15| Un golpe
Primero quería agradecerles. Agradezco a todas esas personas por sus mensajes. Me alegra mucho que les guste mi historia. No duden en recomendarla con sus amigos y votar y comentar tanto como quieran <3
El sonido de un claxon me devuelve a la realidad antes de poder siquiera abrir los ojos. Siento que todo mi cuerpo se mueve a una velocidad muy elevada como para estar siendo cargada, por lo que descarto esa opción enseguida, pero todavía no sé a ciencia cierta dónde estoy. A mi alrededor, escucho la familiar voz de Ale y no hago más que tranquilizarme al saber que ella está cerca. Puedo escuchar los motores de algunos autos, así como también cierta música desde la lejanía.
¿Dónde estoy?
Intento abrir mis ojos para orientarme, pero me resultan pesados, mucho más de lo normal. Esto me pasa por querer ser una adolescente normal que puede beber sin ningún tipo de inconveniente ni ninguna necesidad de medirse a sí misma en una inofensiva fiesta de bienvenida.
Un momento, ¿cómo es que terminé aquí? Hasta donde recuerdo, yo estaba buscando el baño, ya que me urgía satisfacer esa necesidad fisiológica hasta que... No recuerdo más. No sé qué pasó después y supongo que eso se lo tendré que preguntar a Ale antes de entrar en crisis. Haciendo un nuevo esfuerzo, abro los ojos lentamente esperando sentir el habitual dolor de cabeza que visita a toda persona después de haber bebido como lo hice yo hace no sé cuánto de tiempo; no obstante, lo que realmente siento es un terrible dolor de cuello.
¿Por qué rayos permitieron que me durmiera en esta posición?
Estando a punto de quejarme en voz alta, me doy cuenta de que estoy recostada en los asientos traseros de un auto, y no en cualquier auto. Aunque no puedo ver a la persona que conduce, ya que está de espaldas a mí, sé perfectamente de quién es esa voz. Ralph.
—¿Siempre acostumbra a beber así? —escucho que le pregunta a una impávida Ale. Ella tarda unos segundos en contestar, seguro pensando en una de sus características respuestas.
—No, pero creo que, para ser la primera vez, parece como si tuviera un serio problema de alcoholismo.
Ralph ríe. Qué bonita risa. Un segundo, ¿qué? Niego con la cabeza para apartar esos irrelevantes pensamientos. Minutos después, siento que el auto se detiene un momento e intuyo que es porque el semáforo está en rojo.
—Me sorprendió mucho verla en ese estado, no esperaba que...
—¿Que te confundiera con Raphael? —completa ella la oración, como si nada. Al escuchar eso, me siento la persona más horrible del mundo y la culpa me invade irremediablemente. ¿En serio hice algo así? Confundir a Ralph con alguien tan opuesto y poco entusiasta como Raph es un pecado. Peor que eso, ¡es un sacrilegio!
El gemelo se queda callado al oírla y por un momento considero golpear a Ale para despertar la sutileza interior que claramente lleva apagada. Él no se merecía algo así.
Cuando el carro vuelve a la marcha, ninguno de los dos vuelve a hacer algún comentario. Ralph conduce en silencio mirando a la pista y eso me inquieta, él no es de los que siempre está callado, es todo lo contrario. ¿En serio le afectó mucho lo que dijo Ale? ¿Por qué? De un momento a otro, considero que es hora de levantarme e intentar remediar lo que he hecho, así que me acomodo en un ángulo de noventa grados (tanto estudiar matemáticas con Raph me está afectando) para hacerles ver que estoy despierta.
Basta Nadia, deja de pensar en él.
Justo cuando me siento, Ralph detiene súbitamente el auto frente a una cafetería, pero yo no logro prevenir este acto y un poco más y salgo volando por el parabrisas.
—Valiente, ¿cómo estás? —pregunta, mirándome por el espejo retrovisor.
—Mejor, supongo. Lamento que hayas tenido que verme en este estado.
Él se gira por completo para observarme mejor.
—Debo admitir que fue divertido —agrega, sonriendo. ¿Eso es bueno o malo? Dicho eso, se quita el cinturón de seguridad y se baja del auto. Segundos después, abre una de las entradas de la parte posterior, donde estoy yo, y me ayuda a descender.
Ya en la acera, me ayuda a mantener el equilibrio cediéndome su brazo como apoyo. Por un momento, me avergüenzo en gran manera por estar tan cerca de él. Por el contrario, Ralph se muestra muy animado y sonriente. Creo que le debo parecer un chiste, porque se ríe a cada momento en cada expresión que hago. Cuando casi tropiezo, él me sostiene por la cintura para no caerme, y así nos quedamos unos segundos.
—Sí que dan vergüenza —escucho resoplar a Ale—. Yo mejor me adelanto.
Ralph y yo nos separemos al instante con la incomodidad desbordando en el ambiente.
—¿Siempre es así?
«¿Siempre eres así?» Otra vez, inexplicablemente, vuelve a aparecer Raph en mi mente. Eso ha sonado casi igual a la pregunta que él me hizo una vez, cuando estábamos en el salón de clases. No sé por qué de pronto todo me recuerda a él. Eso no está bien, ni mucho menos que lo haga mientras es su hermano con quien me encuentro. Es obvio que esto de haber bebido vino en exceso ha alterado mi estado de manera considerable. Es decir, hasta hace unas horas no enfatizaba tanto mis pensamientos en una sola persona como ahora... ¿o será que todavía sigo bajo los efectos del alcohol?
—¿Te pasa algo? —cuestiona, al ver que me he quedado completamente en silencio. Dirijo mi vista hasta él, encontrándome cara a cara con sus ojos.
—No, nada, entremos de una vez.
Él no hace ninguna objeción. Tan pronto como nos adentramos en la cafetería, veo entre todas las personas a Ale, quien está sentada en una mesa con la vista pegada al móvil. Ella, al verme, lo guarda y me ayuda a acomodarme. Después de esto, se encarga de pedir un café cargado para mí ya que —según ella— mi madre la matará si me regresa oliendo a alcohol. Ale es mayor que yo por meses después de todo, ella ya tiene diecisiete, así que es responsable por mí en la manera en la que mi madre ha establecido antes de dejarnos salir.
Mientras esperamos a que nos traigan nuestras órdenes, Ale se encarga de interrogar a Ralph con preguntas un poco incómodas, tanto para él como lo serían para mí; sin embargo, este se encarga de responder a cada una con paciencia y atención. Yo lo observo mientras habla, mientras toma su café y mientras frunce el ceño al considerar que se excedió un poco al momento de echarle azúcar. ¿Por qué de pronto me resulta tan atrayente? No es como que me guste o algo así, pero hay algo en mí que se enciende cada vez que Ralph está cerca. Quién sabe qué sea.
Yo, por el momento, no me quiero molestar en averiguar qué es.
***
Todos los domingos son para mí una total tortura, tanto así que he llegado a considerar la opción de juntar firmas y pedir que lo saquen del calendario (de acuerdo, estoy exagerando), y no lo digo porque precisamente este domingo sea el inicio de la última semana que tenemos mis compañeros y yo antes de comenzar con los exámenes bimestrales el próximo lunes, sino porque el mismo día lleva, de por sí, adherida la palabra «familia». Todo el mundo, o al menos la mayoría, suele quedarse en casa estos días para pasarlo con su familia, para pasear o salir de visita, pero todo es en familia. El problema es que eso es precisamente lo que yo no quiero.
Domingo es sinónimo de desayuno familiar. Desayuno familiar es sinónimo de que Zach y yo estemos sentados en la misma mesa, siendo el hecho de que mi hermano y yo estemos frente a frente, sinónimo de una sola cosa: discusiones.
Y yo odio con mi vida las discusiones, incluso un poco más que a las matemáticas y eso ya es bastante. Sé a ciencia cierta que Zach prácticamente me ha declarado la guerra, lo digo por su amenaza de ese día, pero también sé que no debo dejarle ver que me importa o inquieta. Él ha prometido hacerme la vida imposible, porque me cree culpable de todo lo que le pasa. Lo peor de todo es que mañana empieza sus clases en Midtown, la escuela donde yo estudio tranquila, pero donde ya no podré estarlo más.
Con mi hermano ahí, todo se puede ir a la basura.
—¿Cómo amaneciste, Nad? —me pregunta mamá mientras deja la cafetera sobre la mesa. Vaya, me está hablando cariñosamente sin ser su hija predilecta. No puedo evitar sorprenderme.
—Bien, gracias.
Claro, "bien" si a eso se le considera no haber podido pegar un ojo en toda la noche a causa de los litros y litros de café que me obligaron a tomar ayer, a fin de que ninguno de mis padres sospechara de mi inesperada embriaguez. Afortunadamente, no lo hicieron. Con ayuda de Ralph y Ale pude llegar a casa antes de la hora que me habían impuesto, así que tengo oportunidad de pedir otros permisos cuando quiera.
—Qué bueno, me alegra escuchar eso, ¿y tú, bebé?
Esta vez se dirige a Zach, quien se encuentra mordiendo una tostada.
—Mamá... ya te dije que no me llames así.
—Supongo que ya estás listo para tu primer día de clases en una escuela de verdad —interviene papá, sin despegar su vista del periódico. Mi hermano me dedica una fugaz mirada, en la que me transmite toda la culpa que cree que tengo.
—Cariño, pero yo estudié donde estudiaba Zach —se queja mamá, echándole azúcar a su café. Es cierto, mi hermano estudiaba en la misma escuela en la que mamá pasó su adolescencia.
—Precisamente por eso.
Luego de mi casi risa, el ambiente se ve envuelto en un denso silencio. Solo se oyen los sonidos de las cucharas y las tazas. Ah, y también los mordiscos que Zach le da a sus tostadas. Por mi mente pasan una serie de cosas que se resumen a mi próxima tortura con mi hermano estudiando en la misma escuela que yo, que solo consiguen bajarme el ánimo a cada instante.
¿Me traerá problemas? De hecho.
¿Debería considerar la posibilidad de que desde este momento Zach ya esté planeando su primer movimiento? No suena como algo ilógico, pues él no es tonto, aunque lo parezca.
Después de eso, nadie vuelve a hacer otra clase de comentario. Todo parece ir relativamente bien, o eso pensaba hasta que a mi hermanito se le ocurre abrir la boca.
—¿Cuándo nos hablarás sobre el nerd del otro día, hermanita?
Papá y mamá me observan como por acto reflejo.
—Es un amigo.
O eso creo, tal vez ni él mismo me considere su amiga.
—Por algo se empieza.
—Bueno, tú empezarás también cambiando tus malas acciones en Midtown —contraataco haciendo alusión al motivo de su cambio de escuela.
—Basta, no quiero más comentarios de ese tema. Zach estudiará contigo, Nadia, por favor, acéptalo.
Papá observa enojado a mi hermano antes de levantarse de la mesa e irse a su habitación. Mamá se queda con nosotros para terminar de desayunar, pero no dice nada. Ella ya sabe que cuando papá decide algo, no hay quien le saque la idea de la cabeza. Por esto odio los domingos. Los odio desde que Zach cambió su manera de ser conmigo.
Desde que empezó a odiarme, a verme como su enemiga.
***
Nunca me han caído mal los lunes, es decir, me son indiferentes, pero hoy en especial dudo que eso se mantenga igual. Hoy he sido obligada por papá a esperar a Zach mientras se arregla para tratar de impresionar a alguien en la escuela. No tengo por qué negarlo, mi hermano no es alguien que tenga que arreglarse mucho para llamar la atención, pero esto no significa que no lo haga. Él disfruta mucho enamorando chicas, mas nunca ha presentado alguna en la casa como su novia oficial. Siendo sincera, dudo mucho que ese día llegue pronto, ya que de seguro enamorará a alguien de la escuela y luego la dejará de lado como hace habitualmente.
Ruedo los ojos cuando lo veo salir vestido como si fuera a una fiesta, acomodándose el cuello de la camisa. Él sonríe y empieza a caminar con dirección a la escuela. Lo dije, mi presencia no es necesaria aquí. Zach sabe perfectamente donde queda Midtown, podía haber venido solo.
Durante el trayecto, me concentro en pensar lo que voy a hacer hoy en la tarde. Zach no sabe de mis visitas estudiantiles a casa de Raph, si se entera puede llegar a crearme problemas innecesarios muy grandes. Él es capaz de pensar que entre el sabelotodo y yo existe algo más que una amistad (cuando ni siquiera existe lo anteriormente mencionado, de hecho) y lo conozco demasiado bien como para asegurar que se encargaría de propagar el rumor en toda la escuela. No puedo permitir que eso pase. Tengo que encontrar la manera de deshacerme de Zach en la salida para así poder irme con Raph a recibir mis clases.
Cuando finalmente llegamos, por fin nos separamos y él se dirige al salón que le han asignado. Yo, por mi parte, me encamino hasta mi respectiva aula deseando que a mi hermano no se le ocurra venir a visitarme, porque sería solamente con un fin malvado. Al entrar al salón, me doy cuenta de que Raph ya está ahí. El simple hecho de verlo provoca que me turbe y quede en blanco.
No hablo con él desde el viernes en la escuela y se siente como si hubiese sido mucho tiempo. Una parte de mí extrañaba sus escuetos comentarios y su manera de ignorarme. No sé cuánto tiempo me quedo aquí de pie, mirándolo, porque de repente él se gira hacia donde estoy y sus ojos me observan directamente. Es la segunda vez que me encuentra mirándolo y es la segunda vez que me avergüenzo de esta manera.
Es patético. No debería mirarlo y punto. Doy un suspiro pesado antes de acercarme hasta donde él y sentarme a su lado.
—Hola, Raphael —saludo, sintiendo mi garganta seca, en tanto jugueteo con mis manos. Creo que es la segunda vez que pronuncio su nombre completo sin ningún tipo de problema, lo cual es extraño, yo siempre suelo decirle «Raph» incluso en mi mente, aunque eso no fuera de su agrado y él no lo sepa. Creo que después de todo, ya sé que me va a ignorar tal y como hace con todos.
—Hola.
O tal vez no.
Por alguna razón, sonrío como una tonta cuando lo escucho responderme. Gracias al cielo, él no me ve cuando lo hago. Entonces decido dejar las formalidades de lado y entablar una conversación con él mientras el profesor todavía no llega. Además de que ahora mismo no hay ningún libro sobre el pupitre que me pueda robar su atención.
—¿Qué tal la fiesta de bienvenida?
Al oír mi pregunta, se tensa. O eso creo, con él nunca se sabe.
—¿La fiesta? —pregunta, dudoso. ¿Acaso no sabe de la fiesta de bienvenida de su hermano o es que lo ha olvidado? No creo que sea ninguna de las dos opciones.
—Sí, ¿estuviste ahí?
Tal vez mi pregunta está de más; según sé, él detesta las fiestas. Eso lo puedo asegurar por el tiempo que lo conozco, ya que nunca lo he visto en una. Y con las fiestas que tomo de referencia, me refiero a las que Ale y yo nos colábamos sin haber sido invitadas, donde comíamos todo lo que estaba a nuestro alcance y bailábamos con cualquier chico que se nos acercara.
—Algo así.
—¿En serio? —insisto. De verdad que me esperaba de todo menos eso.
Él asiente. Eso sí que me ha tomado por sorpresa, ¿quién lo diría? Raphael Thompson en una fiesta... No me lo creo. Es algo nunca antes visto.
—¿Por qué no te vi? Me hubiese gustado verte ahí.
Dios, ¿por qué he dicho eso en voz alta? Raph me mira como si supiera que lo que acabo de decir ha sido sin querer, pero omite hacer alguna clase de comentario que me avergüence aún más de lo que estoy. Ya son dos vergüenzas en lo que va de la mañana.
—Yo sí te vi.
No puedo evitar emocionarme al escucharlo. ¿Él me vio? Es decir, ¿notó mi presencia entre todos los que ese día estaban ahí? Mi felicidad se acaba cuando recuerdo algo... Oh, no. ¿Me habrá visto sobria o en mi peor faceta?
Para mi mala suerte, no puedo seguir preguntándole nada porque el profesor llega al salón y pide a todos que guardemos silencio para que pueda empezar a exponer su clase, así que Raph no duda en obedecer, a pesar de que yo estaba a punto de preguntarle por medio de susurros. Aparentemente, el docente tampoco está a mi favor, ya que se encarga de formar grupos por orden alfabético y a mí me manda con los compañeros con quienes casi nunca he hablado, mientras que a Ale le toca con el sabelotodo, con quien tampoco habla mucho, a decir verdad.
Por otro lado, algo que me llena de mucha satisfacción es que tampoco Sabrina pudo estar con Raph, si es que se le pasó por la cabeza.
Ahora estoy sentada al lado de un tal Harrison, que lo único que hace es bostezar a cada cosa que digo sobre el curso. Ya sé que está bastante aburrido, pero no es para que me muestre su campanilla cada vez que siente deseos de dormir. Además de que sus bostezos contagian a los demás miembros del grupo.
Cuando, después de dos horas de suplicio, el timbre del receso suena, todos mis compañeros salen disparados, dejando el aula casi vacía. Ni siquiera Raph está. Ale se acerca a mí y le pido que me acompañe a comprar algo, por lo que ambas salimos del salón, con dirección a los pasillos para poder llegar a una de las máquinas expendedoras de donde pienso comprarme algún snack. Mientras caminamos, no puedo evitar preguntarle a Ale sobre lo que dijo Raph, ya que ella se mantuvo sobria toda la noche y es posible que recuerde todo lo que pasó.
—No lo sé, Nadia —contesta, sin mirarme.
—Él dijo que me vio.
—¿No te dijo nada más?
Niego con la cabeza.
—¿Qué otra cosa tendría que decirme?
Ella duda un momento sobre si debería hablar o no, pero al final termina encogiéndose de hombros dispuesta a contarme lo que sea que se está guardando.
—De acuerdo, es que sucede que...
—Mira nada más a quién encuentro aquí —exclama Zach, fingiendo sorpresa. Me sorprende que no esté solo. Genial, es su primer día de clases y ya tiene un grupo de amigos más grande que el mío—. Pero si es mi querida hermanita menor.
Ale observa a Zach y se pone a la defensiva. Este está a punto de decir algo más, pero entonces su vista se detiene en Raph que pasa por los pasillos, acompañado de Stephen y Sabrina. Presintiendo sus intenciones, trato de detenerlo.
—Zach, no...
—Mira quién viene ahí hermanita, ¿no es ese el nerd con el que sales? —escupe con desdén. ¿De dónde ha sacado tal mentira? Después de eso comienza a atacarme en venganza. Lo peor de todo es que lo está diciendo en voz alta, mientras los demás estudiantes de Midtown pasan por nuestro lado escuchando todo lo que Zach despotrica contra mí. Ale intenta molerlo a golpes, pero los nuevos amigos de mi hermano le impiden el paso—. ¿Sabes por qué mamá no te quiere? Porque la avergüenzas, ¿quién querría tener a una hija como tú?
Inevitablemente, mis ojos comienzan a cristalizarse con cada palabra que sale de su boca. Ha dado en mi punto débil: la preferencia que mamá tiene con él, que siempre ha tenido con él.
Raph se detiene en seco al escuchar mis sollozos, pues antes de eso estaba ignorando la escena. Luego, se vuelve y camina hasta donde se encuentra Zach, posicionándose delante de mí.
—No voy a pelear contigo. Déjala en paz.
—Ah, claro, ahora ya no eres valiente. Ya me han informado hoy que todos los días después de clases te llevas a mi hermana a tu casa seguramente para...
Antes de que pueda terminar de calumniarlo y para sorpresa de todos (incluida Sabrina que está presente viendo la escena), el puño de Raph impacta en el rostro de mi hermano de manera imprevista, ocasionando que este caiga al suelo.
Zach se lleva una mano a la parte de su rostro donde ha sido golpeado. Aún tirado, se dirige a Raph.
—Dijiste que no ibas a pelear —recrimina, alzando la voz.
Raph mira a todos los presentes, menos a mí.
—Me he estado aguantando desde que comenzaste a insultarla.
•••
PREGUNTA DEL DÍA: Y tú, ¿ya tienes #Team?
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