, dando un suspiro pesado. Mañana tal vez sea un día mejor.

Adentrarme en la escuela de Midtown High se me hace un poco complicado después de haber visto pasar a Raph frente a mí, caminando con dirección al salón de clases. Esta vez me quedé en silencio al verlo y ni siquiera hice algún intento por llamar su atención e intentar que me devuelva el saludo, lo cual ya de por sí, resulta un tanto extraño. Es decir, ¿cuándo he actuado yo así? En este instante, me encuentro de pie en la acera frente a la puerta principal de mi centro de estudios, mirando a los demás estudiantes pasar. El portero me tiene vigilada desde hace un buen rato, cree que estoy esperando a otro estudiante para escaparnos juntos, pero la verdad es que no he avanzado solo porque he visto a Raph pasar. Tal vez deba esperar a Ale para entrar acompañada, relajarme un poco y no llamar mucho la atención. O tal vez deba armarme de valor y entrar de una vez.

¿Qué es esto? ¿Desde cuándo Nadia Annabel Hussel Ward ha actuado tan cobardemente como ahora?

No puedo permitirme esto, no puedo dejar que los demás crean que pueden lograr amilanarme con facilidad. Tal vez Raph piensa eso, pero no, señores, no lo hará más.

Dejando atrás todo rastro de inseguridad, ingreso a la escuela y lo primero que hago es dar un suspiro de alivio en señal de que logré lo que para mí hace un instante era lo más difícil de la mañana. Me siento orgullosa de mí misma, no todos los días me dan estos ataques de valentía, así que debo aprovecharlos. Acto seguido, me dirijo a mi casillero dispuesta a sacar de ahí el libro de Aritmética. Hoy es uno de esos días en que todos los cursos que vamos a tener incluyen números y saber eso no es un buen galvanizante. Sobre todo, porque ahora me siento adelante gracias a Raph, añadiéndole a eso que este último no me deja descansar los ojos cuando siento que ya no puedo más. De acuerdo, ya sé que es por mi bien.

Apenas abro la taquilla encuentro ahí mi cuaderno de apuntes sobre las personas que conozco. Por un segundo, todo se detiene y solo me dedico a mirar la cubierta mientras mi mente viaja a otra dimensión desconocida.

—¿Nadia? —Alguien llama mi nombre y tardo unos segundos en reconocer la voz. Es Ale—. ¿Qué se supone que estás haciendo?

Parpadeo varias veces para orientarme.

—¿Yo? Sacando mi libro de Aritmética.

—No eso, boba, me refiero a que estabas mirando fijamente tu cuaderno. ¿En qué pensabas?

¿En serio estaba haciendo eso?

Parpadeo un par de veces nuevamente para ubicarme en el tiempo y vuelvo a mirar hacia el interior de mi taquilla. Ahí reposa el cuaderno anillado, el cual contiene entre sus páginas, la hoja que arranqué de él para escribir la lista de cosas que sé de Raph. No tengo idea de por qué razón me quedé estática mirándolo, tal vez mi subconsciente me quiso decir algo.

—No lo sé, solo me distraje.

Ale me observa no muy convencida, pero evita hacerme más preguntas. Ella me espera hasta que le pongo el seguro al casillero y camino a su lado con intenciones de llegar al salón de clases. No obstante, en el camino, me detengo de golpe. Mi acción ocasiona que ella haga lo mismo y se gire para verme creyendo que es otro de mis extraños comportamientos. No obstante, esta vez no es una broma.

De repente ha venido a mi mente lo que Raph me dijo ayer cuando lo abracé y, hoy al ver mi cuaderno de apuntes, por fin entiendo lo que mi yo interior quería decirme: está confirmado que leyó mi lista, ya no se trata solamente de una suposición.

¿Significa que mis planes corren peligro?

Hago un ademán de desmayarme, pero alguien detiene mi acto sosteniéndome por los hombros. Es Edward Vebber, el chico de la bufanda. Es este quien me saluda, le sonríe a Ale de una manera extraña y nos indica que el timbre de inicio de clases está por comenzar y que ya deberíamos estar en nuestros salones, así que ignorando mi suposición de hace un momento, me encamino junto a mi imperante mejor amiga hasta mi aula. En el trayecto, trato de relajarme y pensar que tal vez no es tan grave.

Además, ¿qué de malo hay sobre él en mi lista? A él no le interesa nada que tenga que ver conmigo y, en este momento, me conviene que así sea.

—¿Qué te pasa, Nad? —me pregunta Ale, antes de entrar al salón—. Últimamente estás muy distraída.

—Creo que Raph tiene novia...

Comienzo a relatarle la historia completa, pero ella me interrumpe.

—Te lo ganaron.

—¿Tú también, Alessandra? —increpo—. Ese no es el problema, sino que...

—Señoritas, ¿qué hacen afuera del salón?, ¿acaso no piensan entrar a mi clase?

El profesor Smith aparece súbitamente detrás de nosotras, provocándome un ligero susto. No duda en obligarnos a ir al salón, a pesar de que le pedimos unos minutos más para poder seguir conversando. Ante su negativa, no nos queda más remedio que avanzar con él hasta el interior del salón de clases. Como era de esperarse, todos nos observan cuando ingresamos. Una sensación invade mi cuerpo cuando veo a Raph, es como si algo hubiese cambiado entre nosotros. El hecho de saber o suponer que ha leído lo que escribí de él, me tiene más que avergonzada. Ya no sé si pueda hablarle con tanta solvencia como antes.

No digo nada al momento de sentarme a su lado, ni lo saludo cuando me giro en su dirección para sacar los cuadernos de la mochila. Él tampoco me dice nada. Vaya novedad. ¿Por qué esto de pronto se está tornando incómodo?

La clase comienza aburrida como siempre con la misma perorata del profesor y con la misma sensación de sueño que siempre me embarga en clases que tratan sobre números, pero, paradójicamente, la única diferencia de ahora es que me encuentro copiando toda la clase. Si no lo hago, mi nerviosismo va a empeorar y tengo que distraer mi mente. Mientras atiendo la exposición y transcribo lo de la pizarra, siento como si me faltara algo. Hasta el momento, en todo el día no he hecho ninguno de mis habituales comentarios y no me llamo Nadia Hussel si es que no los hago. Raphael Thompson parece ser mi víctima perfecta, ya que puedo usar este hábito tan usual en mí como excusa para hablarle y ver qué tanto ha cambiado nuestra relación. Acomodándome sobre el asiento, junto mis manos preparándome para lanzar el primer dardo.

Paso número uno: Mostrar mi buena educación recibida en casa y saludarlo.

Justo cuando estoy a punto de hablar, el profesor aplaude un par de veces para llamar la atención de todos mis compañeros y yo. Gruño en mis adentros acordándome de los antepasados del señor Smith por haber interrumpido lo que planeaba hacer.

—Alumnos, como seguramente saben, se aproximan las Olimpiadas Matemáticas, un evento en el que hemos resultado ganadores por cinco años consecutivos y este año las competencias van a ser en la escuela de nombre High Tower School que queda en otra ciudad —informa Smith leyendo una hoja. Ah, lo había olvidado. Las Olimpiadas Matemáticas son una serie de competencias que se realizan cada año, en el que cada colegio socio de Midtown es un anfitrión, este año le tocó a la escuela High Tower, seguramente el próximo año nos toca a nosotros organizarlo. Hasta donde sé, Raph siempre ha participado, contribuyendo así al buen prestigio del colegio aplicando sus amplios conocimientos sobre cultura general y ciencias en cada pregunta respondida—. Nuestro representante del grado es, por decisión unánime de todos los profesores de la materia, Raphael Thompson. Fuertes aplausos, por favor.

Casi sin poder evitarlo, soy la primera en aplaudir, seguida por mis otros compañeros quienes me miran de una forma extraña al comprobar que soy la única que sigue aplaudiendo cuando ya todos han guardado silencio. Al percatarme de esto, voy deteniéndome paulatinamente hasta que no se oye más ruido en el salón.

—Señorita Hussel, debo admitir que me sorprende mucho su efusividad —manifiesta el señor Smith provocando la risa de los demás—. No obstante, todavía no he mencionado su nombre y, sinceramente, por el propio prestigio de la escuela, no lo haría.

Lo dice por mis bajas notas. Seguro cree que no soy lo suficientemente capaz de poder competir en esas olimpiada. Bueno, no lo culpo.

Nuevamente se oyen carcajadas.

Casi puedo asegurar que el docente está disfrutando de toda esta situación, tanto o más que cualquier persona que me odie. De repente, todos se callan cuando ven a Raph levantar la mano para poder hablar. El decrépito Smith le cede la palabra solo porque es su alumno favorito.

—Tengo entendido que cada representante puede llevar a una persona de apoyo en las Olimpiadas Matemáticas.

—Así es —afirma el profesor—, pero los demás docentes, incluyendo el que le habla, sabemos que usted nunca ha necesitado, ni necesitará ese apoyo. Usted es un alumno brillante por sí solo.

Tiene razón. Para mí, Raph tiene el primer lugar en la lista de notas desde que llegué, y eso todos los alumnos de los demás salones lo saben, es por eso que la vez pasada vinieron hasta aquí para solicitar su ayuda cuando apareció el dichoso cartel pegado en los pasillos. El profesor, asimismo, sabe muy bien que en las Olimpiadas pasadas Raph nunca ha necesitado un apoyo y es por ello que ahora luce tan convencido de lo que dice.

—No —responde el sabelotodo luego se unos segundos—. Esta vez no va a ser así, esta vez solicito que Hussel sea mi apoyo.

Justo lo que dije, él no necesita ningún apoyo para que lo... Espera, ¿qué?

Literalmente, todo el salón, incluido el profesor, deja de respirar al escuchar su petición.

También yo.

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