14| Creo que me gusta
Porque ustedes lo pidieron...
Después de responder de manera poco entendible a mi insospechada pregunta, la chica que apareció de repente frente a mí, mientras intentaba dormir, cierra los ojos acomodando su cuerpo sobre la cama en la que estaba yo hace un rato. Pasan unos segundos en que nos rodea el silencio, pero ella se mantiene igual, en la misma posición, lo cual me lleva a una inequívoca conclusión:
Se ha quedado dormida.
Su comportamiento me resulta irresponsable e incluso un poco infantil. ¿Cómo se le ocurre dormirse en el primer lugar que encuentra? No siempre hay alguien de confianza en lugares como estos y, si no hubiese estado yo, alguien más estaría aquí con ella y dudo mucho que le cantaría una canción de cuna. Niego con la cabeza, recordándome que debo ser paciente y empático con las personas; son algunos de los valores que rescato de los que me han enseñado mis padres. ¿Se supone que debo esperar a que se despierte?
Viéndola, recuerdo el motivo acuciante de mi pregunta. Si ella llegara a poner sus ojos en mi hermano, sería lo peor que podría hacer. Conozco a Ralph y sé que él no está aquí para quedarse. En cualquier momento puede regresar al extranjero para continuar con sus estudios y, de darse el caso de que surja algo entre ambos, la única que saldría lastimada sería ella. No sé todavía si debería prevenirla.
Nadia Hussel, la escandalosa chica que soporto de lunes a viernes, una vez más, se aparece en mi camino en el momento menos esperado. Empiezo a considerar que debería acostumbrarme a esto.
Con ambas manos juntas bajo su cabeza y acurrucada lo más que puede, Hussel descansa sobre la cama de la habitación de huéspedes. No es necesario ser un erudito para darse cuenta de que, en efecto, ha estado bebiendo, incluso si no lo hubiese aceptado. Su cabello está ligeramente desaliñado, sus mejillas muy rosadas y prefiero no opinar sobre su aspecto. En este momento, me sorprende que esté durmiendo tan plácidamente a pesar de que el sonido de la fiesta de abajo se oye más cerca que nunca.
Risas, baile, música y alcohol. La peor combinación que puede haber en todo el mundo. Si fuera por mí, estaría en este momento en mi habitación leyendo tranquilamente a Coelho o a Dostoievski. Menos en un lugar como este.
De pie frente a la cama, con los brazos cruzados, observo a Hussel dormir mientras me cuestiono a mí mismo por qué terminé en este lugar. Entonces recuerdo que estoy aquí por una sola razón: mis padres.
Ellos exigieron amablemente mi presencia en esta fiesta para acompañar a mi hermano mayor en su bienvenida y —según ambos— despegarme por un momento de los libros de los que suelo rodearme siempre. No quise objetar nada para no generar discusiones, pero ese es el único motivo por el cual estoy aquí. Ralphale sabe muy bien que no soy un amante de eventos como estos, mucho menos cuando lo único que hay para beber en este lugar es lo típico (es decir, alcohol). A pesar de esto, ninguno de los dos suele beber. Él lo sabe, no por algo estudia en el extranjero donde es, al igual que yo, un destacado estudiante.
De seguro, miles de neuronas han muerto esta noche.
Y las de Hussel no han sido la excepción.
¿Cuánto ha bebido? Por hacer estas tonterías debería considerar la posibilidad de ponerles fin a nuestras sesiones. Es en vano que lo haga si va a arruinar su vida bebiendo de esta manera, perjudicando así su desarrollo académico. Sé que le he dado mi palabra y además de eso le he impuesto una condición, que hasta el momento ha cumplido, pero dudo que eso siga así, si sigue comportándose de esta forma tan irresponsable. A pesar de que sé que ella nunca se rinde cuando quiere algo.
Ahora lo más importante es decidir qué voy a hacer. Podría simplemente irme de aquí y asegurarme, antes, de llamar a alguien para que la ayude a regresar hasta su casa sin ninguna clase de inconveniente, pero algo me lo impide. De pronto, ella abre los ojos de par en par y se queda mirándome sin creer que yo soy quien está en su delante, mirándola también.
Realmente se ve fatal.
No sé si soy yo quien se está imaginando, o es que de verdad me está observando asustada. Tal vez ya se le pasó la borrachera y se ha percatado de la situación, además de la gravedad del asunto. Tal vez ya se ha dado cuenta de que estamos solos en una habitación.
—Raphael —musita medio somnolienta, ignorando el ambiente. Luego, su semblante se endurece sin ninguna razón. Me equivoqué, por su tono sé que todavía no está sobria al cien por ciento, lo que significa que lo que sea que vaya a decir tiene altas probabilidades de ser algo sin sentido—. ¿De verdad te gusta Sabrina?
Justo lo que dije. Su pregunta me toma por sorpresa y soy incapaz de responder a tiempo. Ella vuelve a cerrar sus ojos tan pronto como termina de formularla, sin escuchar la respuesta que, por un segundo, pensé darle.
—¿Nadia?
Una voz femenina llama su nombre buscándola desde el pasillo y opto por salir de la habitación para informarle que ella está aquí. Si no me equivoco, es Alessandra Turner, una de sus amigas. Ella no oculta su estupefacción al verme en la misma habitación en la que su amiga yace inconsciente.
—¿Tú? —se cuestiona, extrañada. Por un segundo me mira como si yo hubiese tenido algo que ver con el estado de Hussel, así que me veo en la obligación de relatar lo que pasó.
—Estaba aquí y ella llegó, dijo que buscaba el baño, pero terminó quedándose dormida aquí.
He omitido algunas partes de lo que ocurrió en mi explicación, pues no es mi deseo generar más dudas. Ni malentendidos.
Ella no hace ningún comentario, solo se acerca hasta la cama para tratar de despertar a la chica que dormita sobre ella. Considera la opción de retirarme, pues si viene alguien más y nos encuentran a los tres entre estas cuatro paredes, esto podría tornarse incómodo y presto para tergiversaciones. Por supuesto, no me interesa nada de eso.
Dándome media vuelta, me dispongo a marcharme mientras escucho a Alessandra despertar a Hussel, llamándola por su nombre en repetidas ocasiones. Apenas pongo un pie en el pasillo de la segunda planta, y antes de poder buscar otra habitación vacía para tratar de descansar, escucho la voz de una peculiar chica.
—Le gusta, Ale —dice arrastrando las palabras—. Le gusta Sabrina.
¿De dónde ha salido esa idea? Desde que Sabrina empezó a estudiar en Midtown, siempre he estado con ella, no lo niego, pero nunca antes se había creado en la escuela la hipotética situación de que entre nosotros podría haber algo más que una amistad. Todos saben que ella es mi mejor amiga, nos conocemos desde niños porque nuestros padres son amigos, pero nada más. ¿Por qué tanto afán en saber si eso es verdad o no? No es un tema de su incumbencia, ni tampoco debería yo verme obligado a responderle, aunque claro, por un momento estoy olvidando de quien hablo. En estos días, teniéndola al lado durante las horas de clase, me he podido dar cuenta de que Hussel no tiene un pelo de normal, ni entra en la categoría estándar de comportamiento. Es demasiado curiosa y obstinada. Esa es la explicación lógica que encuentro a su repentino interés por saber si es que siento algo por Sabrina.
No debería importarme dejarle en claro esto, pero quiero estar en paz en la escuela, así que me giro rápidamente dispuesto a acabar con este falso rumor de una vez. Supongo que, si no acabo de raíz con este chisme inventado de repente, no podré caminar en paz por los pasillos de la escuela sin que estén cuchicheando sobre el tema las semanas venideras. Mucho menos si es alguien como Hussel quien, por alguna razón, no despega la idea de su cabeza.
Con paso firme, vuelvo a adentrarme en la habitación y encuentro sentada en el borde de la cama a la que acaba de decir tal cosa.
—No es así, ella no me gusta.
—¿Ni un poquito? —insiste, viéndome directamente a los ojos, buscando la verdad en ellos. Asiento.
Al verla suspirar de alivio tras haber oído mi respuesta, decido que es hora de irme lo más rápido posible. Ella, según su amiga, todavía no es consciente de lo que ha dicho o hecho y será mejor que olvide lo que acaba de pasar. Yo no le haré ningún comentario sobre lo que pasó cuando llegó aquí oliendo a bebida ni ella le dirá algo sobre lo de hace unos segundos. Me parece un trato justo.
Finalmente, consigo salir de la habitación y me dispongo a buscar otra que esté vacía, para esta vez asegurarme de cerrar la puerta con seguro y así evitar que intrusas pelirrojas con problemas de autocontrol hagan acto de presencia. Antes de avanzar al otro lado de la casa, donde hay más habitaciones, me detengo en la terraza. Allí, encuentro de pie a Ralph.
Está contemplando en silencio la ciudad que no veía desde hace años. Se me hace raro que no esté abajo disfrutando con sus amigos que han venido desde diferentes lugares solo para festejar su regreso, porque si hay algo que le gusta a él es bailar.
Pero, por otro lado, internamente deseo que todo acabe de una vez para poder irme de aquí.
—¿A qué hora termina tu fiesta? —interrogo.
Él se da media vuelta para verme. No sabía que yo estaba aquí.
A pesar de que siempre hay una sonrisa en su rostro, esta vez está totalmente serio, lo que se me hace extraño. Él es opuesto a mí en todo, en este momento debería estar haciendo algún comentario sarcástico como hace habitualmente, no verse como si estuviera escogiendo en su mente las palabras que piensa usar para decirme lo que sea que quiera decirme.
—Justo es contigo con quien quería hablar.
Siempre elige los momentos menos oportunos para querer hablar de algo serio conmigo.
—Podemos hablar luego, cuando termine esta fiesta —me giro dispuesto a retirarme. Es de su conocimiento que no estoy aquí por voluntad propia.
—Es sobre Valien..., digo, Nadia —sin desearlo, me detengo abruptamente—. ¿Te importaría si intento algo con ella? Creo que me gusta.
Sin girarme, le pregunto por sobre mi hombro:
—¿Hussel?
—Sí, ¿o conoces a otra pelirroja que se llame Nadia? —bromea.
—No entiendo, apenas la conoces.
—Es verdad, pero es muy linda. No me molestaría intentar algo con ella, a menos que ya tenga a alguien en mente.
Permanezco unos segundos en silencio procesando lo que me acaba de decir, llegando luego a la conclusión de que esta conversación está de más, puesto que no me corresponde a mí decidir algo con respecto a Hussel. Tanto ella como mi hermano son libres de tomar sus propias decisiones.
—Creo que ambos ya están bastante grandes como para decidir por su cuenta sobre sus relaciones sociales —respondo.
—Pero no te importaría, ¿verdad?
Su insistencia ocasiona que nuevamente deje de andar.
—Sabes que no tengo cabeza para nadie más.
Habiendo dicho ello, me marcho.
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